5.2.11

Camino de Perfección Cap. 5

 
Revisión del texto, notas y comentario: Tomás Álvarez, O.C.D.




Camino de Perfección.
2º Redacción (Códice de Valladolid)
Capítulo 5
 
 
 
                                Prosigue en los confesores. Dice lo que importa sean letrados.

            1. No dé el Señor a probar a nadie en esta casa el trabajo que queda dicho, por quien Su Majestad es, de verse alma y cuerpo apretados, o que si la prelada está bien con el confesor, que ni a él de ella ni a ella de él no osan decir nada. Aquí vendrá la tentación de dejar de confesar pecados muy graves, por miedo de no estar en desasosiego. (Oh, válgame Dios, qué daño puede hacer aquí el demonio y qué caro les cuesta el apretamiento y honra! Que porque no traten más de un confesor, piensan granjean gran cosa de religión y honra del monasterio, y ordena por esta vía el demonio coger las almas, como no puede por otra. Si piden otro, luego parece va perdido el concierto de la religión, o que si no es de la Orden, aunque sea un santo, aun tratar con él les parece les hace afrenta (1)[1].
(sigue aquí --- en "Más información"... )

            2. Esta santa libertad pido yo por amor del Señor a la que estuviere por mayor: (2)[2] procure siempre con el obispo o provincial (3)[3] que, sin los confesores ordinarios, procure algunas veces tratar ella y todas y comunicar sus almas con personas que tengan letras, en especial si los confesores no las tienen, por buenos que sean. Son gran cosa letras para dar en todo luz. Será posible hallar lo uno y lo otro junto en algunas personas. Y mientras más merced el Señor os hiciere en la oración, es menester más ir bien fundadas sus obras y oración.

            3. Ya sabéis que la primera piedra ha de ser buena conciencia y con todas vuestras fuerzas libraros aun de pecados veniales y seguir lo más perfecto. Parecerá que esto cualquier confesor lo sabe, y es engaño. A mí me acaeció tratar con uno cosas de conciencia que había oído todo el curso de teología, y me hizo harto daño en cosas que me decía no eran nada; y sé que no pretendía engañarme ni tenía para qué, sino que no supo más. Y con otros dos o tres, sin éste, me acaeció (4)[4].

            4. Este tener verdadera luz para guardar la ley de Dios con perfección es todo nuestro bien. Sobre ésta asienta bien la oración. Sin este cimiento fuerte, todo el edificio va falso. Si no les dieren libertad para confesarse, para tratar cosas de su alma con personas semejantes a lo que he dicho (5)[5]. Y atrévome más a decir, que aunque el confesor lo tenga todo, algunas veces se haga lo que digo; porque ya puede ser él se engañe, y es bien no se engañen todas por él; procurando siempre no sea cosa contra la obediencia, que medios hay para todo, y vale mucho a las almas, y así es bien por las maneras que pudiere lo procure.

            5. Todo esto que he dicho toca a la prelada. Y así la torno a pedir que, pues aquí no se pretende tener otra consolación sino la del alma, procure en esto su consolación, que hay diferentes caminos por donde lleva Dios y no por fuerza los sabrá todos un confesor; que yo aseguro no les falten personas santas que quieran tratarlas y consolar sus almas, si ellas son las que han de ser, aunque seáis pobres; que el que las sustenta los cuerpos despertará y pondrá voluntad a quien con ella dé luz a sus almas, y remédiase este mal, que es el que yo temo; que cuando el demonio tentase al confesor en engañarle en alguna doctrina, como sepa trata con otros irase a la mano y mirará mejor, en todo, lo que hace (6)[6].

            Quitada esta entrada al demonio, yo espero en Dios no la tendrá en esta casa; y así pido por amor del Señor al obispo que fuere, que deje a las hermanas esta libertad y que no se la quite, cuando las personas fueren tales que tengan letras y bondad, que luego se entiende en lugar tan chico como éste.

            6. Esto que aquí he dicho, téngolo visto y entendido y tratado con personas doctas y santas, que han mirado lo que más convenía a esta casa para que la perfección de esta casa fuese adelante. Y entre los peligros -que en todo le hay mientras vivimos- éste hallamos ser el menor; y que nunca haya vicario (7)[7] que tenga mano de entrar y salir, ni confesor que tenga esta libertad; sino que éstos sean para celar el recogimiento y honestidad de la casa y aprovechamiento interior y exterior, para decirlo al prelado cuando hubiere falta; mas no que sea él superior.

            7. Y esto es lo que se hace ahora, y no por solo mi parecer; porque el obispo que ahora tenemos, debajo de cuya obediencia estamos (que por causas muchas que hubo no se dio la obediencia a la Orden) (8)[8], que es persona amiga de toda religión y santidad y gran siervo de Dios (llámase Don Álvaro de Mendoza, de gran nobleza de linaje, y muy aficionado a favorecer esta casa de todas maneras) (9)[9], hizo juntar personas de letras y espíritu y experiencia para este punto, y se vino a determinar esto. Razón será que los prelados que vinieren se lleguen a este parecer, pues por tan buenos está determinado y con hartas oraciones pedido al Señor alumbrase lo mejor; y, a lo que se entiende hasta ahora, cierto esto lo es. El Señor sea servido llevarlo siempre adelante como más sea para su gloria, amén.

COMENTARIO AL CAPÍTULO 5

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            Capítulo breve. Pero la Autora riñe en él una batalla. Diríase que rompe una lanza contra leyes y costumbres inveteradas. Y contra el acoso o el confinamiento a que los convencionalismos de la época someten a las religiosas claustrales como ella y las de su grupo.

            Imposible asomarse a esa página, sin entrever un doble paisaje de luces y sombras. De un lado, el grupito de lectoras -Carmelo de San losé- por quienes la Madre Teresa ha reñido y ganado esa extraña batalla. Del otro, en el trasfondo del capítulo, el paisaje de monasterios femeninos conocidos por ella y aún no libres de las cadenas que quiere sacudir a toda costa.

            Son recientes los hechos aludidos. Se entrecruzan con el drama de la misma fundación y la puesta en marcha del grupo: reuniones de letrados, intervención del Obispo de Ávila, decisión a favor de los planes de la Fundadora. No se propone contarlo aquí. El Camino no es una narración. Como en el capítulo primero del libro, si evoca hechos sucedidos es para afirmar ideas y programar la vida.


El derecho a saber y la libertad de conciencia

            Las ideas programáticas ahora defendidas van a ser dos, de gran calibre: la libertad de conciencia ("esta santa libertad"; dirá ella), y el derecho a saber o a mantener contactos con los maestros.

            Libertad y cultura: dos valores reclamados para el grupo de mujeres-lectoras, mientras les explica el tema del amor. Como si fuera prerrequisito indispensable para entrar en las consignas del amor puro, que formulará enseguida (capítulos 6-7).

            He aquí una pista para seguir el desarrollo teresiano de esas dos ideas.


"Es gran cosa letras"

            A la Madre ciertamente no le pasa por la cabeza fundar una academia teológica dentro de su nuevo Carmelo. Pero está obsesionada por la idea de la cultura espiritual. No acepta que la clausura sea un reducto de ignorancia femenina, al estilo de la época. Cotiza alto los libros. Y, todavía más, desea empalmes con los maestros.

            Ya en el libro de su Vida había escrito: "Siempre fui amiga de letras" (5, 3). "Amiga de buenos libros" (3, 7). Los letrados "son un gran tesoro" (11, 6). "De devociones a bobas nos libre Dios" (13, 16). "Es gran cosa letras, porque éstas nos enseñan a las que poco sabemos" (13, 16).

            Lo repetirá en este capítulo como un axioma: "Son gran cosa letras para dar en todo luz" (n. 2). "Letras", en el léxico teresiano, son cultura. Indican el saber sólido y bien cimentado de los hombres de estudio: "letrados". Especialmente, teólogos y biblistas, profesionales de la cultura espiritual cristiana. Es necesario que sus monjas codicien el saber. Es necesario que "Ella (la priora) y todas... comuniquen sus almas con personas que tengan letras" (n. 2).

            Sabe bien que eso costará dinero. Y que el Carmelo de San José abunda en pobreza. Pues, "aunque seáis pobres, el que sustenta los cuerpos despertará y pondrá voluntad a quien con ella dé luz a las almas; y remédiase este mal, que es el que yo temo" (n. 5).

            En las Constituciones que por esas fechas redacta ella misma para las doce lectoras, se preocupa de que en casa no falten los "buenos libros": "porque es, en parte, tan necesario este mantenimiento para el alma, como el comer para el cuerpo" (n. 8).

            Aquí, en el Camino, insiste más en los maestros. Ha ganado la voluntad de uno de los mayores teólogos de su siglo, "el padre Presentado fray Domingo Bañez". El insigne dominico viene con frecuencia al locutorio de San José a tener su plática, como tendría su lección de prima en las aulas de Salamanca. Ocurre alguna vez que, mientras el profesor habla de Dios, la Madre no puede contenerse, y se extasía. Y él, "en viéndola así, con un género de respeto, se quitaba la capilla y se estaba descubierto mientras duraba" (BMC 19, p. 582).

            "Tienen un no sé qué (los) grandes letrados, como Dios los tiene para luz de su Iglesia...", escribirá en el Castillo interior (V, 1, 7). Pero esa asociación del "saber" y la "luz" ya la propone a las lectoras del Camino: "Este tener verdadera luz para guardar la ley de Dios con perfección es todo nuestro bien" (n. 4).

            En el fondo, como siempre, late en el alma de la Santa una experiencia vivida y sentida, que ahora le mueve la pluma. No sólo no quiere para el grupo un rellano de cómoda ignorancia, por más que los doctos de la época lo prefieran así para las mujeres. Ella quiere librarlas del escollo de los medioletrados, lenguaraces y "espantadizos", que a ella le han costado "tan caro" (Moradas V, 1, 8). Da por descontado que entre las destinatarias de su libro ha de haber personas con fuerte experiencia de Dios. Pues bien, "mientras más merced el Señor os hiciere en la oración, más es menester ir bien fundadas en sus obras y oración" (n. 2), y más necesario será el magisterio del teólogo.


La "santa libertad"

            Impresionan al lector de hoy la fuerza e insistencia con que la Fundadora pide libertad para el grupo y para las personas que lo integran.

            La pide en primer lugar a la priora, para que "la procure siempre". "Esta santa libertad pido yo, por amor al Señor, a la que estuviere por mayor procure con el obispo". Entre líneas añadirá más tarde, que la procure también con "el provincial" (n. 2). Y de nuevo "se lo torna a pedir a la prelada" (n. 5).

            Repetirá la súplica al obispo en directo: "Así se lo pido por amor del Señor al obispo que fuere, que deje a las hermanas esta libertad, y que no se la quite" (n. 5).


Libertad ¿de qué y para qué?

            El capítulo había comenzado pidiendo a Dios -"¡por quien Su Majestad es!"- que "no dé a probar a nadie en esta casa el trabajo... de verse alma y cuerpo apretadas". Ese "apretamiento" -como dirá enseguida- consistía en la radical limitación de comunicación que las leyes de la época imponían a las claustrales, tanto en la delicada esfera de la conciencia (no poder recurrir sino a confesor o confesores, más o menos impuestos a la comunidad), como en el campo de la formación y dirección espiritual fuera del sacramento de la penitencia.

            Teresa suele hacer la salvedad de su viejo monasterio de la Encarnación (4, 16): "no en el mío", no había ese "apretamiento" en la Encarnación. Allí eran tantas las religiosas, que abundaban los confesores carmelitas, dominicos, jesuitas y sacerdotes diocesanos. Sin embargo, cuando ella misma necesitó un especial asesoramiento espiritual, pese a las cautelas adoptadas para lograrlo sigilosamente, hubo de pasar por el sonrojo de que la cosa se divulgase "por todo el convento" (Vida 23, 15). El recuerdo de aquel sonrojo se le convierte ahora en humorismo: "¡Oh, que si no es de su Orden, aunque fuese un San Jerónimo, luego hacen afrenta de la Orden toda!" (Escribió así, con fina ironía, al redactar por primera vez el capítulo. Luego hubo de rebajar el tono picante, rehaciendo ese pasaje).

            De hecho, en la Encarnación estaba en vigor una norma que rezaba, más o menos, así: "Confesarse han las hermanas una vez a la semana o, a lo menos a más tardar, en quince días a su confesor, señalado por el Visitador deputado, debaxo de cierta forma. Y no les convenga, sin licencia del Visitador, a ningún otro confesar sus pecados, ni menos allegarse a su propio confesor, fuera destas ordinarias confesiones, salvo de especial licencia de la priora..." (Prescripción de las llamadas Constituciones de la Encarnación: BMC, 9, p. 485).

            Con el agravante de nuevos "preceptos", ulteriormente limitantes, impuestos por los superiores de turno.

            Pues bien, la santa libertad por la que rompe lanzas la Madre Teresa en su conventito de San José consiste en:

            - Que caigan esas barreras impuestas a la conciencia de las religiosas enclaustradas.

            - Que, a ser posible, el horizonte de la dirección espiritual comunitaria y personal, quede abierto a verdaderos maestros de teología y de espíritu: "Dios las libre, por espíritu que uno les parezca tenga y en hecho de verdad le tenga, regirse en todo por él, si no es letrado" (n. 2, según la redacción primera).

            - Que, "si por ventura les ponen precepto (para que) no se confiesen con otro, sin confesión traten sus almas con personas de espíritu y letras" (n. 4, redacción 1ª).

            - Y finalmente: que en esto, como en el resto de la vida del grupo reunido en torno a ella, se respete la libertad y autonomía de la comunidad. Que no se les imponga un interventor leguleyo, bajo la figura del "vicario", con poderes para entrometerse en la vida de la casa: "Que nunca haya vicario que tenga mano de entrar y salir, ni confesor que tenga esta libertad" (n. 6).

            Rara vez a lo largo del libro encontraremos a la Autora tan perentoria y exigente.


La tensión de la escritora: entre audacia y recelos

            Cuando Teresa escribe esa página, ya ha ganado para la nueva casa la batalla de la "santa libertad".

            Ha hecho que el Obispo junte "personas de letras y espíritu y experiencia", que han discutido este punto, arropadas por una campaña de oraciones que ella misma ha caldeado en la comunidad y entre los amigos de fuera. Y, por fin, entre todos han decidido lo mejor, es decir, "la santa libertad" preconizada por la Fundadora: "Esto se determinó después de harta oración de muchas personas y mía -aunque miserable-, y entre personas de grandes letras y entendimiento y oración; y así espero en el Señor es lo más acertado" (n. 7, redacción 1ª).

            Por eso, al escribir por primera vez el capítulo, comenzó dándolo por zanjado definitivamente: "Alabad mucho, hijas, a Dios por esta libertad que tenéis, que, aunque no ha de ser para con muchos, podréis tratar con algunos, aunque no sean los ordinarios confesores, que os den luz para todo" (n. 1).

            Luego, es casi seguro que alguno de los censores encontró atrevidas las expresiones de la Santa. Y ella hubo de aguarlas y rebajarlas de tono, al pasarlas a la segunda redacción del libro.

            Todavía, al margen de este segundo texto, uno de los censores más adictos a la ideología teresiana anotará al margen:

            "Esto es bien, porque hay unos maestros espirituales que, por no errar, condenan cuantos espíritus hay, por demonios; y yerran más en esto, porque ahogan los espíritus del Señor, como dice el Apóstol" (Anotación al margen del n. 4).

            Nuevos retoques y matices tendrán que ser introducidos por ella misma en el texto, al prepararlo para la primera edición de la obra. Pero mantendrá en pie el reclamo final, de cara al futuro de la casa y del grave problema:

            "Razón será que los prelados que vinieren se lleguen a este parecer, pues por tan buenos está determinado, y con hartas oraciones pedido al Señor alumbrase lo mejor. Y, (a) lo que se entiende hasta ahora, cierto esto lo es" (n. 7).

            Por desgracia, no fue así. Muerta ella, de nuevo renació y se agudizó el problema. De nuevo hubo quien guerreó contra la "santa libertad" a favor del "apretamiento" de alma y cuerpo. Y de nuevo la causa de la libertad perdió terreno en el Carmelo mismo de la Madre Teresa.

            Pero esos avatares desbordan ya el horizonte de la presente página del Camino.


    [1] En la 1 redacción había escrito con fina ironía: "Si no es de la Orden, aunque fuese un San Jerónimo, luego hacen afrenta a la Orden toda. - Alabad mucho, hijas, a Dios por esta libertad que tenéis que -aunque no ha de ser para con muchos- podréis tratar con algunos, aunque no sean los ordinarios confesores, que os den luz para todo". - Es interesante notar que en este delicado asunto la legislación eclesiástica ha venido a dar la razón a Santa Teresa.
    [2] Quien estuviere por "mayor": la superiora.
    [3] O provincial: añadido entre líneas por la Santa. En la 3 redacción (ms. de Toledo), la Santa tachó además obispo y escribió prelado. - Todo este pasaje tenía sentido diverso en la 1 redacción: "Procure siempre tratar con quien tenga letras, y que traten sus monjas. Dios las libre, por espíritu que uno les parezca tenga y en hecho de verdad le tenga, regirse en todo por él, si no es letrado".
    [4] Véase Vida c. 6, n. 4; y c. 4, n. 7; c. 5, n. 3; c. 8, n. 11; c. 26, n. 3...
    [5] En el laconismo de esa frase compendia las siguientes de la 1 redacción: "Así que gente de espíritu y de letras han menester tratar. Si el confesor no pudieren lo tenga todo, a tiempos procurar otros; y si por ventura las ponen precepto no se confiesen con otros, sin confesión traten su alma con personas semejantes a lo que digo". - Uno de los censores, luego de haber subrayado largamente el texto del autógrafo, anotó al margen: "Esto es bien; porque hay unos maestros espirituales que, por no errar, condenan cuantos espíritus hay por demonios, y yerran más en esto, porque ahogan los espíritus del Señor, como dice el Apóstol".
    [6] La 1 redacción continuaba: "No las quite que algunas veces se confiesen con ellos [con letrados] y traten su oración aunque haya confesores; que para muchas cosas sé que conviene, y que el daño que puede haber es ninguno en comparación del grande y disimulado y casi sin remedio, a manera de decir, que hay en lo contrario. Que esto tienen los monasterios: que el bien cáese presto, si con gran cuidado no se guarda; y el mal, si una vez comienza, es dificultosísimo de quitarse, que muy presto la costumbre se hace hábito y naturaleza de cosas imperfectas".
    [7] Vicario: superior facultado por el Obispo o Provincial. Cf carta al P. Gracián (B.M.C., 350, n. 1) con instrucciones para el gobierno de las carmelitas.
    [8] En la 1 redacción continuaba insistiendo: "Porque, como digo, hallose grandes causas para ser esto lo mejor, miradas todas, y que un confesor confiese ordinario que sea el mismo capellán, siendo tal; y que para las veces que hubiere necesidad en un alma, puedan confesarse con personas tales como quedan dichas, nombrándolas el mismo prelado o, si la Madre fuere tal que el Obispo que fuere fíe esto de ella, a su disposición; que, como son pocas, poco tiempo ocuparán a nadie. Esto se determinó después de harta oración y de muchas personas y mía -aunque miserable- y entre personas de grandes letras y entendimiento y oración; y así espero en el Señor es lo más acertado".
    [9] Véase Vida c. 33, n. 16. - El elogio de D. Álvaro aquí hecho por la Santa, fue borrado por ella misma en el ms. de Toledo, al preparar el libro para la edición, y asimismo en el ms. de Madrid; lo conservó en el ms. de Salamanca.
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Santa Teresa de Jesús, 15 de Octubre

Santa Teresa de Jesús
Virgen y Doctora de la Iglesia, Madre nuestra.
Celebración: 15 de Octubre.


Nace en Avila el 28 de marzo de 1515. Entra en el Monasterio de la Encarnación de Avila, el 2 de noviembre de 1535. Funda en Avila el primer monasterio de carmelitas descalzas con el título de San José el 24 de agosto de 1562.

Inaugura el primer convento de frailes contemplativos en Duruelo el 28 de noviembre de 1568. Llegará a fundar 32 casas. Hija de la Iglesia, muere en Alba de Tormes el 4 de octubre de 1582.

La primera edición de sus obras fue el 1588 en Salamanca, preparadas por Fr. Luis de león. El 24 de abril de 1614 fue beatificada por el Papa Pablo V, y el 12 de marzo de 1622 era canonizada en San Pedro por el Papa Gregorio XV. El 10 de septiembre de 1965, Pablo VI la proclama Patrona de los Escritores Españoles.


Gracias a sus obras -entre las que destacan el Libro de la Vida, el Camino de Perfección, Las Moradas y las Fundaciones- ha ejercido en el pueblo de Dios un luminoso y fecundo magisterio, que Pablo VI iba a reconocer solemnemente, declarándola Doctora de la Iglesia Universal el 27 de septiembre de 1970.

Teresa es maestra de oración en el pueblo de Dios y fundadora del Carmelo Teresiano.

¿Qué significa la oración para Santa Teresa?
"Procuraba, lo más que podía, traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor, dentro de mí presente. Y ésta era mi manera de oración. Si pensaba en algún paso, le representaba en lo interior; aunque lo más gastaba en leer buenos libros, que era toda mi recreación; porque no me dio Dios talento de discurrir con elentendimiento ni de aprovecharme con la imaginación; que la tengo tan torpe, que, aun para pensar y representar en mí (como lo procuraba traer) la humanidad del Señor, nunca acababa. Y, aunque por esta vía de no poder obrar con el entendimiento llegan más presto a la contemplación si perseveran, es muy trabajoso y penoso. Porque, si falta la ocupación de la voluntad y el haber en qué se ocupe en cosa presente el amor, queda el alma como sin arrimo ni ejercicio, y da gran pena la soledad y sequedad, y grandísimo combate los pensamientos" (Vida 4,7).

"En la oración pasaba gran trabajo, porque no andaba el espíritu señor sino esclavo; y así no me podía encerrar dentro de mí (que era todo el modo de proceder que llevaba en la oración), sin encerrar conmigo mil vanidades. Pasé así muchos años; que ahora me espanto qué sujeto bastó a sufrir que no dejase lo uno o lo otro. Bien sé que dejar la oración ya no era en mi mano, porque me tenía con las suyas el que me quería para hacerme mayores mercedes" (Vida 7, 17).

"Gran mal es un alma sola entre tantos peligros. Paréceme a mí que, si yo tuviera con quién tratar todo esto, que me ayudara a no tornar a caer, siquiera por vergüenza, ya que no la tenía de Dios. Por eso, aconsejaría yo a los que tienen oración, en especial al principio, procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo. Es cosa importantísima, aunque no sea sino ayudarse unos a otros con su oración. ¡Cuánto más, que hay muchas más ganancias! Yo no sé por qué (pues de conversa ciones y voluntades humanas, aunque no sean muy buenas, se procuran amigos con quien descansar y para más gozar de contar aquellos placeres vanos) no se ha de permitir que quien comenzare de veras a amar a Dios y a servirle, deje de tratar con algunas personas sus placeres y trabajos; que de todo tienen los que tienen oración" (Vida 7, 20).

Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por mí..., se me ofreció lo que ahora diré... que es: considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal adonde hay muchos aposentos así como en el cielo hay muchas moradas... Pues ¿qué tal os parece que será el aposento adonde un rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita?... no hay para qué nos cansar en querer comprender la hermosura de este castillo... ¿No es pequeña lástima y confusión que por nuestra culpa no (nos) entendamos a nosotros mismos ni sepamos quién somos? ¿No sería qran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es y no se conociese ni supiese quién fue su padre ni su madre ni de qué tierra?.... (1 Moradas 1,1-2)