Libro de las Fundaciones
CAPÍTULO 17
Que trata de la fundación de los monasterios de
Pastrana, así de frailes como de monjas. Fue en el mismo año de 1570, digo 1569
(1)[1].
1. Pues habiendo –luego que se fundó la casa de
Toledo, desde a quince días, víspera de Pascua del Espíritu Santo– (2)[2]
de acomodar la iglesia y poner redes y cosas, que había habido harto que hacer
(porque, como he dicho, casi un año estuvimos en esta casa), y cansada aquellos
días de andar con oficiales, había acabádose todo. Aquella mañana, sentándonos
en refectorio a comer, me dio tan gran consuelo de ver que ya no tenía qué
hacer y que aquella Pascua podía gozarme con nuestro Señor algún rato, que casi
no podía comer, según se sentía mi alma regalada.
2. No merecí mucho este consuelo, porque, estando en
esto, me vienen a decir que está allí un criado de la princesa de Éboli, mujer
de Ruy Gómez de Silva. Yo fui allá, y era que enviaba por mí, porque había
mucho que estaba tratado entre ella y mí de fundar un monasterio en Pastrana.
Yo no pensé que fuera tan presto. A mí me dio (3)[3]
pena, porque tan recién fundado el monasterio y con contradicción, era mucho
peligro dejarle, y así me determiné luego a no ir y se lo dije. Él díjome que
no se sufría, porque la princesa estaba ya allá y no iba a otra cosa, que era
hacerle afrenta. Con todo eso, no me pasaba por pensamiento de ir, y así le
dije que se fuese a comer y que yo escribiría a la princesa y se iría. Él era
hombre muy honrado y, aunque se le hacía de mal, como yo le dije las razones
que había, pasaba por ello.
3. Las monjas para estar en el monasterio acababan
de venir. En ninguna manera veía cómo se poder dejar tan presto. Fuime delante
del Santísimo Sacramento para pedir al Señor escribiese de suerte que no se
enojase, porque nos estaba muy mal, a causa de comenzar entonces los frailes, y
para todo era bueno tener a Ruy Gómez (4)[4],
que tanta cabida tenía con el Rey y con todos; aunque de esto no me acuerdo si
se me acordaba, mas bien sé que no la quería disgustar. Estando en esto, fueme
dicho de parte de nuestro Señor que no dejase de ir, que a más iba que a
aquella fundación, y que llevase la Regla y Constituciones.
4. Yo, como esto entendí, aunque veía grandes
razones para no ir, no osé sino hacer lo que solía en semejantes cosas, que era
regirme (5)[5]
por el consejo del confesor. Y así le envié a llamar, sin decirle lo que había
entendido en la oración (porque con esto quedo más satisfecha siempre), sino
suplicando al Señor les dé luz, conforme a lo que naturalmente pueden conocer;
y Su Majestad, cuando quiere se haga una cosa, se lo pone en corazón. Esto me
ha acaecido muchas veces. Así fue en esto, que, mirándolo todo, le pareció
fuese, y con eso me determiné a ir.
5. Salí de Toledo segundo día de Pascua de Espíritu
Santo. Era el camino por Madrid, y fuímonos a posar mis compañeras y yo a un
monasterio de franciscas con una señora que le hizo y estaba en él, llamada
doña Leonor Mascareñas, aya que fue del rey, muy sierva de nuestro Señor,
adonde yo había posado otras veces por algunas ocasiones que se había ofrecido
pasar por allí, y siempre me hacía mucha merced (6)[6].
6. Esta señora me dijo que se holgaba viniese a tal
tiempo, porque estaba allí un ermitaño que me deseaba mucho conocer, y que le
parecía que la vida que hacían él y sus compañeros conformaba mucho con nuestra
Regla. Yo, como tenía solos dos frailes, vínome el pensamiento que si pudiese
que éste lo fuese, que sería gran cosa; y así la supliqué procurase que nos
hablásemos. Él posaba en un aposento que esta señora le tenía dado, con otro
hermano mancebo, llamado fray Juan de la Miseria, gran siervo de Dios y muy
simple en las cosas del mundo (7)[7].
Pues comunicándonos entrambos, me vino a decir que quería ir a Roma.
7. Antes que pase adelante, quiero decir lo que sé
de este padre, llamado Mariano de San Benito (8)[8].
Era de nación italiana, doctor y de muy gran ingenio y habilidad. Estando con
la Reina de Polonia (9)[9],
que era el gobierno de toda su casa, nunca se habiendo inclinado a casar, sino
tenía una encomienda de San Juan, llamole nuestro Señor a dejarlo todo para
mejor procurar su salvación. Después de haber pasado algunos trabajos, que le
levantaron había sido en una muerte de un hombre, y le tuvieron dos años en la
cárcel, adonde no quiso letrado, ni que nadie volviese por él, sino Dios y su
justicia, habiendo testigos que decían que él los había llamado para que le
matasen, casi como a los viejos de santa Susana acaeció que, preguntado a cada
uno adónde estaba entonces, el uno dijo que sentado sobre una cama; el otro,
que a una ventana; en fin, vinieron a confesar cómo lo levantaban (10)[10],
y él me certificaba que le había costado hartos dineros librarlos para que no
los castigasen, y que el mismo que le hacía la guerra, había venido a sus manos
que hiciese cierta información contra él, y que por el mismo caso había puesto
cuanto había podido por no le hacer daño.
8. Estas y otras virtudes –que es hombre limpio y
casto, enemigo de tratar con mujeres– debían de merecer con nuestro Señor que
le diese luz de lo que era el mundo,
para procurar apartarse de él (11)[11];
y así comenzó a pensar qué Orden tomaría; e intentando las unas y las otras, en
todas debía hallar inconveniente para su condición, según me dijo. Supo que
cerca de Sevilla estaban juntos unos ermitaños en un desierto, que llamaban el
Tardón, teniendo un hombre muy santo por mayor, que llamaban el padre Mateo
(12)[12].
Tenía cada uno su celda y aparte, sin decir oficio divino, sino un oratorio
adonde se juntaban a misa. Ni tenían renta ni querían recibir limosna ni la
recibían; sino de la labor de sus manos se mantenían, y cada uno comía por sí,
harto pobremente. Pareciome, cuando lo oí, el retrato de nuestros santos Padres.
En esta manera de vivir estuvo ocho años. Como vino el santo concilio de
Trento, como mandaron reducir a las Ordenes los ermitaños (13)[13],
él quería ir a Roma a pedir licencia para que los dejasen estar así, y este
intento tenía cuando yo le hablé.
9. Pues como me dijo la manera de su vida, yo le
mostré nuestra Regla primitiva y le dije que sin tanto trabajo podía guardar
todo aquello, pues era lo mismo, en especial de vivir de la labor de sus manos,
que era a lo que él mucho se inclinaba, diciéndome que estaba el mundo perdido
de codicia y que esto hacía no tener en nada a los religiosos. Como yo estaba
en lo mismo, en esto presto nos concertamos y aun en todo; que, dándole yo
razones de lo mucho que podía servir a Dios en este hábito, me dijo que pensaría
en ello aquella noche. Ya yo le vi casi determinado, y entendí que lo que yo
había entendido en oración «que iba a más que al monasterio de las monjas», era
aquello. Diome grandísimo contento, pareciendo se había mucho de servir el
Señor, si él entraba en la Orden. Su Majestad, que lo quería, le movió de
manera aquella noche, que otro día me llamó ya muy determinado y aun espantado
de verse mudado tan presto, en especial por una mujer, que aun ahora algunas
veces me lo dice, como si fuera eso la causa, sino el Señor que puede mudar los
corazones (14)[14].
10. Grandes son sus juicios, que habiendo andado
tantos años sin saber a qué se determinar de estado (porque el que entonces
tenía no lo era, que no hacían votos, ni cosa que los obligase, sino estarse
allí retirados), y que tan presto le moviese Dios y le diese a entender lo
mucho que le había de servir en este estado, y que Su Majestad le había
menester para llevar adelante lo que estaba comenzado, que ha ayudado mucho y
hasta ahora le cuesta hartos trabajos y costará más hasta que se asiente (según
se puede entender de las contradicciones que ahora tiene esta primera Regla)
(15)[15];
porque por su habilidad e ingenio y buena vida tiene cabida con muchas personas
que nos favorecen y amparan.
11. Pues díjome cómo Ruy Gómez en Pastrana, que es
el mismo lugar adonde yo iba, le había dado una buena ermita y sitio para hacer
allí asiento de ermitaños, y que él quería hacerla de esta Orden y tomar el
hábito. Yo se lo agradecí y alabé mucho a nuestro Señor; porque de las dos
licencias que me había enviado nuestro padre General Reverendísimo para dos
monasterios, no estaba hecho más del uno (16)[16].
Y desde allí hice mensajero a los dos padres que quedan dichos, el que era
Provincial y lo había sido (17)[17],
pidiéndole mucho me diesen licencia, porque no se podía hacer sin su
consentimiento; y escribí al obispo de Ávila, que era don Álvaro de Mendoza,
que nos favorecía mucho, para que lo acabase con ellos.
12. Fue Dios servido que lo tuvieron por bien. Les
parecería que en lugar tan apartado les podía hacer poco perjuicio. Diome la
palabra de ir allá en siendo venida la licencia. Con esto fui en extremo
contenta. Hallé allá a la princesa y al príncipe Ruy Gómez, que me hicieron muy
buen acogimiento. Diéronnos un aposento apartado, adonde estuvimos más de lo
que yo pensé; porque la casa estaba tan chica, que la princesa la había mandado
derrocar mucho de ella y tornar a hacer de nuevo, aunque no las paredes, mas
hartas cosas.
13. Estaría allí tres meses (18)[18],
adonde se pasaron hartos trabajos, por pedirme algunas cosas la princesa que no
convenían a nuestra religión, y así me determiné a venir de allí sin fundar,
antes que hacerlo. El príncipe Ruy Gómez, con su cordura, que lo era mucho y
llegado a razón, hizo a su mujer que se allanase; y yo llevaba algunas cosas
(19)[19],
porque tenía más deseo de que se hiciese el monasterio de los frailes que el de
las monjas, por entender lo mucho que importaba, como después se ha visto.
14. En este tiempo vino Mariano y su compañero, los
ermitaños que quedan dichos (20)[20],
y traída la licencia, aquellos señores tuvieron por bien que se hiciese la
ermita que le había dado para ermitaños de frailes Descalzos, enviando yo a
llamar al padre fray Antonio de Jesús, que fue el primero, que estaba en
Mancera, para que comenzase a fundar el monasterio. Yo les aderecé hábitos y
capas, y hacía todo lo que podía para que ellos tomasen luego el hábito.
15. En esta sazón había yo enviado por más monjas al
monasterio de Medina del Campo, que no llevaba más de dos conmigo (21)[21];
y estaba allí un padre, ya de días, que aunque no era muy viejo, no era mozo,
muy buen predicador, llamado fray Baltasar de Jesús (22)[22].
Como supo que se hacía aquel monasterio, vínose con las monjas con intento de
tornarse Descalzo; y así lo hizo cuando vino, que, como me lo dijo, yo alabé a
Dios. Él dio el hábito al padre Mariano y a su compañero, para legos entrambos,
que tampoco el padre Mariano quiso ser de misa, sino entrar para ser el menor
de todos, ni yo lo pude acabar con él. Después, por mandato de nuestro
Reverendísimo Padre General, se ordenó de misa (23)[23].
Pues fundados entrambos monasterios y venido el padre fray Antonio de Jesús,
comenzaron a entrar novicios tales cuales adelante se dirá de algunos, y a
servir a nuestro Señor tan de veras, como –si Él es servido– escribirá quien lo
sepa mejor decir que yo, que en este caso, cierto quedo corta.
16. En lo que toca a las monjas (24)[24],
estuvo el monasterio allí de ellas en mucha gracia de estos señores y con gran
cuidado de la princesa en regalarlas y tratarlas bien, hasta que murió el
príncipe Ruy Gómez, que el demonio, o por ventura porque el Señor lo permitió
–Su Majestad sabe por qué– con la acelerada pasión de su muerte entró la
princesa allí monja (25)[25].
Con la pena que tenía, no le podían caer en mucho gusto las cosas a que no
estaba usada de encerramiento, y por el santo Concilio la priora no podía dar
las libertades que quería.
17. Vínose a disgustar con ella y con todas de tal
manera, que aun después que dejó el hábito, estando ya en su casa, le daban
enojo, y las pobres monjas andaban con tanta inquietud, que yo procuré con
cuantas vías pude, suplicándolo a los prelados, que quitasen de allí el
monasterio, fundándose uno en Segovia, como adelante se dirá, adonde se
pasaron, dejando cuanto les había dado la princesa (26)[26],
y llevando consigo algunas monjas que ella había mandado tomar sin ninguna
cosa. Las camas y cosillas que las mismas monjas habían traído llevaron
consigo, dejando bien lastimados a los del lugar. Yo con el mayor contento del
mundo de verlas en quietud, porque estaba muy bien informada que ellas ninguna
culpa habían tenido en el disgusto de la princesa; antes, lo que estuvo con
hábito, la servían como antes que le tuviese. Sólo en lo que tengo dicho (27)[27]
fue la ocasión y la misma pena que esta señora tenía y una criada que llevó
consigo, que, a lo que se entiende, tuvo toda la culpa. En fin, el Señor que lo
permitió. Debía ver que no convenía allí aquel monasterio, que sus juicios son
grandes y contra todos nuestros entendimientos. Yo, por solo el mío, no me
atreviera, sino por el parecer de personas de letras y santidad.
Notas del capítulo 17
[2] Es
decir: habiendo pasado 15 días después de la fundación de Toledo... – Téngase
presente este pequeño cuadro de fechas: es el año 1569; el 8 de mayo el
gobernador eclesiástico autoriza la fundación de Toledo; el 14 se lleva ésta a
cabo; el 28 (unos «quince días después»), llega a Toledo el mensaje de la
Princesa de Éboli; el 30 partida de Toledo a Pastrana; se entretiene entre ocho
y diez días en Madrid. El 28 de junio funda el Carmelo de Pastrana. El 13 de
julio se funda en Pastrana el convento de descalzos. El 21 ya está la Santa de
regreso en Toledo.
[4] Escribiese de suerte que no se enojase: la
Princesa. – Era bueno tener a R. Gómez:
tenerlo favorable. – Los dos personajes que ahora entran en la escena teresiana
son Ruy Gómez de Silva, noble portugués, valido de Felipe II, y su mujer Ana de
Mondoza, más conocida por el título de Princesa de Éboli, fémina inquieta,
veleidosa y avasalladora. Con ella tendrá que habérselas la buena M. Fundadora.
[13] Como vino el s. Concilio de T.:
modo gráfico de indicar la introducción o aplicación de los decretos de Trento
en España. – Reducir a las Órdenes los
ermitaños: desautorización de la vida eremítica sin votos; probable
alusión, no a los cánones de Trento, sino a la constitución de S. Pío V
«Lubricum genus» del 17/11/1568, que concedía un año de plazo en la aplicación.
Por eso al año siguiente los ermitaños del P. Mateo quieren «ir a Roma a pedir
licencia para que los dejasen estar así», sin votos solemnes.
[14] Bajo
estas dos frases se esconde una delicada alusión o quizás una de las finas
reticencias estiladas por la Santa: no faltaron entre aquellos insignes
primitivos quienes se sonrojaron de seguir la Reforma de una mujer...
Evidentemente, la Santa llegó a saberlo, y hasta se rió un poco de la demasiada
hombría de estos hijos precoces...
[22] El
P. Baltasar de Jesús (Nieto), 1524-1589, fue el primer Superior de Pastrana y
fue hombre de vida inquieta, azarosa, nada gloriosa; es significativo que la
Santa, tan pródiga en el título de «muy siervos de Dios» para los personajes de
su historia, a éste le presente como un fraile, ni viejo ni mozo, buen
predicador; y que no quisiese que los nuevos descalzos ultimasen la fundación
hasta que viniese el P. Antonio (13 de julio).
[25] Murió
Ruy Gómez el 29/7/1573. La viuda y enlutada Princesa (de unos 33 años) se hizo
descalza inmediatamente. – No estaba usada (= acostumbrada) a encerramiento. –
Y por el Santo Concilio, es decir, en atención a las leyes de clausura, urgidas
por el Conc. de Trento (ses. 25, c. 5), la priora no podía transigir...
[27] Lo que tengo dicho,
en el c. 16 sobre la obligación de la clausura, insoportable para la princesa e
inderogable por parte de la Priora. – La Princesa salió del convento en Enero
de 1574; el éxodo de las monjas tuvo lugar del 6 al 7 de abril. – Para medir el
alcance de este varonil gesto de la Santa, téngase en cuenta que el libro de la
Vida quedaba en manos de la vengativa Princesa, que lo hizo servir de texto de
comedia entre sus criadillas, y luego de tragedia en el tribunal de la
Inquisición.
COMENTARIO AL CAPÍTULO 17
Dos fundaciones en Pastrana
El presente capítulo contiene una serie de episodios
dramáticos, con desenlace un tanto épico. Cuenta el enfrentamiento de la Santa
con doña Ana de Mendoza, princesa de Éboli, con ocasión de las dos fundaciones
ocurridas en su feudo de Pastrana. Con un comienzo sorpresivo pero sereno, y
una escalada de sucesos gozosos en Madrid, y agridulces en Pastrana. Largo
recorrido: de Toledo a Madrid, de ahí a Pastrana (a unos cien kilómetros), y a
los dos meses, regreso de Pastrana a Toledo.
El capítulo se puede esquematizar en cinco puntos:
– Sorpresa
en Toledo por el mensaje de la Éboli, y decisión de la Santa (nn.1‑4);
– Viaje de
ésta a Pastrana, con parada en Madrid, donde conoce a dos ermitaños italianos
(nn. 5‑6);
– Perfil
de uno de ellos, P. Mariano Azzaro (nn. 7‑9);
– En
Pastrana, difíciles trámites de fundación (nn. 10‑13);
– Por fin,
erección de las dos fundaciones (nn. 14‑17).
Pastrana era entonces una próspera villa de la Alcarria
(Guadalajara) con población en torno a los 5.000 habitantes. Desde marzo de
1559 es señorío de Ruy Gómez de Silva, esposo de Ana de Mendoza, Princesa de
Éboli, que es a su vez prima de doña Luisa de la Cerda, a quien intenta emular
con la fundación de un Carmelo más riguroso que el recién fundado en Malagón.
Ya antes lo ha tratado con la Santa: "Había mucho
que estaba tratado entre ella y mí", pero ahora (junio de 1569), apenas
erigido el Carmelo de Toledo, doña Ana sorprende imperativamente a la Santa
mandándole un mensajero y la propia carroza para que emprenda el viaje a
Pastrana, sea como sea.
La Santa lo ve improcedente y se resiste. Luego, en
oración y asesorada por su confesor, acepta. Se pone en viaje a los dos días,
hace un alto en Madrid, hospedada por la señorial doña Leonor de Mascareñas, en
cuya casa conversa con los dos ermitaños italianos, mariano Azzaro y Juan
Narduch, a los que convence de que prosigan vida de ermitaños pero según la
Regla del Carmelo. Poco después también estos prosiguen viaje a Pastrana.
Llegada a Pastrana y alojada en el palacio de la
Princesa, tiene que enfrentarse con los primeros caprichos de ésta, que se
mantiene inamovible. De suerte que la Santa renuncia a la fundación del nuevo
Carmelo. Hasta que, gracias a la mediación de Ruy Gómez, la Princesa renuncia a
sus caprichos impositivos y se llega a la erección de las dos fundaciones: la
de monjas el 23 de junio; la de frailes al mes siguiente. Tras conseguir la
licencia de los dos provinciales carmelitas –como en el caso de Duruelo–, ella
misma prepara los hábitos carmelitanos para los dos postulantes italianos, que
bajo la dirección del P. Antonio, venido de Mancera, ponen en marcha el segundo
convento de Descalzos.
Pasada una breve temporada, la Santa regresa a Toledo,
desde donde envía como priora del Carmelo pastranense a una de sus monjas más
inteligentes, Isabel de Santo Domingo, y cuando las cosas parecen haberse
serenado, surgen los dos mayores contratiempos.
De pronto fallece Ruy Gómez (29.7.1573), esposo de la
joven doña Ana, y ésta, en uno de sus típicos golpes de escena, se instala en
el Carmelo de Pastrana como una monja más, pero sin dejar de ser princesa, con
séquito, atuendo y relaciones principescas, que hacen imposible la vida en un
Carmelo Teresiano. De suerte que la monja‑princesa forzosamente regresa a su
palacio sin que cesen sus intromisiones en el Carmelo, y la Santa decide la
retirada de la comunidad: se apresura a fundar el Carmelo de Segovia; y en
plena noche (1.4.1574), sus monjas de Pastrana, guiadas por el bueno de Julián
de Ávila, suben a los carromatos y abandonan definitivamente el edificio de
Pastrana en manos de la Princesa, ahora furibunda.
Más adversa que esa pequeña epopeya es la venganza de la
Princesa. Había ocurrido que justamente poco antes de emprender el viaje a
Pastrana, la prima de ésta y amiga de la Santa, doña Luisa de la Cerda, había
regresado de Andalucía trayendo en propia mano el Libro de la Vida, revisado y
aprobado por el Maestro Juan de Ávila. En Toledo se lo entrega a la autora, que
prefiere no dejarlo en manos de nadie y lo lleva consigo a Pastrana, pensando
quizás en el pronto regreso a Ávila.
Enterada de ello la Princesa, insiste en leer el
manuscrito. Ante la resistencia de la Santa, interpone la mediación autorizada
de don Ruy Gómez, prometiendo ambos reserva absoluta. Teresa accede. Y bien
pronto constata que su libro pasa de mano en mano entre la servidumbre de la
Princesa, y es objeto de risas y burlas. La Santa lo recupera. Pero el daño
estaba hecho. Y ahora, al quebrarse las buenas relaciones entre ambas, el libro
es delatado por la Éboli a la Inquisición, que al año siguiente (1575), lo
secuestra y lo retiene en prisión indefinidamente. Aún no lo sabe la Santa
cuando escribe estas páginas (1574). Se enterará poco después, mientras
instaura el Carmelo de Beas en Andalucía.
Lo más notable en todo el episodio es el tono sumiso del
relato y el respeto a la intrigante princesa‑fundadora, con quien la Santa
mantendrá relaciones corteses toda su vida.
NOTAS del Comentario:
1. Referencias cronológicas importantes en el capítulo:
– 14.5.1569:
fundación del Carmelo de Toledo;
– 28.5.1569:
llegan el mensajero y la carroza de la Éboli;
– 30.5.1569:
sale de Toledo; parada de 8 a 10 días en Madrid;
– 23.6.1569;
inauguración del Carmelo pastranense;
– 13.7.1569:
erección del convento de Descalzos en Pastrana;
– 21.7.1569:
la Santa regresa a Toledo;
– 29.7.1573:
fallece Ruy Gómez de Silva;
– 31.7.1573:
la Princesa de Éboli ingresa en el Carmelo de Pastrana. (En ese momento la
Santa reside en el Carmelo de Salamanca);
– 1.4.1574:
el Carmelo de Pastrana se traslada a Segovia;
– Redacción
del presente capítulo, probablemente ese mismo año 1574, en Segovia. El Libro
de la Vida seguirá en prisión hasta después de muerta la autora.
2. Personas que intervienen en el relato:
– Ana de
Mendoza y de la Cerda (154‑1592), Princesa de Éboli, desposada (a los doce
años) con Ruy Gómez de Silva (1516‑1573), portugués, gran valido de Felipe II,
que en 1559 le confiere el título de Príncipe de Éboli. Es señor de Pastrana.
– Vicente
Barrón, dominico, que en Ávila y en Toledo había sido confesor de Teresa (Cf
Vida c. 7 y Relación 4): aquí (n. 4) la asesora en la propuesta de fundación.
– Mariano
Azzaro y Juan Narduch eran ermitaños del Tardón (Córdoba), que ahora viajaban a
Roma para solicitar la pervivencia del eremitorio, del cual era fundador el P.
Mateo de la Fuente (n. 8), con el apoyo de san Juan de Ávila. (J. Narduch en el
Carmelo se llamará fray Juan de la Miseria).
– Los
carmelitas Antonio de Jesús y Bartolomé Nieto (nn. 14-15): el primero, fundador
de Duruelo, ahora venido desde Mancera; el segundo, carmelita andaluz,
castigado por el P. General Rubeo; ahora se agrega a los Descalzos, entre los
cuales tendrá mala fama y oscura conducta.
– Leonor
de Mascareñas (1503‑1584) es portuguesa (n. 5). Ha sido aya de Felipe II y ha
contribuido en Madrid a la fundación de las Descalzas Reales, donde
reiteradamente se aloja la Madre Teresa.
– Los dos
provinciales carmelitas (n. 11) son los mismos que intervienen en la licencia
para la fundación de Duruelo (c. 13, 4): Alonso González y Ángel de Salazar.
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