COMENTARIOS AL LIBRO DE LA VIDA
Todavía hoy poseemos el manuscrito autógrafo del Libro de la Vida de santa Teresa. Íntegro e intacto. Tal como ella lo escribió. Se guarda en la Biblioteca del Escorial. Son 450 páginas en formato folio (210 x 295 mm). De grafía impoluta, de lineatura recta y letras bien cinceladas. Lo compuso ella en 1565, cuando contaba cincuenta años de edad. Es su primer libro. El más extenso. El más personal. El más denso y patético.
¿Qué tipo de libro es éste?
Digamos primero lo que no es. No es una autobiografía propiamente dicha. El título que lo encabeza y con que se lo conoce en el mundo literario o entre los lectores espirituales -"Libro de la Vida", o sencillamente "Vida"- es un título postizo, no original de la autora. Se lo impusieron en fecha tardía los bibliotecarios del Escorial. Fray Luis de León, al publicarlo por primera vez, lo había titulado: "La Vida"; o bien "La Vida de la madre Teresa de Jesús y algunas de las mercedes que Dios le hizo, escrita por ella misma por mandato de su confesor, a quien lo envía y dirige".
Más que una autobiografía, el libro es una relación en torno al problema de su vida espiritual cuando ésta se le ha vuelto misteriosa y sobrecogedora a causa de sus experiencias místicas. Lo escribe para aclararse a sí misma esa situación anímica, para discernirla y asimilarla. Teresa necesita entender y asumir lo que le pasa.
Con idéntica intención lo dirige a sus asesores espirituales, convocándolos a esa tarea de discernimiento. Y para ello hace un relato sesgado, espigando en la historia de su vida una gavilla de episodios biográficos que permitan descifrar el sentido profundo de la misma. Incluso el relato de la fundación del nuevo Carmelo abulense es un jirón de su propia vida y viene a integrar el misterioso designio de Dios sobre ella, su liderazgo de fundadora. Son estas vivencias profundas, místicas o transicológicas, las que vertebran el relato. Cuando envíe el libro al primer lector, dirá con sencillez que "le fía su alma". El libro contiene su alma.
Por eso mismo, con frecuencia, el actor principal, protagonista misterioso de lo relatado, no es Teresa sino Dios. Desde el capítulo primero comienza a ser él el sujeto de la acción. Lo titula: "En que trata cómo comenzó el Señor a despertar esta alma en su niñez"; donde queda claro que si ella, Teresa, es la autora del relato, él, "el Señor", es el agente de lo relatado, el "drammatis persona".
Por eso también la autora pasa frecuentemente a dialogar con ese protagonista secreto, como si "el Señor" fuera un lector o un destinatario más de la obra. Así, desde el capítulo primero: "(Oh Señor mío, pues parece tenéis determinado que me salve..., )no tuvierais por bien que no se ensuciara tanto posada adonde tan continuo habíais de morar? Fatígame, Señor, aun decir esto...".
Páginas adelante el Señor no será únicamente destinatario, sino interlocutor en la textura del relato dialogal: "Yo te daré libro vivo". "Sírveme tú a mí...". "Ya no quiero que tengas conversación con hombres...". "Yo soy. No hayas miedo".
Con todo, la responsable literaria del escrito es constantemente ella. El yo de la escritora es un yo expresamente femenino. Transido de sentimientos exquisitamente femeninos. Limpio de presunción y exhibicionismo: "Una como yo...; mujer y no buena sino ruin... Mujer sin letras ni buena vida". Pero profundamente religiosa. Necesitada del asesoramiento de los letrados, con quienes una y otra vez entabla o reanuda el diálogo a lo largo del libro. En postura literaria diferente de la adoptada en sus otros escritos -Camino, Moradas, Fundaciones-, en los que el diálogo es doblemente femenino, por parte de la autora y por parte de las destinatarias, mujeres, monjas carmelitas.
La composición del libro
Teresa lo escribió dos veces. En dos contextos extremos. De suma riqueza y de suma pobreza.
Una primera vez en Toledo, en el palacio señorial de doña Luisa de la Cerda, hoy residencia de la Real Academia Toledana de Bellas Artes. Era el año 1562, cuando la Santa aún no había fundado ningún Carmelo. Lo redactó entonces como un relato íntimo, o como una Relación más de las varias que escribió esos años, sometiéndola a la lectura y censura de sus confesores y asesores espirituales. Grupo entonces muy reducido de lectores destinatarios.
Pero ese cuaderno se perdió sin dejar huella de sí. Destruido probablemente por la autora misma al extender la nueva redacción.
La segunda vez lo escribió ya en Ávila, en el recién fundado Carmelo de San José, destinándolo también a sus directores de conciencia. Pero con intención de hacerlo llegar a manos del gran maestro espiritual de su tiempo, san Juan de Ávila, a quien lo enviará en Andalucía el año 1568.
No sabemos exactamente qué cosas introdujo en esta segunda redacción de la obra. Ciertamente añadió los capítulos finales (36-40) en que cuenta la fundación del Carmelo de San José y otros acontecimientos de su alma. Probablemente añadió también los once o doce capítulos que contienen su tratado de oración, desde el capítulo 11 hasta el 21 ó 22; y tantos otros pasajes dispersos en que alude a la pobreza del nuevo Carmelo, que la precisa a escribir "casi hurtando el tiempo y con pena, porque me estorbo de hilar, por estar en casa pobre y con hartas ocupaciones" (10, 7).
Luego, el manuscrito de la obra tuvo vida azarosa. Cayó en poder de la Inquisición, que lo retuvo secuestrado una docena de años (1575-1587). Entretanto pasó por la celda vallisoletana del teólogo dominico Domingo Báñez, que lo anotó y aprobó. Hasta que, por fin, llega a manos de fray Luis de León, quien lo publica por primera vez en Salamanca el año 1588.
Pero el manuscrito original, con la típica y personalísima grafía teresiana, sigue siendo insuperable reflejo de la palabra y el alma de la autora.
El trazado de la obra
El relato dedica los diez primeros capítulos a las jornadas que preceden y preparan su vida mística: el hogar, la vocación religiosa, la enfermedad de Teresa, su fatigoso entrenamiento en la oración, hasta llegar a la conversión (c. 9) y a los primeros destellos de su vida mística (c. 10). Con una intención latente: informar al lector de la mala correspondencia de ella a la premura de Él, y consiguientemente la no preparación suya o la absoluta gratuidad de Él en los acontecimientos místicos que van a seguir.
Ahí, tras ese capítulo 10, interrumpe el relato para intercalar once o doce capítulos no narrativos sino doctrinales, que presentan los grados de la oración como otros tantos pasos de la escalada interior: desde la elemental oración ascética de meditación, hasta las altas manifestaciones de la oración mística. Probablemente la autora ha creído necesario ese largo paréntesis doctrinal, para que el lector entienda o no se sorprenda del relato que va a seguir.
Y ahora sí, "vida nueva", dirá ella, a partir del capítulo 23, al relatar el proceso de experiencias místicas -su historia profunda-, que le cambiaron la vida. Experiencia mística, en su caso, es la experiencia de la acción de Dios y de su presencia, en una graduatoria de vivencias que culminan, por un lado, en la unión de su alma con el protagonista divino, y por otro, en su misión de fundadora, que la hará líder de un grupo selecto (capítulos 23-31).
Siguen cinco capítulos que cuentan la erección del nuevo Carmelo (32-36), y otros cuatro capítulos finales que vuelven a narrar vivencias místicas al día, no ya con mirada retrospectiva y evocativa, sino levantando acta de lo que está viviendo aquí y ahora, y barruntando el desenlace inminente de su vida, que de hecho no será tan fulminante como ella espera (capítulos 37-40).
Terminará: "De esta manera vivo ahora, señor y padre mío", dialogando por última vez con uno de los destinataros del escrito (c. 40, 23).
El libro teresiano ante el lector de hoy
Obviamente, el libro de Teresa es ya una unidad literaria autónoma. Puede ser leído con visor propio por el literato o por el historiador o por el psicólogo, o incluso por el neurólogo o por la indagadora feminista.
Leído desde la angulación de la autora, Vida es un libro religioso, intencionadamente espiritual. A semejanza de la Biblia -y con la debida distancia- narra un singular hecho religioso acontecido a la autora. Si ella, todavía hoy, diera cita al lector para el encuentro de ambos en el recinto de sus páginas, ya no sería para discernir la autenticidad de sus vivencias, sino para hacerlo asistir a ellas. Y para acercarlo a Dios. Porque, en definitiva, su libro es un testimonio de Dios y de su acción.
Teresa es consciente de su especial fuerza empatizante. Escribe "para engolosinar" al lector. Para atraerlo, no hacia ella, sino a la órbita de Dios.
Su experencia de Dios es una experiencia cristiana, pero abierta. Válida a nivel humano e interreligioso. Puede ser leída sin tropiezo por un no creyente, o por un budista, o por una judía cual Edith Stein. Las suyas son páginas testificales e interpelantes. No pretenden ser modélicas. Ni especialmente literarias, que lo son. Pertenecen al género de lo religioso profundo. Pronunciadas desde una cota de evidente altura, pero a la vez distendidas en la llanura del diálogo con el lector. Con cualquier lector.
La mirada retrospectiva de la autora al relatar su pequeña historia tiene una constante urgencia por la vida en marcha. El libro está escrito para no estancarse en la incertidumbre, sin metas o sin pautas o sin aferrar el sentido de la vida. Por eso, en la final "carta de envío" de su libro al primer lector, lo urge: "Por eso, dese prisa a servir..."; es decir, dese prisa a vivir. Consigna que sigue válida y abierta para el lector de hoy.
ANTE EL PRÓLOGO
El proyecto de la autora
El prólogo de Vida es un anticipo del ritmo narrativo que mantendrá todo el libro. Ritmo a dos tiempos. Comienza dialogando llanamente con el lector (n. 1), y sigue en actitud vertical, con una oración dirigida a Dios, segundo momento del diálogo (n. 2).
De paso informa al lector de al menos tres cosas: cuál es el argumento del libro; quiénes los destinatarios del mismo; y cuáles sus elementales criterios de narración, o bien, cuál la postura adoptada por ella al escribir.
Tema del libro será, sobre todo, "el modo de oración y las mercedes que el Señor me ha hecho", es decir, la franja religiosa más profunda de su vida, y dentro de ella el filón de experiencia mística discretamente aludida con el vocablo "mercedes que el Señor le ha hecho". El hilo conductor del relato va a ser la iniciativa o la presencia de Dios en la vida de ella. De modo que el peso fuerte de la narración recaerá, no ya sobre lo que ella ha hecho, sino lo que en ella ha acontecido: experiencias místicas que le han unificado la vida y le han potenciado la acción. Y no le interesará tanto el narrarlo por narrarlo, cuanto el discernirlo y conocerlo. Para definir así el sentido de lo vivido.
En contraluz, o bien para contrastarlo, antepondrá el relato de "mis pecados y ruin vida", que ocuparán la parte proemial del escrito.
Lectores y destinatarios del libro son "los que me han mandado y dado larga licencia para que escriba". Más concretamente "mis confesores", ya en el plano de conciencia y confidencia. Si bien, más allá de ese cupo tan restringido, la autora tiene de mira "a los que leyeren", con vaga apertura de angular hacia otros posibles lectores del libro, ¿nosotros?
Es decir: ¿Teresa escribe mandada? )Por obediencia? Pues sí, pero a la vez por impulso interior, y quizás anterior. Un impulso que la trasciende y la urge desde hace tiempo. No dice precisamente cuándo: "Esta relación que mis confesores me mandan..., el Señor sé yo la quiere (quiere que la escriba) muchos días ha", con la coletilla "sino que yo no me he atrevido". Lo cual quiere decir probablemente que a Teresa, para decidirse a escribir, no le ha bastado el impulso interior. Si alude con insistencia al "mandato" de personas constituidas en autoridad, es para justificar y poner a buen seguro su condición de mujer escritora: escribe porque se lo han mandado los competentes. Muy a tono con la mentalidad y las presiones de su época (ritornelo que comparecerá ineludiblemente en el prólogo de todas las obras teresianas: Camino, Moradas, Fundaciones, Conceptos, Modo).
Pero en definitiva ¿quiénes son los autores del mandato y quiénes los lectores destinatarios del libro? - Habría que distinguir los dos grupos. Los que le mandan escribir son sus "confesores", que en aquel primer trienio de vida en el Carmelo de San José parecen ser los Padres Ibáñez, Domingo Báñez, Gaspar Daza, quizás Baltasar Álvarez y, ciertamente, García de Toledo. Este último será el de las confidencias más intensas del libro. Pero al lado de ese quinteto de responsables, hay otros que integran el grupo de "los cinco que al presente nos amamos en Cristo", entre los cuales figuran al menos dos laicos: el Caballero Santo y doña Guiomar de Ulloa. Y más en lontananza pero muy en primer plano el Maestro san Juan de Ávila, para cuyo supremo dictamen escribe el libro por sugerencia de un asesor ocasional, el inquisidor Francisco de Soto.
Como se ve, dos grupos heterogéneos, muy diversos en cultura, en profesión y en nivel social.
Todavía un par de confidencias sobre su postura literaria propiamente dicha. Ese "discurso de su vida" ella no lo va a escribir como las vidas que se leen en el Flos Sanctórum. No le sirven de modelo literario: los santos se convirtieron una vez y del todo. Ella ha tropezado y retrocedido tantas veces. Escribirá sin atenerse a ese convencionalismo modélico.
Pero además -y quizás por esa referencia a los relatos legendarios del Flos Sanctórum- su más nítida postura literaria consiste en que ella se propone escribir "con toda claridad y verdad". Y se lo suplica al Señor "con todo mi corazón". Es un modo de dar su palabra al lector: no le escamoteará ni le dorará la verdad de los sucesos. Esa consigna lapidaria de "claridad y verdad" reaflorará tantas veces en el relato: "Como vuestra merced me tornó a enviar a mandar (!) que no se me diese nada en alargarme..., voy tratando con claridad y verdad lo que se me acuerda" (c. 30, 22). Y todavía al concluir el último capítulo de la obra: "Heme atrevido a concertar esta mi desbaratada vida... poniendo lo que ha pasado por mí con toda la llaneza y verdad que yo he podido" (c. 40, 24).
Otra intención, tácita de momento pero mantenida a lo largo del escrito, es la del anonimato. Teresa no firma su prólogo, ni consigna el nombre de los mandatarios, ni el de sus confesores, ni el de los lugares donde acontecen los sucesos. Todavía al final del libro mantendrá esa especie de secretismo: si su asesor y lector preferido, también innominado, decide "quemar luego" el libro, no querría ella que lo hiciese "sin que lo viesen las tres personas que vuestra merced sabe...", también discretamente mantenidas en anonimato. Sólo el nombre del Maestro Ávila romperá esa norma de sigilo, pero lo mencionará ya fuera del libro, en la carta de envío añadida en la postrera página del autógrafo.
Y un último matiz: Teresa no escribe por hacer literatura, aunque también. Ella escribe "para gloria y alabanza de Dios" (n. 2), y para que los destinatarios del libro "conociéndome mejor, ayuden a mi flaqueza". Es la razón última de su escrito. Objetivo complejo: el suyo será un escrito religioso, diríase doxológico, pero a la vez con neta voluntad introspectiva. A la autora le interesa conocerse a fondo para vivir a fondo. Cuando esto escribe, ya ha leído las Confesiones y los Soliloquios de San Agustín. Quizás ese doble afán de autoconocerse para vivir alabando sea un eco del agustiniano "noverim me, noverim te!". Conocerme a mí, para conocerte a ti.
Poseemos todavía hoy la valoración de la autora y del libro hecha por uno de aquellos primeros lectores implicados en la composición de Vida. Fue a los diez años cuando fray Domingo Báñez, requerido por la Inquisición, declaró lo que él pensaba del proyecto de Teresa al escribir, y de los posibles lectores de su obra.
Acerca de lo primero -intención de Teresa escritora del libro-, Báñez dijo a los inquisidores que "en este libro, Teresa de Jesús, monja carmelita... da relación llana de todo lo que por su alma pasa, a fin de ser enseñada y guiada por sus confesores, y en todo él tiene muchas cosas de gran edificación y aviso para personas que tratan de oración".
Y ¿para qué lectores era la obra? - Báñez responde, más exigente, que este libro era para cristianos adultos: "Resuélvome en que este libro no está para que se comunique a cualquiera, sino a hombres doctos y de experiencia y discreción cristiana. Él está muy a propósito del fin para que se escribió, que fue dar noticia esta religiosa de su alma a los que la han de guiar, para no ser engañada... A 7 de julio de 1575".
Báñez -notémoslo- hacía estas declaraciones, algo sesgadas, para uso del consumidor, que en su caso eran los señores de la Inquisición, quienes por esas fechas tenían secuestrado el libro de Teresa.
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