Revisión del texto, notas y comentario: Tomás Álvarez, O.C.D.
Camino de Perfección.
2º Redacción (Códice de Valladolid)
Capítulo 12
Trata de cómo ha de tener en poco la vida el verdadero amador de Dios, y la honra.
1. Vamos a otras cosas que también importan harto, aunque parecen menudas. Trabajo grande parece todo, y con razón, porque es guerra contra nosotros mismos; mas comenzándose a obrar, obra Dios tanto en el alma y hácela tantas mercedes, que todo le parece poco cuanto se puede hacer en esta vida. Y pues las monjas hacemos lo más, que es dar la libertad por amor de Dios poniéndola en otro poder, y pasan tantos trabajos, ayunos, silencio, encerramiento, servir el coro, que por mucho que nos queramos regalar es alguna vez, y por ventura sola yo en muchos monasterios que he visto, pues ¿por qué nos hemos de detener en mortificar lo interior, pues en esto está el ir todo estotro muy más meritorio y perfecto, y después obrarlo con más suavidad y descanso? Esto se adquiere con ir -como he dicho- (1)[1] poco a poco, no haciendo nuestra voluntad y apetito, aun en cosas menudas, hasta acabar de rendir el cuerpo al espíritu.
2. Torno a decir (2)[2] que está el todo o gran parte en perder cuidado de nosotros mismos y nuestro regalo; que quien de verdad comienza a servir al Señor, lo menos que le puede ofrecer es la vida. Pues le ha dado su voluntad, ¿qué teme? Claro está que si es verdadero religioso o verdadero orador (3)[3], y pretende gozar regalos de Dios, que no ha de volver las espaldas a desear morir por él y pasar martirio. Pues ¿ya no sabéis, hermanas, que la vida del buen religioso y que quiere ser de los allegados amigos de Dios es un largo martirio? Largo, porque para compararle a los que de presto los degollaban, puédese llamar largo; mas toda es corta la vida, y algunas cortísimas. ¿Y qué sabemos si seremos de tan corta, que desde una hora o momento que nos determinemos a servir del todo a Dios se acabe? Posible sería; que, en fin, todo lo que tiene fin no hay que hacer caso de ello; y pensando que cada hora es la postrera, ¿quién no la trabajará? Pues creedme que pensar esto es lo más seguro.
3. Por eso mostrémonos a contradecir en todo nuestra voluntad; que si traéis cuidado, como he dicho (4)[4], sin saber cómo, poco a poco os hallaréis en la cumbre. Mas ¡qué gran rigor parece decir no nos hagamos placer en nada, como no se dice qué gustos y deleites trae consigo esta contradicción y lo que se gana con ella! Aun en esta vida, ¡qué seguridad! Aquí, como todas lo usáis, estase lo más hecho; unas a otras se despiertan y ayudan; en esto ha cada una procurar (5)[5] ir adelante de las otras.
4. En los movimientos interiores se traiga mucha cuenta, en especial si tocan en mayorías. Dios nos libre, por su Pasión, de decir ni pensar para detenerse en ello «si soy más antigua», «si he más años», «si he trabajado más», «si tratan a la otra mejor». Estos pensamientos, si vinieren, es menester atajarlos con presteza; que si se detienen en ellos, o lo ponen en plática, es pestilencia y de donde nacen grandes males (6)[6]. Si tuvieren priora que consiente cosa de éstas, por poco que sea, crean por sus pecados ha permitido Dios la tengan para comenzarse a perder, y hagan gran oración por que dé el remedio, porque están en gran peligro (7)[7].
5. Podrá ser que digan «que para qué pongo tanto en esto» y «que va con rigor»; «que regalos hace Dios a quien no está tan desasido». Yo lo creo, que con su sabiduría infinita ve que conviene para traerlos a que lo dejen todo por él. No llamo «dejarlo», entrar en religión, que impedimentos puede haber, y en cada parte puede el alma perfecta estar desasida y humilde; ello a más trabajo suyo, que gran cosa es el aparejo. Mas créanme una cosa, que si hay punto de honra o de hacienda (8)[8] (y esto también puede haberlo en los monasterios como fuera, aunque más quitadas están las ocasiones y mayor sería la culpa), que aunque tengan muchos años de oración (o, por mejor decir, consideración, porque oración perfecta, en fin, quita estos resabios), que nunca medrarán mucho ni llegarán a gozar el verdadero fruto de la oración.
6. Mirad si os va algo, hermanas, en estas cosas, pues no estáis aquí a otra cosa. Vosotras no quedáis más honradas, y el provecho perdido para lo que podríais más ganar; así que deshonra y pérdida cabe aquí junto (9)[9].
Cada una mire en sí lo que tiene de humildad y verá lo que está aprovechada. Paréceme que al verdadero humilde aun de primer movimiento no osará el demonio tentarle en cosa de mayorías; porque, como es tan sagaz, teme el golpe. Es imposible, si uno es humilde, que no gane más fortaleza en esta virtud, y aprovechamiento, si el demonio le tienta por ahí; porque está claro que ha de dar vuelta sobre su vida, y mirar (10)[10] lo que ha servido con lo que debe al Señor, y las grandezas que hizo en bajarse a sí para dejarnos ejemplo de humildad, y mirar sus pecados y adónde merecía estar por ellos. Sale el alma tan gananciosa, que no osa tornar (11)[11] otro día por no ir quebrada la cabeza.
7. Este consejo tomad de mí y no se os olvide: que no sólo en lo interior -que sería gran mal no quedar con ganancia-, mas en lo exterior procurad la saquen las hermanas de vuestra tentación; si queréis vengaros del demonio y libraros más presto de la tentación, que así como os venga pidáis a la prelada que os mande hacer algún oficio bajo o, como pudiereis, los hagáis vos, y andéis estudiando en esto cómo doblar vuestra voluntad en cosas contrarias, que el Señor os las descubrirá, y con esto durará poco la tentación (12)[12]. Dios nos libre de personas que le quieren servir acordarse de honra. Mirad que es mala ganancia, y -como he dicho- (13)[13] la misma honra se pierde con desearla, en especial en las mayorías, que no hay tóxico en el mundo que así mate como estas cosas la perfección.
8. Diréis «que son cosillas naturales, que no hay que hacer caso». No os burléis con eso, que crece como espuma, y no hay cosa pequeña en tan notable peligro como son estos puntos de honra y mirar si nos hicieron agravio. ¿Sabéis por qué, sin otras hartas cosas? Por ventura en una comienza por poco y no es casi nada, y luego mueve el demonio a que al otro le parezca mucho, y aun pensará es caridad decirle que cómo consiente aquel agravio, que Dios le dé paciencia, que se lo ofrezcáis, que no sufriera más un santo. Pone un caramillo en la lengua de la otra (14)[14], que ya que acabáis con vos de sufrir, quedáis aún tentada de vanagloria de lo que no sufristeis con la perfección que se había de sufrir.
9. Y es esta nuestra naturaleza tan flaca, que aun diciéndonos que no hay qué sufrir, pensamos hemos hecho algo y lo sentimos, cuánto más ver que lo sienten por nosotras. Y así va perdiendo el alma las ocasiones que había tenido para merecer, y queda más flaca y abierta la puerta al demonio para que otra vez venga con otra cosa peor; y aun podrá acaecer, aun cuando vos queráis sufrirlo, que vengan a vos y os dirán «que si sois bestia», «que bien es que se sientan las cosas» (15)[15]. ¡Oh, por amor de Dios, hermanas mías!, que a ninguna le mueva indiscreta caridad para mostrar lástima de la otra en cosa que toque a estos fingidos agravios, que es como la que tuvieron los amigos del santo Job con él (16)[16], y su mujer.
COMENTARIO AL CAPÍTULO 12
La Vida y la honra
Somos un grupo de doce lectores. Hemos leído en voz alta los nueve números del capítulo 12 del Camino. Hemos escuchado y glosado las dos consignas fuertes de la Autora: que el amador auténtico a) tiene en poco la vida y b) se le da poco de la honra.
Hemos comprobado dos cosas: primera, que Teresa imparte esas dos consignas desde la letra del evangelio: "Quien no da la vida, la pierde"; y es Él quien con "su sabiduría infinita, nos trae a que lo dejemos todo por Él" (n. 5). Y segunda, que formula esas consignas desde lo vivido por ella misma:
- Mujer que siente fuerte la vida y la muerte, y ha pasado del miedo visceral a morir al triunfo sobre la angustia y a la espera gozosa del desenlace, sin masoquismo ni fatalismo, con poesía y esperanza teologal.
- Pero mujer también, que ha sido "muy honrosa"; esclava del "punto de honra" y de las razones sociales, y que ha tenido que hacer un camino largo y duro hasta amar la pobreza y los pobres, y "ya tener por honra -gloria a Dios- andar remendada" (carta a su puntilloso hermano Lorenzo).
Y tras haber escuchado las dos consignas fuertes del capítulo, una vez más nos ha fascinado la manera teresiana de decir. Esa su extraña agilidad de palabra y pensamiento. El fluir de imágenes y apotegmas. Sobre todo, su arte coloquial, maravilloso, trenzado de diálogo y monólogo. Y nos hemos decidido a analizarlo de cerca. Para ver cómo está hecho cada uno de los nueve números y cómo los engarza todos ellos.
He aquí algo de lo que hemos descubierto.
El arte de engarzar consignas
Primer dato: Teresa no expone el tema de la vida y de la honra. Ella tiene ya unas experiencias y convicciones. Las afirma categóricamente. Le interesa simplemente trasvasarlas a las lectoras. Por ejemplo, que a Dios lo menos que podemos ofrecerle es la voluntad y la vida. Que todo lo que tiene fin... no hay que hacer caso de ello. Que "toda es corta la vida y algunas cortísimas". Que el culto de la honra es pestilencia en el grupo. Etcétera.
Segundo hallazgo: Teresa escribe sobre lo conversado. El doble tema del capítulo ha sido tratado una y otra vez en el grupo. Las lectoras están en ello. No se lo teoriza, sino que se lo concreta en esa página, se levanta acta de lo dicho y redicho. Hablado para vivido. Y ahora escrito para tomar nuevamente posiciones de cara a la vida. Aquellas doce jóvenes pioneras de San José, un lector o lectora cualquiera, no serán "amador auténtico" ni "verdadero orante" si no se proponen vivir lo que dijo Jesús en el evangelio: "dar la vida" para ganarla, etcétera.
Tercer hallazgo: El descubrimiento más sorprendente es el juego dialogal de la escritora. El embrujo de ese su estilo flexible y envolvente, que va anudando una serie de empalmes entre sus convicciones propias y la escucha de los lectores. Comienza incluyéndose a sí misma entre los destinatarios de la doble consigna de "vida y honra". Pero sabe que las lectoras no tienen la misma hondura de convicciones, y pasa rápidamente a inculcárselas: "Miréis que... y yo os aseguro...". Más allá de las doce lectoras inmediatas, ella prevé una posible comunidad de lectores menos convencidos, y pasa también al diálogo con ellos.
En realidad, este esquema no refleja al vivo la movilidad del estilo coloquial teresiano. Por eso, le hemos seguido las vueltas sobre el texto mismo del capítulo. Hemos releído y subrayado las flexiones de ese dialogar teresiano, marcando los tres momentos del ritmo: Teresa que testifica; ella que se siente implicada en el grupo de lectoras y en la exigencia de las consignas que está impartiendo; y la interpelación expresa a "vosotras" las lectoras.
El tema de la honra
El lector del Camino ya se ha encontrado en los capítulos anteriores con el tema de la honra. "La negra honra", dirá tantas veces la Santa (Vida 31, 23; Camino 36, 7...). ¿No es extraño sorprender a esta maestra de alta vida cristiana volviendo insistentemente sobre el tema, aparentemente banal, de la honra y el punto de honra? "Tener en poco la vida y la honra", es el lema del presente capítulo. Y nuevamente en el epígrafe de otros tres capítulos del borrador de Camino se lee: "Capítulo 45: en que trata lo mucho que importa no hacer ningún caso del linaje las que de veras quieren ser hijas de Dios". Porque linaje y honra se entrecruzan, no menos que "honra y dineros". Y de nuevo el capítulo 64: "En que habla contra las honras demasiadas". Y ya antes, al glosar la primera palabra del Padre nuestro, "lo mucho que importa no hacer caso ninguno del linaje las que de veras quieren ser hijas de Dios" (cap. 27).
¿Por qué esa insistencia? ¿Tanta importancia tiene el extraño tema de la honra?
Teresa es hija de su tiempo y de su tierra castellana. Aquella sociedad tenía sus mitos, sus tópicos, sus lacras, más o menos como la nuestra. Una de las que más profunda y agotadoramente condicionaban la vida, hasta casi sofocarla, era el culto de la honra. Con arraigo ancestral en el honor caballeresco del medioevo, pero inoculado como un virus en la conciencia social del siglo XVI: desde el hidalguete de aldea, hasta el rey o el primado de Toledo. Con un código asfixiante de leyes y puntos de honra, que no sólo penetran dramáticamente en la vida eclesiástica (baste recordar los estatutos de pureza de sangre), sino incluso en los entresijos de la vida religiosa.
"El demonio -piensa la Santa- también inventa sus honras en los monasterios, y pone sus leyes, que suben y bajan como las del mundo. Los letrados deben de ir por sus letras, que el que ha llegado a leer teología no ha de bajar a leer filosofía, que es un punto de honra que está en que ha de subir y no bajar" (Camino 36, 4).
Teresa no es mera espectadora de ese panorama social.
También ella es hija de hidalgos que han luchado por salvar su ejecutoria de hidalguía. Y ella misma ha sido "tan honrosa", que "de puro honrosa" llegaba a perder el hilo del punto de honra.
En pleno comentario al Padre nuestro, se detiene a monologar e increparse a sí misma: "No hablo con vosotras, sino conmigo, el tiempo que me precié de honra sin entender qué cosa era; íbame al hilo de la gente. ¡Oh, de qué cosas me agraviaba, que yo tengo vergüenza ahora!" (Camino 36, 3).
Pero afortunadamente ha llegado a descubrir la inmensa mentira enmascarada tras el código del "punto de honor": "el engaño que traía de creer que era honra lo que el mundo llama honra; ve que es grandísima mentira y que todos andamos en ella; entiende que la verdadera honra no es mentirosa, sino verdadera, teniendo en algo lo que es algo, y lo que no es nada tenerlo en nonada, pues todo es nada y menos que nada lo que se acaba y no contenta a Dios" (Vida 20, 26).
Liberada de esas amarras, puede decir a Dios: "Aquí está mi vida, aquí está mi honra y mi voluntad; vuestra soy, disponed de mí..." (Vida 21, 5). Y a partir de ese momento ya no se cansará de repetir a sus discípulas la consigna de liberación: "Nuestra honra, hermanas, ha de ser servir a Dios. Quien pensare que de esto os ha de estorbar, quédese con su honra en su casa..." (Camino E. 20, 1).
De ahí la reiteración de anatemas: el afán de honra "es pestilencia". "No hay tóxico" que tanto mate. "Es una cadena que no hay lima que la quiebre, si no es Dios con oración" (Vida 31, 20). Es una "oruga que ya que a todo el árbol no daña..., no medra ni aun deja medrar a los que andan cabe él" (31, 21). "Punto de honra es como el canto de órgano, que un punto o compás que se yerre, disuena toda la música" (31, 21).
Pues bien, esa lección teresiana ni ha envejecido ni ha caducado. Basta una sencilla transposición del plano sociológico al psicológico, y da de lleno en nosotros. Ahí andamos, enredados en el juego de "la persona y el personaje". Empeñados en defender la propia máscara, jugando a salvar y promover el personajillo que creemos ser y que nos expone a la misma "grandísima mentira" y a la "cadena esclavizante" de que habla Teresa.
Ella ha incluido el tema en su exposición de la virtud de la humildad. Por eso su invitación a poner la mirada en Cristo: "Mirar las grandezas que hizo el Señor en bajarse a sí, para dejarnos ejemplo de humildad" (n. 6).
[1] En el c. 11, n. 5. - Los pensamientos que preceden tenían otro matiz en la 1ª redacción: «Pues ¿por qué nos detenemos en mortificar estos cuerpos en naderías, que es no hacerlos placer en nada, sino andar en cuidado llevándolos por donde no quieren hasta tenerlos rendidos al espíritu?».
[4] En el n. 1 y en el c. 11, n. 5. - Uno de los censores acotó este pasaje con una larga nota, que luego fue introducida en el texto por el amanuense del ms. de Salamanca. Dice así: «No nos hagamos placer etc.: en esta mortificación parece que en todo se huelgan y hacen placer queriéndolo todo; porque tienen lo que quieren y quieren lo que tienen, en lo cual consiste nuestro contentamiento siendo bueno lo que se quiere».
[6] En la 1ª redacción: «... de donde nacen grandes males en los monasterios. ¡Miren que lo sé mucho!».
[7] En la 1ª redacción: «... clamen a él y toda su oración sea por que dé el remedio en religioso o persona de oración; que quien de veras la tiene con determinación de gozar de las mercedes que hace Dios y regalos en ella, esto del desasimiento a todos conviene».
[8] «Punto de honra o de hacienda»: vana estima o deseo de una u otra. En la 1ª redacción había escrito: «Punto de honra o deseo de hacienda».
[10] «Mirar» (comparar) lo que ha servido con lo que debe. Al margen anotó uno de los censores: «Remedio de humildes contra la soberbia».
[12] La 1ª redacción añadía: (en cosas contrarias...) «y con mortificaciones públicas, pues se usan en esta casa. Como de pestilencia huid de tales tentaciones del demonio, y procurad que esté poco con vos».
[14] Caramillo era una flautilla de caña, y en sentido figurado, «chisme o enredo». «Poner un caramillo en la lengua» es «inducir a algo seduciendo».
[15] En la 1ª redacción añadía una de sus típicas exclamaciones finamente irónica: «¡Uh, que si hay alguna amiga!».
[16] Job 2, 11. - En el ms. de Toledo la Santa enmendó la frase final, equívoca: «... y la que tuvo su mujer».
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