Revisión del texto, notas y comentario: Tomás Álvarez, O.C.D.
Camino de Perfección.
2º Redacción (Códice de Valladolid)
Capítulos 8 y 9
CAPÍTULO 8
Trata del gran bien que es desasirse de todo lo criado interior y exteriormente.
1. Ahora vengamos al desasimiento que hemos de tener, porque en esto está el todo, si va con perfección. Aquí digo está el todo, porque abrazándonos con solo el Criador y no se nos dando nada por todo lo criado, Su Majestad infunde de manera las virtudes, que trabajando nosotros poco a poco lo que es en nosotros, no tendremos mucho más que pelear, que el Señor toma la mano contra los demonios y contra todo el mundo en nuestra defensa.
¿Pensáis, hermanas, que es poco bien procurar este bien de darnos todas al Todo sin hacernos partes? Y pues en él están todos los bienes, como digo, alabémosle mucho, hermanas, que nos juntó aquí adonde no se trata de otra cosa sino de esto. Y así no sé para qué lo digo, pues todas las que aquí estáis me podéis enseñar a mí; que confieso en este caso tan importante no tener la perfección como la deseo y entiendo conviene (1)[1], y en todas las virtudes; y lo que aquí digo, lo mismo, que es más fácil de escribir que de obrar; y aun a esto no atinara, porque algunas veces consiste en experiencia el saberlo decir, y debo atinar por el contrario de estas virtudes que he tenido.
2. Cuanto a lo exterior, ya se ve cuán apartadas estamos aquí de todo (2)[2]. Oh hermanas, entended, por amor de Dios, la gran merced que el Señor ha hecho a las que trajo aquí, y cada una lo piense bien en sí, pues en solas doce quiso Su Majestad fueseis una. Y qué de ellas mejores que yo, sé que tomaran este lugar de buena gana, y diómele el Señor a mí, mereciéndole tan mal. Bendito seáis Vos, mi Dios, y alábeos todo lo criado, que esta merced tampoco se puede servir, como otras muchas que me habéis hecho, que darme estado de monja fue grandísima. Y como lo he sido tan ruin, no os fiasteis, Señor, de mí, porque adonde había muchas juntas buenas no se echara de ver así mi ruindad hasta que se me acabara la vida, y trajísteisme adonde, por ser tan pocas que parece imposible dejarse de entender, porque ande con más cuidado, quitáisme todas las ocasiones. Ya no hay disculpa para mí, Señor, yo lo confieso, y así he más menester vuestra misericordia, para que perdonéis la que tuviere.
3. Lo que os pido mucho es que la que viere en sí no es para llevar lo que aquí se acostumbra, lo diga. Otros monasterios hay adonde se sirve tan bien el Señor. No turben estas poquitas que aquí Su Majestad ha juntado. En otras partes hay libertad para consolarse con deudos; aquí, si algunos se admiten, es para consuelo de los mismos. Mas la monja que deseare ver deudos para su consuelo, si no son espirituales, téngase por imperfecta; crea no está desasida, no está sana, no tendrá libertad de espíritu, no tendrá entera paz, menester ha médico, y digo que, si no se le quita y sana, que no es para esta casa.
4. El remedio que veo mejor es no los ver hasta que se vea libre y lo alcance del Señor con mucha oración. Cuando se vea de manera que lo tome por cruz, véalos enhorabuena, que entonces les hará provecho a ellos y no daño a sí (3)[3].
CAPÍTULO 9
Que trata del gran bien que hay en huir los deudos los que han dejado el mundo, y cuán más verdaderos amigos hallan.
1. ¡Oh, si entendiésemos las religiosas el daño que nos viene de tratar mucho con deudos, cómo huiríamos de ellos! Yo no entiendo qué consolación es ésta que dan, aun dejado lo que toca a Dios, sino para solo nuestro sosiego y descanso, que de sus recreaciones no podemos ni es lícito gozar, y sentir sus trabajos sí; ninguno dejan de llorar, y algunas veces más que los mismos. A usadas (1)[4], que si algún regalo hacen al cuerpo, que lo paga bien el espíritu. De eso estáis aquí quitadas, que como todo es en común y ninguna puede tener regalo particular, así la limosna que las hacen es en general, y queda libre de contentarlos por esto, que ya sabe que el Señor las ha de proveer por junto.
2. Espantada estoy el daño que hace tratarlos; no creo lo creerá sino quien lo tuviere por experiencia. ¡Y qué olvidada parece está el día de hoy en las religiones esta perfección! (2)[5] No sé yo qué es lo que dejamos del mundo las que decimos que todo lo dejamos por Dios, si no nos apartamos de lo principal, que son los parientes. Viene ya la cosa a estado, que tienen por falta de virtud no querer y tratar mucho los religiosos a sus deudos, y como que lo dicen ellos y alegan sus razones.
3. En esta casa, hijas, mucho cuidado de encomendarlos a Dios (3)[6], que es razón; en lo demás, apartarlos de la memoria lo más que podamos, porque es cosa natural asirse a ellos nuestra voluntad más que a otras personas.
Yo he sido querida mucho de ellos, a lo que decían, y yo los quería tanto, que no los dejaba olvidarme. Y tengo por experiencia, en mí y en otras, que dejados padres (que por maravilla dejan de hacer por los hijos, y es razón con ellos cuando tuvieren necesidad de consuelo, si viéremos no nos hace daño a lo principal, no seamos extraños, que con desasimiento se puede hacer, y con hermanos), en los demás, aunque me he visto en trabajos, mis deudos han sido, y quien menos ha ayudado en ellos; los siervos de Dios sí (4)[7].
4. Creed, hermanas, que sirviéndole vosotras como debéis, que no hallaréis mejores deudos que los que Su Majestad os enviare. Yo sé que es así, y puestas en esto -como lo vais- y entendiendo que en hacer otra cosa faltáis al verdadero amigo y esposo vuestro, creed que muy en breve ganaréis esta libertad, y que de los que por solo él os quisieren, podéis fiar más que de todos vuestros deudos, y que no os faltarán; y en quien no pensáis, hallaréis padres y hermanos. Porque como éstos pretenden la paga de Dios, hacen por nosotras; los que la pretenden de nosotras, como nos ven pobres y que en nada les podemos aprovechar, cánsanse presto. Y aunque esto no sea en general, es lo más usado ahora en el mundo, porque, en fin, es mundo.
Quien os dijere otra cosa y que es virtud hacerla, no los creáis, que si dijese todo el daño que trae consigo, me había de alargar mucho; y porque otros, que saben lo que dicen mejor, han escrito en esto, baste lo dicho. Paréceme que, pues con ser tan imperfecta lo he entendido tanto, ¿qué harán los que son perfectos?
5. Todo este decirnos que huyamos del mundo, que nos aconsejan los Santos, claro está que es bueno. Pues creedme que lo que, como he dicho (5)[8], más se apega de él son los deudos y más malo de desapegar. Por eso hacen bien los que huyen de sus tierras; si les vale, digo, que no creo va en huir el cuerpo, sino en que determinadamente se abrace el alma con el buen Jesús, Señor nuestro, que como allí lo halla todo, lo olvida todo; aunque ayuda es apartarnos muy grande hasta que ya tengamos conocida esta verdad; que después podrá ser quiera el Señor, por darnos cruz en lo que solíamos tener gusto, que tratemos con ellos.
COMENTARIO A LOS CAPÍTULOS 8-9
Romper amarras
Lector, el Camino entra ahora en zona escabrosa. Como la ruta del alpinista que ha de rebasar una quebrada de rocas para escalar la cima. A nosotros, lectores modernos, no nos es fácil el evangelio de las renuncias. Teresa nos lo va a recordar sin enguantar la zarpa de sus exigencias. Dos o tres palabras de Jesús hacen de trasfondo a lo que ella tiene que formular drásticamente para uso y consumo de sus lectoras.
Palabra primera:
"Si no lo dejáis todo, no podéis ser mis discípulos" (Lc 14, 26-33).
Palabra segunda:
"El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí" (Mt 10, 37).
Palabra tercera:
"Quien haya dejado casa o padre o madre o hermanos y hermanas... por mí, recibirá cien veces más en casas y hermanos y hermanas y madre..." (Mc 10, 29).
Los dos capítulos del Camino que abren esta sección de la ascesis teresiana, llevan por título una palabra-lema: "desasimiento". Teoría y praxis. En qué consiste y cómo la viven ella, el grupo, los lectores...
"Darse del todo al Todo"
"Desasimiento" y "desasirse", en el léxico espiritual teresiano conservan su fuerza semántica primordial. Son antitéticos de "asir" y "estar asido". Desasirse es desamarrarse.
El diccionario castellano de aquella época ("Tesoro de la lengua", de Cobarruvias) lo definía así: "Estar asido: estar trabado, y estar atenido y estar preso, concluido". Es el grafismo del término el que lo hace preferido en la pluma de Teresa para expresar su anhelo hondo de libertad, su necesidad de soltar amarras -"esta cárcel y estos hierros"- de cosas y personas que la tienen asida. Asida sutilmente, pero con lazos de hierro.
Ante las cosas, el problema será: cómo poseerlas, sin ser asida (poseída) por ellas, sin caer en una dependencia esclavizante, como la del avaro, más poseído que posesor.
Ante las personas: cómo amar sin caer en la cárcel del amor, sin crear una nueva dependencia que encadene la libertad. Teresa tiene, en este punto, unas experiencias inagotables: "Yo he sido querida mucho de ellos -de sus familiares- y yo los quería tanto que nos los dejaba olvidarme" (9, 3).
De nuevo aflora el problema o el hito del amor puro: amar, sin afán posesivo, hasta tener el pleno poder de darse...
No es posible leer ese planteamiento de la ascesis teresiana sin recordar el radicalismo con que lo propone san Juan de la Cruz en su catálogo de "nadas-para-el-Todo". También aquí vamos a encontrarnos con esos dos polos "Todo-nada". "Para darse del todo al Todo", será preciso que "no se nos dé nada por todo lo criado" (n. 1).
Libres para darse
En el evangelio, la consigna de Jesús a los discípulos es "dejarlo todo, para seguirlo a El". Jesús mismo asignó al corazón del discípulo esa tarea de dejación y desprendimiento. A El se lo sigue con el amor, más que con los pasos.
Es esa línea de consignas, la que Teresa pone en la base de su ascesis. De esfuerzos penitenciales titánicos, ni palabra, al menos de momento.
La línea de fuerza está marcada por dos flechas orientadoras que apuntan a lo profundo: profunda necesidad de libertad interior y absoluta necesidad de entregarse a sí mismo sin reticencias ni reservas.
No es fácil de percibir ni entender la primera. El hombre superficial suele sentirse saciado con la libertad exterior, libertad en bruto: que nada ni nadie le ate las manos o los pies; que no le impidan la libertad de acción ni la libertad de movimientos.
Teresa ha aludido varias veces a la situación del esclavo, que mientras está en prisiones daría cualquier cosa ("todo lo arriscaría") por volver a su tierra. Ella misma los ha visto regresar, extenuados pero felices, de las mazmorras africanas.
Con todo, aquí se trata de la otra necesidad de libertad. Profunda. Libertad de la persona, retenida por invisibles amarras psicológicas y morales, que le impiden el libre vuelo hacia otra patria. Teresa no filosofa ni teoriza. Tiene una experiencia clara de ese trance vivido agónicamente por ella misma, cuando "deseaba vivir, que bien entendía que no vivía sino que peleaba con una sombra de muerte, y no había quien me diese vida, y no la podía yo tomar" (Vida 8, 12).
Pero está convencida de que a ese sentido de la libertad interior -caer en la cuenta de esas amarras que reducen a la impotencia- sólo se llega desde la necesidad de darse. Es decir, cuando por fin ha surgido y crecido el gran interrogante: ¿Qué hago de mi vida? ¿Y qué de mi persona? ¿Se la entrego? ¿Puedo darme del todo... sin hacerme partes?
Esa tremenda línea divisoria, entre dar lo que se tiene (las partes) y dar lo que se es (el todo de la persona), Teresa la ha experimentado como una barrera decisiva. Y, por fin, la pasó. En cierto modo revivió el momento dramático en que Pablo dice: "¡Señor, qué queréis que haga!". De sí misma lo cantó en unos versos sencillos, reiterativos, martilleantes: "Vuestra soy, / para Vos nací, / ¿qué queréis, Señor, de mí?".
De ahí la fuerza con que ahora formula esa consigna: desasirse de todo lo criado, para darse del todo al Todo.
La paradoja increíble
Paradoja increíble es el tema desarrollado en el otro capítulo, el 9.E Lo formula así en el epígrafe del titulo: "Que trata del gran bien que hay en huir (de) los deudos los que han dejado el mundo, y cuán más verdaderos amigos hallan".
En el fondo se trata de una versión teresiana de la consigna evangélica: dejar padre y madre y hermanos y hermanas...
Lo típico de la versión hecha aquí por Teresa se debe a un doble motivo: ella escribe esa página para sus lectoras del Carmelo de San José: contemplativas, ermitañas, caracterizadas por una vocación singular dentro de la vocación cristiana. Singular, incluso, dentro de la vocación religiosa.
En segundo lugar, Teresa escribe bajo el impacto de los años vividos en el monasterio de La Encarnación. Casi perseguida por el espectro de aquella forma ambigua de realizar el seguimiento de Cristo. Aun aquí en San José, para poner en marcha el nuevo Carmelo, hay monjas que suben desde el viejo monasterio. El peligro de que sean vectoras de la vieja forma de vida es real. Teresa quiere conjurar ese escollo. Intromisión de los familiares en la vida monástica. Dependencia de las religiosas en lo económico, psicológico y social, de los propios parientes. División de clases sociales dentro del monasterio. Vida doble, hacia adentro y hacia afuera...
Sí, Teresa reacciona contra todo eso. Pero su lección radical de despegue afectivo y efectivo no queda confinada ahí. Sabe ella que para llegar a la madurez o a la edad adulta del espíritu, es preciso cortar el cordón umbilical que liga la persona al tronco familiar de origen. Cortarlo, con todo lo que supone de dependencia y no libertad, es tan necesario a la joven que se casa y funda otro hogar, como a la joven que se consagra y se encuentra ante el dilema: o darse del todo, o seccionarse en partes y jirones afectivos. En realidad, también en este segundo caso se trata de casamiento y nuevo hogar.
En uno de los poemas que Teresa escribe para la profesión de una carmelita, repetirá el estribillo: "¡Oh casamiento sagrado (el de la monja que profesa) / que el Rey de la Majestad / haya sido el desposado!". Y aquí mismo recordará a las lectoras del Camino que sin ese corte de cordón no les será posible la entrega total "al verdadero amigo y esposo nuestro" (9, 4). Y que, como en el caso de boda profana y fundación de nuevo hogar, ese corte servirá para crear la nueva familia: "En que no pensáis, hallaréis padres y hermanos" (9, 4). Servirá para vivir la relación familiar (con "los deudos") purificada y potenciada: sin dependencia frustradora, con libertad, sin posesividad, con amor más fuerte y real, más capaz de dar. Sobre todo, servirá para darse del todo al Todo.
¿Retractó Teresa y dejó atrás esta página del Camino?
Es cierto que la Autora escribió esa página de ascesis radicalizada en el momento de reacción a los usos de su viejo convento de La Encarnación.
A ese primer momento de su magisterio seguirá una larga experiencia bidimensional: experiencia de la comunidad religiosa; y experiencia de afectos y relaciones con la familia Cepeda y Ahumada, que florecerán espléndidos en la última década de su vida.
En ese nuevo contexto, hubo un momento en que llegó a plantearse el problema en disyuntiva: ¿con qué quedarse, con lo prescrito en las Constituciones y refrendado en el Camino, o con lo que ella está viviendo, por ejemplo de cara a Lorenzo y su familia? Véase en nota al n. 3 del capítulo 9 la respuesta que Dios da a Teresa y al problema planteado (Relación 46).
De hecho, cuando poco después (1578-1579) Teresa prepara el texto del Camino para enviarlo al editor, al revisar meticulosamente lo escrito, introduce una corrección interesante en lo vivo del capítulo 9, 2: donde había escrito "viene ya la cosa a estado, que tienen por falta de virtud no querer y tratar mucho los religiosos a sus deudos", la Santa misma borró estas últimas palabras ("los religiosos a sus deudos"). Pero no se trataba de una retractación o un cambio de pensamiento. El texto editado quedó sustancialmente idéntico al del autógrafo teresiano (cf. Edición de Evora, p. 30v).
Es cierto que con los años y la experiencia, y a medida que el paisaje confuso de La Encarnación se fue alejando y desdibujando, Teresa limó aristas y suavizó expresiones en este capítulo de su mensaje ascético.
Pero quedó firme su doble convicción de fondo: la consigna evangélica del desasimiento total para el seguimiento de Cristo ("desasimiento de todo lo criado"), y la intuición psicológica de la necesidad de cortar dependencias humanas profundas, para llegar a la libertad del adulto y a la purificación del amor. Para poder hacer el don de sí mismo a Dios.
[1] «... que confieso en este caso tan importante soy la más imperfecta; mas, pues me lo mandáis, tocaré en algunas cosas que se me ofrecen...» - Así en la 1ª redacción.
[2] En la 1ª redacción escribió con mucha más espontaneidad y vehemencia: «Parece nos quiere el Señor apartar de todo a las que aquí nos trajo, para llegarnos más sin embarazo a Su Majestad aquí. - ¡Oh Criador y Señor mío! ¿Cuándo merecí yo tan gran dignidad, que parece habéis andando rodeando cómo os llegar más a nosotras? Plegue a vuestra Bondad no lo perdamos por nuestra culpa. ¿Oh hermanas mías!...».
[3] En la 1ª redacción insistía: «Mas si los tiene amor, si le duelen mucho sus penas y escucha sus sucesos del mundo de buena gana, crea que a sí se dañará, y a ellos no les hará ningún provecho».
[4] «A usadas», escribe la Santa, deformando la expresión clásica «a osadas», que equivale a «con resolución, sin miedo o bien a «ciertamente». Cobarruvias la explica así: de osadía «se forma una manera de decir antigua aosadas, que vale tanto como osaría yo apostar» (s. v. «osar»).
[5] «... al menos en las más, aunque no en todos los santos que escribieron, o muchos» (1ª redacción). - Sigue una alusión a los consejos evangélicos (Lc 14, 33).
[7] Las últimas frases han sido retocadas en los autógrafos y en las ediciones. En la primera redacción escribió: «En los demás, aunque me he visto en trabajos, mis deudos han sido; y quien me ha ayudado en ellos, los siervos de Dios». En la nueva redacción, copió materialmente esa frase. Luego la enmendó, no muy certeramente, tal como se transcribe en el texto. Tanto la edición príncipe (f 31r) como fray Luis de León (p. 55) deforman el texto. Aunque la frase es poco feliz, el sentido es claro: en los trabajos, sus deudos (parientes) la han ayudado menos que los siervos de Dios.
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