Revisión del texto, notas y comentario: Tomás Álvarez, O.C.D.
Camino de Perfección.
2º Redacción (Códice de Valladolid)
Capítulo 32
Que trata de estas palabras del Paternóster: «Fiat voluntas tua sicut in coelo et in terra», y lo mucho que hace quien dice estas palabras con toda determinación, y cuán bien se lo paga el Señor (1)[1].
1. Ahora que nuestro buen Maestro nos ha pedido y enseñado a pedir cosa de tanto valor, que encierra en sí todas las cosas que acá podemos desear, y nos ha hecho tan gran merced como hacernos hermanos suyos, veamos qué quiere que demos a su Padre y qué le ofrece por nosotros y qué es lo que nos pide; que razón es le sirvamos con algo tan grandes mercedes. ¡Oh buen Jesús, que tampoco dais poco de nuestra parte como pedís para nosotros! Dejado que ello en sí es nonada para adonde tanto se debe y para tan gran Señor, mas cierto, Señor mío, que no nos dejáis con nada, y que damos todo lo que podemos; si lo damos como lo decimos, digo.
2. «Sea hecha tu voluntad; y como es hecha en el cielo, así se haga en la tierra» (2)[2].
Bien hicisteis, nuestro buen Maestro, de pedir la petición pasada para que podamos cumplir lo que dais por nosotros; porque, cierto, Señor, si así no fuera, imposible me parece. Mas haciendo vuestro Padre lo que Vos le pedís de darnos acá su reino, yo sé que os sacaremos verdadero en dar lo que dais por nosotros; porque hecha la tierra cielo, será posible hacerse en mí vuestra voluntad. Mas sin esto, y en tierra tan ruin como la mía y tan sin fruto, yo no sé, Señor, cómo sería posible. Es gran cosa lo que ofrecéis.
3. Cuando yo pienso esto, gusto de las personas que no osan pedir trabajos al Señor, que piensan está en esto el dárselos luego (3)[3]. No hablo en los que lo dejan por humildad, pareciéndoles no serán para sufrirlos; aunque tengo para mí que quien les da amor para pedir este medio tan áspero para mostrarle, le dará para sufrirlos. Querría preguntar a los que por temor no los piden de que luego se los han de dar (4)[4], lo que dicen cuando suplican al Señor cumpla su voluntad en ellos, o es que lo dicen por decir lo que todos, mas no para hacerlo. Esto, hermanas, no sería bien. Mirad que parece aquí el buen Jesús nuestro embajador y que ha querido intervenir entre nosotros y su Padre, y no a poca costa suya; y no sería razón que lo que ofrece por nosotros dejásemos de hacerlo verdad, o no lo digamos.
4. Ahora quiérolo llevar por otra vía. Mirad, hijas: ello se ha de cumplir, que queramos o no, y se ha de hacer su voluntad en el cielo y en la tierra; creedme, tomad mi parecer, y haced de la necesidad virtud. ¡Oh Señor mío, qué gran regalo es éste para mí, que no dejaseis en querer tan ruin como el mío el cumplirse vuestra voluntad! Bendito seáis por siempre y alaben os todas las cosas. Sea glorificado vuestro nombre por siempre. ¡Buena estuviera yo, Señor, si estuviera en mis manos el cumplirse vuestra voluntad o no! Ahora la mía os doy libremente, aunque a tiempo que no va libre de interés; porque ya tengo probado, y gran experiencia de ello, la ganancia que es dejar libremente mi voluntad en la vuestra. ¡Oh amigas, qué gran ganancia hay aquí, o qué gran pérdida de no cumplir lo que decimos al Señor en el Paternóster en esto que le ofrecemos!
5. Antes que os diga lo que se gana, os quiero declarar lo mucho que ofrecéis, no os llaméis después a engaño y digáis que no lo entendisteis. No sea como algunas religiosas que no hacemos sino prometer, y como no lo cumplimos, hay este reparo de decir que no se entendió lo que se prometía. Y ya puede ser, porque decir que dejamos nuestra voluntad en otra parece muy fácil, hasta que, probándose, se entiende es la cosa más recia que se puede hacer, si se cumple como se ha de cumplir. Mas no todas veces nos llevan con rigor los prelados de que nos ven flacos; y a las veces flacos y fuertes llevan de una suerte. Acá no es así, que sabe el Señor lo que puede sufrir cada uno, y a quien ve con fuerza no se detiene en cumplir en él su voluntad (5)[5].
6. Pues quiéroos avisar y acordar qué es su voluntad. No hayáis miedo sea daros riquezas, ni deleites, ni honras, ni todas estas cosas de acá; no os quiere tan poco, y tiene en mucho lo que le dais y quiéreoslo pagar bien, pues os da su reino aun viviendo. ¿Queréis ver cómo se ha con los que de veras le dicen esto? - Preguntadlo a su Hijo glorioso, que se lo dijo cuando la oración del Huerto (6)[6]. Como fue dicho con determinación y de toda voluntad, mirad si la cumplió bien en Él en lo que le dio de trabajos y dolores e injurias y persecuciones; en fin, hasta que se le acabó la vida con muerte de cruz.
7. Pues veis aquí, hijas, a quien más amaba lo que dio; por donde se entiende cuál es su voluntad. Así que éstos son sus dones en este mundo. Da conforme al amor que nos tiene: a los que ama más, da de estos dones más; a los que menos, menos, y conforme al ánimo que ve en cada uno y el amor que tiene a Su Majestad. A quien le amare mucho, verá que puede padecer mucho por Él; al que amare poco, poco. Tengo yo para mí que la medida del poder llevar gran cruz o pequeña es la del amor. Así que, hermanas, si le tenéis, procurad no sean palabras de cumplimiento las que decís a tan gran Señor, sino esforzaos a pasar lo que Su Majestad quisiere. Porque si de otra manera dais la voluntad, es mostrar la joya e irla a dar y rogar que la tomen, y cuando extienden la mano para tomarla, tornarla Vos a guardar muy bien.
8. No son estas burlas para con quien le hicieron tantas por nosotros. Aunque no hubiera otra cosa, no es razón burlemos ya tantas veces, que no son pocas las que se lo decimos en el Paternóster. Démosle ya una vez la joya del todo, de cuantas acometemos a dársela; es verdad que no nos da primero, para que se la demos (7)[7]. Los del mundo harto harán si tienen de verdad determinación de cumplirlo. Vosotras, hijas, diciendo y haciendo, palabras y obras, como a la verdad parece hacemos los religiosos; sino que a las veces no sólo acometemos a dar la joya, sino ponémossela en la mano, y tornámossela a tomar. Somos francos de presto, y después tan escasos, que valdría en parte más que nos hubiéramos detenido en el dar.
9. Porque todo lo que os he avisado en este libro va dirigido a este punto de darnos del todo al Criador y poner nuestra voluntad en la suya y desasirnos de las criaturas, y tendréis ya entendido lo mucho que importa, no digo más en ello; sino diré para lo que pone aquí nuestro buen Maestro estas palabras dichas, como quien sabe lo mucho que ganaremos de hacer este servicio a su Eterno Padre. Porque nos disponemos para que con mucha brevedad nos veamos acabado de andar el camino y bebiendo del agua viva de la fuente que queda dicha (8)[8]. Porque sin dar nuestra voluntad del todo al Señor para que haga en todo lo que nos toca conforme a ella, nunca deja beber de ella. Esto es contemplación perfecta, lo que me dijisteis os escribiese.
10. Y en esto -como ya tengo escrito- (9)[9] ninguna cosa hacemos de nuestra parte, ni trabajamos, ni negociamos, ni es menester más, porque todo lo demás estorba e impide de decir «fiat voluntas tua»: cúmplase, Señor, en mí vuestra voluntad de todos los modos y maneras que Vos, Señor mío, quisiereis. Si queréis con trabajos, dadme esfuerzo y vengan; si con persecuciones y enfermedades y deshonras y necesidades, aquí estoy, no volveré el rostro, Padre mío, ni es razón vuelva las espaldas. Pues vuestro Hijo dio en nombre de todos esta mi voluntad, no es razón falte por mi parte; sino que me hagáis Vos merced de darme vuestro reino para que yo lo pueda hacer, pues él me le pidió, y disponed en mí como en cosa vuestra, conforme a vuestra voluntad.
11. ¡Oh hermanas mías, qué fuerza tiene este don! No puede menos, si va con la determinación que ha de ir, de traer al Todopoderoso a ser uno con nuestra bajeza y transformarnos en sí y hacer una unión del Criador con la criatura. Mirad si quedaréis bien pagadas y si tenéis buen Maestro, que, como sabe por dónde ha de ganar la voluntad de su Padre, enséñanos a cómo y con qué le hemos de servir.
12. Y mientras más se va entendiendo por las obras que no son palabras de cumplimiento, más más nos llega el Señor a sí y la levanta de todas las cosas de acá y de sí misma para habilitarla a recibir grandes mercedes, que no acaba de pagar en esta vida este servicio. En tanto le tiene, que ya nosotros no sabemos qué nos pedir, y Su Majestad nunca se cansa de dar. Porque no contento con tener hecha esta alma una cosa consigo por haberla ya unido a sí mismo (10)[10], comienza a regalarse con ella, a descubrirle secretos, a holgarse de que entienda lo que ha ganado y que conozca algo de lo que la tiene por dar. Hácela ir perdiendo estos sentidos exteriores, porque no se la ocupe nada. Esto es arrobamiento. Y comienza a tratar de tanta amistad, que no sólo la torna a dejar su voluntad, mas dale la suya con ella; porque se huelga el Señor, ya que trata de tanta amistad, que manden a veces -como dicen- y cumplir Él lo que ella le pide, como ella hace lo que Él la manda, y mucho mejor, porque es poderoso y puede cuanto quiere y no deja de querer.
13. La pobre alma, aunque quiera, no puede lo que querría, ni puede nada sin que se lo den. Y ésta es su mayor riqueza: quedar mientras más sirve, más adeudada, y muchas veces fatigada de verse sujeta a tantos inconvenientes y embarazos y atadura como trae el estar en la cárcel de este cuerpo, porque querría pagar algo de lo que debe. Y es harto boba de fatigarse; porque, aunque haga lo que es en sí, ¿qué podemos pagar los que, como digo, no tenemos qué dar si no lo recibimos, sino conocernos, y esto que podemos, que es dar nuestra voluntad, hacerlo cumplidamente? Todo lo demás, para el alma que el Señor ha llegado aquí, la embaraza y hace daño y no provecho, porque sola humildad es la que puede algo, y ésta no adquirida por el entendimiento, sino con una clara verdad que comprende en un momento lo que en mucho tiempo no pudiera alcanzar trabajando la imaginación, de lo muy nonada que somos y lo muy mucho que es Dios (11)[11].
14. Doos (12)[12] un aviso: que no penséis por fuerza vuestra ni diligencia llegar aquí, que es por demás; antes si teníais devoción, quedaréis frías; sino con simplicidad y humildad, que es la que lo acaba todo, decir: «fiat voluntas tua».
COMENTARIO AL CAPÍTULO 32
Esto es contemplación perfecta
Mirada retrospectiva
En los capítulos centrales del Camino, ante todo hemos rezado con la Autora la primera parte del Padre nuestro. Nos hemos parado a decir "Padre" compartiendo los sentimientos filiales de Jesús. Hermanados con Él y compartiendo esos sus sentimientos profundos, hemos hecho el recorrido de las tres peticiones: santificar y glorificar su nombre; pedirle su reino (que nos lo dé o nos introduzca en él); y ahora ofrecerle nuestra voluntad, como se la ofreció Jesús en Getsemaní, para que haga la suya en nosotros.
La escalada de las tres peticiones ha ido llevando la atención Teresa desde la oración vocal (invocación "Padre"), al recogimiento (interiorización de esa invocación) y al ingreso en la quietud contemplativa ("Venga tu reino").
Por fin esa escalada llega a la cima: hacer el don de sí, diciendo "hágase tu voluntad", es abrirse al don de la contemplación perfecta, es decir, al pleno don de Él, en amistad consumada.
Y, a la vez, iniciar la contemplación perfecta es llegar a la "fuente de agua viva", anunciada y anhelada desde capítulos anteriores (cap. 19). Llegar a la fuente es entrar en la misteriosa experiencia de la "unión".
De ahí la importancia de este tratadillo en que Teresa ha perfilado la dinámica evolutiva de la oración cristiana. De ahí, sobre todo, la importancia del presente capítulo, en que ella inicia al lector en el último tramo de esa graduatoria.
Claves de lectura
Estamos ante una de las páginas fuertes del Camino. Fuerte, pero no difícil. Es posible leerla, como cualquier capítulo anterior, en simple actitud de escucha. Enrolándose en el pequeño grupo de las primeras destinatarias del libro. Lo escrito es simple prolongación de lo conversado por la Santa en medio del grupo.
Precisamente por eso, la originalidad y genialidad coloquial de la Autora se refleja en la manera de impartir la presente lección por escrito. Baste destacar tres datos clave:
1.º Cómo entiende ella esta petición del Padre nuestro: "Hágase tu voluntad...".
Probablemente no se trata de una exégesis pensada y refleja, sino del sentido que esa palabra ha tenido tantas veces en la oración de Teresa. Para ella decirle a Dios "hágase tu voluntad" no es una oración cualquiera, dicha y redicha de carretilla. Es una palabra que marca uno de los hitos cimeros de la oración cristiana. Equivale a poner en mano del Señor carta blanca para que programe y realice mi vida.
Por eso piensa ella que esta palabra no puede pronunciarse de sopetón. Ni por propia iniciativa del orante. Ha tenido que preceder la petición y el don del "reino".
Desde ahí podré yo decirle que haga su voluntad en mi tierra como en su cielo. Bien seguro de que para ello entrarán en juego todos los resortes de su amor.
En el fondo, la exégesis de Teresa se articula así:
- Si Él no nos diera su reino, ¿cómo podríamos santificar su nombre?
- Igualmente, si Él no nos da por anticipado su reino, no seremos capaces de darle efectivamente nuestra voluntad.
2.º Decimos "hágase", precedidos por el Hermano Mayor
Conocemos ya la consigna pedagógica de la Santa: el Padre nuestro lo oramos en comunión con el maestro que nos lo enseñó. Aquí, al llegar al vértice de las peticiones, Jesús se solidariza con el orante. No sólo nos precedió ejemplarmente con su oración de Getsemaní: "Padre, hágase tu voluntad y no la mía"; sino que está implicado, Él mismo, en nuestra oferta suprema. Cuando el orante hace el don de sí en la oferta de su voluntad, Jesús está de por medio, se la ofrece por nosotros (n. 1), hace de embajador nuestro (n. 3), suple y robustece nuestras cobardías y deficiencias. Ha sido Él quien previamente ha pedido el "reino" para nosotros. Él ofrece cuando nosotros ofrecemos.
Sin llegar a esta comunión profunda de sentimientos con Cristo quedará diezmada y pobre nuestra oración.
"Bien hicisteis, nuestro buen Maestro, en pedir la petición pasada para que podamos cumplir lo que dais por nosotros. Porque, cierto, Señor, si así no fuera, imposible me parece. Mas haciendo vuestro Padre lo que Vos le pedís de darnos acá su reino, yo sé que os sacaremos verdadero en dar lo que dais por nosotros: porque hecha la tierra cielo, será posible hacer en mí vuestra voluntad. Mas sin esto, y en tierra tan ruin como la mía y tan sin fruto, yo no sé, Señor, cómo sería posible. Es gran cosa lo que ofrecéis" (n. 2).
3.º Una tercera pista nos la ofrece ese párrafo que acabamos de transcribir. Teresa ora la petición que está glosando
Sabemos ya que este recurso constituye uno de los resortes característicos de su pedagogía: no hablar de oración sin hacerla; no glosar el Padre nuestro sin orarlo. Ahora mismo está insistiendo en el sentido profundo de la oración cristiana: hay que hacerla abriéndose a los sentimientos de Cristo orante; pues bien, ella se abre a esos sentimientos, entrando en diálogo franco con el Maestro, y desde él los vierte sobre el lector, pasando espontáneamente de la "palabra a Cristo maestro" ("oh Señor mío, qué gran regalo es éste para mí..."), al coloquio íntimo con las lectoras ("oh amigas, qué gran ganancia hay aquí...") (n. 4).
En la pedagogía del capítulo es ésta la verdadera clave de lectura. Espontánea o deliberadamente, la Santa ha ido colocando esos sus momentos de pedagogía orada en las casillas estratégicas de la glosa. El lector podrá leer y apropiarse ese sartal de momentos orantes de la Autora (nn. 1, 2, 4, 10), Y no sólo se sentirá suavemente introducido en la oración contemplativa que se expone en el capítulo, sino que se habrá acercado a la experiencia "actual y presente" de la Santa, testificada en vivo al final de la lección. Bastaría leer el número 13.
Ahora digamos "hágase tu voluntad..."
Decir al Padre "hágase tu voluntad" es ofrecerle la nuestra. Para Teresa, ése es claramente el sentido de la petición. Petición en la forma, oferta profunda en el fondo. Implica no sólo el rendimiento de la propia voluntad, sino la totalidad del don de sí mismo.
Paradigma perfecto de esa petición del Padre nuestro es la oración de Jesús en Getsemaní. Decir al Padre que se haga su voluntad conllevaba la renuncia a la propia: "Que se haga tu voluntad y no la mía".
La Santa, que tantas veces se asoció desde niña a esa oración de Jesús en el Huerto ("muchos años..., las más de las noches..., aun desde antes de ser monja", Vida 9, 4). Y que tantas veces se ha estremecido al decirle también ella de veras "hágase tu voluntad", sabe que se trata de cosa de gran envergadura. Que equivale a jugárselo todo a una carta. Que también Jesús sabe que no es poco lo que da de nuestra parte cuando pone esa oración en nuestra boca: "Cierto, Señor mío; que no nos dejáis con nada, y que damos todo lo que podemos, si lo damos como decimos" (n. 1).
No es extraño que orar esa petición de verdad cueste. O que haya quien la pronuncie con miedo o con reticencias: "Yo he topado a algunas (personas) tan pusilánimes... que no tienen corazón" para entregar a Dios su voluntad por miedo a las consecuencias (n. 3 del borrador). "Querría yo preguntarles... lo que dicen cuando suplican al Señor cumpla su voluntad en ellos. O es que lo dicen por decir lo que todos, mas no para hacerlo" (n. 3).
Son los dos escollos de siempre: decir ese "hágase" entre el miedo y la superficialidad. En ese caso, "no lo digamos", prefiere la Santa. A ella misma, sin duda, le ha costado superar esos dos escollos. Pero, por fin, llegó el momento en que de verdad pudo decir a Cristo o al Padre, como San Pablo, "qué queréis, Señor, que haga". Incluso pudo glosarlo por extenso en uno de sus poemas más hermosos:
"Vuestra soy, para vos nací: ¿qué queréis, Señor, de mí?"
Estribillo seguido de doce estrofas que fluyen como glosa íntima y personal de la petición central del Padre nuestro.
Ahora, en el presente capítulo del Camino, insiste en la importancia de ese acto de entrega. Verdadero eslabón de enlace entre la oración y la vida entera del orante. Ya en capítulos anteriores ha dicho al lector que "en esto está el todo". "En darnos todo al Todo sin hacernos partes" (cap. 8, 1). Radicalismo del amor, que ahora es reiterado por la Santa: "Todo lo que os he avisado en este libro va dirigido a este punto de darnos del todo al Criador y poner nuestra voluntad en la suya, y desasirnos de las criaturas" (n. 9).
Para hacer posible esa donación de sí en totalidad, necesariamente ha de entrar en juego una de las consignas perentorias de la ascesis teresiana: la determinada determinación. Lo ha afirmado desde el epígrafe del capítulo: "Lo mucho que hace quien dice estas palabras con toda determinación". "Porque si de otra manera dais la voluntad, es mostrar la joya e irla a dar y rogar que la tomen, y cuando extienden la mano para tomarla, tornarla vos a guardar muy bien. No son estas burlas para con quien le hicieron tantas por nosotros" (nn. 7-8). "Démosle ya una vez la joya del todo" (n. 8).
Dar la joya de la voluntad o la "sortija" del amor, como la esposa cuyo gesto nos glosó al hablar de la determinada determinación (cap. 23, 2-3), es la medida del "hágase". "Así que, hermanas, si tenéis amor, procurad no sean palabras de cumplimiento las que decís a tan gran Señor..." (n. 7).
Está claro que la razón suprema de ese radicalismo teresiano reside en la dinámica del amor, que, al menos, en el caso sumo de la amistad teologal exige la entrega total al amigo, para que éste haga la entrega total de sí. "Porque sin dar nuestra voluntad del todo al Señor para que haga en todo... conforme a ella, nunca deja (Él) beber del agua viva de la fuente..." (n. 9).
Difícilmente hubiera podido la Santa subrayar con mayor vigor su radicalismo: dar nuestra voluntad del todo; para que Él haga la suya en todo; sin lo cual nunca habrá agua viva de la fuente.
Darse... para recibir el don de la contemplación perfecta
"Esto es contemplación perfecta, lo que me dijisteis os escribiese...".
Ese categórico "esto" en que se engloba y da por realizada la contemplación perfecta es sencillamente el estado resultante de haber hecho el don de sí al Padre; de habérselo hecho desde la raíz de la voluntad; de haberlo hecho en Cristo, en comunión con sus sentimientos, ratificando y personalizando la oferta anticipada que Él hace de nuestra voluntad al enseñarnos a orar. La contemplación perfecta es, en definitiva, la gracia que sobreviene al hecho de haberse dado del todo a Él.
La Santa lo ha formulado ya en términos categóricos: "Él no se da a Sí del todo hasta que nos damos del todo. Esto es cosa cierta, y porque importa tanto os lo recuerdo tantas veces" (28, 12). Pero el reverso de ese axioma teresiano es: que Él se da del todo a quien del todo le ha hecho el don de su voluntad y de sí mismo. Es decir, a quien de veras le ha dicho, con Cristo Jesús: "Hágase tu voluntad".
En el texto del Camino no sigue inmediatamente una descripción teórica de la contemplación. Sigue, en cambio, un momento de viva y real contemplación. Tras el enunciado "esto es contemplación perfecta", la Autora entra suavemente en ella ante el lector:
"Todo lo demás estorba e impide decir fiat voluntas tua: cúmplase, Señor, en mí vuestra voluntad de todos los modos y maneras que vos, Señor mío, quisiereis. Si queréis con trabajos, dadme esfuerzo y vengan; si con persecuciones y enfermedades y deshonras y necesidades, aquí estoy, no volveré el rostro, Padre mío, ni es razón vuelva las espaldas. Pues vuestro Hijo dio en nombre de todos esta mi voluntad, no es razón falte de mi parte; sino que me hagáis Vos merced de darme vuestro reino para que yo lo pueda hacer, pues Él me le pidió, y disponed en mí como en cosa vuestra, conforme a vuestra voluntad. ¡Oh hermanas mías, qué fuerza tiene este don...!" (nn. 10-11).
Estampa plástica y envolvente: a) modo real y personalísimo de decir "hágase"; b) en comunión con los sentimientos de Cristo paciente ("no volveré el rostro" (cf. Isaías 50, 6); c) experimentándose a sí misma como objeto de la oración de Cristo ("pues Él me le pidió..."); d) y pasando ese fluir de sentimientos al grupo de lectoras ("¡Oh hermanas mías...!").
El resto del capítulo lo dedicará la Santa a apuntar los tres aspectos fundamentales de la contemplación perfecta: a) la mayor asimilación a Cristo; b) la unión profunda a Dios; c) el desarrollo sin fin de la contemplación mística.
a) Cuando el orante ha superado sus miedos y por fin ha sido capaz de decir al Padre: "Haz en mí tu voluntad", está bien seguro de cuál va a ser ésta. No ciertamente una menguada felicidad terrena: "Ni riquezas ni deleites ni honras ni todas estas cosas de acá. ¡No os quiere tan poco!" (n. 6). Nos quiere como a Cristo, su Hijo: "Pues veis aquí, hijas, a quien más amaba lo que le dio, por ahí se entiende cuál es su voluntad. Así que éstos son sus dones en este mundo". Y para ello nos introduce en el régimen del amor: "Da conforme al amor que nos tiene: a los que ama más, da de estos dones más; a los que menos, menos, y conforme al ánimo que ve en cada uno, y el amor que tiene a Su Majestad. A quien amare mucho, verá que puede padecer mucho por Él; al que amare poco, poco" (n. 7). Porque "la medida de llevar gran cruz o pequeña es la del amor" (n. 7).
b) Hablará al lector, en segundo lugar, de la unión a Dios.
"Unión" es un término que Teresa repetirá a sus lectoras hasta la saciedad. También será voz portante en el magisterio de San Juan de la Cruz. Sólo que en ambos la palabra "unión" adquiere sentido y carga que desbordan el vocabulario corriente. Únicamente en la unión va a ocurrir el hecho terminal de la "santificación" del orante. Será santificación, no por sus propios esfuerzos, sino por la presencia del Dios santo en él.
Decir hágase, "si va con la determinación que ha de ir, no puede menos de traer al Todopoderoso a ser uno con nuestra bajeza y transformarnos en Sí, y hacer una unión del Criador con la criatura" (n. 11).
c) Y ahora sí, ante el lector se despliegan horizontes sin límites para la contemplación: "Porque no contento (Él) con tener hecha esta alma una cosa consigo por haberla ya unido a Sí mismo, comienza a regalarse con ella, a descubrirle sus secretos, a holgarse de que entienda lo que ha ganado, y que conozca algo de lo que la tiene por dar: hácela ir perdiendo los sentidos exteriores, porque no se la ocupe nada. Esto es arrobamiento. Y comienza a tratar (con) tanta amistad, que no sólo la torna a dejar su voluntad, mas dale la suya con ella..." (n. 12).
Como siempre que toca el tema de la contemplación mística, Teresa termina recordando a sus lectoras que aquí no hay técnicas ni méritos que valgan. Que el contemplativo ha entrado en el reino de la gracia, del amor y de la gratuidad absoluta. Aquí "la pobre alma, aunque quiera, no puede lo que querría, ni puede nada sin que se lo den. Y esta es su mayor riqueza: quedar, mientras más sirva, más adeudada..." (n. 13).
Por eso su consejo final: "Os doy un aviso: que no penséis por fuerza vuestra ni diligencia llegar aquí, que es por demás; antes si teníais devoción, quedaréis frías. Sino con simplicidad y humildad, que es la que lo acaba todo, decir: fiat voluntas tua".
El empalme con la experiencia viva de la Autora
Cuando la Santa escribe por primera vez esta lección del Camino la destina al grupo de pioneras del Carmelo de San José. Jóvenes y aprendices. Sabe que a ellas puede hablarles de la fuente de agua viva, pero sin adentrarse en alta mar de contemplación mística.
De ahí la concisión y linearidad de la presente exposición. La concluía en su borrador remitiendo a las lectoras al libro de Vida para un próximo futuro: "Porque -como he dicho- está ya escrito en otra parte cómo es esta oración y lo que ha de hacer el alma entonces, y cosas harto largamente declaradas de lo que el alma siente aquí y en lo que se conoce ser de Dios, no hago más de tocar en estas cosas de oración, para daros a entender cómo habéis de rezar esta oración del Paternóster...".
Así en el borrador. En el texto definitivo suprimió esa invitación a leer las páginas de su propia vida. Sus consejeros teólogos habían juzgado demasiado fuerte ese otro libro autobiográfico de la Santa, y preferían no ponerlo en manos de las jóvenes principiantes del Carmelo de San José.
[1] «Fiad voluntas tua sicud yn çelo et yn terra», escribió la Santa.
[2] Mt 6, 10.
[3] «Y he topado algunos tan pusilánimes, que aun sin este amparo de humildad, no tienen corazón para pedírselos [trabajos], que piensan luego se los ha de dar»; así la 1ª redacción.
[4] Fray Luis (p. 188) ordenó así este pasaje: «Querría preguntar a los que por temor de que luego se los han de dar no los piden, lo que dicen cuando suplican a el Señor cumpla su voluntad en ellos».
[5] En lugar de este último pasaje, se leía en la 1ª redacción: «No sea como algunas monjas que no hacen sino prometer y, como no cumplen nada, dicen que cuando hicieron profesión que no entendieron lo que prometían. Así lo creo yo, porque es fácil de hablar y dificultoso de obrar; y si pensaron que no era más lo uno que lo otro, cierto no lo entendieron. Hacedlo entender a las que acá hicieren profesión, por larga prueba, no piensen que ha de haber solas palabras, sino obras también. Así, quiero entendáis con quién lo habéis -como dicen- y lo que ofrece por vos el buen Jesús al Padre y lo que le dais vos cuando decís que se cumpla su voluntad en vos, que no es otra cosa».
[6] Mt 26, 39.
[7] En la 1ª redacción quedaba claro el sentido de esta última frase con la efusión lírica que lo seguía: «¡Oh, válgame Dios! ¡cómo se le parece a mi buen Jesús que nos conoce! pues no dijo al principio diésemos esta voluntad al Señor hasta que estuviésemos bien pagados de este pequeño servicio, para con quien entiende la gran ganancia que en el mismo servicio quiere el Señor ganemos; que aun en esta vida nos comienza a pagar, como ahora diré...».
[8] En el c. 19.
[9] «Como ya tengo escrito»: en el c. 19, n. 4, cf nota. El mismo censor que apostilló el pasaje del c. 19, escribió ahora al margen del autógrafo: «Que por nuestra industria y habilidad quisiéremos negociar quietud».
[10] «Unido a sí mismo». En la 1ª redacción escribió: «Convertido en sí». Uno de los censores tachó la frase, por demasiado atrevida teológicamente, y la sustituyó entre líneas con la otra que fue aceptada por la Autora en la 2ª redacción.
[11] En la 1ª redacción decía, en lugar de este último párrafo: «Porque -como he dicho- está ya escrito en otra parte cómo es esta oración y lo que ha de hacer el alma entonces y cosas harto largamente declaradas de lo que el alma siente aquí y en lo que se conoce ser Dios, no hago más de tocar en estas cosas de oración para daros a entender cómo habéis de rezar esta oración del paternóster. Sólo os doy un aviso...».
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