27.3.13

Moradas sextas, cap. 6


Revisión del texto, notas y comentario: Tomás Álvarez, O.C.D.


SANTA TERESA DE JESÚS
EL CASTILLO INTERIOR O LAS MORADAS


MORADAS SEXTAS
Capítulo 6


En que dice un efecto de la oración que está dicha en el capítulo pasado. Y en qué se entenderá que es verdadera y no engaño. Trata de otra merced que hace el Señor al alma para emplearla en sus alabanzas.

1. De estas mercedes tan grandes queda el alma tan deseosa de gozar del todo al que se las hace, que vive con harto tormento, aunque sabroso; unas ansias grandísimas de morirse, y así, con lágrimas muy ordinarias pide a Dios la saque de este destierro. Todo la cansa cuanto ve en él; en viéndose a solas tiene algún alivio, y luego acude esta pena, y en estando sin ella, no se hace. En fin, no acaba esta mariposica de hallar asiento que dure; antes, como anda el alma tan tierna del amor, cualquier ocasión que sea para encender más ese fuego la hace volar; y así en esta morada son muy continuos los arrobamientos, sin haber remedio de excusarlos, aunque sea en público, y luego las persecuciones y murmuraciones, que aunque ella quiera estar sin temores no la dejan, porque son muchas las personas que se los ponen, en especial los confesores.


2. Y aunque en lo interior del alma parece tiene gran seguridad por una parte, en especial cuando está a solas con Dios, por otra anda muy afligida; porque teme si la ha de engañar el demonio de manera que ofenda a quien tanto ama, que de las murmuraciones tiene poca pena, si no es cuando el mismo confesor la aprieta, como si ella pudiese más. No hace sino pedir a todos oraciones y suplicar a Su Majestad la lleve por otro camino, porque le dicen que lo haga, porque este es muy peligroso; mas como ella ha hallado por él tan gran aprovechamiento, que no puede dejar de ver que le lleva, como lee y oye y sabe por los mandamientos de Dios el que va al cielo (1)[1], no lo acaba de desear, aunque quiere, sino dejarse en sus manos. Y aun este no lo poder desear le da pena, por parecerle que no obedece al confesor; que en obedecer y no ofender a nuestro Señor le parece que está todo su remedio para no ser engañada; y así no haría un pecado venial de advertencia porque la hiciesen pedazos, a su parecer; y aflígese en gran manera de ver que no se puede excusar de hacer muchos sin entenderse.

3. Da Dios a estas almas un deseo tan grandísimo de no le descontentar en cosa ninguna, por poquito que sea, ni hacer una imperfección, si pudiese, que por solo esto, aunque no fuese por más, querría huir de las gentes y ha gran envidia a los que viven y han vivido en los desiertos. Por otra parte, se querría meter en mitad del mundo, por ver si pudiese ser parte para que un alma alabase más a Dios; y si es mujer, se aflige del atamiento que le hace su natural porque no puede hacer esto, y ha gran envidia a los que tienen libertad para dar voces, publicando quién es este gran Dios de las Caballerías (2)[2].

4. ¡Oh pobre mariposilla, atada con tantas cadenas, que no te dejan volar lo que querrías! Habedla lástima, mi Dios; ordenad ya de manera que ella pueda cumplir en algo sus deseos para vuestra honra y gloria. No os acordéis de lo poco que lo merece y de su bajo natural. Poderoso sois Vos, Señor, para que la gran mar se retire y el gran Jordán, y dejen pasar los hijos de Israel (3)[3]. No la hayáis lástima, que, con vuestra fortaleza ayudada, puede pasar muchos trabajos; ella está determinada a ello y los desea padecer. Alargad, Señor, vuestro poderoso brazo, no se le pase la vida en cosas tan bajas (4)[4]. Parézcase vuestra grandeza en cosa tan femenil y baja, para que, entendiendo el mundo que no es nada de ella, os alaben a Vos, cuestele lo que le costare, que eso quiere, y dar mil vidas porque un alma os alabe un poquito más a su causa, si tantas tuviera; y las da por muy bien empleadas y entiende con toda verdad que no merece padecer por Vos un muy pequeño trabajo, cuánto más morir (5)[5].

5. No sé a qué propósito he dicho esto, hermanas, ni para qué, que no me he entendido. Entendamos que son estos los efectos que quedan de estas suspensiones o éxtasis, sin duda ninguna; porque no son deseos que se pasan sino que están en un ser, y cuando se ofrece algo en que mostrarlo se ve que no era fingido. ¿Por qué digo estar en un ser? Algunas veces se siente el alma cobarde, y en las cosas más bajas, y atemorizada y con tan poco ánimo que no le parece posible tenerle para cosa: entiendo yo que la deja el Señor entonces en su natural para mucho mayor bien suyo; porque ve entonces que, si para algo le ha tenido, ha sido de Su Majestad, con una claridad que la deja aniquilada a sí y con mayor conocimiento de la misericordia de Dios y de su grandeza, que en cosa tan baja la ha querido mostrar. Mas, lo más ordinario, está como antes hemos dicho (6)[6].

6. Una cosa advertid, hermanas, en estos grandes deseos de ver a nuestro Señor: que aprietan algunas veces tanto que es menester no ayudar a ellos, sino divertiros, si podéis digo; porque en otros que diré adelante (7)[7], en ninguna manera se puede, como veréis. En estos primeros, alguna vez sí podrán, porque hay razón entera para conformarse con la voluntad de Dios, y decir lo que decía San Martín (8)[8]; y podrase volver la consideración si mucho aprietan; porque como es, al parecer, deseo que ya parece de personas muy aprovechadas, ya podría el demonio moverle, porque pensásemos que lo estamos, que siempre es bien andar con temor. Mas tengo para mí que no podrá poner la quietud y paz que esta pena da en el alma, sino que será moviendo con él alguna pasión, como se tiene cuando por cosas del siglo tenemos alguna pena. Mas a quien no tuviere experiencia de lo uno y de lo otro, no lo entenderá, y pensando es una gran cosa, ayudará cuanto pudiere, y haríale mucho daño a la salud: porque es continua esta pena, o al menos muy ordinaria.

7. También advertid que suele causar la complexión flaca cosas de estas penas, en especial si es en unas personas tiernas que por cada cosita lloran; mil veces las hará entender que lloran por Dios, que no sea así. Y aun puede acaecer ser cuando viene una multitud de lágrimas, digo, por un tiempo que a cada palabrita que oiga o piense de Dios no se puede resistir de ellas) haberse allegado algún humor al corazón, que ayuda más que el amor que se tiene a Dios, que no parece han de acabar de llorar; y como ya tienen entendido que las lágrimas son buenas, no se van a la mano ni querrían hacer otra cosa, y ayudan cuanto pueden a ellas. Pretende el demonio aquí que se enflaquezcan de manera que después ni puedan tener oración ni guardar su Regla.

8. Paréceme que os estoy mirando cómo decís que qué habéis de hacer, si en todo pongo peligro, pues en una cosa tan buena como las lágrimas, me parece puede haber engaño; que yo soy la engañada; y ya puede ser, mas creed que no hablo sin haber visto que le puede haber en algunas personas, aunque no en mí; porque no soy nada tierna, antes tengo un corazón tan recio, que algunas veces me da pena; aunque cuando el fuego de adentro es grande, por recio que sea el corazón, destila como hace una alquitara; y bien entenderéis cuándo vienen las lágrimas de aquí, que son más confortadoras y pacifican, que no alborotadoras, y pocas veces hacen mal. El bien es en este engaño –cuando lo fuere– que será daño del cuerpo digo, si hay humildad y no del alma; y cuando no le hay, no será malo tener esta sospecha (9)[9].

9. No pensemos que está todo hecho en llorando mucho, sino que echemos mano del obrar mucho y de las virtudes, que son las que nos han de hacer al caso, y las lágrimas vénganse cuando Dios las enviare, no haciendo nosotras diligencias para traerlas. Estas dejarán esta tierra seca regada, y son gran ayuda para dar fruto; mientras menos caso hiciéremos de ellas, más, porque es agua que cae del cielo; la que sacamos cansándonos en cavar para sacarla, no tiene que ver con esta, que muchas veces cavaremos y quedaremos molidas, y no hallaremos ni un charco de agua, cuánto más pozo manantial. Por eso, hermanas, tengo por mejor que nos pongamos delante del Señor y miremos su misericordia y grandeza y nuestra bajeza, y denos él lo que quisiere, siquiera haya agua, siquiera sequedad: él sabe mejor lo que nos conviene. Y con esto andaremos descansadas y el demonio no tendrá tanto lugar de hacernos trampantojos.

10. Entre estas cosas penosas y sabrosas juntamente da nuestro Señor al alma algunas veces unos júbilos y oración extraña, que no sabe entender qué es. Porque si os hiciere esta merced, le alabéis mucho y sepáis que es cosa que pasa, la pongo aquí. Es, a mi parecer, una unión grande de las potencias, sino que las deja nuestro Señor con libertad para que gocen de este gozo, y a los sentidos lo mismo, sin entender qué es lo que gozan y cómo lo gozan. Parece esto algarabía, y cierto pasa así, que es un gozo tan excesivo del alma, que no querría gozarle a solas, sino decirlo a todos para que la ayudasen a alabar a nuestro Señor, que aquí va todo su movimiento. ¡Oh, qué de fiestas haría y qué de muestras, si pudiese, para que todos entendiesen su gozo! Parece que se ha hallado a sí, y que, como el padre del hijo pródigo, querría convidar a todos y hacer grandes fiestas (10)[10], por ver su alma en puesto que no puede dudar que está en seguridad, al menos por entonces. Y tengo para mí que es con razón; porque tanto gozo interior de lo muy íntimo del alma, y con tanta paz, y que todo su contento provoca a alabanzas de Dios, no es posible darle el demonio.

11. Es harto, estando con este gran ímpetu de alegría, que calle y pueda disimular, y no poco penoso. Esto debía sentir San Francisco, cuando le toparon los ladrones, que andaba por el campo dando voces y les dijo que era pregonero del gran Rey (11)[11], y otros santos que se van a los desiertos por poder pregonar lo que San Francisco estas alabanzas de su Dios. Yo conocí uno llamado fray Pedro de Alcántara –que creo lo es, según fue su vida–, que hacía esto mismo, y le tenían por loco los que alguna vez le oyeron (12)[12]. ¡Oh, qué buena locura, hermanas, si nos la diese Dios a todas! Y ¡qué mercedes os ha hecho de teneros en parte que, aunque el Señor os haga esta y deis muestras de ello, antes será para ayudaros que no para murmuración, como fuerais si estuvierais en el mundo, que se usa tan poco este pregón, que no es mucho que le murmuren!

12. ¡Oh desventurados tiempos y miserable vida en la que ahora vivimos, y dichosas a las que les ha cabido tan buena suerte, que estén fuera de él. Algunas veces me es particular gozo, cuando estando juntas, las veo a estas hermanas tenerle tan grande interior, que la que más puede, más alabanzas da a nuestro Señor de verse en el monasterio; porque se les ve muy claramente que salen aquellas alabanzas de lo interior del alma. Muchas veces, querría, hermanas, hicieseis esto, que una que comienza despierta a las demás. ¿En qué mejor se puede emplear vuestra lengua cuando estéis juntas que en alabanzas de Dios, pues tenemos tanto por qué se las dar?

13. Plega a Su Majestad que muchas veces nos dé esta oración, pues es tan segura y gananciosa; que adquirirla no podremos, porque es cosa muy sobrenatural; y acaece durar un día, y anda el alma como uno que ha bebido mucho, mas no tanto que esté enajenado de los sentidos; o un melancólico, que del todo no ha perdido el seso, mas no sale de una cosa que se le puso en la imaginación ni hay quien le saque de ella.

Harto groseras comparaciones son estas para tan preciosa causa, mas no alcanza otras mi ingenio; porque ello es así que este gozo la tiene tan olvidada de sí y de todas las cosas, que no advierte ni acierta a hablar, sino en lo que procede de su gozo, que son alabanzas de Dios.

Ayudemos a esta alma, hijas mías, todas. ¿Para qué queremos tener más seso?; ¿qué nos puede dar mayor contento? ¡Y ayúdennos todas las criaturas, por todos los siglos de los siglos, amén, amén, amén!

COMENTARIO AL CAPÍTULO 6

Hambre y sed de Dios

El éxtasis místico no enajena, pero saca de sí. Ya hemos notado que, hablando de él, Teresa se preguntaba –como san Pablo– si esos breves momentos de experiencia extática se vivían en el cuerpo, o fuera del cuerpo. Es decir, si esa fina punta de experiencia religiosa desborda en el hombre la angostura de la condición terrestre que lo tiene atado a lo corpóreo y encerrado en la burbuja de lo cósmico; y consiguientemente, si lo introduce en la esfera de lo divino, aunque sea solo por unos momentos, para luego devolverlo herido y trasmutado a nuestro hábitat terreno.

Pregunta que Teresa –como san Pablo– dejó suspensa y sin respuesta en los dos capítulos anteriores, 4º y 5º de las moradas sextas.

Ahora, en el capítulo 6º, está de vuelta. Nos habla de la vida del místico cuando ha regresado del éxtasis. De sus pulsiones y tensiones internas. De su nuevo modo de encarar la vida, los acontecimientos, los largos compases de espera.

Cuando ella misma, una vez terminada la redacción del libro, volvió sobre lo escrito para fragmentarlo en capítulos, al releer el presente pasaje distinguió en él dos filones: primero habla de los efectos que en el místico deja el éxtasis «del capítulo pasado» (nn. 1-9); luego refiere el brote novedoso de un júbilo incontenible, que «emplea» al místico en alabanzas de Dios (nn. 10-13).

También nosotros, al leer ahora ese capítulo 6º, vamos a seguir esas dos pistas: el impacto que el éxtasis produce en la psicología y en la vida teologal del creyente; y, a continuación, la explosión gozosa y glorificadora que anticipa en él la alabanza de la gloria y lo convierte en pura doxología de Dios.

Pero antes de entrar en tema, es necesario dar una orientación a nuestra lectura. Hemos preguntado por «los efectos que el éxtasis deja en el místico», es decir, en todos cuantos hayan pasado por la experiencia extática, como san Pablo, san Benito, san Francisco o san Ignacio de Loyola. En realidad, el enfoque de la Santa al escribir no es tan genérico sino muy concreto. Autobiográfico. Nos va a ofrecer, en primer plano, un flash de sí misma. Cómo la ha cambiado a ella su paso por las vivencias del éxtasis. Comencemos por ahí.

«Queda el alma tan deseosa de gozar del todo...»

Vuelve el tema de los deseos. Ya habían aflorado con ímpetu primaveral de vida nueva en el umbral mismo de las moradas sextas (cap. 2º). Pero ahora ya no son deseos punteros, prendidos en los dardos de la voluntad o en los latidos del corazón. Ahora se han apoderado de la persona en su totalidad. La persona misma se vuelve «deseos». «Varón de deseos», definía la Biblia al profeta. Aquí, «mujer de deseos».

Esa totalidad es presentada por la Santa en dos planos, psicológico y teologal. En el primero, comienza ella así su texto: «Queda el alma tan deseosa de gozar del todo (de Dios)...» (n. 1). En el plano teologal: es Dios quien «da a estas almas un deseo tan grandísimo de no le descontentar en cosa ninguna, por poquita que sea...» (n. 3: el tema de «los deseos» estará presente, uno a uno, en todos los números).

Fijemos la atención en este último texto. Parece imposible definir mejor, en tan breve pincelada, el arco de los deseos que ahora se tiende de persona a persona: Teresa desea a Dios. Pero ese deseo es él quien se «lo pone», es decir, quien se lo instala en el alma. Y con ello le cambia los registros de ese mecanismo secreto del desear.

Releamos pausadamente los dos pasajes (números 1 y 3). Sin desguazarlos en un mal análisis, subrayemos sencillamente las afirmaciones más fuertes. Documentan la historia interior de la autora. Comencemos por el párrafo de entrada: donde ella escribe «el alma», desvelemos el anonimato y leamos su propio nombre: «Teresa». Lo que a ella le pasa es esto:

– Está «deseosa de gozar del todo...» Pero ¿gozar de qué o de quién? Pues exactamente de quien le infunde tales deseos. Por tanto, «deseosa de Dios».

– Esos deseos le producen un «tormento sabroso». En realidad, es la vida misma la que se le ha convertido en «tormento sabroso». Sustantivo y adjetivo enfrentados. A ese tipo de oxímoron había recurrido ya al hablar por primera vez de esos extraños deseos que producen «una pena sabrosa» o una «tempestad sabrosa que viene de otra región...» (6M 2, 6). Exponente agridulce, difícilmente cotizable en términos de psicología corriente. Ya en Vida, en el pasaje más logrado de su relato autobiográfico, contando la gracia del dardo que le traspasa el corazón, había escrito: «Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos gemidos; y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor, que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios» (V 29, 13).

– Sigue otra pincelada fuerte: a Teresa la asaltan «ansias grandísimas de morirse». Subrayemos esos desconcertantes vocablos. No se trata de una metáfora atrevida. Ella misma lo puntualiza enseguida: «Y así, con lágrimas ordinarias pide a Dios la saque de este destierro». La pregunta del lector, momentáneamente desconcertado, es esta: ¿es posible que los profundos deseos que ahora traspasan el alma del místico –es decir, de Teresa– apunten a esa diana letal del «morirse»? Pues no. Sin duda la pulsión más fuerte de todo viviente es el «ansia de vivir». Vivir más. Pulsión que en el hombre normal, en la plenitud de la vida, choca con la barrera de la muerte. En el místico –en Teresa ocurre que ese deseo de vivir se desplaza, vence a la muerte, y se abre a un horizonte de vida más allá de la terrena.

Por tanto, deseo de más vida. Incluso, vida más allá del paisaje cósmico. Pero sin solución de continuidad respecto de la vida presente. Saltar la barrera de la muerte es lo que pone a salvo esa continuidad. En la psicología de Teresa, lo mismo que en su vida teologal, va a ser este un hecho determinante. Afectará a todo el entramado de su vivir. Ella misma necesitará cantar poéticamente ese cambio de perspectiva. Lo había vivido años atrás, por las fechas en que cruzaba impresiones y experiencias místicas con fray Juan de la Cruz en la Encarnación (1572...). Y fue esa sensación de victoria sobre la muerte la que les hizo componer a los dos sendos poemas paralelos, sobre el estribillo «Vivo sin vivir en mí... / que muero porque no muero». Ocho estrofas de fray Juan. Otras ocho, similares, de Teresa. Ambos dialogando con la vida, e increpando a la muerte: «No te tardes que te espero / muerte do el vivir se alcanza».

Ahora, «anda el alma (anda Teresa) tan tierna del amor...». Frente al oxímoron inicial del «tormento sabroso», sobreviene ahora una especie de arpegio emocional: los deseos producen «ternura de amor». Teresa vuelve a evocar el símbolo de la mariposa, que finalmente ha logrado libertad de vuelo. Es necesario reproducir sus palabras: «En fin, no acaba esta mariposica de hallar asiento que dure; antes, como anda el alma tan tierna del amor, cualquier ocasión que sea para encender más ese fuego la hace volar». Nuevo recurso al lenguaje paradójico: fuego para volar. Encender el fuego es avivar el amor. «Volar», son las salidas de sí, los arrobamientos intermitentes de que habla enseguida.

Y vive en la tierra «sin asiento que dure». La imagen de la mariposica, liberada pero forzada a volar de flor en flor, sin «asiento estable», refleja la experiencia que Teresa tiene de la libertad lograda en el éxtasis, pero cercada por los innumerables muros que se alzan en la vida. De ahí la sensación de «destierro». La vida del desterrado tiene dinámica propia. De insatisfacción y de espera anhelosa. Situación que la hace prorrumpir en un grito dirigido a la pobre mariposilla, que es su propia alma: «¡Oh pobre mariposilla, atada con tantas cadenas que no te dejan volar lo que querrías! Habedla lástima, mi Dios» (n. 4). Es ella la mariposa en vuelo, pero atada con cadenas invisibles, para que no vuele «lo que querría».

Una pincelada más, en el corazón del texto. Nuevo perfil de la autora. «Todo la cansa cuanto ve en él (en el destierro). En viéndose a solas, tiene alivio. Y luego acude esta pena (la «pena sabrosa»), y en estando sin ella no se hace». Es decir, Teresa misma ya «no se hace», no se habitúa a vivir sin el trasfondo de esa pena sabrosa que acompaña sus «deseos de gozar», y sella su condición de desterrada.

No es posible intentar un balance de todo eso. Deseos, gozar, tormento sabroso, ansias de morirse, lágrimas y cansancio, ternura de amor, fuego y vuelo de mariposa, ataduras y libertad, cadenas y temores... son sumandos que conllevan potencial diverso en la psicología de Teresa y en su vida teologal. Dispersos en el mosaico literario de su texto nos acercan al mundo interior y exterior en que ahora habita ella.

El otro «deseo grandísimo»

Tras una pausa intercalada en el número 2 del capítulo, Teresa vuelve a ofrecernos otra instantánea de sí misma y del status derivado de su paso por la zona incandescente del éxtasis. Esa instantánea se concentra en el número 3. Menos denso que el anterior en imaginería, nos informa sin embargo de la apertura de su vida interior a «las afueras», es decir de los empalmes con el entorno terreno y humano, del que ella no puede ni quiere desamarrarse.

Este otro «deseo grandísimo» que en adelante acuciará a Teresa es pura y netamente relacional. Ocurre entre ella y Dios. Desde ella a él, de persona a persona. Teresa lo formula así:

«Da Dios a estas almas un deseo tan grandísimo de no le descontentar en cosa ninguna, por poquito que sea, ni hacer una imperfección, si pudiese...». Doble hito de los deseos: no descontentarle a él; y hacer y ser ella lo más perfecta posible. Sumo optimismo de los deseos.

Teresa nuevamente ha siluetado en anonimato esos «deseos grandísimos». Pero es fácil desvelar ese camuflaje literario. Conocemos el episodio biográfico vivido por ella hacia sus 50 años, en los albores de su período extático. Una fuerza incontenible la impulsó a comprometerse con el voto de hacer siempre lo más perfecto, para «no descontentarle» a él. Aquel voto de «lo más perfecto» exigía de ella no resignarse a hacer lo bueno pudiendo hacer lo mejor. Ni a dar lo poco, pudiendo darlo o darse del todo.

Formulado con ese radicalismo de mística novata, los teólogos asesores de Teresa encontraron su voto desmesurado y humanamente inadmisible. Y optaron por relajárselo. Ha llegado hasta nosotros el texto autógrafo de esa mitigación, que reajusta y enfrena los deseos fortísimos contenidos en el voto. Ocurría ese episodio en marzo de 1565. Era exactamente el momento en que el fogueo de los deseos de Teresa llegaban a su zenit.

La alternativa pendular:
fugarse al desierto o clamar en mitad de las plazas

Podría parecer, a primera vista, que el ímpetu de los deseos hace replegar a Teresa sobre sí misma, cerrándola en el castillo de su propio perfectismo. Que ella, como todo místico, es retaguardia encastillada dentro de sí. Pues no. Ese anhelo de «ser más y mejor» hasta dar la medida de su propia capacidad, Teresa lo vive en plena comunión con los otros. Lo vive presionada por una especie de reclamo bipolar: por un lado, anhelando el «a solas» de que ha hablado en el número primero. Por otro lado, atraída y arrollada por el torbellino de la ciudad y de la vida social.

Esa bipolaridad la testifica así: por un lado, ella «querría huir de las gentes, y ha gran envidia a los que viven y han vivido en los desiertos» (n. 3: tentación de fuga que ya había testificado en Vida 31, 13). «Por otra parte, se querría meter en mitad del mundo, por ver si pudiese ser parte para que un alma alabase más a Dios. Y si es mujer, se aflige del atamiento que le hace su natural porque no puede hacer esto, y ha gran envidia a los que tienen libertad para dar voces, publicando quién es este gran Dios de las Caballerías» (n. 3).

En la biografía mística de Teresa este segundo impulso de clamor profético había prevalecido sobre el primero de fugarse al desierto. Lo testificó ella insistentemente en Vida: «¡Oh quién diese voces por el mundo para decir cuán fiel sois a vuestros amigos...! ¡Oh Dios mío, quién tuviera entendimiento y letras y nuevas palabras para encarecer vuestras obras como lo entiende mi alma!» (V 25, 17). «¡Qué señorío tiene un alma que el Señor llega aquí...! Querría dar voces para dar a entender cuán engañados están, y aun así lo hace algunas veces...» (V 20, 25).

Cuando Teresa alude al «atamiento que le hace su natural», está resintiéndose de los límites que aquella sociedad machista impone a su condición de mujer. Lo había denunciado tantas veces precisamen te en el período en que más intensos eran estos deseos de clamar y dar voces: «Oh Señor, si me dierais estado para decir a voces esto...!» (Vida, 21, 2; cf. 21, 5; 33, 11).

En definitiva, la experiencia mística ha situado a Teresa en tensión contradictoria: atraída a la altura contemplativa del «a solas con él solo». Y a la vez, relanzada, como un profeta, al barullo de la vida mundana para dar voces y «publicar quién es este gran Dios de las Caballerías».

«Trata de otra merced que (le) da el Señor»

«Entre estas cosas –penosas y sabrosas juntamente– da nuestro Señor al alma algunas veces unos júbilos... extraños» (n. 10).

Comienza así el segundo tema del capítulo. Es la explosión de gozo que estalla de pronto en el interior de Teresa. En el umbral del capítulo se había abierto ese su paisaje interior con «deseos de gozar». Pero deseos de Dios que al quedar insatisfechos derivaban en «tormento sabroso». Ahora sobreviene otra modulación de corte psicológico y teologal. Teresa le da el nombre de «júbilo». Y lo describe irruente y exaltante. A propósito para troquelar de nuevo todo el espacio de su psicología.

«Júbilo» es vocablo que sola esta vez comparece en el corpus de los escritos de la Santa. Término latinizante, que ella toma probablemente del pasaje bíblico alusivo a Jerusalén en fiesta («exulta filia Sion, jubila filia lerusalem»: Zac 9, 9), y leído en la liturgia de adviento. De ahí el carácter profundamente religioso de ese gozo desbordante, que empalma a la vez con un genuino filón de la psique teresiana: su nota constante de alegría. Lo mismo que los deseos de otra vida notábamos que en ella eran prolongación sublimada del natural deseo de vivir, también ahora la nativa vena de alegría se abre en su alma al «júbilo» que le viene «de otra región», y se prolonga en él.

De nuevo se trenzan las dos componentes, teologal y psicológica. Ese su júbilo no es un gozo remansado y reservado para sí misma: «Todo su contento provoca a alabanzas de Dios» (n. 10), en pura doxología teologal. Pero a la vez se desborda en derredor como una onda expansiva que alcanza a los otros: «Es un gozo tan excesivo del alma, que no querría gozarlo a solas, sino decirlo a todos para que la ayudasen a alabar a nuestro Señor, que aquí va todo su movimiento» (n. 10).

Al calificar de «excesiva» esa explosión jubilosa, no puede menos de evocar el «gran ímpetu de alegría», rayana en locura, que se apoderaba del Poverello de Asís, «cuando lo toparon los ladrones, que andaba por el campo dando voces, y les dijo que era pregonero del gran Rey, y otros santos que se van a los desiertos por poder pregonar lo que san Francisco estas alabanzas de su Dios. Yo conocí uno llamado fray Pedro de Alcántara..., que hacía esto mismo y lo tenían por loco los que alguna vez le oyeron. ¡Oh qué buena locura, hermanas, si nos la diera Dios a todas!» (n. 11).

Es la «locura y embriaguez de amor» mencionadas en los pasajes paralelos de Vida (cf. 16, 2: en su glosa a los Cantares, «borrachez» de amor: Conc. 4, 3-4; y 5M 2, 8). Ahora concluirá su exposición recuperando esta última imagen, afirmándola primero, y descalificándola después: «Anda el alma (=Teresa misma) como uno que ha bebido mucho, mas no tanto que esté enajenado de los sentidos...». Pero «harto groseras comparaciones son estas para tan preciosa causa; mas no alcanza otras mi ingenio» (n. 13).

Y en un gesto final de intención envolvente, entabla el diálogo con sus lectoras carmelitas, entre las que abundan las contagiadas de amor: «Ayudemos a esta alma, hijas mías, todas. ¿Para qué queremos tener más seso? ¿Qué nos puede dar mayor contento?, y ayúdennos todas las criaturas, por todos los siglos de los siglos, amén, amén, amén» (n. 13).



            [1] Sabe... el camino que va (= conduce) al cielo. Alusión a Mt 19, 17. – Véase la correspondencia autobiográfica de todo este pasaje en Vida cc. 27 y 29.
            [2] Gran Dios de las Caballerías: probable alusión bíblica al «Dios de los Ejércitos»: 1Re 15, 2; o al episodio del Éxodo 14, 18... (cf. el contexto del n. 4).
            [3] Ex 14, 21-22 y Js 3, 13.
            [4] Nueva alusión bíblica al episodio de Noé y la paloma (Gn 8, 8-9; cf. 7M 3, 13).
            [5] Alusión a Hc 5, 41.
            [6] El sentido es: el alma está ordinariamente como hemos dicho: «en un ser» (n. 5), o sea, inconmovible en su unión a Dios. Esos otros estados («cobarde», «atemorizado»...») son pasajeros.
            [7] En el c. 11, último de 6M (cf. el título); cf. además el 8, n. 4; Vida c. 29, n. 9 y Camino c. 19, nn. 9-10.
            [8] «Señor, si aún soy necesario a tu pueblo, no rehuso el trabajo» (del Oficio litúrgico de San Martín); cf. Exclam. 15, n. 2.
            [9] Fray Luis editó: cuando la hay [humildad]... (p. 179). El sentido es: El bien (= el menor mal) en este engaño (= exceso de lágrimas en personas tiernas) consistirá en ocasionar daño del cuerpo; y cuando no le hubiere (= daño del cuerpo), no será malo tener esta sospecha (de que acaba de hablar, fin del n. 7: que pretende el demonio a la larga enflaquecer el cuerpo, para impedir la oración).
            [10] Lc 15, 22...
            [11] Probable recuerdo de sus lecturas de los Flos Sanctorum, o de la Legenda mayor de San Francisco y Santa Clara (Toledo 1526).

Santa Teresa de Jesús, 15 de Octubre

Santa Teresa de Jesús
Virgen y Doctora de la Iglesia, Madre nuestra.
Celebración: 15 de Octubre.


Nace en Avila el 28 de marzo de 1515. Entra en el Monasterio de la Encarnación de Avila, el 2 de noviembre de 1535. Funda en Avila el primer monasterio de carmelitas descalzas con el título de San José el 24 de agosto de 1562.

Inaugura el primer convento de frailes contemplativos en Duruelo el 28 de noviembre de 1568. Llegará a fundar 32 casas. Hija de la Iglesia, muere en Alba de Tormes el 4 de octubre de 1582.

La primera edición de sus obras fue el 1588 en Salamanca, preparadas por Fr. Luis de león. El 24 de abril de 1614 fue beatificada por el Papa Pablo V, y el 12 de marzo de 1622 era canonizada en San Pedro por el Papa Gregorio XV. El 10 de septiembre de 1965, Pablo VI la proclama Patrona de los Escritores Españoles.


Gracias a sus obras -entre las que destacan el Libro de la Vida, el Camino de Perfección, Las Moradas y las Fundaciones- ha ejercido en el pueblo de Dios un luminoso y fecundo magisterio, que Pablo VI iba a reconocer solemnemente, declarándola Doctora de la Iglesia Universal el 27 de septiembre de 1970.

Teresa es maestra de oración en el pueblo de Dios y fundadora del Carmelo Teresiano.

¿Qué significa la oración para Santa Teresa?
"Procuraba, lo más que podía, traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor, dentro de mí presente. Y ésta era mi manera de oración. Si pensaba en algún paso, le representaba en lo interior; aunque lo más gastaba en leer buenos libros, que era toda mi recreación; porque no me dio Dios talento de discurrir con elentendimiento ni de aprovecharme con la imaginación; que la tengo tan torpe, que, aun para pensar y representar en mí (como lo procuraba traer) la humanidad del Señor, nunca acababa. Y, aunque por esta vía de no poder obrar con el entendimiento llegan más presto a la contemplación si perseveran, es muy trabajoso y penoso. Porque, si falta la ocupación de la voluntad y el haber en qué se ocupe en cosa presente el amor, queda el alma como sin arrimo ni ejercicio, y da gran pena la soledad y sequedad, y grandísimo combate los pensamientos" (Vida 4,7).

"En la oración pasaba gran trabajo, porque no andaba el espíritu señor sino esclavo; y así no me podía encerrar dentro de mí (que era todo el modo de proceder que llevaba en la oración), sin encerrar conmigo mil vanidades. Pasé así muchos años; que ahora me espanto qué sujeto bastó a sufrir que no dejase lo uno o lo otro. Bien sé que dejar la oración ya no era en mi mano, porque me tenía con las suyas el que me quería para hacerme mayores mercedes" (Vida 7, 17).

"Gran mal es un alma sola entre tantos peligros. Paréceme a mí que, si yo tuviera con quién tratar todo esto, que me ayudara a no tornar a caer, siquiera por vergüenza, ya que no la tenía de Dios. Por eso, aconsejaría yo a los que tienen oración, en especial al principio, procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo. Es cosa importantísima, aunque no sea sino ayudarse unos a otros con su oración. ¡Cuánto más, que hay muchas más ganancias! Yo no sé por qué (pues de conversa ciones y voluntades humanas, aunque no sean muy buenas, se procuran amigos con quien descansar y para más gozar de contar aquellos placeres vanos) no se ha de permitir que quien comenzare de veras a amar a Dios y a servirle, deje de tratar con algunas personas sus placeres y trabajos; que de todo tienen los que tienen oración" (Vida 7, 20).

Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por mí..., se me ofreció lo que ahora diré... que es: considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal adonde hay muchos aposentos así como en el cielo hay muchas moradas... Pues ¿qué tal os parece que será el aposento adonde un rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita?... no hay para qué nos cansar en querer comprender la hermosura de este castillo... ¿No es pequeña lástima y confusión que por nuestra culpa no (nos) entendamos a nosotros mismos ni sepamos quién somos? ¿No sería qran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es y no se conociese ni supiese quién fue su padre ni su madre ni de qué tierra?.... (1 Moradas 1,1-2)