Revisión del texto, notas y comentario: Tomás Álvarez, O.C.D.
MORADAS
TERCERAS
Capítulo
2
Prosigue en lo mismo y trata de las sequedades en la
oración y de lo que podría suceder a su parecer, y cómo es menester probarnos y
prueba el Señor a los que están en estas moradas.
1. Yo he conocido algunas almas, y aun creo puedo
decir hartas, de las que han llegado a este estado, y estado y vivido muchos
años en esta rectitud y concierto, alma y cuerpo, a lo que se puede entender, y
después de ellos que ya parece habían de estar señores del mundo, al menos bien
desengañados de él, probarlos Su Majestad en cosas no muy grandes, y andar con
tanta inquietud y apretamiento de corazón, que a mí me traían tonta y aun
temerosa harto. Pues darles consejo no hay remedio, porque, como ha tanto que
tratan de virtud, paréceles que pueden enseñar a otros y que les sobra razón en
sentir aquellas cosas.
2. En fin, que yo no he hallado remedio ni le hallo
para consolar a semejantes personas, si no es mostrar gran sentimiento de su
pena (y a la verdad se tiene de verlos sujetos a tanta miseria), y no
contradecir su razón; porque todas las conciertan en su pensamiento que por
Dios las sienten, y así no acaban de entender que es imperfección; que es otro
engaño para gente tan aprovechada; que de que lo sientan, no hay que espantar, aunque
a mi parecer había de pasar presto el sentimiento de cosas semejantes. Porque
muchas veces quiere Dios que sus escogidos sientan su miseria, y aparta un poco
su favor, que no es menester más, que a osadas (1)[1]
que nos conozcamos bien presto. Y luego se entiende esta manera de probarlos, porque
entienden ellos su falta muy claramente, y a las veces les da más pena esta de
ver que, sin poder más, sienten cosas de la tierra y no muy pesadas, que lo
mismo de que tienen pena. Esto téngolo yo por gran misericordia de Dios; y
aunque es falta, muy gananciosa para la humildad.
3. En las personas que digo, no es así sino que
canonizan –como he dicho– (2)[2]
en sus pensamientos estas cosas, y así querrían que otros las canonizasen.
Quiero decir alguna de ellas, porque nos entendamos y nos probemos a nosotras
mismas antes que nos pruebe el Señor, que sería muy gran cosa estar apercibidas
y habernos entendido primero.
4. Viene a una persona rica, sin hijos ni para quién
querer la hacienda, una falta de ella, mas no es de manera que en lo que le
queda le puede faltar lo necesario para sí y para su casa, y sobrado. Si esta
anduviese con tanto desasosiego e inquietud como si no le quedara un pan que
comer, ¿cómo ha de pedirle nuestro Señor que lo deje todo por él? (3)[3].
Aquí entra el que lo siente porque lo quiere para los pobres. Yo creo que
quiere Dios más que yo me conforme con lo que Su Majestad hace y, aunque lo
procure, tenga quieta mi alma, que no esta caridad. Y ya que no lo hace, porque
no ha llegádole el Señor a tanto, enhorabuena; mas entienda que le falta esta
libertad de espíritu, y con esto se dispondrá para que el Señor se la dé, porque
se la pedirá.
Tiene una persona bien de comer, y aun sobrado;
ofrécesele poder adquirir más hacienda: tomarlo, si se lo dan, enhorabuena, pase;
mas procurarlo y, después de tenerlo, procurar más y más, tenga cuan buena
intención quisiere (que sí debe tener, porque –como he dicho– (4)[4]
son estas personas de oración y virtuosas), que no hayan miedo que suban a las
moradas más juntas al Rey.
5. De esta manera es si se les ofrece algo de que
los desprecien o quiten un poco de honra; que, aunque les hace Dios merced de
que lo sufran bien muchas veces (porque es muy amigo de favorecer la virtud en
público porque no padezca la misma virtud en que están tenidos, y aun será
porque le han servido, que es muy bueno este Bien nuestro), allá les queda una
inquietud que no se pueden valer, ni acaba de acabarse tan presto. ¡Válgame
Dios! ¿No son estos los que ha tanto que consideran cómo padeció el Señor y
cuán bueno es padecer y aun lo desean? Querrían a todos tan concertados como
ellos traen sus vidas, y plega a Dios que no piensen que la pena que tienen es
de la culpa ajena y la hagan en su pensamiento meritoria.
6. Pareceros ha, hermanas, que hablo fuera de
propósito y no con vosotras, porque estas cosas no las hay acá, que ni tenemos
hacienda ni la queremos ni procuramos, ni tampoco nos injuria nadie. Por eso
las comparaciones no es lo que pasa; mas sácase de ellas otras muchas cosas que
pueden pasar, que ni sería bien señalarlas ni hay para qué. Por estas
entenderéis si estáis bien desnudas de lo que dejasteis; porque cosillas se
ofrecen, aunque no de esta suerte, en que os podéis muy bien probar y entender
si estáis señoras de vuestras pasiones. Y creedme que no está el negocio en
tener hábito de religión o no, sino en procurar ejercitar las virtudes y rendir
nuestra voluntad a la de Dios en todo, y que el concierto de nuestra vida sea
lo que Su Majestad ordenare de ella, y no queramos nosotras que se haga nuestra
voluntad, sino la suya (5)[5].
Ya que no hayamos llegado aquí –como he dicho– (6)[6]
humildad, que es el ungüento de nuestras heridas; porque, si la hay de veras, aunque
tarde algún tiempo, vendrá el cirujano, que es Dios, a sanarnos.
7. Las penitencias que hacen estas almas son tan
concertadas como su vida; quiérenla mucho para servir a nuestro Señor con ella,
que todo esto no es malo, y así tienen gran discreción en hacerlas porque no
dañen a la salud. No hayáis miedo que se maten, porque su razón está muy en sí;
no está aún el amor para sacar de razón; mas querría yo que la tuviésemos para
no nos contentar con esta manera de servir a Dios, siempre a un paso paso, que
nunca acabaremos de andar este camino. Y como a nuestro parecer siempre andamos
y nos cansamos (porque creed que es un camino abrumador), harto bien será que
no nos perdamos. Mas ¿paréceos, hijas, si yendo a una tierra desde otra
pudiésemos llegar en ocho días, que sería bueno andarlo en un año por ventas y
nieves y aguas y malos caminos? ¿No valdría más pasarlo de una vez? Porque todo
esto hay y peligros de serpientes. ¡Oh qué buenas señas podré yo dar de esto! Y
plega a Dios que haya pasado de aquí, que hartas veces me parece que no.
8. Como vamos con tanto seso, todo nos ofende, porque
todo lo tememos; y así no osamos pasar adelante, como si pudiésemos nosotras
llegar a estas moradas y que otros anduviesen el camino. Pues no es esto
posible, esforcémonos, hermanas mías, por amor del Señor; dejemos nuestra razón
y temores en sus manos; olvidemos esta flaqueza natural, que nos puede ocupar
mucho. El cuidado de estos cuerpos ténganle los prelados; allá se avengan;
nosotras de solo caminar a prisa para ver este Señor; que, aunque el regalo que
tenéis es poco o ninguno, el cuidado de la salud nos podría engañar; cuánto más
que no se tendrá más por esto, yo lo sé; y también sé que no está el negocio en
lo que toca al cuerpo, que esto es lo menos; que el caminar que digo es con una
grande humildad; que si habéis entendido, aquí creo está el daño de las que no
van adelante; sino que nos parezca que hemos andado pocos pasos y lo creamos
así, y los que andan nuestras hermanas nos parezcan muy presurosos, y no solo
deseemos sino que procuremos nos tengan por la más ruin de todas.
9. Y con esto este estado es excelentísimo; y si no,
toda nuestra vida nos estaremos en él y con mil penas y miserias. Porque, como
no hemos dejado a nosotras mismas, es muy trabajoso y pesado; porque vamos muy
cargadas de esta tierra de nuestra miseria, lo que no van los que suben a los
aposentos que faltan. En estos no deja el Señor de pagar como justo, y aun como
misericordioso, que siempre da mucho más que merecemos, con darnos «contentos»
harto mayores que los podemos (7)[7]
tener en los que dan los regalos y distraimientos de la vida; mas no pienso que
da muchos «gustos» (8)[8]
si no es alguna vez, para convidarlos con ver lo que pasa en las demás moradas,
porque se dispongan para entrar en ellas.
10. Pareceros ha que contentos y gustos todo es uno,
que para qué hago esta diferencia en los nombres. A mí paréceme que la hay muy
grande; ya me puedo engañar. Diré lo que en esto entendiere en las moradas
cuartas que vienen tras estas (9)[9];
porque como se habrá de declarar algo de los gustos que allí da el Señor, viene
mejor, y aunque parece sin provecho, podrá ser de alguno, para que, entendiendo
lo que es cada cosa, podáis esforzaros a seguir lo mejor; y es mucho consuelo
para las almas que Dios llega allí y confusión para las que les parece que lo
tienen todo, y si son humildes moverse han a hacimiento de gracias; si hay
alguna falta de esto, darles ha un desabrimiento interior y sin propósito; pues
no está la perfección en los gustos, sino en quien ama más, y el premio lo
mismo, y en quien mejor obrare con justicia y verdad.
11. Pareceros ha que de qué sirve tratar de estas
mercedes interiores y dar a entender cómo son, si es esto verdad, como lo es.
Yo no lo sé; pregúntese a quien me lo manda escribir, que yo no soy obligada a
disputar con los superiores, sino a obedecer, ni sería bien hecho. Lo que os
puedo decir con verdad es que, cuando yo no tenía ni aún sabía por experiencia
ni pensaba saberlo en mi vida (y con razón, que harto contento fuera para mí
saber o por conjeturas entender que agradaba a Dios en algo), cuando leía en
los libros de estas mercedes y consuelos que hace el Señor a las almas que le
sirven, me le daba grandísimo y era motivo para que mi alma diese grandes
alabanzas a Dios.
Pues si la mía, con ser tan ruin, hacía esto, las
que son buenas y humildes le alabarán mucho más; y por sola una que le alabe
una vez es muy bien que se diga, a mi parecer, y que entendamos el contento y deleites
que perdemos por nuestra culpa. Cuánto más que si son de Dios vienen cargados
de amor y fortaleza, con que se puede caminar más sin trabajo e ir creciendo en
las obras y virtudes. No penséis que importa poco que no quede por nosotros, que
cuando no es nuestra la falta, justo es el Señor (10)[10],
y Su Majestad os dará por otros caminos lo que os quita por este por lo que Su
Majestad sabe, que son muy ocultos sus secretos (11)[11];
al menos será lo que más nos conviene, sin duda ninguna.
12. Lo que me parece nos haría mucho provecho a las
que por la bondad del Señor están en este estado –que, como he dicho (12)[12],
no les hace poca misericordia, porque están muy cerca de subir a más–, es
estudiar mucho en la prontitud de la obediencia; y aunque no sean religiosos, sería
gran cosa –como lo hacen muchas personas– tener a quien acudir para no hacer en
nada su voluntad, que es lo ordinario en que nos dañamos; y no buscar otro de
su humor (13)[13], como
dicen, que vaya con tanto tiento en todo, sino procurar quien esté con mucho
desengaño de las cosas del mundo, que en gran manera aprovecha tratar con quien
ya le conoce para conocernos (14)[14],
y porque algunas cosas que nos parecen imposibles, viéndolas en otros tan
posibles y con la suavidad que las llevan, anima mucho y parece que con su
vuelo nos atrevemos a volar, como hacen los hijos de las aves cuando se enseñan,
que aunque no es de presto dar un gran vuelo, poco a poco imitan a sus padres
(15)[15].
En gran manera aprovecha esto, yo lo sé.
Acertarán –por determinadas que estén en no ofender
al Señor personas semejantes– no se meter en ocasiones de ofenderle; porque
como están cerca de las primeras moradas, con facilidad se podrán tornar a
ellas; porque su fortaleza no está fundada en tierra firme, como los que están ya
ejercitados en padecer, que conocen las tempestades del mundo, cuán poco hay
que temerlas ni que desear sus contentos, y sería posible con una persecución
grande volverse a ellos, que sabe bien urdirlas el demonio para hacernos mal, y
que yendo con buen celo, queriendo quitar pecados ajenos, no pudiese resistir
lo que sobre esto se le podría suceder.
13. Miremos nuestras faltas y dejemos las ajenas, que
es mucho de personas tan concertadas espantarse de todo; y por ventura de quien
nos espantamos podríamos bien deprender en lo principal; y en la compostura
exterior y en su manera de trato le hacemos ventajas; y no es esto lo de más
importancia, aunque es bueno, ni hay para qué querer luego que todos vayan por
nuestro camino, ni ponerse a enseñar el del espíritu quien por ventura no sabe
qué cosa es; que con estos deseos que nos da Dios, hermanas, del bien de las
almas podemos hacer muchos yerros; y así es mejor llegarnos a lo que dice
nuestra Regla: «En silencio y esperanza procurar vivir siempre» (16)[16],
que el Señor tendrá cuidado de sus almas (17)[17].
Como no nos descuidemos nosotras en suplicarlo a Su Majestad, haremos harto
provecho con su favor. Sea por siempre bendito.
COMENTARIO
Sequedades en la noche del alma
Con el capítulo segundo de las moradas terceras,
Teresa da cima a la sección ascética de su libro. No es que ella piense que en
la vida espiritual del cristiano llegue un momento de «punto y aparte» en la
tarea del esfuerzo personal o en la lucha por entrar en el castillo. No.
Esfuerzo y lucha y responsabilidad personal humana persistirán hasta la última
jornada de la vida, hasta la morada postrera de este Castillo.
Lo que a ella le interesa es pasar cuanto antes a la
otra vertiente de la vida cristiana: la acción de Dios y de su gracia en nosotros.
Entrará en esa zona enseguida, con el capítulo primero de las moradas cuartas.
Ahora, al dar el último toque a la sección ascética
–tarea y lucha por penetrar en el castillo– comienza con pinceladas negativas.
Ella tiene amplia experiencia de gentes que han llegado aquí, pero que no
logran pasar la barrera de la prueba. Personas que han comenzado con
entusiasmo, con aparente entrega de su castillo a Dios, y que luego
extrañamente se cierran en la espiral de sí mismas, sin llegar jamás a cederle
a él las llaves del castillo o las riendas de la vida. Teresa les tiene gran
lástima. No solo porque embocan el camino de la involución, sino por «verlos
sujetos a tanta miseria...» (n. 2).
Surge así el espectro del estancamiento: de no
someternos generosamente a «la prueba», «toda nuestra vida nos estaremos en él
(en ese estancamiento) y con mil penas y miserias» (n. 9).
«Pruébanos tú, Señor»
A esas personas –y a todos– les es necesaria la
prueba. «Pruébanos tú, Señor, que sabes las verdades», es la oración que
pronuncia Teresa en el umbral mismo del capítulo (final del capítulo 1).
Son dos o tres las convicciones fundamentales que
ella quiere inculcar al lector: que la prueba es de Dios; que en la vida
espiritual la prueba nos es necesaria; y que, en última instancia, se trata de
la prueba del amor, como ocurrió entre Jesús y el joven del Evangelio.
Sí, ante todo caer en la cuenta de que más allá de
nuestros esfuerzos y proyectos –más allá del «concierto de nuestras vidas»,
dirá ella–, Dios tiene su quehacer en nosotros. Secretamente tentados de
humanismo y autosuficiencia, propendemos a reducir nuestra historia de
salvación a tarea y proyecto personal. Y, en cambio, no hay historia de
salvación sin intromisión de Dios en el tejido de nuestros planes humanos, lo
mismo cuando nos dedicamos a construir torres que escalen el cielo, que cuando
nos enredamos en luchas y guerras a ras de tierra. Dios está ahí. Y generalmente
se hace presente desbaratando nuestros últimos reductos.
Como en el caso de la historia bíblica de Tobías,
«la prueba es necesaria» (Tob 12, 13). Lo mismo que en la escalada del monte de
fray Juan de la Cruz, es necesaria la travesía de la noche. Para purificar la
mirada de la fe. Para acrisolar la autenticidad del amor. La vida cristiana es
vida de la gracia. No se troquela en moldes meramente humanos. Necesita pasar
por el troquel imprevisible del amor de Dios y de su iniciativa, que
transciende nuestros planes.
Para no perderse en teorías, Teresa propone a sus
lectoras carmelitas ejemplos concretos de prueba. Son ejemplos que ellas no se
esperan, porque en parte están tomados de lo que ocurre fuera del estrecho
ambiente claustral. Y eso, precisamente porque la prueba se sale del marco de
lo que nosotros tenemos proyectado y desconcierta las piezas de nuestro
tablero. Esas pruebas de las terceras moradas sobrevienen –claro está– a
personas que han entrado en el castillo, que han luchado por afincarse en él, y
que han puesto orden en la propia vida espiritual. Y de pronto puede
ocurrirles:
– Por ejemplo, un grave contratiempo económico, que
socava su situación social y les hace pasar de la abundancia a las estrecheces
o a la marginación. Que eso «es de Dios». Que el hecho desconcertante entre en
la vida sin romper los engranajes de nuestras fidelidades pasadas.
– Nuevo ejemplo en el dinero, ahora a la inversa.
Son la fortuna y la abundancia quienes llaman a la puerta de mi casa y logran
concentrar mi atención y mis afanes. Teresa diagnostica así: «Tomarlo, si se
lo dan, enhorabuena, pase; mas procurarle, y después de tenerlo procurar más y
más, tenga cuan buena intención quisiere (que sí debe tener, porque –como he
dicho– son estas personas de oración y virtuosas), que no hayan miedo que suban
a las moradas más cercanas al Rey» (n. 4).
– Otro ejemplo en un plano más delicado: la erosión
del propio prestigio, o la «prueba de la honra», dirá ella, recurriendo a la
más agobiante categoría psicosociológica de su siglo. Ante el desdoro de la
propia imagen social o el deterioro del propio prestigio, Teresa diagnostica:
«Allá les queda una inquietud, que no se pueden valer, ni acaba de acabarse
tan presto. ¡Válgame Dios! ¿No son estos los que ha tanto que consideran cómo
padeció el Señor y cuán bueno es padecer y aun lo desean? Querrían a todos tan
concertados como ellos traen sus vidas, y plega a Dios que no piensen que la
pena que tienen es de la culpa ajena y la hagan en su pensamiento meritoria» (n.
5).
– Un paso más y la Santa apunta a la prueba de Job:
problemas en la salud, preocupación por la propia vida. Dos temas que ella
–enferma crónica, acosada siempre por graves achaques de corazón– sabe cuán
incisivamente marcan los estados de ánimo de la persona. Ya en el Camino les
había dicho a sus lectoras que uno y otro –salud y riesgo de la vida– ponen a
prueba la verdad del desasimiento radical, indispensable «para darse del todo
al Todo» (Camino 8, 1).
– Pues bien, también ahí se hace presente la mano de
Dios, que nos prueba para ayudarnos a colocar la mira por encima de esos dos
hitos tan hondamente radicados en nuestra condición humana: por encima del
apego a la salud y del amor a la vida (n. 8).
– Más allá de esos cuatro tipos de prueba, hay otra
en el plano estrictamente espiritual: «la sequedad», ya enunciada en el
epígrafe del capítulo, y que consiste en cierto aparente «agotamiento» de
recursos en nuestras relaciones con Dios. Ausencia de él. Poda de resonancias
sensibles en mí. Baja de emotividad religiosa. Sin ilusiones. Sin fuerza de
atracción recíproca en la polaridad de lo humano y lo divino, entre Él y yo. Y
ante las sequedades, la alternativa: o emplazarlo a él («¿Adónde te
escondiste?»), o radicarme en la fe y el amor puros: «¡Aunque me mates,
esperaré en ti!».
Para qué la prueba
«No está aún el amor para sacar de razón» (n. 7): es
decir, no está aún nuestro amor para sacarnos de razón.
En la óptica de la Santa, la prueba del amor tiene
dos objetivos: evidenciar la precariedad de nuestros esfuerzos ascéticos; y
pasarnos a otro ritmo de andadura espiritual.
No ha querido terminar el balance ascético de las
tres primeras moradas sin decirnos eso: que todos nuestros esfuerzos, lucha y
tesón, son necesarios, pero insuficientes. No bastan. En última instancia el
secreto de nuestra vida cristiana consiste en abrirnos a la acción de Dios:
«Muchas veces quiere Dios que sus escogidos sientan su miseria, y aparta un
poco su favor, que no es menester, que a osadas que nos conozcamos bien presto.
Y luego se entiende esta manera de probarlos, porque entienden ellos su falta
muy claramente, y a las veces les da más pena esta de ver que, sin poder más,
sienten cosas de la tierra y no muy pesadas, que lo mismo de que tienen pena.
Esto téngolo yo por gran misericordia de Dios» (n. 2).
Y en segundo lugar, la prueba sirve para inducir en
nosotros un cambio de vuelo. A escala de nuestro quehacer humano, Teresa está
convencida de que caminaríamos siempre a cámara lenta, «a un paso paso, que
nunca acabaremos de andar este camino», porque «como vamos con tanto seso, todo
nos ofende, todo lo tememos...». «¿Os parece, hijas, que si yendo a una tierra
desde otra pudiésemos llegar en ocho días, que sería bueno andarlo en un año,
por ventas y nieves y aguas y malos caminos? ¿No valdría más pasarlo de una
vez? Porque todo esto hay, y peligros de serpientes. ¡Oh qué buenas señas
podré yo dar de esto!... Esforcémonos, hermanas mías, por amor del Señor.
Dejemos nuestra razón y temores en sus manos. Olvidemos esta flaqueza
natural... El cuidado de estos cuerpos ténganle los prelados... Nosotras
(tengámosle) de solo caminar a prisa para ver a este Señor...» (nn. 7-8).
Consignas para el tiempo de prueba
Nada de exquisiteces rebuscadas. Al morador de las
terceras moradas, Teresa le da unos pocos consejos de puro sentido práctico.
El primero, humildad. Teresa es reiterativa. Vuelve
sobre la consigna básica de la humildad. Y sobre ella volverá hasta el final
del libro (7M 4). Pero recordemos su profundo concepto de la humildad, como
conocimiento y aceptación de uno mismo, como reconocimiento y gratitud a Dios
por sus dones, comenzando por el don de la propia alma, o de la propia persona,
habitada por él. La humildad debe servir para no perder de vista «la medida» de
uno mismo, no falsearla a los propios ojos, y tanto menos a los ojos de Dios: «Que
el caminar que digo es con una grande humildad...; que nos parezca hemos andado
pocos pasos y lo creamos así, y los que andan nuestras hermanas nos parezcan
muy presurosos, y no solo deseemos, sino que procuremos nos tengan por la más
ruin de todas» (n. 8).
Otra consigna elemental, la obediencia, inesperada
probablemente para el lector común. Y sin embargo la Santa se apresura a
subrayar que es consigna válida para todos: «Aunque no sean religiosos, sería
gran cosa –como hacen muchas personas– tener a quién acudir para no hacer en
nada su (propia) voluntad» (n. 12).
En realidad se trata de evitar el aislamiento y la
autosuficiencia. Hacer amistad con quien esté ya en las moradas superiores,
porque «algunas cosas que os parecen imposibles, viéndolas en otros tan
posibles, y con la suavidad que las llevan, anima mucho, y parece que con su
vuelo nos atrevemos a volar, como hacen los hijos de las aves cuando se
enseñan, que aunque no es de presto dar un gran vuelo, poco a poco imitan a sus
padres. En gran manera aprovecha esto. Yo lo sé» (n. 12).
Y por fin, el consejo de fondo. Teresa lo viene
repitiendo en cada morada (1M 2, 17; 2M 1, 8). «Creedme: no está el negocio en
tener hábito de religión o no, sino en procurar ejercitar las virtudes y rendir
nuestra voluntad a la de Dios en todo, y que del concierto de nuestra vida sea
lo que Su Majestad ordenare de ella, y no queramos nosotras que se haga nuestra
voluntad, sino la suya. Ya que no hayamos llegado aquí, humildad, que es el
ungüento de nuestras heridas, porque si la hay de veras, vendrá el cirujano que
es Dios a sanarnos» (n. 6).
Citas del texto teresiano:
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