Revisión del texto, notas y comentario: Tomás Álvarez, O.C.D.
Camino de Perfección.
2º Redacción (Códice de Valladolid)
Capítulo2
Que trata cómo se han de descuidar de las necesidades corporales, y del bien que hay en la pobreza.
1. No penséis, hermanas mías, que por no andar a contentar a los del mundo os ha de faltar de comer, yo os aseguro. Jamás por artificios humanos pretendáis sustentaros, que moriréis de hambre, y con razón. Los ojos en vuestro esposo; él os ha de sustentar. Contento él, aunque no quieran, os darán de comer los menos vuestros devotos, como lo habéis visto por experiencia. Si haciendo vosotras esto muriereis de hambre, (bienaventuradas las monjas de San José! Esto no se os olvide, por amor del Señor. Pues dejáis la renta, dejad el cuidado de la comida; si no, todo va perdido. Los que quiere el Señor que la tengan, tengan enhorabuena esos cuidados, que es mucha razón, pues es su llamamiento; mas nosotras, hermanas, es disparate.
(sigue aquí --- en "Más información"... ) 2. Cuidado de rentas ajenas, me parece a mí sería estar pensando en lo que los otros gozan. Sí, que por vuestro cuidado no muda el otro su pensamiento ni se le pone deseo de dar limosna. Dejad ese cuidado a quien los puede mover a todos, que es el Señor de las rentas y de los renteros. Por su mandamiento venimos aquí; verdaderas son sus palabras; no pueden faltar; antes faltarán los cielos y la tierra (1)[1]. No le faltemos nosotras, que no hayáis miedo que falte. Y si alguna vez os faltare, será para mayor bien, como faltaban las vidas a los santos cuando los mataban por el Señor, y era para aumentarles la gloria por el martirio. Buen trueco sería acabar presto con todo y gozar de la hartura perdurable.
3. Mirad, hermanas, que va mucho en esto muerta yo, que para esto os lo dejo escrito; que mientras yo viviere os lo acordaré, que por experiencia veo la gran ganancia: cuando menos hay, más descuidada estoy, y sabe el Señor que, a mi parecer, me da más pena cuando mucho sobra que cuando nos falta. No sé si lo hace como ya tengo visto nos lo da luego el Señor. Sería engañar el mundo otra cosa, hacernos pobres no lo siendo de espíritu, sino en lo exterior. Conciencia se me haría, a manera de decir, y parecerme hía era pedir limosna las ricas, y plega a Dios no sea así, que adonde hay estos cuidados demasiados de que den, una vez u otra se irán por la costumbre, o podrían ir y pedir lo que no han menester, por ventura a quien tiene más necesidad. Y aunque ellos no pueden perder nada sino ganar, nosotras perderíamos. No plega a Dios, mis hijas. Cuando esto hubiera de ser, más quisiera tuvierais renta.
4. En ninguna manera se ocupe en esto el pensamiento, os pido por amor de Dios en limosna. Y la más chiquita, cuando esto entendiese alguna vez en esta casa, clame a Su Majestad y acuérdelo a la mayor. Con humildad le diga que va errada; y valo tanto, que poco a poco se va perdiendo la verdadera pobreza. Yo espero en el Señor no será así ni dejará a sus siervas. Y para esto, aunque no sea para más, aproveche esto que me habéis mandado escribir por despertador.
5. Y crean, mis hijas, que para vuestro bien me ha dado el Señor un poquito a entender los bienes que hay en la santa pobreza, y las que lo probaren lo entenderán, quizá no tanto como yo; porque no sólo no había sido pobre de espíritu, aunque lo tenía profesado, sino loca de espíritu. Ello es un bien que todos los bienes del mundo encierra en sí (2)[2]. Es un señorío grande. Digo que es señorear todos los bienes de él otra vez a quien no se le da nada de ellos. )Qué se me da a mí de los reyes y señores, si no quiero sus rentas, ni de tenerlos contentos, si un tantito se atraviesa haber de descontentar en algo por ellos a Dios? )Ni qué se me da de sus honras, si tengo entendido en lo que está ser muy honrado un pobre, que es en ser verdaderamente pobre?
6. Tengo para mí que honras y dineros casi siempre andan juntos, y que quien quiere honra no aborrece dineros, y que quien los aborrece que se le da poco de honra. Entiéndase bien esto, que me parece que esto de honra siempre trae consigo algún interés de rentas o dineros; porque por maravilla hay honrado (3)[3] en el mundo si es pobre; antes, aunque lo sea en sí, le tienen en poco. La verdadera pobreza trae una honraza consigo que no hay quien la sufra; la pobreza que es tomada por solo Dios, digo, no ha menester contentar a nadie, sino a él. Y es cosa muy cierta, en no habiendo menester a nadie, tener muchos amigos. Yo lo tengo bien visto por experiencia.
7. Porque hay tanto escrito de esta virtud que no lo sabré yo entender, cuánto más decir, y por no la agraviar en loarla yo, no digo más de ella. Sólo he dicho lo que he visto por experiencia, y yo confieso que he ido tan embebida, que no me he entendido hasta ahora. Mas, pues está dicho, por amor del Señor, pues son nuestras armas la santa pobreza y lo que al principio de la fundación de nuestra Orden tanto se estimaba y guardaba en nuestros santos Padres (que) me ha dicho quien la sabe, que de un día para otro no guardaban nada), ya que en tanta perfección en lo exterior no se guarde, en lo interior procuremos tenerla. Dos horas son de vida, grandísimo el premio; y cuando no hubiera ninguno sino cumplir lo que nos aconsejó el Señor, era grande la paga imitar en algo a Su Majestad.
8. Estas armas han de tener nuestras banderas, que de todas maneras lo queramos guardar: en casa, en vestidos, en palabras y mucho más en el pensamiento. Y mientras esto hicieren, no hayan miedo caiga la religión de esta casa, con el favor de Dios; que, como decía Santa Clara, grandes muros son los de la pobreza. De éstos, decía ella, y de humildad quería cercar sus monasterios (4)[4]. Y a buen seguro, si se guarda de verdad, que esté la honestidad y todo lo demás fortalecido mucho mejor que con muy suntuosos edificios. De esto se guarden; por amor de Dios y por su sangre se lo pido yo; y si con conciencia puedo decir, que el día que tal hicieren se torne a caer (5)[5].
9. Muy mal parece, hijas mías, de la hacienda de los pobrecitos se hagan grandes casas. No lo permita Dios, sino pobre en todo y chica. Parezcámonos en algo a nuestro Rey, que no tuvo casa, sino en el portal de Belén adonde nació, y la cruz adonde murió. Casas eran éstas adonde se podía tener poca recreación. Los que las hacen grandes, ellos se entenderán; llevan otros intentos santos. Mas trece pobrecitas, cualquier rincón les basta. Si porque es menester por el mucho encerramiento tuvieren campo (y aun ayuda a la oración y devoción) con algunas ermitas para apartarse a orar, enhorabuena; mas edificios y casa grande ni curioso nada, (Dios nos libre! Siempre os acordad se ha de caer todo el día del juicio; )qué sabemos si será presto?
10. Pues hacer mucho ruido al caerse casa de trece pobrecillas no es bien, que los pobres verdaderos no han de hacer ruido; gente sin ruido ha de ser para que los hayan lástima. Y cómo se holgarán si ven alguno por la limosna que les ha hecho librarse del infierno; que todo es posible, porque están muy obligadas a rogar por sus almas muy continuamente, pues os dan de comer (6)[6]; que también quiere el Señor que, aunque viene de su parte, lo agradezcamos a las personas por cuyo medio nos lo da; y de esto no haya descuido.
11. No sé lo que había comenzado a decir, que me he divertido. Creo lo ha querido el Señor, porque nunca pensé escribir lo que aquí he dicho. Su Majestad nos tenga siempre de su mano para que no se caiga de ello, amén.
COMENTARIO AL CAPÍTULO 2
Testigos del evangelio de la pobreza
Un gran humanista, contemporáneo de Teresa de Jesús, escribió el Elogio de la locura. Ella, en este capítulo segundo del Camino, escribe el elogio de la pobreza. Lo titula: "Del bien que hay en la pobreza".
Y el elogio brota a modo de pregón en la intimidad, en términos originales e inesperados. Como a Francisco de Asís, también a Teresa la ha desconcertado y fascinado el gran descubrimiento de "sorella povertà". No ha llegado a él por senderos socioeconómicos ni contestatarios. Sencillamente ha encontrado el evangelio. Y en él a Cristo Jesús pobre. La palabra de Jesús para los pobres es promesa de bienaventuranza. Teresa tiene ya una seguridad inquebrantable de que esa palabra no puede fallar. Lo ha testificado recientemente en un escrito confidencial: "Hállome con una fe tan grande muchas veces en parecerme no puede faltar Dios a quien le sirve, y no teniendo ninguna duda que no hay ni puede haber ningún tiempo en que falten sus palabras, que no puedo persuadirme a otra cosa, ni puedo temer..." (Relación 2, 3).
Por eso Teresa escribe su elogio como un testigo. Es el Señor quien le "ha dado un poquito a entender los bienes que hay en la santa pobreza". Él está con los pobres. "Verdaderas son sus palabras. No pueden faltar. Antes faltarán el cielo y la tierra" (n. 6). La pobreza es libertad, gozo y señorío. Permite "señorear todos los bienes del mundo otra vez, a quien no se le da nada de ellos" (n. 5).
Teresa lo sabe por experiencia. Y el refrendo de ese su saber por haberlo experimentado se repite como un ritornello musical o como un sello notarial a lo largo del capítulo: "Por experiencia veo la gran ganancia" (n. 3). "Yo lo tengo bien visto por experiencia" (n. 6). "Sólo he dicho lo que he visto por experiencia" (n. 7). Y también sus lectoras son ya testigos de vista "por experiencia" (n. 1).
Inmersa en el gozo de esa experiencia, Teresa se deja llevar por la pluma: escribe "tan embebida -lo confieso- que no me he entendido" (n. 7). Sólo al terminar el capítulo sale de ese embeleso literario: "No sé lo que había comenzado a decir... Creo lo ha querido el Señor, porque nunca pensé escribir lo que aquí he dicho" (n. 11).
Las lectoras: grupo de pobres, convencidas
Somos... "trece pobrecitas". "Trece pobrecillas". Trece es el pleno numérico ideado por la Fundadora, como el grupo formado por Jesús y los doce.
Por esas fechas el grupo se firma oficialmente: "Las pobres hermanas de San José". También por esas fechas, Teresa se define a sí misma: "¡Una monjuela como yo!, que ya tengo por honra _gloria a Dios_ andar remendada".
Las pioneras del Carmelo teresiano en la recién fundada casa de San José han estrenado pobreza. iY qué pobreza! Hábito de sayal. Celda de ermitañas, con una cruz, unas estampas de papel, unos libros espirituales y un cantarillo de agua por toda riqueza.
En la celda se trabaja. También la Autora, que mueve la pluma con prisa: "escribo casi hurtando el tiempo y con pena, porque me estorbo de hilar, por estar en casa pobre" (Vida 10, 7).
En las Constituciones de la nueva casa Teresa misma ha prescrito: "Cada una procure trabajar para que coman las demás... Que quien quisiera comer, que ha de trabajar". Y a continuación, fijando el horario de comunidad: "En la hora del comer no puede haber concierto, que es conforme lo da el Señor. Cuando lo hubiere..., la comida será a las once y media".
En cambio, se retiene esa gran riqueza que es el paisaje, el aire, la luz, "porque es menester por el mucho encerramiento (tener) campo -y aun ayuda a la oración y devoción- con algunas ermitas para apartarse a orar" (n. 9).
Todo ese paisaje de radical pobreza evangélica, Teresa lo resumirá en una palabra: "Estas armas han de tener nuestras banderas: que de todas maneras lo queramos guardar: en casa, en vestidos, en palabras y mucho más en el pensamiento" (n. 8).
En qué consiste la pobreza evangélica de Teresa
En el elogio no hay lugar para definiciones abstractas ni para precisiones jurídicas. Nos basta el subrayado de las tres consignas fundamentales que da Teresa a sus lectoras.
Primera: "¡Los ojos en vuestro Esposo!". Poner los ojos en Cristo. En el portal de Belén donde nació, y en la cruz donde murió. "Casas eran éstas donde se podía tener poca recreación". Imitar en algo a Su Majestad es dicha y paga grande. Teresa saca esa consigna del hondón de su experiencia. Ha sido el Señor quien se la ha dado a ella misma más de una vez: "Pon los ojos en mí, pobre y despreciado del mundo..." (Relación 8).
Segunda: "La verdadera pobreza" y "los pobres verdaderos" aceptan el serlo de verdad. "Tengo entendido (que) en lo que está ser muy honrado un pobre es en ser verdaderamente pobre" (n. 5). Teresa aborrece instintivamente la mentira. Le aterra esa posible farsa de quien profesa la pobreza evangélica y huye de los pobres y de la pobreza real. Para su casita de San José ella ha tenido que reñir una dura batalla con los teólogos asesores, y contra la ciudad y su Consejo: hasta conseguir fundar su Carmelo sin el respaldo de unas "rentas" o de una hacienda que asegure humanamente su porvenir. Ahora vive en casa materialmente pobre, apoyada en la palabra de Jesús.
Tercera: Ser pobres por dentro, pobres "en lo interior" -dice ella-. Es asimilar la consigna de Jesús en "no andar solícitos" por las cosas de la tierra. No dejar que esa preocupación angustiosa esclavice el pensamiento, como si no estuviera de por medio la palabra del Señor. Sólo así la pobreza material se convertirá en pobreza evangélica y será bienaventuranza de gozo y libertad. Para Teresa es claro que la pobreza evangélica es liberadora de esa esclavitud que encadena a quienes poseen las cosas en desorden deformante. "Ello es un bien que todos los bienes del mundo encierra en sí. Es un señorío grande" (n. 5).
El marco del capítulo
Teresa escribe su elogio de la pobreza en pleno contexto eclesial. Ha precedido un capítulo sobre el panorama de grandes males que aquejan a la Iglesia y que deciden la vocación de la carmelita contemplativa (cap. 1). Seguirá otro capítulo precisando más esa visión de servicio que las lectoras han de prestar a la Iglesia y al mundo desde su oasis claustral (cap. 3).
Para hacer posible ese servicio espiritual, Teresa y las doce aceptan la humillación material: la pobreza radical predicada por Jesús en el Evangelio: Con unos modelos bien precisos: Jesús ante todo, los pioneros del Monte Carmelo, Santa Clara... y Teresa misma.
Más adelante, el tema de la pobreza se interiorizará y pasará a ser uno de los puntales ascéticos del libro, cuando la Santa hable a sus lectoras del "desasimiento de todo lo criado".
[6] El mismo inciso en cursiva está tomado de la 1 redacción. La Santa lo omitió por descuido al pasar la página. Ya fray Luis de León (p. 10) lo introdujo en el texto. La propia Santa, al corregir el ms. de Salamanca, enmendó entre líneas: “muy obligadas de encomendarlos a Dios”.
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