COMENTARIOS AL LIBRO DE LA VIDA
Capítulo 36:
Revisión del texto, notas y comentario: Tomás Álvarez, O.C.D.
CAPÍTULO 36
Prosigue en la materia comenzada y dice cómo se acabó de concluir y se fundó este monasterio del glorioso San José y las grandes contradicciones y persecuciones que después de tomar hábito las religiosas hubo, y los grandes trabajos y tentaciones que ella pasó, y cómo de todo la sacó el Señor con victoria y en gloria y alabanza suya.
(sigue aquí --- en "Más información"... )
1. Partida ya de aquella ciudad [1](1), venía muy contenta por el camino, determinándome a pasar todo lo que el Señor fuese servido muy con toda voluntad.
La noche misma que llegué a esta tierra, llega nuestro despacho para el monasterio y Breve de Roma [2](2), que yo me espanté, y se espantaron los que sabían la prisa que me había dado el Señor a la venida, cuando supieron la gran necesidad que había de ello y a la coyuntura que el Señor me traía; porque hallé aquí al Obispo [3](3) y al santo fray Pedro de Alcántara y a otro caballero muy siervo de Dios [4](4), en cuya casa este santo hombre posaba, que era persona adonde los siervos de Dios hallaban espaldas y cabida [5](5).
2. Entrambos a dos acabaron con el Obispo admitiese el monasterio, que no fue poco, por ser pobre, sino que era tan amigo de personas que veía así determinadas a servir al Señor, que luego se aficionó a favorecerle; y el aprobarlo este santo viejo [6](6) y poner mucho con unos y con otros en que nos ayudasen, fue el que lo hizo todo. Si no viniera a esta coyuntura -como ya he dicho-, no puedo entender cómo pudiera hacerse. Porque estuvo poco aquí este santo hombre, que no creo fueron ocho días, y ésos muy enfermo, y desde a muy poco le llevó el Señor consigo [7](7). Parece que le había guardado Su Majestad hasta acabar este negocio, que había muchos días -no sé si más de dos años- que andaba muy malo.
3. Todo se hizo debajo de gran secreto, porque a no ser así no se pudiera hacer nada, según el pueblo estaba mal con ello, como se pareció después [8](8). Ordenó el Señor que estuviese malo un cuñado mío, y su mujer no aquí [9](9), y en tanta necesidad, que me dieron licencia para estar con él. Y con esta ocasión no se entendió nada, aunque en algunas personas [10](10) no dejaba de sospecharse algo, mas aún no lo creían. Fue cosa para espantar, que no estuvo más malo de lo que fue menester para el negocio y, en siendo menester tuviese salud para que yo me desocupase y él dejase desembarazada la casa, se la dio luego el Señor, que él estaba maravillado.
4. Pasé harto trabajo en procurar con unos y con otros que se admitiese [11](11), y con el enfermo, y con oficiales para que se acabase la casa a mucha prisa, para que tuviese forma de monasterio, que faltaba mucho de acabarse. Y la mi compañera [12](12) no estaba aquí, que nos pareció era mejor estar ausente para más disimular, y yo veía que iba el todo en la brevedad por muchas causas; y la una era porque cada hora temía me habían de mandar ir. Fueron tantas las cosas de trabajos que tuve, que me hizo pensar si era esta la cruz; aunque todavía me parecía era poco para la gran cruz que yo había entendido del Señor había de pasar [13](13).
5. Pues todo concertado, fue el Señor servido que, día de San Bartolomé [14](14), tomaron hábito [15](15) algunas y se puso el Santísimo Sacramento, y con toda autoridad y fuerza quedó hecho nuestro monasterio del gloriosísimo padre nuestro San José, año de mil y quinientos y sesenta y dos. Estuve yo a darles el hábito, y otras dos monjas de nuestra casa misma [16](16), que acertaron a estar fuera. Como en ésta que se hizo el monasterio era la que estaba mi cuñado (que, como he dicho [17](17), la había él comprado por disimular mejor el negocio), con licencia estaba yo en ella, y no hacía cosa que no fuese con parecer de letrados, para no ir un punto contra obediencia. Y como veían ser muy provechoso para toda la Orden por muchas causas, que aunque iba con secreto y guardándome no lo supiesen mis prelados, me decían lo podía hacer. Porque por muy poca imperfección que me dijeran era, mil monasterios me parece dejara, cuánto más uno. Esto es cierto. Porque aunque lo deseaba por apartarme más de todo y llevar mi profesión y llamamiento con más perfección y encerramiento, de tal manera lo deseaba, que cuando entendiera era más servicio del Señor dejarlo todo, lo hiciera -como lo hice la otra vez- [18](18) con todo sosiego y paz.
6. Pues fue para mí como estar en una gloria ver poner el Santísimo Sacramento y que se remediaron cuatro huérfanas pobres (porque no se tomaban con dote) [19](19) y grandes siervas de Dios, que esto se pretendió al principio, que entrasen personas que con su ejemplo fuesen fundamento para en que se pudiese el intento que llevábamos, de mucha perfección y oración, efectuar, y hecha una obra que tenía entendido era para servicio del Señor y honra del hábito de su gloriosa Madre, que éstas eran mis ansias.
Y también me dio gran consuelo de haber hecho lo que tanto el Señor me había mandado, y otra iglesia más en este lugar, de mi padre glorioso San José, que no la había. No porque a mí me pareciese había hecho en ello nada, que nunca me lo parecía, ni parece. Siempre entiendo lo hacía el Señor, y lo que era de mi parte iba con tantas imperfecciones, que antes veo había que me culpar que no que me agradecer. Mas érame gran regalo ver que hubiese Su Majestad tomádome por instrumento -siendo tan ruin- para tan gran obra.
Así que estuve con tan gran contento, que estaba como fuera de mí, con grande oración.
7. Acabado todo, sería como desde a tres o cuatro horas [20](20), me revolvió el demonio una batalla espiritual, como ahora diré. Púsome delante si había sido mal hecho lo que había hecho, si iba contra obediencia en haberlo procurado sin que me lo mandase el Provincial (que bien me parecía a mí le había de ser algún disgusto, a causa de sujetarle al Ordinario [21](21), por no se lo haber primero dicho; aunque como él no le había querido admitir, y yo no la mudaba [22](22), también me parecía no se le daría nada por otra parte), y que si habían de tener contento las que aquí estaban en tanta estrechura, si les había de faltar de comer, si había sido disparate, que quién me metía en esto, pues yo tenía monasterio.
Todo lo que el Señor me había mandado y los muchos pareceres y oraciones que había más de dos años que no casi cesaban, todo tan quitado de mi memoria como si nunca hubiera sido. Sólo de mi parecer me acordaba, y todas las virtudes y la fe estaban en mí entonces suspendidas, sin tener yo fuerza para que ninguna obrase ni me defendiese de tantos golpes.
8. También me ponía el demonio [23](23) que cómo me quería encerrar en casa tan estrecha, y con tantas enfermedades, que cómo había de poder sufrir tanta penitencia, y dejaba casa tan grande y deleitosa y adonde tan contenta siempre había estado, y tantas amigas; que quizás las de acá no serían a mi gusto, que me había obligado a mucho, que quizá estaría desesperada, y que por ventura había pretendido esto el demonio, quitarme la paz y quietud, y que así no podría tener oración, estando desasosegada, y perdería el alma.
Cosas de esta hechura juntas me ponía delante, que no era en mi mano pensar en otra cosa, y con esto una aflicción y oscuridad y tinieblas en el alma, que yo no lo sé encarecer. De que me vi así, fuime a ver el Santísimo Sacramento, aunque encomendarme a Él no podía. Paréceme estaba con una congoja como quien está en agonía de muerte. Tratarlo con nadie no había de osar, porque aún confesor no tenía señalado [24](14).
9. (Oh, válgame Dios, qué vida esta tan miserable! No hay contento seguro ni cosa sin mudanza. Había tan poquito que no me parece trocara mi contento con ninguno de la tierra, y la misma causa de él me atormentaba ahora de tal suerte que no sabía qué hacer de mí. (Oh, si mirásemos con advertencia las cosas de nuestra vida! Cada uno vería por experiencia en lo poco que se ha de tener contento ni descontento de ella.
Es cierto que me parece fue uno de los recios ratos que he pasado en mi vida. Parece que adivinaba el espíritu lo mucho que estaba por pasar, aunque no llegó a ser tanto como esto si durara. Mas no dejó el Señor padecer mucho a su pobre sierva; porque nunca en las tribulaciones me dejó de socorrer, y así fue en ésta, que me dio un poco de luz para ver que era demonio y para que pudiese entender la verdad y que todo era quererme espantar con mentiras. Y así comencé a acordarme de mis grandes determinaciones de servir al Señor y deseos de padecer por Él; y pensé que si había de cumplirlos, que no había de andar a procurar descanso, y que si tuviese trabajos, que ése era el merecer, y si descontento, como lo tomase por servir a Dios, me serviría de purgatorio; que de qué temía, que pues deseaba trabajos, que buenos eran éstos; que en la mayor contradicción estaba la ganancia; que por qué [25](25) me había de faltar ánimo para servir a quien tanto debía.
Con estas y otras consideraciones, haciéndome gran fuerza, prometí delante del Santísimo Sacramento de hacer todo lo que pudiese para tener licencia de venirme a esta casa [26](26), y en pudiéndolo hacer con buena conciencia, prometer clausura.
10. En haciendo esto, en un instante huyó el demonio y me dejó sosegada y contenta, y lo quedé y lo he estado siempre, y todo lo que en esta casa se guarda de encerramiento y penitencia y lo demás, se me hace en extremo suave y poco. El contento es tan grandísimo que pienso yo algunas veces qué pudiera escoger en la tierra que fuera más sabroso. No sé si es esto parte para tener mucha más salud que nunca, o querer el Señor -por ser menester y razón que haga lo que todas- darme este consuelo que pueda hacerlo, aunque con trabajo. Mas del poder se espantan todas las personas que saben mis enfermedades. (Bendito sea Él, que todo lo da y en cuyo poder se puede! [27](27).
11. Quedé bien cansada de tal contienda y riéndome del demonio, que vi claro ser él. Creo lo permitió el Señor, porque yo nunca supe qué cosa era descontento de ser monja ni un momento, en veinte y ocho años y más que ha que lo soy [28](28), para que entendiese la merced grande que en esto me había hecho, y del tormento que me había librado; y también para que si alguna viese lo estaba, no me espantase y me apiadase de ella y la supiese consolar.
Pues pasado esto, queriendo después de comer descansar un poco (porque en toda la noche no había casi sosegado, ni en otras algunas dejado de tener trabajo y cuidado, y todos los días bien cansada), como se había sabido en mi monasterio [29](29) y en la ciudad lo que estaba hecho, había en él mucho alboroto por las causas que ya he dicho [30](30), que parecía llevaban algún color.
Luego la prelada [31](31) me envió a mandar que a la hora [32](32) me fuese allá. Yo en viendo su mandamiento, dejo mis monjas harto penadas, y voyme luego.
Bien vi que se me habían de ofrecer hartos trabajos; mas como ya quedaba hecho, muy poco se me daba. Hice oración suplicando al Señor me favoreciese, y a mi padre San José que me trajese a su casa, y ofrecíle lo que había de pasar y, muy contenta se ofreciese algo en que yo padeciese por él y le pudiese servir, me fui, con tener creído luego me habían de echar en la cárcel [33](33). Mas a mi parecer me diera mucho contento, por no hablar a nadie y descansar un poco en soledad, de lo que yo estaba bien necesitada, porque me traía molida tanto andar con gente.
12. Como llegué y di mi descuento [34](34) a la prelada, aplacóse algo, y todas enviaron al Provincial [35](35), y quedóse la causa para delante de él. Y venido, fui a juicio con harto gran contento de ver que padecía algo por el Señor [36](36), porque contra Su Majestad ni la Orden no hallaba haber ofendido nada en este caso; antes procuraba aumentarla con todas mis fuerzas, y muriera de buena gana por ello, que todo mi deseo era que se cumpliese con toda perfección. Acordéme del juicio de Cristo y vi cuán nonada era aquél. Hice mi culpa [37](37) como muy culpada, y así lo parecía a quien no sabía todas las causas.
Después de haberme hecho una gran reprensión, aunque no con tanto rigor como merecía el delito y lo que muchos decían al Provincial, yo no quisiera disculparme, porque iba determinada a ello, antes pedí me perdonase y castigase y no estuviese desabrido conmigo.
13. En algunas cosas bien veía yo me condenaban sin culpa, porque me decían lo había hecho porque me tuviesen en algo y por ser nombrada y otras semejantes. Mas en otras claro entendía que decían verdad, en que era yo más ruin que otras, y que pues no había guardado la mucha religión que se llevaba en aquella casa, cómo pensaba guardarla en otra con más rigor, que escandalizaba el pueblo y levantaba cosas nuevas. Todo no me hacía ningún alboroto ni pena, aunque yo mostraba tenerla porque no pareciese tenía en poco lo que me decían. En fin, me mandó delante de las monjas diese descuento, y húbelo de hacer.
14. Como yo tenía quietud en mí y me ayudaba el Señor, di mi descuento de manera que no halló el Provincial, ni las que allí estaban, por qué me condenar. Y después a solas le hablé más claro, y quedó muy satisfecho, y prometióme -si fuese adelante- [38](38) en sosegándose la ciudad, de darme licencia que me fuese a él, porque el alboroto de toda la ciudad era tan grande como ahora diré.
15. Desde a dos o tres días, juntáronse algunos de los regidores y corregidor y del cabildo [39](39), y todos juntos dijeron que en ninguna manera se había de consentir, que venía conocido daño a la república [40](40), y que habían de quitar el Santísimo Sacramento, y que en ninguna manera sufrirían pasase adelante. Hicieron juntar todas las Ordenes para que digan su parecer [41](41), de cada una dos letrados. Unos callaban, otros condenaban; en fin, concluyeron que luego se deshiciese. Sólo un Presentado de la Orden de Santo Domingo [42](42), aunque era contrario -no del monasterio, sino de que fuese pobre-, dijo que no era cosa que así se había de deshacer, que se mirase bien, que tiempo había para ello, que éste era caso del Obispo, o cosas de este arte, que hizo mucho provecho. Porque según la furia, fue dicha no lo poner luego por obra. Era, en fin, que había de ser; que era el Señor servido de ello, y podían todos poco contra su voluntad. Daban sus razones y llevaban buen celo, y así, sin ofender ellos a Dios, hacíanme padecer y a todas las personas que lo favorecían, que eran algunas, y pasaron mucha persecución.
16. Era tanto el alboroto del pueblo, que no se hablaba en otra cosa, y todos condenarme e ir al Provincial y a mi monasterio. Yo ninguna pena tenía de cuanto decían de mí más que si no lo dijeran, sino temor si se había de deshacer. Esto me daba gran pena, y ver que perdían crédito las personas que me ayudaban y el mucho trabajo que pasaban, que de lo que decían de mí antes me parece me holgaba; y si tuviera alguna fe, ninguna alteración tuviera, sino que faltar algo en una virtud basta a adormecerlas todas; y así estuve muy penada dos días que hubo estas juntas que digo en el pueblo [43](43), y estando bien fatigada me dijo el Señor: )No sabes que soy poderoso?; )de qué temes?, y me aseguró que no se desharía. Con esto quedé muy consolada.
Enviaron al Consejo Real con su información [44](44). Vino provisión para que se diese relación de cómo se había hecho.
17. Hela aquí comenzado un gran pleito; porque de la ciudad fueron a la Corte, y hubieron de ir de parte del monasterio, y ni había dineros ni yo sabía qué hacer. Proveyólo el Señor, que nunca mi Padre Provincial me mandó dejase de entender en ello; porque es tan amigo de toda virtud, que aunque no ayudaba, no quería ser contra ello. No me dio licencia, hasta ver en lo que paraba, para venir acá. Estas siervas de Dios [45](45) estaban solas y hacían más con sus oraciones que con cuanto yo andaba negociando, aunque fue menester harta diligencia.
Algunas veces parecía que todo faltaba, en especial un día antes que viniese el Provincial, que me mandó la priora [46](46) no tratase en nada, y era dejarse todo. Yo me fui a Dios y díjele: *Señor, esta casa no es mía; por Vos se ha hecho; ahora que no hay nadie que negocie, hágalo Vuestra Majestad+. Quedaba tan descansada y tan sin pena, como si tuviera a todo el mundo que negociara por mí, y luego tenía por seguro el negocio.
18. Un muy siervo de Dios, sacerdote [47](47), que siempre me había ayudado, amigo de toda perfección, fue a la Corte a entender en el negocio, y trabajaba mucho; y el caballero santo -de quien he hecho mención- [48](48) hacía en este caso muy mucho, y de todas maneras lo favorecía. Pasó hartos trabajos y persecución, y siempre en todo le tenía por padre y aun ahora le tengo.
Y en los que nos ayudaban ponía el Señor tanto hervor, que cada uno lo tomaba por cosa tan propia suya, como si en ello les fuera la vida y la honra, y no les iba más de ser cosa en que a ellos les parecía se servía el Señor. Pareció claro ayudar Su Majestad al Maestro que he dicho, clérigo [49](49), que también era de los que mucho me ayudaban, a quien el Obispo puso de su parte en una junta grande [50](50) que se hizo, y él estaba solo contra todos y en fin, los aplacó con decirles ciertos medios, que fue harto para que se entretuviesen, mas ninguno bastaba para que luego no tornasen a poner la vida, como dicen, en deshacerle. Este siervo de Dios que digo, fue quien dio los hábitos y puso el Santísimo Sacramento, y se vio en harta persecución. Duró esta batería casi medio año [51](51), que decir los grandes trabajos que se pasaron por menudo, sería largo.
19. Espantábame yo de lo que ponía el demonio contra unas mujercitas y cómo les parecía a todos era gran daño para el lugar solas doce mujeres y la priora, que no han de ser más -digo a los que lo contradecían-, y de vida tan estrecha; que ya que fuera daño o yerro, era para sí mismas; mas daño al lugar, no parece llevaba camino; y ellos hallaban tantos, que con buena conciencia lo contradecían. Ya vinieron a decir que, como tuviese renta, pasarían por ello y que fuese adelante. Yo estaba ya tan cansada de ver el trabajo de todos los que me ayudaban, más que del mío, que me parecía no sería malo hasta que se sosegasen tener renta, y dejarla después. Y otras veces, como ruin e imperfecta, me parecía que por ventura lo quería el Señor, pues sin ella no podíamos salir con ello, y venía ya en este concierto [52](52).
20. Estando la noche antes que se había de tratar en oración, y ya se había comenzado el concierto, díjome el Señor que no hiciese tal, que si comenzásemos a tener renta, que no nos dejarían después que lo dejásemos, y otras algunas cosas. La misma noche me apareció el santo fray Pedro de Alcántara, que era ya muerto [53](53), y antes que muriese me escribió -como supo la gran contradicción y persecución que teníamos- que se holgaba fuese la fundación con contradicción tan grande, que era señal se había el Señor servir muy mucho en este monasterio, pues el demonio tanto ponía en que no se hiciese, y que en ninguna manera viniese en tener renta; y aun dos o tres veces me persuadió en la carta, y que, como esto hiciese, ello vendría a hacerse todo como yo quería. Ya yo le había visto otras dos veces después que murió, y la gran gloria que tenía, y así no me hizo temor, antes me holgué mucho; porque siempre aparecía como cuerpo glorificado, lleno de mucha gloria, y dábamela muy grandísima verle. Acuérdome que me dijo la primera vez que le vi, entre otras cosas, diciéndome lo mucho que gozaba, que dichosa penitencia había sido la que había hecho, que tanto premio había alcanzado.
21. Porque ya creo tengo dicho algo de esto [54](54), no digo aquí más de cómo esta vez me mostró rigor y sólo me dijo que en ninguna manera tomase renta y que por qué no quería tomar su consejo, y desapareció luego.
Yo quedé espantada, y luego otro día dije al caballero [55](55) -que era a quien en todo acudía como el que más en ello hacía- lo que pasaba, y que no se concertase en ninguna manera tener renta, sino que fuese adelante el pleito. Él estaba en esto mucho más fuerte que yo, y holgóse mucho; después me dijo cuán de mala gana hablaba en el concierto.
22. Después se tornó a levantar otra persona [56](56), y sierva de Dios harto, y con buen celo; ya que estaba en buenos términos, decía se pusiese en manos de letrados. Aquí tuve hartos desasosiegos, porque algunos de los que me ayudaban venían en esto, y fue esta maraña que hizo el demonio, de la más mala digestión de todas. En todo me ayudó el Señor, que así dicho en suma no se puede bien dar a entender lo que se pasó en dos años [57](57) que se estuvo comenzada esta casa, hasta que se acabó. Este medio postrero y lo primero fue lo más trabajoso.
23. Pues aplacada ya algo la ciudad, diose tan buena maña el Padre Presentado Dominico que nos ayudaba [58](58), aunque no estaba presente, mas habíale traído el Señor a un tiempo que nos hizo harto bien y pareció haberle Su Majestad para solo este fin traído, que me dijo él después que no había tenido para qué venir, sino que acaso lo había sabido. Estuvo lo que fue menester. Tornado a ir, procuró por algunas vías que nos diese licencia nuestro Padre Provincial para venir yo a esta casa con otras algunas conmigo [59](59), (que parecía casi imposible darla tan en breve), para hacer el oficio [60](60) y enseñar a las que estaban. Fue grandísimo consuelo para mí el día que vinimos.
24. Estando haciendo oración en la iglesia antes que entrase en el monasterio, estando casi en arrobamiento, vi a Cristo que con grande amor me pareció me recibía y ponía una corona y agradeciéndome lo que había hecho por su Madre.
Otra vez, estando todas en el coro en oración después de Completas, vi a nuestra Señora con grandísima gloria, con manto blanco, y debajo de él parecía ampararnos a todas; entendí cuán alto grado de gloria daría el Señor a las de esta casa.
25. Comenzado a hacer el oficio [61](61), era mucha la devoción que el pueblo comenzó a tener con esta casa. Tomáronse más monjas, y comenzó el Señor a mover a los que más nos habían perseguido para que mucho nos favoreciesen e hiciesen limosna; y así aprobaban lo que tanto habían reprobado, y poco a poco se dejaran del pleito y decían que ya entendían ser obra de Dios, pues con tanta contracción Su Majestad había querido fuese adelante. Y no hay al presente nadie que le parezca fuera acertado dejarse de hacer, y así tienen tanta cuenta con proveernos de limosna, que sin haber demanda [62](62) ni pedir a nadie, los despierta el Señor para que nos la envíen, y pasamos sin que nos falte lo necesario, y espero en el Señor será así siempre; que, como son pocas, si hacen lo que deben como Su Majestad ahora les da gracia para hacerlo, segura estoy que no les faltará ni habrán menester ser cansosas [63](63), ni importunar a nadie, que el Señor se tendrá cuidado como hasta aquí.
26. Que es para mí grandísimo consuelo de verme aquí metida con almas tan desasidas. Su trato es entender cómo irán adelante en el servicio de Dios. La soledad es su consuelo, y pensar de ver a nadie que no sea para ayudarlas a encender más el amor de su Esposo, les es trabajo, aunque sean muy deudos [64](64); y así no viene nadie a esta casa, sino quien trata de esto, porque ni las contenta ni los contenta. No es su lenguaje otro sino hablar de Dios, y así no entienden ni las entiende sino quien habla el mismo [65](65).
Guardamos la Regla de nuestra Señora del Carmen, y cumplida ésta sin relajación, sino como la ordenó fray Hugo, Cardenal de Santa Sabina, que fue dada a 1248 años, en el año quinto del Pontificado del Papa Inocencio IV [66](66).
27. Me parece serán bien empleados todos los trabajos que se han pasado. Ahora, aunque tiene algún rigor, porque no se come jamás carne sin necesidad y ayuno de ocho meses y otras cosas, como se ve en la misma primera Regla, en muchas aun se les hace poco a las hermanas y guardan otras cosas que para cumplir ésta con más perfección nos han parecido necesarias [67](67). Y espero en el Señor ha de ir muy delante lo comenzado, como Su Majestad me lo ha dicho [68](68).
28. La otra casa que la beata que dije procuraba hacer, también la favoreció el Señor, y está hecha en Alcalá [69](69), y no le faltó harta contradicción ni dejó de pasar trabajos grandes. Sé que se guarda en ella toda religión, conforme a esta primera Regla nuestra [70](70). Plega al Señor sea todo para gloria y alabanza suya y de la gloriosa Virgen María, cuyo hábito traemos, amén.
29. Creo se enfadará vuestra merced [71](71) de la larga relación que he dado de este monasterio, y va muy corta para los muchos trabajos y maravillas que el Señor en esto ha obrado, que hay de ello muchos testigos que lo podrán jurar, y así pido yo a vuestra merced por amor de Dios, que si le pareciere romper lo demás que aquí va escrito [72](72), lo que toca a este monasterio vuestra merced lo guarde y, muerta yo, lo dé a las hermanas que aquí estuvieren, que animará mucho para servir a Dios las que vinieren, y a procurar no caiga lo comenzado, sino que vaya siempre adelante, cuando vean lo mucho que puso Su Majestad en hacerla por medio de cosa tan ruin y baja como yo.
Y pues el Señor tan particularmente se ha querido mostrar en favorecer para que se hiciese, paréceme a mí que hará mucho mal y será muy castigada de Dios la que comenzare a relajar la perfección que aquí el Señor ha comenzado y favorecido para que se lleve con tanta suavidad, que se ve muy bien es tolerable y se puede llevar con descanso, y el gran aparejo que hay para vivir siempre en él las que a solas quisieren gozar de su esposo Cristo; que esto es siempre lo que han de pretender, y solas con Él solo, y no ser más de trece; porque esto tengo por muchos pareceres sabido que conviene, y visto por experiencia, que para llevar el espíritu que se lleva y vivir de limosna y sin demanda, que no se sufre más [73](73). Y siempre crean más a quien con trabajos muchos y oración de muchas personas procuró lo que sería mejor; y en el gran contento y alegría y poco trabajo que en estos años que ha estamos en esta casa vemos tener todas, y con mucha más salud que solían, se verá ser esto lo que conviene. Y quien le pareciere áspero [74](74), eche la culpa a su falta de espíritu y no a lo que aquí se guarda, pues personas delicadas y no sanas, porque le tienen, con tanta suavidad lo pueden llevar, y váyanse a otro monasterio, adonde se salvarán conforme a su espíritu.
COMENTARIO AL CAPÍTULO 36
Teresa ha regresado a Ávila. Fundación del primer Carmelo teresiano
El trazado del capítulo esta vez queda bien diseñado en el extenso título con que lo rotula Teresa: fundación del Carmelo de San José; "grandes contradicciones y persecuciones" desde fuera; "grandes tentaciones y trabajos" interiores de ella; victoria e idilio final.
Efectivamente en el relato se van sucediendo al menos cuatro planos escénicos: muy personales de Teresa, los unos; otros, de los dos grupos comunitarios interesados -comunidad de San José y carmelitas de la Encarnación-, más las comparsas ciudadanas; sigue la acuciante crisis interior de la Santa, y el disfrute final en el nuevo Carmelo.
Todo ello narrado en clave sobrenaturalista: latente en la urdimbre del relato, actúa el Protagonista secreto, que se hace presente en momentos puntuales, incluso para impartir a Teresa una palabra de orden, a la que ella corresponde en términos sencillos y entrañables: "Señor, esta casa no es mía; por Vos se ha hecho..." (16).
Son numerosos los personajes que se mueven en la escena: del lado de Teresa, las cuatro jóvenes pioneras que la siguen; frente a ella, su anterior comunidad de la Encarnación, la priora, el Provincial, el capítulo comunitario, aunque también hay en la Encarnación grupos que secundan la iniciativa teresiana. Tácticamente, se ha alejado de Ávila la gran amiga de Teresa, doña Guiomar, pero en su lugar actúan el cuñado de la Santa Juan de Ovalle, el Caballero santo, varios letrados amigos: Ibáñez, Daza, Gonzalo de Aranda. Comparece por primera vez, aunque en anonimato, otro letrado importante, fray Domingo Báñez, que al leer más tarde la página alusiva a él, no resiste la tentación de marginarla de su puño y letra escribiendo: "Yo me hallé presente", firmado. Más importantes, otros dos personajes, fray Pedro de Alcántara, y el recién nombrado obispo de Ávila don Alvaro de Mendoza. Aunque no todos por igual, sí están todos implicados en la modestísima empresa de la fundación.
)Cronología de los hechos? - Baste esbozar una agenda elemental: Teresa regresa de Toledo en julio de 1562. Ese mismo mes llega también de Roma el breve con la licencia de fundación, fechado el 7.2.1562. De julio es también la intervención de fray Pedro de Alcántara ante el obispo abulense, si bien su carta no esté fechada. (Fray Pedro morirá poco después, 18.10.1562, en Arenas de san Pedro, Ávila). El día 22, las obras del futuro conventico ya son denunciadas al Concejo de la ciudad. La erección del nuevo Carmelo tiene lugar dos días después, el 24 de agosto. Ese mismo día Teresa es reclamada por la priora de la Encarnación. Los días 25, 26, 29 y 30, reuniones del Concejo en contra del nuevo convento. En la sesión del 30 de agosto, los señores del Concejo deciden apelar al Rey contra el breve pontificio de fundación. (A esa junta asiste, entre otros amigos de Teresa, el dominico Pedro Ibáñez). El 12 de septiembre el Concejo decreta enviar un delegado a Madrid, para activar la causa ante el Consejo Real. Las "juntas" del Concejo proseguirán todo el año. Probablemente será a finales de éste ()noviembre?) cuando el Provincial dé licencia a Teresa para regresar a San José.
He aquí el guión del capítulo:
- Núms. 1-4: Regreso de Teresa a Ávila.
- Núms. 5-10: Erección del nuevo convento.
- Núms. 10-14: Teresa abandona el convento y regresa a la Encarnación.
- Núms. 15-22: Oposición de la ciudad.
- Núms. 23-29: Teresa vuelve a San José; ideal de vida en el nuevo Carmelo.
El porqué de las prisas misteriosas
El relato del capítulo precedente había terminado con la palabra interior que intimaba a Teresa el regreso a Ávila, y la inmediata reacción de urgencia por parte de ésta. Urgencia nerviosa, que ni siquiera soporta esperar a que pase la primera racha de calores veraniegos.
La razón de esa urgencia la encuentra ella "la misma noche de su llegada a Ávila", en que sorprendentemente llegó también "nuestro despacho de Roma", es decir, el breve con la licencia de fundación, que había sido expedido en la Ciudad Eterna el 7 de febrero anterior.
"Yo me espanté, y se espantaron los que sabían la prisa que me había dado el Señor..." (n. 1). "Si no viniera (yo) a esta coyuntura; no puedo entender cómo pudiera hacerse..." (n. 2).
Es que ya el año anterior (1561) se había frustrado el primer breve pontificio traído de Roma para la fundación. Y ahora, de no haber estado ella en Ávila para hacerse cargo del nuevo breve, )en qué manos hubiera ido a parar el precioso documento?
El breve romano era algo así como la carta natal del Carmelo teresiano. En Ávila, además, Teresa se encontró providencialmente con quienes podían traducírselo en confianza y facilitar su ejecución: allí estaban en ese preciso momento fray Pedro de Alcántara, "otro caballero muy siervo de Dios" (Juan Blázquez) y el Obispo don Alvaro. Viento en popa, todo ello.
La doble oposición
Fue sólo un breve momento de gozo la erección de la casa, la toma de hábito de las cuatro pioneras, el colaudo de los asesores amigos, Daza, el Caballero santo, Julián de Ávila y quizás el P. Ibáñez, y sobre todo cuando "se puso el Santísimo Sacramento".
"Estuve yo a darles el hábito", anota ella.
"Fue para mí como estar en una gloria ver poner el Santísimo Sacramento".
"También me dio gran consuelo haber hecho lo que tanto el Señor me había mandado y otra iglesia en este lugar, de mi padre glorioso san José, que no la había".
Pero siguió fulminante una doble borrasca. Primero, en lo más hondo de Teresa misma. Luego desde los cuatro puntos cardinales de la ciudad.
En primerísimo lugar, la asalta a ella una incontenible crisis interior. Fue el demonio, asegura Teresa: "Me revolvió una batalla espiritual" (n. 7), con toda una avalancha de dudas acerca de lo hecho, por desatinado y por comprometido. "Es cierto que me parece fue uno de los recios ratos que he pasado en mi vida" (9).
Esa crisis interior pasó como una tormenta de verano. Pero sobrevino la borrasca de fuera, "las grandes contradicciones y persecuciones" anunciadas en el título del capítulo. Primero la fácilmente superable oposición de sus hermanas de hábito, que no llegan a "echarla a la cárcel". Luego, la tenacísima oposición de la ciudad. Tanto desde el oleaje de la calle, como desde la altura del Concejo ciudadano. Tras la serie de "juntas" celebradas por éste, la apelación y el traslado del pleito al Consejo Real de Madrid. "Hela aquí -anota la Santa- comenzado un gran pleito!... Y ni había dineros, ni sabía qué hacer".
La madeja se le enreda más todavía porque vuelve sobre la mesa el problema de la pobreza absoluta de la casa, y porque entre sus amigos hay un letrado que ineptamente se lo complica más todavía (n. 22). Y porque, entretanto, las inexpertas pioneras de San José están solas y medio incomunicadas. Y más o menos incomunicada ella misma, alejada en su monasterio de la Encarnación. Todo ello por lo menos durante los tres o cuatro meses que siguen a la inauguración de la casa. La tenacidad del Concejo durará mucho más. "Duró esta batería casi medio año -escribe ella-, que decir los grandes trabajos que se pasaron por menudo, sería largo" (18). "(Espantábame yo de lo que ponía el demonio contra unas mujercitas...!, (solas doce mujeres y la priora, que no han de ser más!" (19).
Ideas e ideales: el alma del proyecto
Erigir el convento, levantar las cuatro paredes e incluso construir una iglesia en honor de san José, era el hito primero, pero material. Lo importante en la empresa era el objetivo espiritual: el ideal de vida.
Si bien no muy definido en un principio (c. 32), ese ideal se fue perfilando poco a poco. Muy precariamente en el estreno humildísimo de la casa por las cuatro pioneras. Apenas puntualizado en estas páginas (cc. 32-36), escritas a los tres años. Se lo desarrolla luego en un libro entero, escrito ya para un grupo de doce, el Camino de Perfección. Y llegará a marcar un nuevo estilo de vida religiosa dentro de la Iglesia.
Tal como la Santa lo formula -aunque sólo de refilón- en el presente capítulo, constaría de pocos factores fundamentales:
- Grupo reducido: no más de trece; en reacción a los monasterios multitudinarios de aquel momento. Pocas y selectas. Era una opción contra corriente. Apenas muerta la Santa, será uno de los puntos de su obra denunciados a la Inquisición.
- Opción por la "Primitiva Regla del Carmen". Con ánimo de empalme con el Carmelo de los orígenes. Opción explícita, pero simbólica. En realidad Teresa opta por la Regla carmelitana aprobada a mediados del siglo XIII por Inocencio IV. Y de hecho, las inmediatas Constituciones del convento flexibilizarán la aplicación de la Regla.
- Pobreza de la casa y de la comunidad. Opción también categórica. Con referencia al Jesús pobre y a los consejos evangélicos. En el Camino, escrito poco después, insistirá en el aspecto espiritual de la pobreza: "Desasimiento de todo lo creado".
- Típico ideal contemplativo. Oración, soledad, sentido cristológico esponsal: "Solas con Él solo". También este factor lo explicitará en las páginas del Camino, dándole sentido apostólico: tanto la vida consagrada como la oración serán por y para la Iglesia.
Por encima de esas motivaciones, todo el relato de la fundación (cc. 32-36) insistirá en el origen carismático de la misma. Condensado en la breve palabra de Teresa al Señor: "Señor, esta casa no es mía: por Vos se ha hecho...".
De ahí la insólita conclusión del capítulo. En diálogo, una vez más, con García de Toledo, lector y censor del libro, Teresa le pide que si decide destruirlo, salve de las llamas los capítulos que narran la fundación de San José: "Pido yo a vuestra merced por amor de Dios que, si le pareciere romper lo demás que aquí va escrito, lo que toca a este monasterio vuestra merced lo guarde y, muerta yo, lo dé a las hermanas que aquí estuvieren" (29).
Así pues, excepcionalmente, estas páginas tendrían por destinatarias expresas a las carmelitas sucesoras de la Santa. Son lo primero que escribió para ellas.
CAPÍTULOS 37-40
SECCIÓN FINAL DEL LIBRO
Esta sección final del libro se presenta como un anexo al "discurso de su vida", que parecía concluido con la fundación de San José. Quedan bien marcados el íncipit y el éxplicit de la nueva sección:
Comienza: "De mal se me hace decir más..." (c. 37, 1). O sea, le cuesta tener que añadir cosas a lo ya dicho. Pero se lo han exigido por doble partida: desde dentro, se lo ha "mandado" el Señor. Desde fuera, lo han pedido "vuestras mercedes", es decir, el grupo de asesores íntimos.
Y concluye: "De esta manera vivo ahora, señor y padre mío" (40, 23), en diálogo con el más íntimo de ellos, el dominico García de Toledo. El indicativo "de esta manera vivo ahora", alude a la tensión escatológica entre vida y muerte ("o morir o padecer", el vivir contra reloj), que ha testificado en los números finales del último capítulo (40, 20-22).
Es neto el cambio de escena respecto del relato que precede. La fundación del nuevo Carmelo fue batallera y la tuvo a ella en plena marejada (cc. 32-36). Ahora, en cambio, el nuevo escenario es el "rinconcito tan encerrado" de San José, en total calma de vida contemplativa. De suerte que las dos secciones forman un díptico contrastante: de la intensa brega de la fundación, ha pasado al sosiego del "rinconcito, adonde ya, como cosa muerta, pensé no hubiera más memoria de mí" (40, 21). Sólo de refilón se aludirá al último breve pontificio recién llegado de Roma a finales de 1565 para refrendar la pobreza del monasterio (39, 14).
No sabemos exactamente cuál fue el tema propuesto o impuesto por los asesores o por la voz interior: qué había que añadir al relato. Pero todo indica que a la autora la requirieron para que hablase de su vida mística: "Decir más de las mercedes que me ha hecho el Señor" (37, 1). De hecho, será ése el enunciado reiterativo de los tres capítulos siguientes: "En que trata de algunas grandes mercedes que el Señor la hizo". Título del capítulo 38. Y lo de las "grandes mercedes" se repetirá literalmente en el título de los capítulos 39 y 40. Es patente, por tanto, que la Santa se propone terminar el relato de su vida con un recorrido por el espacio misterioso de su mundo interior y de sus experiencias místicas. Será algo así como un "tratado de las grandes mercedes" de los años postreros.
A lo largo de esos cuatro capítulos finales reaparecerán los personajes y personajillos históricos del relato precedente, pero ya no los evocará como actores implicados en su aventura terrena, sino en cuanto presentes en su vida mística. Así, reaparecen sus padres, sus amigos, sus superiores, doña Luisa, incluso los reyes..., pero con enfoque diverso, siempre a la luz de sus experiencias místicas. Con preferencia absoluta para el actor trascendente, el Señor. Y, en definitiva con intención no tanto histórica cuanto doctrinal: "Junta con esto harto buena doctrina". "De algunas ["grandes mercedes"] se puede tomar harto buena doctrina" (son los títulos de los capítulos 38 y 40).
Esta sección final tiene doble marco cronológico. Teresa la escribe a finales del año 1565 (cf 39, 14). A pesar del sosiego idílico de su nuevo Carmelo, la redacta acosada por la premura de tiempo: "Es en tantas veces las que he escrito estas tres hojas y en tantos días -porque he tenido y tengo, como he dicho, poco lugar- que se me había olvidado lo que comencé a decir..." (39, 17). Las cosas relatadas tienen como telón de fondo las vivencias de ese primer trienio de vida en el nuevo Carmelo (1562-1565), pero frecuentemente tienden una mirada retrospectiva a todo el quinquenio anterior (1560-1565), tan tupido de experiencias místicas.
A la par que esa mirada retrospectiva, se intensifica la mirada hacia adelante: el texto de los cuatro capítulos va dando paso a una creciente tensión escatológica (esperanza de cielo), con momentos de intensa emotividad (38, 22), que culminan en las páginas finales: "Dame consuelo oír el reloj, porque me parece me allego un poquito más para ver a Dios, de que veo ser pasada aquella hora de la vida" (40, 20-22). Tensión que retoma alguno de los sentimientos anteriormente vividos a la altura de la cuarta agua: "Ansia de ver a Dios"; "que esto se acabe con acabar la vida" (20, 13).
Pinceladas que definen bien el estado anímico de la autora cuando escribe estas páginas y que se refleja sobre todo en los intervalos orantes de la escritora, cada vez que deja de lado al lector y dirige la palabra a Dios.
Un posible guión para la lectura de los cuatro capítulos podría ser:
- Cap. 37: La grandísima hermosura de Cristo.
- Cap. 38: Pentecostés personal de Teresa en la ermita de Nazaret.
- Cap. 39: La fuerza su oración de intercesión.
- Cap. 40: La Verdad de Dios en sí mismo. Cristo en el alma. Dios en todas las cosas. - Así vivo ahora.
[9] Su cuñado: Juan de Ovalle, casado con la hermana menor de la Santa, Juana de Ahumada, residentes en Alba. Se había trasladado a Ávila para trabajar en la adquisición de las casas para la fundación. Viajó a Toledo para acompañar a la M. Teresa en su viaje de regreso. En Ávila cayó enfermo, y hubo de ser asistido por la Santa.
[31] La prelada de la Encarnación. "D Isabel de Ávila", anota Gracián en su libro, pero se equivoca: era priora María Cimbrón, recién elegida en la temida asamblea de que habló la Santa a su partida de Toledo (12 de agosto de 1562: cf. c. 35, 7‑8). Doña Isabel Dávila era la priora cesante. Doña María Cimbrón había sido priora por los años de la enfermedad de Teresa (1539‑1542).
[39] Regidores eran los asesores o asistentes del Concejo ciudadano; Corregidor, el funcionario regio con autoridad judicial y administrativa de la ciudad. Cabildo catedralicio, compuesto por el deán y los canónigos. ‑ La serie de sesiones del Concejo se celebró los días 25, 26, 29 y 30 de agosto. Había precedido el día 22 una delación de Lázaro Dávila "cantero veedor de las fuentes". Y seguirán las sesiones del Concejo en los meses de septiembre, octubre y noviembre, e incluso en el año siguiente 1563. Las actas respectivas pueden verse publicadas en La Reforma Teresiana: documentario de sus primeros días (Roma 1962), pp.152 y ss.
[41] Hicieron juntar...: alude a la convocatoria general del día 29 de agosto, para reunirse todos al día siguiente. El acta oficial da una idea de la solemnidad del acto: "Sobre lo del monasterio. ‑ Este día, en el dicho concejo, los dichos señores Justicia, Regidores, dijeron que para tratar y conferir sobre lo tocante al monasterio que nuevamente se ha intentado hacer, acordaban y mandaban que para mañana domingo, a las tres después de medio día, los señores Juan de Henao y Perálvarez Serrano, de parte de esta ciudad, pidan por merced a los señores Deán y Cabildo tengan por bien nombren personas que vengan a lo susodicho para tratar de ello a la dicha hora, y asimismo lo pidan y digan a los señores don Francisco de Valderrábano y Pedro del Peso, el Viejo, y, si el señor don Francisco tuviese ocupación, se diga al señor Diego de Bracamonte, y asimismo se pida y haga saber a los señores Prior de Santo Tomás y Guardián de San Francisco y Prior de Nuestra Señora del Carmen y a los Abades del monasterio de Santispíritus, y Nuestra Señora de la Antigua, y a los Rectores del Nombre de Jesús, y a los letrados de la ciudad, y a Cristóbal Juárez y Alonso de Robledo, para que haya de todos los estados de la dicha ciudad para tratar de lo susodicho y para que cada uno diga su parecer en ello, sirviendo a Dios Nuestro Señor y a Su Majestad del Rey nuestro Señor, y procurando el bien de la república de esta ciudad" (La Reforma Teresiana... p. 154‑155).
[42] En el autógrafo de Vida, el propio Domingo Báñez anotó al margen: "Esto fue el año de 1562, en fin de agosto; yo me hallé presente y di ese parecer. Fray Domingo Bañes (rubrica y sigue:) y cuando esto escribo es año de 1575, 2 de mayo, y tiene esta Madre fundados 9 monasterios de gran religión". También Gracián anotó al margen de su libro: "El M1 fray Domingo Báñez".
[44] Enviaron al Consejo Real: el 12 de septiembre se decide apelar al Consejo Real, y se nombra a Alonso de Robledo "para ir a Madrid a entender en el negocio de las monjas de San José", y se le asigna "por cada un día de los que en ello ocupare un ducado". ‑ Vino provisión: el 22 de septiembre regresó de Madrid Alonso de Robledo con dos provisiones del Consejo Real, que fueron notificadas al corregidor Garci Suárez para que las haga ejecutar.
[47] "Gonzalo de Aranda", anotó Gracián en su libro. Aranda es sacerdote diocesano. Confesor en la Encarnación (lo seguirá siendo en 1567). Gran amigo de la Madre Teresa, abogará su causa ante el Consejo Real en la Corte. Es hermano de Rodrigo de Aranda, que en 1577 será el encargado de llevar a Madrid la causa de las monjas de la Encarnación, vejadas por el Provincial Juan G. de la Magdalena.
[52] Este concierto: dar rentas provisionales al monasterio de San José. El 6 de noviembre, ante el Concejo de la ciudad, Juan de Henao y Diego de Villena "dicen que quieren concierto y que dotarán al monasterio a vista del Señor Obispo". Pero ese mismo día es rechazado por los señores del Concejo. (Cf. La Reforma Teresiana... p. 160‑161). ‑ A continuación: Si "se" comenzásemos, escribió la Santa por lapsus material.
[53] Murió el 19 de octubre de ese año de 1562. ‑ Se conserva una carta del Santo a la M. Fundadora, con fecha de 14.4.1562 (BMC, t. 2, p. 125). La aludida en este pasaje fue escrita por el Santo ya muy enfermo en septiembre/octubre de 1562, y no la conocemos. La conoció, en cambio, F. de Ribera: "También vi una carta que escribió el mismo a la Madre Teresa de Jesús el septiembre adelante: no tiene cuatro dedos de papel en ancho, sino sólo lo que era menester para lo que había de escribir. El sobrescrito dice: "A la muy magnífica y religiosísima señora Doña Teresa de Ahumada, en Ávila, que nuestro Señor haga santa" (Vida, L. 1, c. 17, p. 118).
[58] "Fray Pedro Ibáñez", anota Gracián en su libro. Residía en Trianos (León). Estuvo presente en la "junta grande" del 30 de agosto, juntamente con "fray Pedro Serrano, prior del monasterio y casa insigne de Señor santo Tomás de Aquino el Real, de Ávila". El P. Pedro figura como "fraile de dicha casa y Orden". (La Reforma Teresiana... p. 155‑156).
[66] La Santa puntualiza intecionadamente estos datos, tomados casi a la letra de la Constitución Apostólica "Quae honorem Conditoris" (1.10.1247), que contiene el texto de la Regla carmelitana adaptada por el Cardenal Hugo de San Caro ( 1263) y por fray Guillermo, obispo titular de Antarados. A la Santa se le escapó un error de data: 1248, en lugar de 1247. ‑ Conviene recordar que la Regla carmelitana, compuesta a principios del siglo XIII por San Alberto, Patriarca de Jerusalén ( 1214) y aprobada por Honorio III (30.1.1226), fue sucesivamente modificada y confirmada por Inocencio IV (1247), y mitigada por Eugenio IV (15.2.1432). Cuando la Santa escribe que en su monasterio de San José se guarda la "Regla de nuestra Señora del Carmen... sin relajación", alude al abandono de las cláusulas de mitigación de Eugenio IV, vigentes en la Encarnación. Ella y las monjas de San José han optado por la Regla aprobada por Inocencio IV. Era el punto de partida, jurídico y espiritual, de su Reforma. De ahí su interés por dejar constancia del hecho al concluir el relato de la fundación de San José.
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