Libro de las Fundaciones
Capítulo 31(1)[1]
Comiénzase a tratar en este capítulo de la fundación
del glorioso San José de Santa Ana en la ciudad de Burgos. Díjose la primera
misa a 8 días del mes de abril, octava de Pascua de Resurrección, año de 1582.
1. Había más de seis años que algunas personas de
mucha religión de la Compañía de Jesús, antiguas y de letras y espíritu, me
decían que se serviría mucho nuestro Señor de que una casa de esta sagrada
Religión estuviese en Burgos, dándome algunas razones para ello que me movían a
desearlo. Con los muchos trabajos de la Orden y otras fundaciones, no había
habido lugar de procurarlo.
2. El año de 1580, estando yo en Valladolid pasó por
allí el Arzobispo de Burgos (2)[2],
que habían dádole entonces el obispado, que lo era antes de Canaria y venía
entonces. Supliqué al obispo de Palencia, don Álvaro de Mendoza (de quien ya he
dicho lo mucho que favorece esta Orden, porque fue el primero que admitió el
monasterio de San José de Ávila, siendo allí Obispo, y siempre después nos ha
hecho mucha merced y toma las cosas de esta Orden como propias, en especial las
que yo le suplico), y muy de buena gana dijo se la pediría (3)[3];
porque como le parece se sirve nuestro Señor en estas casas, gusta mucho cuando
alguna se funda.
3. No quiso entrar el Arzobispo en Valladolid, sino
posó en el monasterio de San Jerónimo, adonde le hizo mucha fiesta el obispo de
Palencia, y se fue a comer con él y a darle un cinto o no sé qué ceremonia, que
lo había de hacer Obispo (4)[4].
Allí le pidió la licencia para que yo fundase el monasterio. Él dijo la daría
muy de buena gana; porque aun había querido en Canaria y deseado procurar tener
un monasterio de éstos, porque él conocía lo que se servía en ellos nuestro
Señor, porque era de donde había uno de ellos y a mí me conocía mucho. Así me
dijo el Obispo por la licencia no quedase, que él se había holgado mucho de
ello; y como no trata el Concilio que se dé por escrito sino que sea con su
voluntad esto, se podía tener por dada (5)[5].
4. En la fundación pasada de Palencia dejo dicho la
gran contradicción que tenía de fundar por este tiempo, por haber estado con
una gran enfermedad, que pensaron no viviera, y aún no estaba convalecida (6)[6];
aunque esto no me suele a mí caer tanto en lo que veo que es servicio de Dios,
y así no entiendo la causa de tanta desgana como yo entonces tenía. Porque si
es por poca posibilidad, menos había tenido en otras fundaciones. A mí paréceme
era el demonio, después que he visto lo que ha sucedido, y así ha sido
ordinario que cada vez que ha de haber trabajo en alguna fundación, como
nuestro Señor me conoce por tan miserable, siempre me ayuda con palabras y con
obras. He pensado algunas veces cómo en algunas fundaciones que no los ha
habido, no me advierte Su Majestad de nada. Así ha sido en esto; que, como
sabía lo que se había de pasar, desde luego me comenzó a dar aliento. Sea por
todo alabado. Así fue aquí, como dejo ya dicho en la fundación de Palencia, que
juntamente se trataba (7)[7],
que con una manera de reprensión me dijo que de qué temía, que cuándo me había
faltado. El mismo soy; no dejes de hacer estas dos fundaciones. Porque queda
dicho en la pasada el ánimo con que me dejaron estas palabras, no hay para qué
lo tornar a decir aquí, porque luego se me quitó toda la pereza. Por donde
parece no era la causa la enfermedad ni la vejez. Así comencé a tratar de lo
uno y de lo otro, como queda dicho.
5. Pareció que era mejor hacer primero lo de
Palencia, como estaba más cerca y por ser el tiempo tan recio y Burgos tan
frío, y por dar contento al buen obispo de Palencia. Y así se hizo como queda
dicho. Y como estando allí se ofreció la fundación de Soria, pareció, pues allí
se estaba todo hecho, que era mejor ir primero y desde allí a Soria.
Pareciole al obispo de Palencia, y yo se lo
supliqué, que era bien dar cuenta al Arzobispo de lo que pasaba, y envió desde
allí, después de ida yo a Soria, a un canónigo al Arzobispo, no a otra cosa,
llamado Juan Alonso. Y escribiome a mí lo que deseaba mi ida con mucho amor y
trató con el canónigo, y escribió a Su Señoría, remitiéndose a él, y que lo que
hacía era porque conocía a Burgos, que era menester entrar con su
consentimiento.
6. En fin, la resolución que yo fuese allá y se
tratase primero con la ciudad, y que si no diesen licencia, que no le habían de
tener las manos para que él no me la diese, y que él se había hallado en el
primer monasterio de Ávila, que se acordaba del gran alboroto y contradicción
que había habido; y que así quería prevenir acá, que no convenía hacerse
monasterio si no era de renta o con consentimiento de la ciudad, que no me
estaba bien, que por esto lo decía.
7. El Obispo túvolo por hecho, y con razón, en decir
que yo fuese allá, y enviome a decir que fuese. Mas a mí me pareció entender
alguna falta de ánimo en el Arzobispo, y escribile agradeciendo la merced que
me hacía; mas que me parecía ser peor no lo queriendo la ciudad, que ello sin
decírselo (8)[8], y
ponerle a Su Señoría en más contienda (parece adiviné lo poco que tuviera en él
si hubiera alguna contradicción), que yo la procuraría; y aún túvelo por
dificultoso por las contrarias opiniones que suele haber en cosas semejantes; y
escribí al obispo de Palencia, suplicándole que pues ya había tan poco de
verano y mis enfermedades eran tantas para estar en tierra tan fría, que se
quedase por entonces. No puse duda en cosa del Arzobispo, porque él estaba ya
desabrido de que ponía inconvenientes, habiéndole mostrado tanta voluntad, y
por no poner alguna discordia, que son amigos; y así me fui desde Soria a
Ávila, bien descuidada por entonces de venir tan presto, y fue harto necesaria
mi ida a aquella (9)[9]
casa de San José de Ávila para algunas cosas.
8. Había en esta ciudad de Burgos una santa viuda,
llamada Catalina de Tolosa, natural de Vizcaya, que en decir sus virtudes me
pudiera alargar mucho, así de penitencia como de oración, de grandes limosnas y
caridad, de muy buen entendimiento y valor. Había metido dos hijas monjas en el
monasterio de nuestra Orden de la Concepción, que está en Valladolid, creo
había cuatro años, y en Palencia metió otras dos, que estuvo aguardando a que
se fundase, y antes que yo me fuese de aquella fundación las llevó (10)[10].
9. Todas cuatro han salido como criadas de tal
madre, que no parecen sino ángeles. Dábales buenos dotes y todas las cosas muy
cumplidas, porque lo es ella mucho. Todo lo que hace, muy cabal, y puédelo
hacer, porque es rica. Cuando fue a Palencia, teníamos por tan cierta la
licencia del Arzobispo, que no parecía había en qué reparar. Y así la rogué me
buscase una casa alquilada para tomar la posesión e hiciese unas redes (11)[11]
y tornos y lo pusiese a mi cuenta, no pasándome por pensamiento que ella
gastase nada, sino que me lo prestase. Ella lo deseaba tanto, que sintió en
gran manera que se quedase por entonces. Y así, después de ida yo a Ávila –como
he dicho– (12)[12]
bien descuidada de tratar de ello por entonces, ella no lo quedó, sino
pareciéndole no estaba en más de tener licencia de la ciudad, sin decirme nada,
comenzó a procurarla.
10. Tenía ella dos vecinas, personas principales y
muy siervas de Dios, que lo deseaban mucho, madre e hija. La madre se llamaba
doña María Manrique. Tenía un hijo regidor, llamado don Alonso de Santo Domingo
Manrique (13)[13].
La hija se llamaba doña Catalina. Entrambas lo trataron con él para que lo
pidiese en el Ayuntamiento, el cual habló a Catalina de Tolosa diciendo que qué
fundamento diría que teníamos, porque no la darían sin alguno. Ella dijo que se
obligaría, y así lo hizo, de darnos casa si nos faltase, y de comer; y con esto
dio una petición firmada de su nombre. Don Alonso se dio tan buena maña, que la
alcanzó de todos los regidores y el Arzobispo, y llevole la licencia por
escrito. Ella luego después de comenzado a tratar, me escribió que lo andaba
negociando. Yo lo tuve (14)[14]
por cosa de burla, porque sé cuán mal admiten monasterios pobres, y como no
sabía ni me pasaba por pensamiento que ella se obligaba a lo que hizo,
pareciome era mucho más menester.
11. Con todo, estando un día de la octava de San
Martín (15)[15]
encomendándolo a nuestro Señor, pensé que se podía hacer si la diese. Porque ir
yo a Burgos con tantas enfermedades, que les son los fríos muy contrarios,
siendo tan frío, pareciome que no se sufría, que era temeridad andar tan largo
camino, acabada casi de venir de tan áspero –como he dicho– (16)[16]
en la venida de Soria, ni el padre Provincial me dejaría. Consideraba que iría
bien la Priora de Palencia (17)[17],
que estando llano todo, no había ya que hacer.
Estando pensando esto y muy determinada a no ir,
díceme el Señor estas palabras, por donde vi que era ya dada la licencia: No
hagas caso de esos fríos, que Yo soy la verdadera calor. El demonio pone todas
sus fuerzas por impedir aquella fundación. Ponlas tú de mi parte por que se
haga, y no dejes de ir en persona, que se hará gran provecho (18)[18].
12. Con esto torné a mudar parecer, aunque el
natural en cosas de trabajo algunas veces repugna, mas no la determinación de
padecer por este gran Dios. Y así le digo que no haga caso de estos
sentimientos de mi flaqueza para mandarme lo que fuere servido, que, con su
favor, no lo dejaré de hacer.
Hacía entonces nieves y fríos. Lo que me acobarda
más es la poca salud, que, a tenerla, todo no me parece que se me haría nada.
Esta me ha fatigado en esta fundación muy ordinario. El frío ha sido tan poco,
al menos el que yo he sentido, que con verdad me parece sentía tanto cuando
estaba en Toledo. Bien ha cumplido el Señor su palabra de lo que en esto dijo.
13. Pocos días tardaron en traerme la licencia con
cartas de Catalina de Tolosa y su amiga doña Catalina (19)[19],
dando gran prisa, porque temían no hubiese algún desmán, porque habían a la
sazón venido allí a fundar la Orden de los victorinos (20)[20],
y la de los calzados del Carmen había mucho que estaban allí procurando fundar;
después vinieron los basilios; que era harto impedimento, y cosa para
considerar habernos juntado tantos en un tiempo, y también para alabar a
nuestro Señor de la gran caridad de este lugar, que les dio licencia la ciudad
muy de buena gana, con no estar con la prosperidad que solían. Siempre había yo
oído loar la caridad de esta ciudad, mas no pensé llegaba a tanto. Unos
favorecían a unos, otros a otros. Mas el Arzobispo miraba por todos los
inconvenientes que podía haber y lo defendía (21)[21],
pareciéndole era hacer agravio a las Ordenes de pobreza, que no se podrían
mantener; y quizá acudían a él los mismos, o lo inventaba el demonio para
quitar el gran bien que hace Dios adonde trae muchos monasterios, porque
poderoso es para mantener los muchos como los pocos.
14. Pues, con esta ocasión, era tanta la prisa que
me daban esta santas mujeres, que, a mi querer, luego me partiera, si no
tuviera negocios que hacer. Porque miraba yo cuán más obligada estaba a que no
se perdiese coyuntura por mí, que a las que veía poner tanta diligencia.
En las palabras que había entendido, daban a
entender contradicción mucha. Yo no podía saber de quién ni por dónde; porque
ya Catalina de Tolosa me había escrito que tenía cierta la casa en que vivía
para tomar la posesión; la ciudad llana; el Arzobispo también. No podía
entender de quién había de ser esta contradicción que los demonios habían de
poner; porque en que eran de Dios las palabras que había entendido, no dudaba.
15. En fin, da Su Majestad a los prelados más luz;
que como lo escribí al padre Provincial en que fuese por lo que había
entendido, no me lo estorbó; mas dijo que si había licencia por escrito del
Arzobispo (22)[22].
Yo lo escribí así a Burgos. Dijéronme que con él se había tratado cómo se pedía
a la ciudad, y lo había tenido por bien; esto y todas las palabras que había
dicho en el caso; parece no había que dudar.
16. Quiso el padre Provincial ir con nosotras a esta
fundación (23)[23].
Parte debía ser estar entonces desocupado, que había predicado el Adviento ya y
había de ir a visitar a Soria, que después que se fundó no la había visto y era
poco rodeo; y parte por mirar por mi salud en los caminos, por ser el tiempo
tan recio y yo tan vieja y enferma, y paréceles les importa algo mi vida. Y
fue, cierto, ordenación de Dios, porque los caminos estaban tales, que eran las
aguas muchas, que fue bien necesario ir él y sus compañeros para mirar por
dónde se iba, y ayudar a sacar los carros de los trampales. En especial desde
Palencia a Burgos, que fue harto atrevimiento salir de allí cuando salimos.
Verdad es que nuestro Señor me dijo que bien podíamos ir, que no temiese, que
Él sería con nosotros; aunque esto no lo dije yo al padre Provincial por
entonces, mas consolábame a mí en los grandes trabajos y peligros que nos
vimos, en especial un paso que hay cerca de Burgos, que llaman unos pontones, y
el agua había sido tanta, y lo era muchos ratos, que sobrepujaba sobre estos
pontones tanto, que ni se parecían ni se veía por donde ir, sino todo agua, y
de una parte y de otra está muy hondo. En fin, es gran temeridad pasar por
allí, en especial con carros, que, a trastornar un poco, va todo perdido, y así
el uno de ellos se vio en peligro (24)[24].
17. Tomamos una guía en una venta que está antes,
que sabían aquel paso; mas, cierto, él es bien peligroso. Pues las posadas,
como no se podían andar jornadas a causa de los malos caminos, que era muy
ordinario anegarse los carros en el cieno, habían de pasar de unas bestias al
otro para sacarles. Gran cosa pasaron los padres que iban allí, porque
acertamos a llevar unos carreteros mozos y de poco cuidado. Ir con el padre
Provincial lo aliviaba mucho, porque le tenía de todo, y una condición tan
apacible, que no parece se le pega trabajo de nada; y así, lo que era mucho lo
facilitaba que parecía poco, aunque no los pontones, que no se dejó de temer
harto. Porque verse entrar en un mundo de agua, sin camino ni barco, con cuanto
nuestro Señor me había esforzado, aún no dejé de temer: ¿qué harían mis
compañeras? Íbamos ocho: dos que han de tornar conmigo, y cinco que han de
quedar en Burgos: cuatro de coro y una freila (25)[25].
Aún no creo he dicho cómo se llama el padre Provincial (26)[26].
Es fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, de quien ya otras veces he hecho
mención. Yo iba con un mal de garganta bien apretado que me dio camino (27)[27]
en llegando a Valladolid, y sin quitárseme calentura. Comer, era el dolor harto
grande. Esto me hizo no gozar tanto del gusto de los sucesos de este camino.
Este mal me duró hasta ahora, que es a fin de junio, aunque no tan apretado,
con mucho, mas harto penoso. Todas venían contentas, porque en pasando el
peligro, era recreación hablar en él. Es gran cosa padecer por obediencia, para
quien tan ordinario la tienen como estas monjas.
18. Con este mal camino llegamos a Burgos por harta
agua que hay antes de entrar en él. Quiso nuestro padre fuésemos lo primero a
ver el santo Crucifijo (28)[28],
para encomendarle el negocio y porque anocheciese, que era temprano cuando
llegamos, que era un viernes, un día después de la conversión de San Pablo, 26
días de enero. Traíase determinado de fundar luego, y yo traía muchas cartas
del canónigo Salinas (el que queda dicho en la fundación de Palencia, que no
menos le cuesta ésta; es de aquí, y de personas principales) para que sus
deudos favoreciesen este negocio y para otros amigos, muy encarecidamente.
19. Y así lo hicieron, que luego otro día me
vinieron todos a ver y en ciudad (29)[29],
que ellos no estaban arrepentidos de lo que habían dicho, sino que se holgaban
que fuese venida, que viese en qué me podían hacer merced. Como, si algún miedo
traíamos, era de la ciudad, tuvímoslo todo por llano. Aun sin que lo supiera
nadie, a no llegar con un agua grandísima a la casa de la buena Catalina de
Tolosa, pensamos hacerlo saber al Arzobispo, para decir la primera misa luego,
como lo hago en casi las más partes; mas por esto se quedó.
20. Descansamos aquella noche con mucho regalo que
nos hizo esta santa mujer, aunque me costó a mí trabajo; porque tenía gran
lumbre para enjugar el agua, y aunque era en chimenea, me hizo tanto mal, que
otro día no podía levantar la cabeza, que echada hablaba a los que venían, por
una ventana de reja, que pusimos un velo; que por ser día que por fuerza había
de negociar, se me hizo muy penoso.
21. Luego de mañana fue el padre Provincial a pedir
la bendición al Ilustrísimo, que no pensamos había más que hacer. Hallole tan
alterado y enojado de que me había venido sin su licencia, como si no me lo
hubiera él mandado ni tratádose cosa en el negocio, y así habló al padre
Provincial enojadísimo de mí. Ya que concedió que él había mandado que yo
viniese, dijo que yo sola a negociarlo; mas venir con tantas monjas... ¡Dios
nos libre de la pena que le dio! Decirle que negociado ya con la ciudad, como
él pidió, que no había que negociar más de fundar, y que el obispo de Palencia
me había dicho (que le había yo preguntado si sería bien que viniese) (30)[30]
que no había para qué, que ya él decía lo que lo deseaba, aprovechaba poco.
Ello había pasado así, y fue querer Dios se fundase la casa, y él mismo lo dice
después; porque, a hacérselo saber llanamente, dijera que no viniéramos. Con
que despidió al padre Provincial, es con que si no había renta y casa propia
que en ninguna manera daría la licencia, que bien nos podíamos tornar. ¡Pues
bonitos estaban los caminos y hacía el tiempo!
22. ¡Oh Señor mío, qué cierto es, a quien os hace
algún servicio, pagar luego con un gran trabajo! ¡Y qué precio tan precioso
para los que de veras os aman, si luego se nos diese a entender su valor! Mas
entonces no quisiéramos esta ganancia, porque parece lo imposibilitaba todo.
Que decía más: que lo que se había de tener de renta y comprar la casa, que no
había de ser de lo que trajesen las monjas. Pues adonde no se traía pensamiento
de esto en los tiempos de ahora, bien se daba a entender no había de haber
remedio; aunque no a mí, que siempre estuve cierta que era todo para mejor y
enredos que ponía el demonio para que no se hiciese, y que Dios había de salir
con su obra. Vino con esto el padre Provincial muy alegre, que entonces no se
turbó. Dios lo proveyó, y para que no se enojase conmigo porque no había tenido
la licencia por escrito, como él decía.
23. Habían estado ahí conmigo de los amigos que
había escrito el canónigo Salinas –como he dicho– (31)[31]
y de ellos vinieron luego y sus deudos. Parecioles se pidiese licencia al
Arzobispo para que nos dijesen misa en casa, por no ir por las calles. Hacían
grandes lodos, y descalzas parecía inconveniente, y en la casa estaba una pieza
decente, que había sido iglesia de la Compañía de Jesús luego que vinieron a
Burgos, adonde estuvieron más de diez años; y con esto nos parecía no había
inconveniente de tomar allí la posesión hasta tener casa. Nunca se pudo acabar
con él nos dejase oír en ella misa, aunque fueron dos canónigos a suplicárselo.
Lo que se acabó con él es que, tenida la renta, se fundase allí hasta comprar
casa; y que para esto diésemos fiadores que se compraría y que nos saldríamos
de allí. Estos hallamos luego, que los amigos del canónigo Salinas se
ofrecieron a ello y Catalina de Tolosa a dar renta para que se fundase.
24. En qué tanto y cómo y de dónde, se debían pasar
más de tres semanas, y nosotras no oyendo misa sino las fiestas muy de mañana,
y yo con calentura y harto mal. Mas hízolo tan bien Catalina de Tolosa, que era
tan regalada (32)[32]
y con tanta voluntad nos dio a todas de comer un mes, como si fuera madre de
cada una, en un cuarto que estábamos apartadas. El padre Provincial y sus
compañeros posaban en casa de un su amigo, que habían sido colegiales juntos,
llamado el doctor Manso, que era canónigo de púlpito (33)[33],
en la iglesia mayor, harto deshecho de ver que se detenía tanto allí, y no
sabía cómo nos dejar.
25. Pues concertados fiadores y la renta, dijo el
Arzobispo se diese al Provisor, que luego se despacharía. El demonio no debía
dejar de acudir a él. Después de muy mirado, que ya no pensamos que había en
qué se detener y pasado casi un mes en acabar con el Arzobispo se contentase
con lo que se hacía, envíame el Provisor una memoria y dice que la licencia no
se dará hasta que tengamos casa propia, que ya no quería el Arzobispo
fundásemos en la que estábamos, porque era húmeda, y que había mucho ruido en
aquella calle; y para la seguridad de la hacienda no sé qué enredos, y otras
cosas, como si entonces se comenzara el negocio, y que en esto no había más que
hablar, y que la casa había de ser a contento del Arzobispo.
26. Mucha fue la alteración del padre Provincial
cuando esto vio, y de todas. Porque para comprar sitio para un monasterio, ya
se ve lo que es menester de tiempo, y él andaba deshecho de vernos salir a
misa; que aunque la iglesia (34)[34]
no estaba lejos y la oíamos en una capilla sin vernos nadie, para Su Reverencia
y nosotras era grandísima pena lo que se había estado. Ya entonces, creo,
estuvo en que nos tornásemos. Yo no lo podía llevar, cuando me acordaba que me
había dicho el Señor que yo lo procurase de su parte, y teníalo por tan cierto
que se había de hacer, que no me daba ninguna cosa casi pena. Sólo la tenía de
la del padre Provincial, y pesábame harto de que hubiese venido con nosotras,
como quien no sabía lo que nos habían de aprovechar sus amigos, como después
diré. Estando en esta aflicción, y mis compañeras la tenían mucha (mas de esto
no se me daba nada, sino del Provincial), sin estar en oración, me dice nuestro
Señor estas palabras: Ahora, Teresa, ten fuerte. Con esto procuré con más ánimo
con el padre Provincial (y Su Majestad se le debía poner a él) que se fuese y
nos dejase. Porque era ya por cerca de cuaresma y había forzado de ir a
predicar (35)[35].
27. Él y los amigos dieron orden que nos diesen unas
piezas del hospital de la Concepción, que había Santísimo Sacramento allí y
misa cada día. Con esto le dio algún contento. Mas no se pasó poco en dárnoslo;
porque un aposento que había bueno, habíale alquilado una viuda de aquí y ella
no sólo no nos le quiso prestar (con que no había de ir en medio año a él), mas
pesole de que nos diesen unas piezas en lo más alto, a teja vana, y pasaba una
a su cuarto; y no se contentó con que tenía llave por de fuera, sino echar
clavos por de dentro. Sin esto, los cofrades pensaron nos habíamos de alzar con
el hospital, cosa bien sin camino, sino que quería Dios mereciésemos más.
Hácennos delante de un escribano prometer al padre Provincial y a mí que, en
diciéndonos que nos saliésemos de allí, luego lo habíamos de hacer.
28. Esto se me hizo lo más dificultoso, porque temía
la viuda, que era rica y tenía parientes, que cuando le diese el antojo nos
había de hacer ir. Mas el padre Provincial, como más avisado, quiso se hiciese
cuanto querían, porque nos fuésemos presto. No nos daban sino dos piezas (36)[36]
y una cocina; mas tenía cargo del hospital un gran siervo de Dios, llamado
Hernando de Matanza, que nos dio otras dos para locutorio y nos hacía mucha
caridad, y él la tiene con todos, que hace mucho por los pobres (37)[37].
También nos la hacía Francisco de Cuevas, que tenía mucha cuenta con este
hospital, que es correo mayor de aquí. Él ha hecho siempre por nosotras en
cuanto se ha ofrecido.
29. Nombré a los bienhechores de estos principios,
porque las monjas de ahora y las de por venir es razón se acuerden de ello en
sus oraciones. Esto se debe más a los fundadores; y aunque el primer intento
mío no fue lo fuese Catalina de Tolosa, ni me pasó por pensamiento, mereciólo
su buena vida con nuestro Señor, que ordenó las cosas de suerte que no se puede
negar que no lo es (38)[38].
Porque, dejado el pagar la casa, que no tuviéramos remedio, no se puede decir
lo que todos estos desvíos del Arzobispo le costaban; porque en pensar si no se
había de hacer, era su aflicción grandísima y jamás se cansaba de hacernos
bien.
30. Estaba este hospital muy lejos de su casa. Casi
cada día nos veía con gran voluntad y enviar todo lo que habíamos menester, con
que nunca cesaban de decirle dichos; que, a no tener el ánimo que tiene,
bastaban para dejarlo todo. Ver yo lo que ella pasaba, me daba a mí harta pena.
Porque, aunque las más veces lo encubría, otras no lo podía disimular, en
especial, cuando la tocaban en la conciencia, porque ella la tiene tan buena,
que por grandes ocasiones que algunas personas le dieron, nunca la oí palabra
que fuese ofensa de Dios. Decíanla que se iba al infierno, que cómo podía hacer
lo que hacía teniendo hijos. Ella lo hacía todo con parecer de letrados;
porque, aunque ella quisiera otra cosa, por ninguna de la tierra no consintiera
yo hiciera cosa que no pudiera, aunque se dejaran de hacer mil monasterios,
cuánto más uno. Mas como el medio que se trataba era secreto, no me espanto se
pensase; mas ella respondía con una cordura, que la tiene mucha, y lo llevaba,
que bien parecía la enseñaba Dios a tener industria para contentar a unos y
sufrir a otros, y le daba ánimo para llevarlo todo. ¡Cuánto más le tienen para
grandes cosas los siervos de Dios, que los de grandes linajes, si les falta
esto!, aunque ella no le falta mucha limpieza en el suyo, que es muy hija de algo
(39)[39].
31. Pues tornando a lo que trataba, como el padre
Provincial nos tuvo adonde oíamos misa y con clausura, tuvo corazón para irse a
Valladolid, adonde había de predicar, aunque con harta pena de no ver en el
Arzobispo cosa para tener esperanza había de dar la licencia. Aunque yo siempre
se la ponía, no lo podía creer. Y, cierto, había grandes ocasiones para
pensarlo, que no hay para qué las decir. Y si él tenía poca, los amigos tenían
menos y le ponían más mal corazón.
Yo quedé más aliviada de verle ido, porque –como he
dicho– (40)[40]
la mayor pena que tenía era la suya. Dejonos mandado se procurase casa, porque
se tuviese propia, lo que era bien dificultoso, porque hasta entonces ninguna
se había hallado que se pudiese comprar. Quedaron los amigos más encargados de
nosotras, en especial los dos del padre Provincial (41)[41],
y concertados todos de no hablar palabra al Arzobispo hasta que tuviésemos
casa. El cual siempre decía que deseaba esta fundación más que nadie, y créolo,
porque es tan buen cristiano que no diría sino verdad. En las obras no se
parecía, porque pedía cosas al parecer imposibles para lo que nosotras
podíamos. Esta era la traza que traía el demonio para que no se hiciese. Mas
¡oh Señor, cómo se ve que sois poderoso!, que de lo mismo que él buscaba para
estorbarlo, sacasteis Vos cómo se hiciese mejor. Seáis por siempre bendito.
32. Estuvimos desde la víspera de Santo Matía, que
entramos en el hospital, hasta la víspera de San José, tratando de unas y de
otras casas (42)[42].
Había tantos inconvenientes, que ninguna era para comprarse de las que querían
vender. Habíanme hablado de una de un caballero; ésta había días que la vendía,
y con andar tantas Ordenes buscando casa, fue Dios servido que no les pareciese
bien, que ahora se espantan todos y aun están bien arrepentidas algunas. A mí
me habían dicho de ella unas dos personas; mas eran tantas las que decían mal,
que ya, como cosa que no convenía, estaba descuidada de ella.
33. Estando un día con el licenciado Aguiar, que he
dicho era amigo de nuestro padre (43)[43],
que andaba buscando casa para nosotras con gran cuidado, diciendo cómo había
visto algunas y que no se hallaba en todo el lugar ni parecía posible hallarse,
a lo que me decían, me acordé de ésta que digo que teníamos ya dejada, y pensé:
aunque sea tan mala como dicen, socorrámonos en esta necesidad, después se
puede vender; y díjelo al licenciado Aguiar, que si quería hacerme merced de
verla.
34. A él no le pareció mala traza. La casa no la
había visto y, con hacer un día bien tempestuoso y áspero, quiso luego ir allá.
Estaba un morador en ella, que había poca gana de que se vendiese y no quiso
mostrársela; mas en el asiento y lo que pudo ver, le contentó mucho, y así nos
determinamos de tratar de comprarla. El caballero cuya era no estaba aquí, mas
tenía dado poder para venderla a un clérigo siervo de Dios, a quien Su Majestad
puso deseo de vendérnosla y tratar con mucha llaneza con nosotras (44)[44].
35. Concertose que la fuese yo a ver. Contentome en
tanto extremo, que si pidieran dos tanto más de lo que entendía nos la darían,
se me hiciera barata; y no hacía mucho, porque dos años antes lo daban a su
dueño y no la quiso dar. Luego otro día, vino allí el clérigo y el licenciado
(45)[45],
el cual, como vio con lo que se contentaba, quisiera se atara luego. Yo había
dado parte a unos amigos y habíanme dicho que si lo daba que daba quinientos
ducados más. Díjeselo, y él pareciole que era barata aunque diesen lo que
pedía, y a mí lo mismo, que yo no me detuviera, que me parecía de balde; mas
como eran dineros de la Orden, hacíaseme escrúpulo. Esta junta era víspera del
glorioso padre San José, antes de misa. Yo los dije que después de misa nos
tornásemos a juntar y se determinaría.
36. El licenciado es de muy de buen entendimiento, y
veía claro que si se comenzara a divulgar, que nos había de costar mucho más, o
no comprarla; y así puso mucha diligencia y tomó la palabra al clérigo tornase
allí después de misa. Nosotras nos fuimos a encomendarlo a Dios, el cual me
dijo: ¿En dineros te detienes?, dando a entender nos estaba bien. Las hermanas
habían pedido mucho a San José que para su día tuviesen casa, y con no haber
pensamiento de que la habría tan presto, se lo cumplió. Todos me importunaron
se concluyese. Y así se hizo, que el licenciado se halló un escribano a la
puerta (46)[46],
que pareció ordenación del Señor, y vino con él, y me dijo que convenía
concluirse, y trajo testigo; y cerrada la puerta de la sala, porque no supiese
(47)[47]
(que éste era su miedo), se concluyó la venta con toda firmeza, víspera –como
he dicho– del glorioso San José, por la buena diligencia y entendimiento de
este buen amigo.
37. Nadie pensó que se diera tan barata, y así, en
comenzándose a publicar, comenzaron a salir compradores y a decir que la había
quemado el clérigo que la concertó, y a decir que se deshiciese la venta porque
era grande el engaño. Harto pasó el buen clérigo. Avisaron luego a los señores
de la casa, que –como he dicho– (48)[48]
era un caballero principal, y su mujer lo mismo, y holgáronse tanto que su casa
se hiciese monasterio, que por esto lo dieron por bueno, aunque ya no podían
hacer otra cosa. Luego otro día se hicieron escrituras y se pagó el tercio de
la casa, todo como lo pidió el clérigo, que en algunas cosas nos agraviaban
(49)[49]
del concierto, y por él pasábamos por todo.
38. Parece cosa impertinente detenerme tanto en
contar la compra de esta casa, y verdaderamente a los que miraban las cosas por
menudo no les parecía menos que milagro, así en el precio tan de balde, como en
haberse cegado todas las personas de religión que la habían mirado para no la
tomar; y como si no hubiera estado en Burgos, se espantaban los que la veían, y
los culpaban y llamaban desatinados. Y un monasterio de monjas que andaba
buscando casa, y aun dos de ellos (el uno había poco que se había hecho, el
otro venídose de fuera de aquí, que se les había quemado la casa) y otra
persona rica que anda para hacer un monasterio y había poco que la habían
mirado, y la dejó: todas están harto arrepentidas.
39. Era el rumor de la ciudad de manera, que vimos
claro la gran razón que había tenido el buen licenciado de que fuese secreto y
de la diligencia que puso; que con verdad podemos decir que, después de Dios,
él nos dio la casa. Gran cosa hace un buen entendimiento para todo. Como él le
tiene tan grande y le puso Dios la voluntad, acabó con él esta obra. Estuvo más
de un mes ayudando y dando traza a que se acomodase bien y a poca costa.
Parecía bien había guardádola nuestro Señor para sí, que casi todo parecía se
hallaba hecho. Es verdad, que luego que la vi, y todo como si se hiciera para
nosotras, que me parecía cosa de sueño verlo tan presto hecho. Bien nos pagó
nuestro Señor lo que se había pasado en traernos a un deleite, porque de huerta
y vistas y agua no parece otra cosa. Sea por siempre bendito, amén.
40. Luego lo supo el Arzobispo y se holgó mucho se
hubiese acertado tan bien, pareciéndole que su porfía había sido la causa, y
tenía gran razón. Yo le escribí que me había alegrado le hubiese contentado,
que yo me daría prisa a acomodarla, para que del todo me hiciese merced. Con
esto que le dije, me di prisa a pasarme, porque me avisaron que hasta acabar no
sé qué escrituras nos querían tener allí. Y así, aunque no era ido un morador
que estaba en la casa (50)[50],
que también se pasó algo en echarle de allí, nos fuimos a un cuarto. Luego me
dijeron estaba muy enojado de ello (51)[51].
Le aplaqué todo lo que pude, que como es bueno, aunque se enoja, pásasele
presto. También se enojó de que supo teníamos rejas y torno, que le parecía lo
quería hacer absolutamente. Yo le escribí que tal no quería, que en casa de
personas recogidas había esto, que aun una cruz no había osado poner porque no
pareciese esto, y así era verdad. Con toda la buena voluntad que mostraba, no
había remedio de querer dar licencia.
41. Vino a ver la casa y contentóle mucho y
mostrónos mucha gracia, mas no para darnos la licencia, aunque dio más
esperanza: es que se habían de hacer no sé qué escrituras con Catalina de
Tolosa. Harto miedo tenían que no la había de dar. Mas el doctor Manso, que es
el otro amigo que he dicho del padre Provincial, era mucho suyo para aguardar
los tiempos en acordárselo e importunarle, que le costaba mucha pena vernos
andar como andábamos; que aun en esta casa, con tener capilla ella, que no
servía sino para decir misa a los señores de ella, nunca quiso nos la dijesen
en casa, sino que salíamos días de fiesta y domingos a oírla a una iglesia (52)[52],
que fue harto bien tenerla cerca, aunque después de pasadas a ella, hasta que
se fundó, pasó un mes, poco más o menos. Todos los letrados decían era causa
suficiente. El Arzobispo lo es harto, que lo veía también, y así no parece era
otra cosa la causa, sino querer nuestro Señor que padeciésemos, aunque yo mejor
lo llevaba. Mas había monja que, en viéndose en la calle, temblaba de la pena
que tenía.
42. Para hacer las escrituras no se pasó poco,
porque ya se contentaban con fiadores, ya querían el dinero, y otras muchas
importunidades. En esto no tenía tanta culpa el Arzobispo, sino un provisor que
nos hizo harta guerra, que si a la sazón no le llevara Dios un camino, que
quedó en otro, nunca parece se acabara (53)[53].
¡Oh!, lo que pasó en esto Catalina de Tolosa no se puede decir. Todo lo llevaba
con una paciencia que me espantaba, y no se cansaba de proveernos. Dio todo el
ajuar que tuvimos menester para asentar casa, de camas y otras muchas cosas
–que ella tenía casa proveída– y de todo lo que habíamos menester: no parecía
que, aunque faltase en la suya, nos había de faltar nada. Otras de las que han
fundado monasterios nuestros, mucha más hacienda han dado; mas que les cueste
de diez partes la una de trabajo, ninguna. Y, a no tener hijos, diera todo lo
que pudiera. Y deseaba tanto verlo acabado, que le parecía todo poco lo que
hacía para este fin.
43. Yo, de que vi tanta tardanza, escribí al obispo
de Palencia suplicándole tornase a escribir al Arzobispo, que estaba
desabridísimo con él; porque todo lo que hacía con nosotras, lo tomaba por cosa
propia; y lo que nos espantaba, que nunca al Arzobispo le pareció hacía agravio
en nada. Yo le supliqué le tornase a escribir, diciéndole que, pues teníamos
casa y se hacía lo que él quería, que acabase. Enviome una carta abierta para
él de tal manera, que, a dársela, lo echáramos todo a perder; y así el doctor
Manso, con quien yo me confesaba y aconsejaba, no quiso se la diese; porque
aunque venía muy comedida, decía algunas verdades que para la condición del
Arzobispo bastaba a desabrirle; que ya él lo estaba de algunas cosas que le
había enviado a decir, y eran muy amigos. Y decíame a mí que como por la muerte
de nuestro Señor se habían hecho amigos los que no lo eran, que por mí los
había hecho a entrambos enemigos. Yo le dije que ahí vería lo que yo era. Había
yo andado con particular cuidado, a mi parecer, para que no se desabriesen.
44. Torné a suplicar al Obispo, por las mejores
razones que pude, que le escribiese otra con mucha amistad, poniéndole delante
el servicio que era de Dios. Él hizo lo que le pedí, que no fue poco; mas como
vio era servicio de Dios y hacer merced, que tan en un ser me las ha hecho
siempre, en fin, se forzó y me escribió que todo lo que había hecho por la
Orden no era nada en comparación de esta carta. En fin, ella vino de suerte,
junto con la diligencia del doctor Manso, que nos la dio, y envió con ella al
buen Hernando de Matanza, que no venía poco alegre. Este día estaban las
hermanas harto más fatigadas que nunca habían estado, y la buena Catalina de
Tolosa de manera, que no la podía consolar; que parece quiso el Señor, al
tiempo que nos había de dar el contento, apretar más; que yo, que no había
estado desconfiada, lo estuve la noche antes. Sea para sin fin bendito su
nombre y alabado por siempre jamás, amén (54)[54].
45. Dio licencia al doctor Manso para que dijese otro
día la misa y pusiese el Santísimo Sacramento. Dijo la primera, y el padre
prior de San Pablo (55)[55]
(que es de los Dominicos, a quien siempre esta Orden ha debido mucho, y a los
de la Compañía también)..., él dijo la misa mayor, el padre prior, con mucha
solemnidad de ministriles (56)[56],
que sin llamarlos se vinieron.
Estaban todos los amigos muy contentos, y casi se le
dio a toda la ciudad, que nos habían mucha lástima de vernos andar así; y
parecíales tan mal lo que hacía el Arzobispo, que algunas veces sentía yo más
lo que oía de él que no lo que pasaba. La alegría de la buena Catalina de
Tolosa y de las hermanas era tan grande, que a mí me hacía devoción, y decía a
Dios: «Señor, ¿qué pretenden estas vuestras siervas más de serviros y verse
encerradas por Vos adonde nunca han de salir?».
46. Si no es por quien pasa, no se creerá el
contento que se recibe en estas fundaciones cuando nos vemos ya con clausura,
adonde no puede entrar persona seglar; que, por mucho que las queramos, no
basta para dejar de tener este gran consuelo de vernos a solas. Paréceme que es
como cuando en una red se sacan muchos peces del río, que no pueden vivir si no
los tornan al agua; así son las almas mostradas a estar en las corrientes de
las aguas de su Esposo, que sacadas de allí a ver las redes de las cosas del
mundo, verdaderamente no se vive hasta tornarse a ver allí. Esto veo en todas
estas hermanas siempre. Esto entiendo de experiencia. Las monjas que vieren en
sí deseo de salir fuera entre seglares o de tratarlos mucho, teman que no han
topado con el agua viva que dijo el Señor a la Samaritana (57)[57],
y que se les ha escondido el Esposo, y con razón, pues ellas no se contentan de
estarse con Él. Miedo he que nace de dos cosas: o que ellas no tomaron este
estado por solo Él, o que después de tomado no conocen la gran merced que Dios
les ha hecho en escogerlas para Sí y librarlas de estar sujetas a un hombre,
que muchas veces les acaba la vida, y plega a Dios no sea también el alma.
47. ¡Oh, verdadero Hombre y Dios, Esposo mío! ¿En
poco se debe tener esta merced? Alabémosle, hermanas mías, porque nos la ha
hecho, y no nos cansemos de alabar a tan gran Rey y Señor, que nos tiene
aparejado un reino que no tiene fin por unos trabajillos envueltos en mil
contentos, que se acabarán mañana. Sea por siempre bendito, amén, amén.
48. Unos días después que se fundó la casa, pareció
al padre Provincial (58)[58]
y a mí que en la renta que había mandado Catalina de Tolosa a esta casa, había
ciertos inconvenientes en que pudiera haber algún pleito, y a ella venirle
algún desasosiego, y quisimos más fiar de Dios que no quedar con ocasión de
darle pena en nada. Y por esto y otras algunas razones, dimos por ningunas,
delante de escribano, todas con licencia del padre Provincial, la hacienda que
nos había dado, y le tornamos todas las escrituras. Esto se hizo con mucho
secreto, porque no lo supiese el Arzobispo, que lo tuviera por agravio (59)[59],
aunque lo es para esta casa. Porque cuando se sabe que es de pobreza, no hay
que temer, que todos ayudan; mas teniéndola por de renta, parece es peligro, y
que se ha de quedar sin tener qué comer por ahora. Que para después de los días
de Catalina de Tolosa hizo un remedio, que dos hijas suyas, que aquel año
habían de profesar en nuestro monasterio de Palencia (60)[60],
que habían renunciado en ella cuando profesaron, las hizo dar por ninguno
aquello y renunciar en esta casa. Y otra hija que tenía, que quiso tomar hábito
aquí (61)[61],
la deja su legítima de su padre y de ella, que es tanto como la renta que daba,
sino que es el inconveniente que no lo gozan luego. Mas yo siempre he tenido
que no les ha de faltar, porque el Señor, que hace en otros monasterios que son
de limosna que se la den, despertará que lo hagan aquí o dará medios con que se
mantengan. Aunque como no se ha hecho ninguno de esta suerte, algunas veces le
suplicaba, pues había querido se hiciese, diese orden cómo se remediase y
tuviesen lo necesario, y no me había gana de ir de aquí hasta ver si entraba
alguna monja.
49. Y estando pensando en esto una vez después de
comulgar, me dijo el Señor: ¿En qué dudas?, que ya esto está acabado; bien te
puedes ir; dándome a entender que no les faltaría lo necesario; porque fue de
manera, que, como si las dejara muy buena renta, nunca más me dio cuidado. Y luego
traté de mi partida, porque me parecía que ya no hacía nada aquí más de
holgarme en esta casa, que es muy a mi propósito, y en otras partes, aunque con
más trabajo, podía aprovechar más.
El Arzobispo y Obispo de Palencia se quedaron muy
amigos; porque luego el Arzobispo nos mostró mucha gracia y dio el hábito a su
hija de Catalina de Tolosa (62)[62]
y a otra monja que entró luego aquí (63)[63],
y hasta ahora no nos dejan de regalar algunas personas, ni dejará nuestro Señor
padecer a sus esposas, si ellas le sirven como están obligadas. Para esto las
dé Su Majestad gracia por su gran misericordia y bondad.
COMENTARIO AL CAPÍTULO 31
Fundación del Carmelo de Burgos
Capítulo último. El más extenso del libro: 12 folios en
el autógrafo. Con título abundoso, pero sin numeración, como si constituyese
unidad aparte. Es también el más tenso y dramático, con intrigante y prolongado
suspense antes del desdenlace.
Especialmente interesante, por poner de relieve
ostensiblemente la índole y los objetivos del libro, entre historia y
metahistoria: con Dios por protagonista absoluto de la acción; entreverando
incisivamente en el relato una serie de instancias místicas que van jalonando
la narración.
Teresa misma introduce en el relato su "yo" de
narradora, sin disimular su "yo" de mística, con la propia
intrahistoria de sentimientos, emociones, temores, juicios de valor,
seguridades y ansias de espera. Y reiteradamente insiste en el objetivo final
de la narración, que no consiste en historiar por historiar, sino en provocar –casi
comprometer– la gratitud y la oración de las lectoras, presentes y futuras:
"Nombré a los bienhechores de estos principios, por que las monjas de
ahora y las de por venir es razón se acuerden de ello en sus oraciones. Esto se
debe más a los fundadores..." (n. 29), e interrumpe reiteradamente el
relato para recordarlo.
He aquí el trazado del capítulo:
–
Propuestas remotas y preparativos de la fundación (nn. 1‑15);
– Hazaña
del viaje invernal de Ávila a Burgos (nn. 16‑18);
– Casi un
mes de pausa en casa de doña Catalina de Tolosa (nn. 19‑26);
– Casi
otro mes de espera en el Hospital de la Concepción (nn. 27‑39);
– Trámites
(nn. 33‑39), adquisición y paso a la casa definitiva (nn. 40‑48);
– "Ya
esto está acabado: bien te puedes ir" (n. 49).
La narración esta marcada, como ya hemos aludido, por la
serie de hitos místicos, que van fijando los momentos cruciales del pequeño
drama en marcha. Helos aquí:
– Ya en el capítulo 30, anticipando la fundación de
Palencia, había referido la palabra del Señor, que ponía fin a la crisis
psicofísica de la Santa ("determinada a no hacer ninguna fundación":
n. 6), y que le impartía la orden de envío. Ahora se la recuerda y repite al
comenzar la fundación de Burgos: "El mismo soy: no dejes de hacer estas
dos fundaciones" (n. 4).
– Ante sus enfermedades persistentes y los previsibles
fríos del viaje invernal, Teresa opta por no ir personalmente a Burgos, sino
delegar el liderazgo en la priora de Palencia M. Inés de Jesús; pero el Señor
reitera la misma orden de envío: "No hagas caso de esos fríos, que Yo soy
la verdadera calor...; no dejes de ir en persona" (n. 11). Es a ella a
quien se le asigna esa misión.
– Más adelante, cuando los colaboradores parecen
resignarse al fracaso, y el provincial Gracián está a punto de emprender la
retirada ante el total bloqueo del horizonte burgalés, a Teresa se le imparte
de nuevo una orden sencilla y humanísima: "Ahora, Teresa, ten fuerte"
(n. 26). La empresa no fracasará.
Por fin, se ha hecho el hallazgo de un excelente
edificio en venta, muy a propósito para el nuevo Carmelo, pero... ¿y el dinero
para comprarlo? De nuevo sobreviene una palabra del Señor, casi más humorística
que mística. "¿En dineros te detienes?" (n. 36). Y se ejecuta la
compra.
– Por fin, misión cumplida: "... Bien te puedes
ir" (n. 49).
En el autógrafo de las Fundaciones, la autora enmarca
con unos sencillos trazos cada una de esas palabras místicas, para destacarlas
o no confundirlas con los otros materiales humanos del relato.
Un somero balance de esos incisos, que parecen rebasar
los confines de lo historiable, da la impresión de que la experiencia mística
de la Santa, otrora testificada a alto nivel cristológico y trinitario, aquí en
el ajetreo de la fundación se abaja al rasero del carromato y la vulgaridad de
los dineros y lo cotidiano. Más aún, en la narración se van a fundir
paradójicamente dos estratos redaccionales contrastantes: por un lado, el tesón
batallero de resistencia pugnaz en polémica creciente; y por el otro el fluir
de las experiencias místicas de la autora‑fundadora, abierta a lo trascendente,
mientras está pendiente del vil dinero.
En la lectura del capítulo, es fácil un balance global.
Todo converge en el enfrentamiento del Arzobispo de Burgos con la Madre
Fundadora y sus colaboradores/as. Teresa ha tenido el fallo de venir a Burgos
con la anuencia oficial de la ciudad, pero sin la licencia escrita del
Arzobispo. De ahí el incontenible enojo de éste, que sin embargo falta a la
palabra dada oralmente, y pone a Teresa en la precisión de desandar lo andado
emprendiendo la retirada. "¡Pues bonitos estaban los caminos y hacía el
tiempo!" (n. 21).
El Prelado incurre además, según Teresa, en el doble
juego, de las buenas palabras en contraste con las decisiones y las acciones:
"El cual siempre decía que deseaba la fundación más que nadie, y créolo,
porque es un buen cristiano, que no diría sino verdad. En las obras no se
parecía..." (n. 31).
Ese mano a mano desborda a los dos actores, el Arzobispo
y la monja fundadora. Se enfrentan además, aunque disfrazadamente, los dos
Obispos, el de Palencia y el de Burgos. Teresa tiene que hacer de medianera
pacificadora, sin llegar nunca a una franca descalificación del Arzobispo su
contrincante, a quien tilda irónicamente de buen cristiano.
Hasta que, por fin, él se rinde ante la evidencia de lo
hecho, y accede a presidir la ceremonia de la toma de hábito de la hija de doña
Catalina: "Y predicó el Sr. Arzobispo en la iglesia nueva de dicho
convento... Cobrola nueva devoción (a la Madre Teresa) y fue en adelante muy
favorable en aquel convento", asegura la compañera de la Santa sor Ana de
san Bartolomé (BMC 2, 328).
Pero en el enfrentamiento no han intervenido esos solos
actores. El capítulo está superpoblado, por una y otra parte, de colaboradores
que animan y complican la narración. Por un lado los amigos de la Madre Teresa,
que constituyen con mucho el bando mayoritario. Por el otro, el Arzobispo y sus
oficiales inmediatos, muy pocos, pero poderosos. Para la lectura comprensiva
del capítulo, basta una sencilla presentación de los más importantes:
– Destacan en primer lugar los dos Obispos: el ya
conocido don Álvaro de Mendoza, ahora Obispo de Palencia, incondicional de la
Santa. Y frente a él, el Arzobispo de Burgos don Cristóbal Vela, abulense de
origen, recién venido del obispado de Canarias (1580), casi familiar de Teresa
desde la niñez. En Ávila los Vela y los Cepeda habitaban en palacios cercanos.
Uno de aquellos, Francisco Vela, es padrino de pila de Teresa. Otro de ellos,
don Francisco Blasco Vela –padre de nuestro Arzobispo–, siendo virrey del Perú,
murió en la batalla de Iñaquitos (1546), en la que lucharon a su lado varios
hermanos de la Santa. Lo determinante en la presente confrontación burgalesa es
que don Cristóbal conserva una mala impresión de las revueltas abulenses
ocasionadas por la primera fundación teresiana, y esa imagen se le convierte
ahora en prejuicio adverso a la Santa y a sus monjas, a las que negará
pertinazmente no sólo la fundación, sino la celebración de la Eucaristía a domicilio,
a pesar de tener a su disposición primero la capilla de doña Catalina y luego
la de los señores Mansino.
– Por el bando opuesto destaca todo un grupo de mujeres
fieles a la Santa. Ante todo, sus nueve acompañantes carmelitas, que hacen de
sufridoras y sacerdotisas orantes. Pero casi a la altura de la Madre Teresa se
alza la otra promotora de la fundación, doña Catalina de Tolosa, viuda con
familia numerosa. Tiene ya cuatro hijas en los Carmelos teresianos, dos en
Palencia y dos en Valladolid. Y apenas fundado el convento burgalés, tomará el
hábito en él la hija más pequeña, Elenita. Ella misma ingresará carmelita en el
monasterio de Palencia tras la muerte de la Santa. Ahora, en el trance de la
fundación, será fiel a su doble condición de madre de familia y de seguidora de
la Madre Teresa. No llegará a enfrentarse con el prelado diocesano, pero pondrá
su casa, sus bienes y sus amistades al servicio de la fundación. Con ella
forman equipo otras damas burgalesas: doña Catalina Manrique y doña Beatriz de
Arceo Covarrubias, que pronto ingresará en ese Carmelo.
– El tercer grupo lo forman varios caballeros
burgaleses, casi todos amigos de Gracián, antiguos condiscípulos de
universidad. Sobresale entre ellos, "el doctor Manso" (Pedro Manso de
Zúñiga), canónigo de la catedral, futuro Obispo de Calahorra, ahora casi el
único capaz de influir en el Arzobispo en pro de la causa teresiana. También
condiscípulo y amigo de Gracián es el licenciado Aguiar (Antonio), "muy de
buen entendimiento", médico personal de la Santa, que no sólo en el
hospital de la Concepción, sino en todo lo necesario se pondrá
amistosísimamente a su servicio. Y ahí, en el mismo hospital, dispondrá ella de
la amistad y ayuda de Hernando de Matanza, regidor de la ciudad, que le
facilita el alojamiento y más tarde le trae en propia mano la licencia del
Arzobispo para la fundación. Al lado del regidor Matanza, comparecerá otro
hombre ilustre, Francisco de Cuevas, "correo mayor" de la ciudad,
marido que había sido de la celebérrima escritora Luisa Sigea: "Él ha
hecho siempre por nosotras en cuanto se ha ofrecido" (n. 28).
Y quedan sin mencionar tantos otros, desde el hostil
provisor del Arzobispo, hasta los escribanos de ocasión y las primeras
vocaciones que se acercan al Carmelo burgalés o los carreteros mozos del paso
de los Pontones... Buen indicador todo ello, de la fuerza moral y social que
irradia la Madre Teresa, así como del movimiento en espiral que suscita su
presencia. Buen exponente de lo que ha sido su paso por la geografía y la sociedad
española de aquel siglo, tal como lo ha venido contando a lo largo del libro.
Un último detalle revelador, si bien silenciado por la
santa, es su reacción ante la privación de la Eucaristía comunitaria, y su
dolor al ver a sus monjas chapoteando descalzas por los barrizales de las
calles para acudir a misa. Llega un momento en que ella opta por recurrir al
nuncio papal –entonces en Lisboa con la corte regia– para obtener la anhelada
licencia de la Eucaristía en comunidad. Escribe al P. Ambrosio Mariano –muy
metido en asuntos regios–, a la duquesa de Alba, doña María Enríquez, y a otros
personajes influyentes para que avalen muy en secreto su petición, en vista de
que el prelado burgalés tampoco está dispuesto a permitirles la misa en la
recién adquirida casa de los Mansino: "Por caridad –insiste al P. Mariano–
no se descuide en hacerme esta merced" (carta 436, 3‑4).
Ignoramos si logró la licencia del nuncio papal. Pero sí
consiguió, por fin, que se celebrase la Eucaristía en el convento.
Notas del comentario
1. Cronología de
la fundación:
– El 2 de
enero de 1581, la Santa sale de Ávila, acompañada de sor Ana, de su sobrina
Teresita de Cepeda y del P. Gracián. Es crudo invierno.
– El 4 de
enero llega a Medina del Campo; reemprende viaje en Valladolid el día 9, y el 24
sale de Palencia para afrontar el trayecto más penoso del camino: tres días de
carromato hasta Burgos.
– Llega a
Burgos en la tarde del 26 de enero; afueras de la ciudad, el grupo hace una
pausa para venerar el Santo Cristo; y se aloja cerca de un mes en casa de doña
Catalina de Tolosa.
– El 23 de
febrero se traslada al Hospital de la Concepción, entonces en las afueras de la
ciudad, y reside en él casi otro mes ("en harta apretura": carta 436,
1), hasta el 18 de marzo.
– Ese día
(18 de marzo) se traslada apresuradamente a la casa de los Mansino, adquirida
dos días antes, donde se instala definitivamente el nuevo Carmelo.
– El 18 de
abril concede el Arzobispo la licencia de fundación y al día siguiente se
celebra la primera misa.
– El 17 de
mayo, cancelación ante escribano del préstamo hecho por doña Catalina de
Tolosa, a que alude la Santa en el n. 48 del capítulo.
– El 24 de
mayo se desborda el río Arlanzón e inunda el convento: la Madre Teresa y sus
monjas se refugian en el piso alto.
– Ahí
mismo, "a final de junio" escribe este capítulo de las Fundaciones
(n. 17).
– El 26 de
julio la Santa sale de Burgos y emprende el largo viaje de regreso, Burgos‑Ávila,
que a medio camino se desvía hacia Alba de Tormes, adonde llega el 20 de
septiembre y fallece en la noche del 4 al 5 de octubre.
2. Catalina de
Tolosa.
Un caso singular en los anales del Carmelo es la familia
de doña Catalina. Ella es viuda de Sebastián de Muncharaz y tiene ocho hijos.
En el Carmelo de Valladolid ingresan sus dos hijas mayores: Catalina y Casilda.
En el de Palencia otras dos: María e Isabel. Elena ingresa en el Carmelo de
Burgos. Muere joven, aspirante a carmelita, su hija Beatriz, que suplica se la
entierre en el Carmelo burgalés. Uno de sus hijos, Sebastián, profesa en Pastrana.
Y el otro, Lesmes, toma excepcionalmente el hábito carmelitano en el Carmelo de
Palencia a la vez que su madre, doña Catalina. Él partirá enseguida para su
noviciado. Y ella llegará a ser priora en ese Carmelo palentino, donde morirá
el 13 de julio de 1608, tras veinte años de vida carmelita (1588‑1608),
asistida en la agonía por sus dos hijos sacerdotes carmelitas.
Notas del texto teresiano:
[2]
Don Cristóbal Vela, avilés, hijo de Blasco Núñez de Vela, Virrey del Perú, a
cuyas órdenes lucharon contra Pizarro los hermanos de la Santa (batalla de
Iñaquito, 1546, en que murió el Virrey y el hermano de Teresa, Antonio de
Ahumada). Francisco Núñez Vela, hermano del Virrey, fue padrino de la Santa. –
D. Cristóbal fue obispo de Canarias desde 1575, y de Burgos desde 1580 a 1599,
año de su muerte.
[10]
Doña Catalina era viuda de Sebastián Muncharaz: sus dos hijas del Carmelo de
Valladolid eran Catalina de la Asunción y Casilda de San Ángelo; las dos de
Palencia, María de San José e Isabel de la Santísima Trinidad. En el Carmelo de
Burgos entró la más pequeña, Elena de Jesús. Más tarde (1587) doña Catalina
tomó el hábito en el Carmelo de Palencia donde murió (1608). Carmelitas fueron
también sus dos hijos, Juan Crisóstomo y Sebastián de Jesús.
[14]
Por error de mano, la Santa escribió yo
lo tuvo, y poco más adelante pobre
en lugar de pobres. Todo el capítulo está salpicado de parecidos «lapsus
calami», que delatan debilidad o cansancio de la infatigable escritora. Así: palabra, por palabras (n. 11), flaza
por flaqueza (n. 12), po en lugar de poca (n. 12), ga por gana (n. 48), crocifijofijo (n. 18), tray
por traya (n. 18), mar por mal (n. 20), engargado
por encargados (n. 31), tuve por tuvo (n. 31), etc. Y numerosos deslices de otro género: pasilios por basilios (n. 13), vavorecía
por favorecía (n. 13), enverma por enferma (n. 16), profincial
por provincial (n. 22), pendito por bendito (n. 39), provesar
por profesar (n. 39.
[25]
Eran Tomasina Bautista (Priora), Inés de la Cruz, Catalina de Jesús, Catalina
de la Asunción (hija de Catalina de Tolosa) y María Bautista, de velo blanco.
Las dos que habían de regresar con la Madre eran Ana de San Bartolomé y su
sobrina Teresita, la quiteña. – Escribe estas páginas la Santa en Burgos «a fin
de junio», como dirá en seguida.
[62]
Elena de Jesús (cf. n. 48) tomó el hábito el 20 de abril, al día siguiente de
la inauguración. Don Cristóbal no sólo presidió la ceremonia, sino que
predicó... «y en público, en el dicho sermón y con muchas lágrimas, se culpó de
no haber dado licencia antes a aquesta santa... y pidiendo perdón de lo que
había hecho padecer a la santa Madre Teresa de Jesús y a sus monjas»
(deposición de Teresita de Jesús –Cepeda– en los procesos de Ávila 1610:
B.M.C., t. II, p. 328.
LIBRO DE FUNDACIONES DE SANTA TERESA DE JESÚS
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