Revisión del texto, notas y comentario: Tomás Álvarez, O.C.D.
Camino de Perfección.
2º Redacción (Códice de Valladolid)
Capítulo 23
Trata de lo que importa no tornar atrás quien ha comenzado camino de oración, y torna a hablar de lo mucho que va en que sea con determinación.
1. Pues digo que va muy mucho en comenzar con gran determinación, por tantas causas que sería alargarme mucho si las dijese. Solas dos o tres os quiero, hermanas, decir (1)[1]:
La una es que no es razón que a quien tanto nos ha dado y continuo da, que una cosa que nos queremos determinar a darle, que es este cuidadito (no, cierto, sin interés, sino con tan grandes ganancias), no se lo dar con toda determinación sino como quien presta una cosa para tornarla a tomar. Esto no me parece a mí dar, antes siempre queda con algún disgusto a quien han emprestado una cosa cuando se la tornan a tomar, en especial si la ha menester y la tenía ya como por suya, o que si son amigos y a quien la prestó debe muchas dadas sin ningún interés: con razón le parecerá poquedad y muy poco amor, que aun una cosita suya no quiere dejar en su poder, siquiera por señal de amor.
2. ¿Qué esposa hay que recibiendo muchas joyas de valor de su esposo no le dé siquiera una sortija, no por lo que vale, que ya todo es suyo, sino por prenda que será suya hasta que muera? Pues ¿qué menos merece este Señor, para que burlemos de él, dando y tomando una nonada que le damos? Sino que este poquito de tiempo que nos determinamos de darle de cuanto gastamos en nosotros mismos y en quien no nos lo agradecerá, ya que aquel rato le queremos dar, démosle libre el pensamiento y desocupado de otras cosas, y con toda determinación de nunca jamás se le tornar a tomar, por trabajos que por ello nos vengan, ni por contradicciones ni por sequedades; sino que ya como cosa no mía tenga aquel tiempo y piense me le pueden pedir por justicia cuando del todo no se le quisiere dar.
3. Llamo «del todo», porque no se entiende que dejarlo algún día, o algunos, por ocupaciones justas o por cualquier indisposición, es tomársele ya. La intención esté firme, que no es nada delicado mi Dios: no mira en menudencias. Así tendrá qué os agradecer; es dar algo. Lo demás, bueno es a quien no es franco, sino tan apretado que no tiene corazón para dar; harto es que preste. En fin, haga algo, que todo lo toma en cuenta este Señor nuestro; a todo hace como lo queremos. Para tomarnos cuenta no es nada menudo, sino generoso; por grande que sea el alcance, tiene El en poco perdonarle. Para pagarnos es tan mirado, que no hayáis miedo que un alzar de ojos con acordarnos de El deje sin premio.
4. Otra causa (2)[2] es porque el demonio no tiene tanta mano para tentar. Ha gran miedo a ánimas determinadas, que tiene ya experiencia le hacen gran daño, y cuanto él ordena para dañarlas, viene en provecho suyo y de los otros y que sale él con pérdida. Y ya que no hemos nosotros de estar descuidados ni confiar en esto, porque lo habemos con gente traidora, y a los apercibidos no osan tanto acometer, porque es muy cobarde; mas si viese descuido, haría gran daño. Y si conoce a uno por mudable y que no está firme en el bien y con gran determinación de perseverar, no le dejará a sol ni a sombra. Miedos le pondrá e inconvenientes que nunca acabe. Yo lo sé esto muy bien por experiencia, y así lo he sabido decir, y digo que no sabe nadie lo mucho que importa.
5. La otra cosa es -y que hace mucho al caso- que pelea con más ánimo. Ya sabe que, venga lo que viniere, no ha de tornar atrás. Es como uno que está en una batalla, que sabe, si le vencen, no le perdonarán la vida, y que ya que no muere en la batalla ha de morir después; pelea con más determinación y quiere vender bien su vida -como dicen- y no teme tanto los golpes, porque lleva adelante lo que le importa la victoria y que le va la vida en vencer.
Es también necesario comenzar con seguridad de que, si no nos dejamos vencer, saldremos con la empresa; esto sin ninguna duda, que por poca ganancia que saquen, saldrán muy ricos. No hayáis miedo os deje morir de sed el Señor que nos llama a que bebamos de esta fuente. Esto queda ya dicho (3)[3], y querríalo decir muchas veces, porque acobarda mucho a personas que aún no conocen del todo la bondad del Señor por experiencia, aunque le conocen por fe. Mas es gran cosa haber experimentado con la amistad y regalo que trata a los que van por este camino, y cómo casi les hace toda la costa (4)[4].
6. Los que esto no han probado, no me maravillo quieran seguridad de algún interés. Pues ya sabéis que es ciento por uno, aun en esta vida, y que dice el Señor: «Pedid y daros han» (5)[5]. Si no creéis a Su Majestad en las partes de su Evangelio que asegura esto, poco aprovecha, hermanas, que me quiebre yo la cabeza a decirlo. Todavía digo que a quien tuviere alguna duda, que poco se pierde en probarlo; que eso tiene bueno este viaje (6)[6], que se da más de lo que se pide ni acertaremos a desear. Esto es sin falta, yo lo sé. Y a las de vosotras que lo sabéis por experiencia, por la bondad de Dios, puedo presentar por testigos (7)[7].
COMENTARIO AL CAPÍTULO 23
Determinada determinación
Hay que determinarse a "ser siervos del amor". Dios "es amigo de ánimas animosas". "Importa el todo tener una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar" (Vida 11, 1; 13, 2; Camino 21, 2). Eslogan de la ascesis teresiana que parece un eco de la palabra evangélica: "De los esforzados es el Reino" (cf Mt 11, 12).
Aquí, en el Camino, la consigna sirve para coronar el programa ascético del libro. Tras haber expuesto las tres virtudes básicas (amor, desasimiento, humildad). Y antes de entrar a fondo en el tema de la oración (cap. 24). Para Teresa una cosa es clara: que no hay oración auténtica sin vida cristiana, y que ésta se encarna y expresa en unas virtudes evangélicas netas, prácticas, claras. Con arraigo místico en el humus de la gracia y del amor. Pero necesitadas absolutamente de apoyatura y amarre en la voluntad humana. Allá, en lo más hondo de la persona, en donde el hombre se juega las grandes bazas de la vida. Los síes y los noes de lo definitivo, de lo irreversible.
Ahí, a ese enclave profundo, apunta ahora la madre Teresa cuando cifra la ascesis de la voluntad en la "determinada determinación".
El eslogan de la "determinada determinación, así se hunda el mundo", lo ha formulado ya dos capítulos antes (21, 2). En realidad, lo viene enunciando y reformulando desde los primeros capítulos del libro. Es que no se trata de un episodio fuerte, como un vuelco de la vida o un arrancón a pulso, o un paso de ecuador. Se trata de una constante de la voluntad, algo así como la nervadura misma de la conducta cristiana. Y de la vida de oración.
Qué es "determinada determinación"
Algo tan sencillo como el "sí-sí" del evangelio. Ya en su primer tratado de oración, dentro del libro de su Vida (cap. 11), justamente en el momento en que la Autora comienza a exponer su programa de oración a los principiantes, se para un momento a plantearse el problema de la determinación. Piensa ella que no habrá camino que dure si no se lo emprende con determinación. Es decir, si el orante no está realmente determinado a "ser siervo del amor". Pero lo vivo del problema se presenta en el caso personal de la propia Teresa. Ella comenzó decididamente determinada, con la neta resolución de una mujer volitiva, como ella es. Y, sin embargo, sus determinaciones en serie están jalonadas de todo un historial de quiebros y fracasos. ¿Por qué? Es eso lo que ella le pregunta a Dios: "Señor de mi alma y bien mío, ¿por qué no quisisteis que, en determinándose un alma a amaros, con hacer lo que puede en dejarlo todo para mejor emplearse en este amor de Dios, luego gozase de subir a este amor perfecto?" (Vida 11, 1)
Pero no espera a que Dios le responda. Ella misma cae en la cuenta de que hay en nosotros determinaciones sinceras de voluntad que no logran penetrar las capas profundas de la persona. Que la persona tiene estratos de espesor inesperado, no fáciles de perforar por un acto de voluntad. Y que a veces la voluntad nos sirve "determinacioncillas", en lugar de firmes tomas de posición (16, 10).
Sabe ella, sobre todo, que el misterio de la vida de oración consiste en poner sobre el tapete, sin paliativos, nuestra relación personal con Dios, y que todo el problema consiste en que "no nos damos a Dios con la determinación con que Él se da a nosotros". Lo ha recordado poco antes, al glosar la parábola del jaque mate al Rey de la gloria (16, 9).
Volverá sobre el tema al comentar la petición del Padre nuestro "hágase tu voluntad" (cap. 32). Decir eso al Padre, con Cristo y como Cristo, equivale a "darle la nuestra", lo cual es toda una empresa que implica la entrega de nuestra persona. De ahí que necesitemos repetir, una y otra vez, la misma súplica martillante: "Hágase tu voluntad".
En su típica pedagogía de la oración, la Santa prefiere concretar. Para plegar la voluntad y rendirla a "la determinada determinación", le propone dos objetivos concretos. Serán decisivos para quien comienza camino de oración.
El primero y absoluto es la determinación de "no tornar atrás". Emprender el camino de la relación personal con Dios, decidido a no abandonarlo jamás (título y n. 1).
El segundo es menos rotundo pero más preciso: decisión de reservar para la oración un tiempo de cada jornada. Y ése, dárselo a Dios. Pero dárselo del todo, "libre el pensamiento y desocupado de otras cosas". Dárselo "con toda determinación de nunca jamás tornárselo a tomar" (n. 2).
Bien entendido: para ella no es una metáfora eso de "darle a Dios nuestro tiempo". No tanto un tiempo de reloj, cuanto un jirón de la propia vida. Sin ese realismo o esa concreción final, las decisiones de la voluntad quedan en puro deporte evanescente. De ahí que la entrega a Dios de un jirón de nuestro tiempo pase a formar parte obligada de la pedagogía teresiana de la oración.
Los tres porqués de la determinada determinación
Es ésta una de las pocas ocasiones en que la Autora del Camino se para a razonar cuidadosamente su punto de vista. Lo avala con tres razones.
Podríamos etiquetarlas así: hay una primera razón de amor (la exigencia del amor que recibimos); una segunda razón es de estrategia ascética (autodefensa); la tercera razón es de eficacia psicológica.
Ante todo, la exigencia del amor: a quien nos ama y nos da tanto y tan continuamente, no es razonable que nosotros le demos o nos demos a medias. Eso sería "emprestar", y emprestar no es dar. Dar es desposeerse y entregar. Con gesto irrevocable. Prestar, al contrario, es un toma y daca. Entrega mediatizada y condicionada. Prestar a Dios algo de nuestro tiempo, con la secreta esperanza de desdecir el préstamo, es "poquedad y muy poco amor". Tiene trazas de burla: "burlarnos de Él, dando y tomando una nonada que le damos" (n. 2).
Esa sutil sensación de befa -de amor burlado- se le ahondará Teresa cuando vuelva sobre el tema, utilizando, como aquí, la imagen de la joya regalada: dar y tomar la sortija de la voluntad (32, 7): "no son estas burlas para con quien le hicieron tantas por nosotros" (32, 8). Así, el primer motivo adquiere hondo calado de relación personal con Cristo. Él se dio a sí mismo. Y se nos da... ¿Cómo responderle con un mísero préstamo?
La segunda razón es de estrategia defensiva en la lucha ascética (n. 4). Un espíritu decidido es menos vulnerable. Se sitúa psicológicamente al reparo de las acometidas del demonio. Del demonio verdadero, sin duda: lo recordará ella, expresamente, en las Moradas II: "Porque si el demonio le ve con una gran determinación de que antes perderá la vida y el descanso..., que tornar atrás, muy más presto le dejará". Pero la consigna vale también contra el demonio de la cobardía, contra el demonio de los propios miedos. La determinación es una coraza contra la propia fragilidad. El denodado se crece. Y el demonio tiene "gran miedo de ánimas animosas" (n. 4).
La tercera razón es la eficacia combativa. El determinado "pelea con más ánimo" (n. 5). Para la Santa es ésta una motivación "que hace mucho al caso". Ella tiene de la vida una visión batallera, cómo san Pablo, o como la Regla del Carmelo, que recoge las consignas militantes del Apóstol. El Carmelo mismo es oasis y campo de batalla. Es, sí, idilio y paraíso y un cielo si lo puede haber en la tierra. Pero es a la vez, castillo de militantes selectos. Y la Autora del Camino no se cansará de repetir que "aquí se pelea", que no hemos venido a otra cosa sino a pelear, "pelead como fuertes, hasta morir en la demanda" (20, 2).
Pues bien, la Santa conoce la psicología del soldado. Si no está decidido a darlo todo por la victoria, el miedo puede con él. Cuando, en cambio, cae en la cuenta de que "le va la vida en vencer" (n. 5), está decidido a todo. Así, la ascesis de la voluntad se convierte en fortaleza para la vida.
La voz de la experiencia
El lector del Camino ya lo sabe: toda gran convicción teresiana está traspasada de una viva experiencia personal. Tener que determinarse con toda determinación fue, en su vida, un drama en muchos actos. Los contó ella en la primera parte de su autobiografía. Con fuertes pinceladas de luces y sombras.
Experiencia de miedos y debilidades ante la llamada a "darse del todo a Dios". Miedo de perder los amigos, de perder la salud, miedo a la muerte, miedo "hasta de tener lágrimas... por temor a cegar". "Hasta que me determiné en no hacer caso del cuerpo ni de la salud, siempre estuve atada, sin valer nada..." (Vida 13, 7). También el recuerdo de esa experiencia negativa está presente en la lección del Camino. Es como el reverso de la "determinación". "Yo lo sé (esto de los miedos) muy bien. Y así lo he sabido decir. Y digo que no sabe nadie lo mucho que importa" (n. 4).
Pero, sobre todo, bajo las afirmaciones del capítulo fluye un reguero de recuerdos positivos. Ella tiene viva la experiencia de que nuestra determinación profunda tiene una componente de gracia. A ella misma, en definitiva, "Dios la forzó para que se forzara": "Él me forzó a que (yo) me hiciera fuerza" (Vida 3, 4). Gracias a Él, "me determiné a forzarme" (Vida 3, 5). Él la ayudó "para forzarse a sí misma" (Vida 4 título). Forcejeo entre los dos, que fue la clave de la vocación y determinación teresiana.
Ahora, en el Camino, reaflora esa componente de fe. Especie de seguro en la entrega total, requerida por la determinada determinación. Dios no falla. Hay que dar el paso con absoluta seguridad. Él es fiel a la palabra dada. No sólo la ratifica con el ciento por uno en esta vida, sino que hace casi toda la costa del camino que precede y sigue a la determinación. "Es gran cosa haber experimentado eso...": haber experimentado cómo trata Dios a quienes se determinan... (nn. 5-6).
Saber todo eso por experiencia es tan diverso de conocerlo por frío razonamiento, o por las páginas de un manual. La Autora quiere, a toda costa, trasvasar al lector esa su convicción, e inyectarle algo de su propia experiencia. Por eso cierra el capítulo con un formidable alegato, que sirve para conectar con la experiencia incipiente de las lectoras del Camino. Trascribamos esas últimas líneas, que refrendan todo lo dicho:
"Esto es sin falta. Yo lo sé. Y a las de vosotras que lo sabéis por experiencia, por la bondad de Dios, puedo presentar por testigos".
[1] Dirá tres: nn. 1, 4, 5. - En la 1ª redacción alegaba la razón de su brevedad: «En otros libros están dichas».
[2] Cf la 1ª en el n. 1.
[3] En el c. 19, n. 15.
[4] «Les hace toda la costa»: paga los gastos.
[5] Doble alusión a Mt 19, 29 y Lc 11, 9.
[6] «Este viaje»: el camino de oración (cf n. 5 fin).
[7] La 1ª redacción concluía: «Esto es sin falta; yo sé que es así. Si no hallaren ser verdad, no me crean cosa de cuantas os digo. Ya vosotras, hermanas, lo sabéis por experiencia y os puedo presentar por testigos, por la bondad de Dios. Por las que vinieren es bien esto que está dicho».
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