Revisión del texto, notas y comentario: Tomás Álvarez, O.C.D.
Camino de Perfección.
2º Redacción (Códice de Valladolid)
Capítulo 37
Dice la excelencia de esta oración del Paternóster, y cómo hallaremos de muchas maneras consolación en ella.
1. Es cosa para alabar mucho al Señor cuán subida en perfección es esta oración evangelical, bien como ordenada de tan buen Maestro, y así podemos, hijas, cada una tomarla a su propósito. Espántame ver que en tan pocas palabras está toda la contemplación y perfección encerrada, que parece no hemos menester otro libro sino estudiar en éste. Porque hasta aquí nos ha enseñado el Señor todo el modo de oración y de alta contemplación, desde los principiantes a la oración mental y de quietud y unión, que a ser yo para saberlo decir, se podía hacer un gran libro de oración sobre tan verdadero fundamento (1)[1]. Ahora ya comienza el Señor a darnos a entender los efectos que deja cuando son mercedes suyas, como habéis visto.
2. Pensado he yo cómo no se había Su Majestad declarado más en cosas tan subidas y oscuras para que todos lo entendiésemos. Hame parecido que, como había de ser general para todos esta oración, que porque pudiese pedir cada uno a su propósito y se consolase, pareciéndonos le damos buen entendimiento (2)[2], lo dejó así en confuso, para que los contemplativos que ya no quieren cosas de la tierra, y personas ya muy dadas a Dios, pidan las mercedes del cielo que se pueden por la bondad de Dios dar en la tierra; y los que aún viven en ella y es bien que vivan conforme a sus estados, pidan también su pan, que se han de sustentar y sustentar sus casas, y es muy justo y santo, y así las demás cosas, conforme a sus necesidades.
3. Mas miren que estas dos cosas, que es darle nuestra voluntad y perdonar, que es para todos. Verdad es que hay más y menos en ello, como queda dicho (3)[3]: los perfectos darán la voluntad como perfectos y perdonarán con la perfección que queda dicha; nosotras, hermanas, haremos lo que pudiéremos, que todo lo recibe el Señor (4)[4]. Porque parece una manera de concierto que de nuestra parte hace con su Eterno Padre, como quien dice: «Haced Vos esto, Señor, y harán mis hermanos estotro». Pues a buen seguro que no falte por su parte. ¡Oh, oh, que es muy buen pagador y paga muy sin tasa!
4. De tal manera podemos decir una vez esta oración, que como entienda no nos queda doblez, sino que haremos lo que decimos, nos deje ricas. Es muy amigo tratemos verdad con Él. Tratando con llaneza y claridad, que no digamos una cosa y nos quede otra, siempre da más de lo que le pedimos.
Sabiendo esto nuestro buen Maestro, y que los que de veras llegasen a perfección en el pedir habían de quedar tan en alto grado con las mercedes que les había de hacer el Padre, entendiendo que los ya perfectos o que van camino de ello -que no temen ni deben, como dicen-, tienen el mundo debajo de los pies, contento el Señor de él (como por los efectos que hace en sus almas pueden tener grandísima esperanza que Su Majestad lo está), embebidos en aquellos regalos, no querrían acordarse que hay otro mundo ni que tienen contrarios.
5. ¡Oh Sabiduría eterna! ¡Oh buen Enseñador! Y qué gran cosa es, hijas, un maestro sabio, temeroso, que previene a los peligros. Es todo el bien que un alma espiritual puede acá desear, porque es gran seguridad. No podría encarecer con palabras lo que importa esto. Así que viendo el Señor que era menester despertarlos y acordarlos que tienen enemigos, y cuán más peligroso es en ellos ir descuidados, y que mucha más ayuda han menester del Padre Eterno, porque caerán de más alto, y para no andar sin entenderse, engañados, pide estas peticiones tan necesarias a todos mientras vivimos en este destierro: «Y no nos traigas, Señor, en tentación; mas líbranos de mal».
COMENTARIO AL CAPÍTULO 37
Elogio del Padrenuestro
Estamos ante uno de los capítulos más breves del libro. La Autora interrumpe la glosa a las peticiones del Padrenuestro para hacer el elogio, espontáneo y sentido, de la oración dominical (de "esta oración evangelical" dirá ella).
Nada de ditirambos o de ponderaciones hueras. A Teresa, mientras ha ido glosando la oración del Señor, se le ha ido llenando el alma de un enjambre de sentimientos. Ahora detiene la glosa para darles paso. Lo hace en su típica forma confidencial.
Son sentimientos de admiración y aprecio profundo, expresados en su acostumbrado léxico de asombro: "Espántame ver... en tan pocas palabras... toda la contemplación y perfección" (n. 1).
Sentimientos de complacencia pedagógica, ganosa de conquistar prosélitos orantes, para quienes prime en absoluto la oración que nos enseñó Jesús.
Sentimientos de gratitud al Maestro que, mientras nos enseña, ora con nosotros, hasta poder sorprenderlo, diciendo también él: "Hágase tu voluntad"; "danos el pan de cada día"; "perdónanos, que perdonamos". Ahora, como a lo largo del comentario que precede, a ella le interesa acercarse y atisbar esos sentimientos que poblaron el alma de Jesús cuando oró esas peticiones "por nosotros". Y, a la vez, revertir esos sentimientos sobre los lectores.
Así, también el elogio del Padrenuestro encaja en su pedagogía de la oración. El lector del Camino recuerda, de seguro, esos mismos conceptos reiterados ya en páginas anteriores. Recuerda la anécdota de la pobre vieja, amiga de Teresa, que tenía en el Padrenuestro su manual de contemplación (30, 7). Recuerda la consigna: "Os conviene, para rezar el Paternóster, no apartarse de cabe el Maestro que os lo enseñó" (24, 5). Y esta otra: tener presente "el gran amor que nos mostró el Señor en las primeras palabras del Paternóster" (27, epígrafe). Ella está convencida -y lo repetirá más adelante- de que "esta oración evangelical... encierra en sí todo el camino espiritual": "la gran consolación que está encerrada aquí", en cada petición (42, 5).
Rezo a dos niveles
Uno de los motivos de asombro de la Santa es la sorprendente gama de posibilidades y tonalidades de que es susceptible la oración de Jesús.
Probablemente no todos podrán, por ejemplo, identificarse con la oración de ciertos salmos, o de ciertos grandes orantes -Francisco de Asís, Nicolás de Flue, Teresita, Carlos de Foucauld-, o con ciertas oraciones, tan auténticas y fuertes, que nos llegan de otras religiones. Pero no es fácil pensar eso mismo de la oración del Padrenuestro. Oración llana para todos. Teresa cree que Jesús la dejó intencionadamente abierta para que pueda posarse en los labios de cualquier orante. Incluso en las situaciones más extremas, de dolor, de gozo, de necesidad, de oscuridad, de petición o de acción de gracias...
Ella misma conoce y recuerda en las páginas del Camino tantas otras maneras posibles de apoyar la propia oración en el Padrenuestro. En general, prefiere su rezo pausado y meditativo, incluso contemplativo, al rezo multiplicador de Padrenuestros. Piensa que logramos "mucho más con una palabra de cuando en cuando del Paternóster, que con decirle muchas veces a prisa" (31, 13). Cuando lo propone como umbral de entrada en el recogimiento contemplativo, insiste en que "si habíamos de decirlo muchas veces..., nos entenderá (el Padre) con una" (29, 6).
Quizás recuerde ahora, desde la altura de sus cincuenta años, el delicado simbolismo de uno de los ritos de su iniciación en la vida carmelita, cuando ella contaba apenas veintiún años. Fue en la ceremonia de su vestición de hábito. El sacerdote que presidió el acto iba bendiciendo y entregándole una a una las piezas de su indumentaria carmelitana: primero la capa blanca, luego la correa, por fin el velo. Vestida ya con el hábito del Carmelo, el celebrante puso en sus manos la oración del "Paternóster", símbolo de la vida contemplativa de la carmelita, acompañando la entrega con una oración: "Señor Jesucristo, tú que enseñaste a orar a tus discípulos, acoge y bendice -te rogamos- las oraciones de esta tu sierva, iníciala con tus inspiraciones y asístela en la oración continua, para que toda su oración comience siempre por ti, y en ti siempre concluya".
Ahora, en el Carmelo de San José, la vida ordinaria de la carmelita está marcada por numerosas ocasiones en que se repite la oración del Señor. Así lo prescribe la Regla del Carmelo. Teresa conoce y ama esa práctica. Pero quiere cargarla de contenido: "Pues tantas veces... decimos al día el Paternóster, regalémonos con él" (CE 73, 5). Y cuando su sobrina Teresita, aún aprendiz de carmelita, tiene las primeras dificultades vocacionales, ocasionadas por la convivencia o por la vida espiritual, la Santa le recomienda como gran remedio concentrarse en el rezo de un Padrenuestro (carta del 7-VIII-1580, a Teresita).
Pero lo que ahora más le interesa destacar es que hay dos maneras profundamente diversas de rezar la oración del Señor: una, como los contemplativos y las "personas ya muy dadas a Dios", "que ya no quieren cosas de la tierra". La otra es la de quienes repetimos las peticiones del Padrenuestro desde el entramado de las urgencias de la vida cotidiana. Para aquéllos, cada una de las peticiones es como una ocasión o una palanca elevadora al plano de "la gran bondad de Dios", para sumergirse en ella. También los contemplativos dicen -como cualquier principiante- "que se haga su voluntad" y "que nos perdone, que perdonamos", pero ¡de cuán diferente manera!
Aun esto, sin clasismo, ni siquiera de calidad. La Santa reitera la eficacia transformadora de la oración dominical para todos. Todos, el contemplativo y el principiante, "de tal manera podemos decir una vez esta oración, que como (el Padre) entienda no nos queda doblez, sino que haremos lo que decimos, nos deje ricas. Es muy amigo tratemos verdad con Él. Tratando con llaneza y claridad, que no digamos una cosa y nos quede otra, siempre da más de lo que pedimos" (n. 4).
Oramos con Maestro
El elogio de la oración del Padrenuestro sirve, a la vez, de acercamiento a las dos últimas peticiones.
Dos riesgos en que fácilmente puede incurrir el orante son: carecer de maestro y perder la conciencia del riesgo en el camino.
Para ella, que tanto ha sufrido en los primeros tramos de su camino de oración por no tener maestro que la orientase y discerniese, el "Padrenuestro" es garantía segura de estar bajo la tutela del "Maestro" absoluto, el que propuso esa oración. Y ¡qué maestro!: "¡Oh sabiduría eterna, oh buen enseñador!" (n. 5).
Y como no podía ser menos, en la oración del Padrenuestro, como en la enseñanza de las parábolas de la vigilancia, el Maestro previene al orante contra el espejismo del "camino sin peligros": sin males, ni asaltos, ni enemigos... Teresa misma tiene una extrema sensibilidad, de cara a esas componentes negativas de la vida: que en el camino de la oración no hay "seguros de vida". No existen seguridades definitivas. La oración misma no es una inyección inmunizadora. La vida es riesgo en toda su extensión.
Por eso el Maestro, después de peticiones como "Hágase tu voluntad", "danos el pan y el perdón de cada día", pondrá en boca del orante las dos peticiones finales. No sólo para mantener en el discípulo la insuplantable conciencia de riesgo (el "vigilar y orar"), sino para convencerlo de que "necesita" que Dios lo libre del mal, que no lo deje sucumbir a la tentación.
Será ése el clamor de las dos últimas invocaciones del Padrenuestro.
[1] En la 1ª redacción se remitía al libro de la Vida: «Que -a no estar escrito de ella en otra parte, y también por no me largar, que será enfado-, se hiciera un gran libro de oración...».
[2] «Buen entendimiento», es decir, buen sentido.
[3] Lo ha dicho en el n. 2.
[4] En el lugar del pasaje que precede y la mitad del número anterior, había escrito en la 1ª redacción:
«¿Bendito sea su nombre por siempre jamás, amén! Y por Él suplico yo al Padre Eterno perdone mis deudas y grandes pecados (pues yo no he tenido a quien perdonar ni qué, y cada día tengo de qué me perdone) y me dé gracia para que algún día tenga yo algo que poner delante para pedir. - Pues habiendo el buen Jesús enseñádonos una manera de oración tan subida, y pedido por nosotros un ser ángeles en este destierro (si con todas nuestras fuerzas nos esforzamos a que sean con las palabras las obras) en fin a parecer en algo ser hijos de tal Padre y hermanos de tal Hermano, sabiendo Su Majestad que haciendo -como digo- lo que decimos no dejará el Señor de cumplir lo que le pedimos y traer a nosotros su reino, y ayudar con cosas sobrenaturales -que son la oración de quietud y contemplación perfecta y todas las demás mercedes que el Señor hace en ella- a nuestras diligencias, que todo es poquito lo que podemos procurar y granjear de nuestra parte; mas como sea lo que podemos, es muy cierto ayudarnos el Señor, porque nos los pide su Hijo...».
La supresión de este largo párrafo en la 2ª redacción se debió al mismo censor que intervino en el c. 36, n. 2. Ahora tachó varias líneas de la Santa (ms. de El Escorial) y anotó al margen: «Injurias son y agravios los que uno hace contra otro, aunque merezca mil infiernos».
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