En que trata de algunas mercedes que el Señor hace a las monjas de estos monasterios, y dase aviso a las prioras de cómo se ha de haber en ellas.
1. Hame parecido, antes que vaya más adelante (porque no sé el tiempo que el Señor me dará de vida ni de lugar, y ahora parece tengo un poco), de dar algunos avisos para que las prioras se sepan entender y lleven las súbditas con más aprovechamiento de sus almas, aunque no con tanto gusto suyo.
Hase de advertir que cuando me han mandado escribir estas fundaciones (dejado la primera de San José de Ávila, que se escribió luego), están fundados, con el favor del Señor, otros siete hasta el de Alba de Tormes, que es el postrero de ellos; y la causa de no se haber fundado más, ha sido el atarme los prelados en otra cosa, como adelante se verá (1)[1].
2. Pues mirando a lo que sucede de cosas espirituales en estos años en estos monasterios, he visto la necesidad que hay de lo que quiero decir. Plega a nuestro Señor que acierte conforme a lo que veo es menester. Y pues no son engaños, es menester no estén (2)[2] los espíritus amedrentados. Porque, como en otras partes he dicho, en algunas cosillas que para las hermanas he escrito (3)[3], yendo con limpia conciencia y con obediencia, nunca el Señor permite que el demonio tenga tanta mano que nos engañe de manera que pueda dañar el alma; antes viene él a quedar engañado. Y como esto entiende, creo no hace tanto mal como nuestra imaginación y malos humores, en especial si hay melancolía; porque el natural de las mujeres es flaco, y el amor propio que reina en nosotras muy sutil. Y así han venido a mí personas, así hombres como mujeres, muchas, junto con las monjas de estas casas, adonde claramente he conocido que muchas veces se engañan a sí mismas sin querer. Bien creo que el demonio se debe entremeter para burlarnos; mas de muy muchas que, como digo, he visto, por la bondad del Señor no he entendido que las haya dejado de su mano. Por ventura quiere ejercitarlas en estas quiebras para que salgan experimentadas.
3. Están, por nuestros pecados, tan caídas en el mundo las cosas de oración y perfección, que es menester declararme de esta suerte; porque, aun sin ver peligro, temen de andar este camino, ¿qué sería si dijésemos alguno? Aunque, a la verdad, en todo le hay y para todo es menester, mientras vivimos, ir con temor y pidiendo al Señor nos enseñe y no desampare. Mas, como creo dije una vez (4)[4], si en algo puede dejar de haber muy menos peligro es en los que más se llegan a pensar en Dios y procuran perfeccionar su vida.
4. Como, Señor mío, vemos que nos libráis muchas veces de los peligros en que nos ponemos, aun para ser contra Vos, ¿cómo es de creer que no nos libraréis, cuando no se pretende cosa más que contentaros y regalarnos con Vos? Jamás esto puedo creer. Podría ser que por otros juicios secretos de Dios permitiese algunas cosas que así como así habían de suceder; mas el bien nunca trajo mal. Así que esto sirva de procurar caminar mejor el camino, para contentar mejor a nuestro Esposo y hallarle más presto, mas no de dejarle de andar; y para animarnos a andar con fortaleza camino de puertos tan ásperos, como es el de esta vida, mas no para acobardarnos en andarle. Pues, en fin, fin, yendo con humildad, mediante la misericordia de Dios, hemos de llegar a aquella ciudad de Jerusalén, adonde todo se nos hará poco lo que se ha padecido, o nonada, en comparación de lo que se goza.
5. Pues comenzando a poblarse estos palomarcitos de la Virgen nuestra Señora, comenzó la divina Majestad a mostrar sus grandezas en estas mujercitas flacas, aunque fuertes en los deseos y en el desasirse de todo lo criado, que debe ser lo que más junta el alma con su Criador, yendo con limpia conciencia. Esto no había menester señalar, porque si el desasimiento es verdadero, paréceme no es posible sin él no ofender al Señor. Como todas las pláticas y trato no salen de él, así Su Majestad no parece se quiere quitar de con ellas. Esto es lo que veo ahora y con verdad puedo decir. Teman las que están por venir y esto leyeren; y si no vieren lo que ahora hay, no lo echen a los tiempos, que para hacer Dios grandes mercedes a quien de veras le sirve, siempre es tiempo, y procuren mirar si hay quiebra en esto y enmendarla.
6. Oigo algunas veces de los principios de las Órdenes decir que, como eran los cimientos, hacía el Señor mayores mercedes a aquellos santos nuestros pasados. Y es así. Mas siempre habíamos de mirar que son cimientos de los que están por venir (5)[5]. Porque si ahora los que vivimos, no hubiésemos caído de lo que los pasados, y los que viniesen después de nosotros hiciesen otro tanto, siempre estaría firme el edificio. ¿Qué me aprovecha a mí que los santos pasados hayan sido tales, si yo soy tan ruin después, que dejo estragado con la mala costumbre el edificio? Porque está claro que los que vienen no se acuerdan tanto de los que ha muchos años que pasaron, como de los que ven presentes. Donosa cosa es que lo eche yo a no ser de las primeras, y no mire la diferencia que hay de mi vida y virtudes a la de aquéllos a quien Dios hacía tan grandes mercedes.
No trato de los que fundan las Religiones, que como los escogió Dios para gran oficio, dioles más gracia (6)[6].
7. ¡Oh válgame Dios! ¡Qué disculpas tan torcidas y qué engaños tan manifiestos! Pésame a mí, mi Dios, de ser tan ruin y tan poco en vuestro servicio; mas bien sé que está la falta en mí de no me hacer las mercedes que a mis pasados. Lastímame mi vida, Señor, cuando la cotejo con la suya, y no lo puedo decir sin lágrimas. Veo que he perdido yo lo que ellos trabajaron y que en ninguna manera me puedo quejar de Vos; ni ninguna es bien que se queje, sino que, si viere va cayendo en algo su Orden, procure ser piedra tal con que se torne a levantar el edificio, que el Señor ayudará para ello.
8. Pues tornando a lo que decía, que me he divertido mucho, (7)[7] son tantas las mercedes que el Señor hace en estas casas, que si hay una o dos en cada una que la lleve Dios ahora por meditación, todas las demás llegan a contemplación perfecta; algunas van tan adelante, que llegan a arrobamiento (8)[8]. A otras hace el Señor merced por otra suerte, junto con esto de darles revelaciones y visiones, que claramente se entiende ser de Dios; no hay ahora casa que no haya una o dos o tres de éstas. Bien entiendo que no está en esto la santidad, ni es mi intención loarlas solamente; sino para que se entienda que no es sin propósito los avisos que quiero decir.
COMENTARIO AL CAPÍTULO 4
Consejos y consignas...
Cambio de registro en el libro. Se interrumpe la narración y se pasa a la exposición doctrinal. La Santa ya se lo había propuesto en el prólogo. Será un paréntesis de cinco capítulos (del 4E al 8E), antes de reanudar la historia de las fundaciones (c. 9). A ese bloque de cinco capítulos se refiere el título del capítulo presente. Los temas en ellos tratados pueden sintetizarse así:
- Cap. 4, el status de vida en los siete Carmelos existentes;
- Cap. 5, avisos sobre el binomio "oración‑actividad";
- Cap. 6, posibles excesos y riesgos en la vida de oración;
- Cap. 7, una anomalía dañina: la enfermedad de la melancolía en la comunidad;
- Cap. 8, prudencia ante los fenómenos místicos.
El capítulo 4E es el más breve de todos. También el menos vertebrado. Lo que en él se ha propuesto la Santa es pasar de la historia y los acontecimientos externos de las fundaciones a la vida que se vive dentro de esos carmelos. Dialoga expresamente con sus descalzas, los siete Carmelos, sin incluir en la serie los otros dos de los Descalzos: Duruelo y Pastrana. Y destaca especialmente la acción de Dios en la vida de oración de esas siete comunidades: "Lo que sucede de cosas espirituales en estos años en estos monasterios" (n. 2).
"Pues comenzando a poblarse estos palomarcitos de la Virgen nuestra Señora, comenzó la divina Majestad a mostrar su grandeza en estas mujercitas flacas, aunque fuertes en los deseos..." (n. 5).
Reiterado más categóricamente en el número final: "Son tantas las mercedes que el Señor hace en estas casas, que si hay una o dos en cada una que la lleve Dios ahora por meditación, todas las demás llegan a contemplación perfecta..." (n. 8).
Es decir, la tesis que vertebra el capítulo es la constatación de la obra de Dios, lo que Dios hace en esas comunidades orantes.
Esas constataciones van siendo intercaladas con digresiones o advertencias sobre los peligros reales o los temores infundados que provienen de los objetores de fuera (nn. 3‑4), o los pretextos evasivos que surgen desde dentro (nn. 6‑7).
En realidad, todo el capítulo sirve de preámbulo a los temas fuertes de los capítulos siguientes. Por eso termina asegurando que lo escrito aquí es "para que se entienda que no es sin propósito los avisos que quiero decir" a continuación.
NOTAS
1. Las autocitas: es indicativo que desde el comienzo del capítulo se remita la Santa a sus dos libros anteriores: Vida, "que se escribió en San José" y Camino, "en algunas cosillas que para las hermanas he escrito". De hecho, lo que escribe aquí está mucho más desarrollado en esos dos libros, especialmente en el Camino.
2. En los principios de las Órdenes, "como eran cimientos, hacía el Señor mayores mercedes a aquellos santos...". La Santa es sensible al carisma de los fundadores de la vida religiosa. Lo recordará en las moradas: "De esta casta venimos, de aquellos santos Padres nuestros del Monte Carmelo" (M 5, 1, 2), y en las Fundaciones (29, 32), al adquirir personalidad autónoma su propio grupo, insistirá: "Ahora comenzamos...".
3. En el autógrafo, Gracián enmendó la plana a la Santa. Le corrige el elogio de sus monjas y desdibuja el texto del n. final del capítulo. En la edición príncipe lo publicó así: "... Son tantas las mercedes que el Señor hace en estas casas, que lleva a todas por meditación, y algunas llegan a contemplación perfecta..." (p. 30).
[1] Recuérdese que historió la fundación de San José (Vida cc. 32-36) entre 1562 y 1565; de este último año es la redacción que actualmente poseemos. El presente capítulo de Fund. lo escribe en los últimos meses de 1573. Para esa fecha había fundado los conventos de Ávila (1562), Medina (1567), Malagón (1568), Valladolid (1568), Toledo (1569), Pastrana (1569), Salamanca (1570) y Alba de Tormes (1571). - La causa de no se haber fundado más, fue el haber sido nombrada la Santa Priora del monasterio de la Encarnación de Ávila (octubre de 1571), de donde salió para Salamanca en julio de 1573.
[2] El no fue añadido entre líneas por el P. Gracián.
[3] Repetidas veces en el Camino: véase el c. 40, n. 4.
[4] Camino c. 21, n. 7 y passim; Vida c. 20.
[5] Precede una frase tachada por la Santa y substituida por y es así, mas; la enmienda fue motivada probablemente por dos notas de Gracián, una marginal y otra interlineal, ambas ilegibles. Gracián enmendó asimismo la frase siguiente, introduciendo la y en negrita, cambiando habíamos en habían y porque en y.
[6] En el autógrafo, esta última cláusula fue añadida por la Santa al margen. La añadidura fue motivada probablemente por el mismo escrúpulo que ocasionó la tacha del n. anterior. - Todo el pasaje que precede (desde Pésame a mí, mi Dios...) fue incluido entre dos llaves o líneas verticales, quizá por la Santa misma. - En la edición príncipe se omitió la anotación marginal.
[7] Reanuda el tema del n. 5.
[8] Pasaje célebre por las enmiendas introducidas por Gracián en el autógrafo y la historia de sus ediciones mendosas durante tres siglos, con su séquito de polémicas. Tras las enmiendas de Gracián, el autógrafo dice: «Son tantas las mercedes que el Sr. hace en estas casas, que [tacha si hay... ahora] llevándolas Dios a todas por meditación, algunas [tacha: todas las demás] llegan a contemplación perfecta, y otras [tacha: algunas] van tan adelante que llegan a arrobamientos y a otras...».
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