16.10.10

Comentario Libro de la Vida, capítulo 30


COMENTARIOS AL LIBRO DE LA VIDA
Capítulo 30: 



 
Revisión del texto, notas y comentario: Tomás Álvarez, O.C.D.






             CAPÍTULO 30



            [Los capítulos 30‑31 forman una especie de díptico; doble serie de episodios de la vida interior de la autora: el c. 30, "tentaciones y trabajos interiores"; el 31, "tentaciones exteriores y representaciones" demoníacas. Abunda en "menudencias", probablemente instada por el destinatario del escrito, P. García de Toledo: c. 30, 22].

            Torna a contar el discurso de su vida y cómo remedió el Señor mucho de sus trabajos con traer al lugar adonde estaba al santo Fray Pedro de Alcántara, de la orden del glorioso San Francisco. Trata de grandes tentaciones y trabajos interiores que pasaba algunas veces.

(sigue aquí --- en "Más información"... )


            1. Pues viendo yo lo poco o nonada que podía hacer para no tener estos ímpetus tan grandes, también temía de tenerlos; porque pena y contento no podía yo entender cómo podía estar junto [1](1); que ya pena corporal y contento espiritual, ya lo sabía que era bien posible; mas tan excesiva pena espiritual y con tan grandísimo gusto, esto me desatinaba.

            Aún no cesaba en procurar resistir, mas podía tan poco, que algunas veces me cansaba. Amparábame con la cruz y queríame defender del que con ella nos amparó a todos [2](2). Veía que no me entendía nadie, que esto muy claro lo entendía yo; mas no lo osaba decir sino a mi confesor [3](3), porque esto fuera decir bien de verdad que no tenía humildad.

            2. Fue el Señor servido remediar gran parte de mi trabajo -y por entonces todo- con traer a este lugar [4](4) al bendito Fray Pedro de Alcántara, de quien ya hice mención y dije algo de su penitencia [5](5), que, entre otras cosas, me certificaron había traído veinte años cilicio de hoja de lata continuo. Es autor de unos libros pequeños de oración que ahora se tratan mucho, de romance, porque como quien bien la había ejercitado, escribió harto provechosamente para los que la tienen [6](6). Guardó la primera Regla del bienaventurado San Francisco con todo rigor y lo demás que allá [7](7) queda algo dicho.

            3. Pues como la viuda sierva de Dios, que he dicho [8](8), y amiga mía, supo que estaba aquí tan gran varón, y sabía mi necesidad, porque era testigo de mis aflicciones y me consolaba harto, porque era tanta su fe que no podía sino creer que era espíritu de Dios el que todos los más decían era del demonio, y como es persona de harto buen entendimiento y de mucho secreto y a quien el Señor hacía harta merced en la oración, quiso Su Majestad darla luz en lo que los letrados ignoraban. Dábanme licencia mis confesores que descansase con ella algunas cosas, porque por hartas causas cabía en ella [9](9). Cabíale parte algunas veces de las mercedes que el Señor me hacía, con avisos harto provechosos para su alma.

            Pues como lo supo, para que mejor le pudiese tratar [a fray Pedro de Alcántara], sin decirme nada recaudó licencia de mi Provincial [10](10) para que ocho días estuviese en su casa, y en ella y en algunas iglesias le hablé muchas veces esta primera vez que estuvo aquí, que después en diversos tiempos le comuniqué mucho [11](11). Como le di cuenta en suma de mi vida y manera de proceder de oración, con la mayor claridad que yo supe, que esto he tenido siempre, tratar con toda claridad y verdad con los que comunico mi alma, hasta los primeros movimientos querría yo les fuesen públicos, y las cosas más dudosas y de sospecha yo les argüía con razones contra mí, así que sin doblez ni encubierta [12](12) le traté mi alma.

            4. Casi a los principios vi que me entendía por experiencia, que era todo lo que yo había menester; porque entonces no me sabía entender como ahora, para saberlo decir, que después me lo ha dado Dios que sepa entender y decir las mercedes que Su Majestad me hace [13](13), y era menester que hubiese pasado por ello quien del todo me entendiese y declarase lo que era. Él me dio grandísima luz, porque al menos en las visiones que no eran imaginarias no podía yo entender qué podía ser aquello, y parecíame que en las que veía con los ojos del alma tampoco entendía cómo podía ser; que -como he dicho- [14](14) sólo las que se ven con los ojos corporales era de las que me parecía a mí había de hacer caso, y éstas no tenía.

            5. Este santo hombre me dio luz en todo y me lo declaró, y dijo que no tuviese pena, sino que alabase a Dios y estuviese tan cierta que era espíritu suyo, que, si no era la fe, cosa más verdadera no podía haber, ni que tanto pudiese creer. Y él se consolaba mucho conmigo y hacíame todo favor y merced, y siempre después tuvo mucha cuenta conmigo y daba parte [15](15) de sus cosas y negocios. Y como me veía con los deseos que él ya poseía por obra -que éstos dábamelos el Señor muy determinados- y me veía con tanto ánimo, holgábase de tratar conmigo; que a quien el Señor llega a este estado no hay placer ni consuelo que se iguale a topar con quien le parece le ha dado el Señor principios de esto; que entonces no debía yo (de) tener mucho más, a lo que me parece, y plega al Señor lo tenga ahora.

            6. Húbome grandísima lástima. Díjome que uno de los mayores trabajos de la tierra era el que había padecido, que es contradicción de buenos, y que todavía me quedaba harto, porque siempre tenía necesidad y no había en esta ciudad quien me entendiese; mas que él hablaría al que me confesaba [16](16) y a uno de los que me daban más pena, que era este caballero casado que ya he dicho [17](17). Porque, como quien me tenía mayor voluntad, me hacía toda la guerra. Y es alma temerosa y santa, y como me había visto tan poco había tan ruin, no acababa de asegurarse.

            Y así lo hizo el santo varón, que los habló a entrambos y les dio causas y razones para que se asegurasen y no me inquietasen más. El confesor poco había menester; el caballero tanto, que aun no del todo bastó, mas fue parte para que no tanto me amedrentase.

            7. Quedamos concertados que le escribiese lo que me sucediese más de ahí adelante, y de encomendarnos mucho a Dios; que era tanta su humildad, que tenía en algo las oraciones de esta miserable, que era harta mi confusión. Dejome con grandísimo consuelo y contento, y con que tuviese la oración con seguridad, y que no dudase de que era Dios; y de lo que tuviese alguna duda y, por más seguridad, de todo diese parte al confesor, y con esto viviese segura.

            Mas tampoco podía tener esa seguridad del todo, porque me llevaba el Señor por camino de temer, como creer que era demonio cuando me decían que lo era. Así que temor ni seguridad nadie podía que yo la tuviese de manera que les pudiese dar más crédito del que el Señor ponía en mi alma. Así que, aunque me consoló y sosegó, no le di tanto crédito para quedar del todo sin temor, en especial cuando el Señor me dejaba en los trabajos de alma que ahora diré. Con todo, quedé -como digo- muy consolada.

            No me hartaba de dar gracias a Dios y al glorioso padre mío San José, que me pareció le había él traído, porque era Comisario General de la Custodia de San José [18](18), a quien yo mucho me encomendaba y a nuestra Señora.

            8. Acaecíame algunas veces -y aun ahora me acaece, aunque no tantas- estar con tan grandísimos trabajos de alma junto con tormentos y dolores de cuerpo, de males tan recios, que no me podía valer [19](19).

            Otras veces tenía males corporales más graves, y como no tenía los del alma, los pasaba con mucha alegría; mas cuando era todo junto, era tan gran trabajo que me apretaba muy mucho. Todas las mercedes que me había hecho el Señor se me olvidaban. Sólo quedaba una memoria como cosa que se ha soñado, para dar pena. Porque se entorpece el entendimiento de suerte que me hacía andar en mil dudas y sospecha, pareciéndome que yo no lo había sabido entender y que quizá se me antojaba y que bastaba que anduviese yo engañada sin que engañase a los buenos. Parecíame yo tan mala, que cuantos males y herejías se habían levantado me parecía eran por mis pecados.

            9. Esta es una humildad falsa que el demonio inventaba para desasosegarme y probar si puede traer el alma a desesperación. Tengo ya tanta experiencia que es cosa de demonio, que, como ya ve que le entiendo, no me atormenta en esto tantas veces como solía. Vese claro en la inquietud y desasosiego con que comienza, y el alboroto que da en el alma todo lo que dura, y la oscuridad y aflicción que en ella pone, la sequedad y mala disposición para oración ni para ningún bien. Parece que ahoga el alma y ata el cuerpo para que de nada aproveche. Porque la humildad verdadera, aunque se conoce el alma por ruin, y da pena ver lo que somos, y pensamos grandes encarecimientos de nuestra maldad, tan grandes como los dichos [20](20), y se sienten con verdad, no viene con alboroto ni desasosiega el alma ni la oscurece ni da sequedad; antes la regala, y es todo al revés: con quietud, con suavidad, con luz. Pena que, por otra parte conforta de ver cuán gran merced la hace Dios en que tenga aquella pena y cuán bien empleada es. Duélele lo que ofendió a Dios. Por otra parte, la ensancha su misericordia. Tiene luz para confundirse a sí y alaba a Su Majestad porque tanto la sufrió.

            En estotra humildad que pone el demonio, no hay luz para ningún bien, todo parece lo pone Dios a fuego y a sangre [21](21). Represéntale la justicia, y aunque tiene fe que hay misericordia, porque no puede tanto el demonio que la haga perder, es de manera que no me consuela, antes cuando mira tanta misericordia, le ayuda a mayor tormento, porque me parece estaba obligada a más.

            10. Es una invención del demonio de las más penosas y sutiles y disimuladas que yo he entendido de él, y así querría avisar a vuestra merced [22](22) para que, si por aquí le tentare, tenga alguna luz y lo conozca, si le dejare el entendimiento para conocerlo. Que no piense que va en letras y saber, que, aunque a mí todo me falta, después de salida de ello bien entiendo es desatino. Lo que he entendido es que quiere y permite el Señor y le da licencia, como se la dio para que tentase a Job [23](23), aunque a mí -como a ruin- no es con aquel rigor.

            11. Hame acaecido y me acuerdo ser un día antes de la víspera de Corpus Christi, fiesta de quien yo soy devota [24](24), aunque no tanto como es razón. Esta vez duróme sólo hasta el día [25](25), que otras dúrame ocho y quince días, y aun tres semanas, y no sé si más, en especial las Semanas Santas, que solía ser mi regalo de oración. Me acaece que coge de presto el entendimiento por cosas tan livianas a las veces, que otras me riera yo de ellas; y hácele estar trabucado en todo lo que él quiere y el alma aherrojada allí, sin ser señora de sí ni poder pensar otra cosa más de los disparates que él la representa, que casi ni tienen tomo [26](26) ni atan ni desatan; sólo ata para ahogar de manera el alma, que no cabe en sí. Y es así que me ha acaecido parecerme que andan los demonios como jugando a la pelota con el alma, y ella que no es parte [27](27) para librarse de su poder.

            No se puede decir lo que en este caso se padece. Ella anda a buscar reparo, y permite Dios no le halle. Sólo queda siempre la razón del libre albedrío, no clara [28](28). Digo yo que debe ser casi tapados los ojos, como una persona que muchas veces ha ido por una parte, que, aunque sea noche y a oscuras, ya por el tino pasado sabe adónde puede tropezar, porque lo ha visto de día, y guárdase de aquel peligro. Así es para no ofender a Dios, que parece se va por la costumbre. Dejemos aparte el tenerla el Señor [29](29), que es lo que hace al caso.

            12. La fe está entonces tan amortiguada y dormida como todas las demás virtudes, aunque no perdida, que bien cree lo que tiene la Iglesia, mas pronunciado por la boca, y que parece por otro cabo la aprietan y entorpecen para que, casi como cosa que oyó de lejos, le parece conoce a Dios.

            El amor tiene tan tibio que, si oye hablar en Él, escucha como una cosa que cree ser el que es porque lo tiene la Iglesia; mas no hay memoria de lo que ha experimentado en sí.

            Irse a rezar, no es sino más congoja, o estar en soledad; porque el tormento que en sí se siente, sin saber de qué, es incomportable [30](30).

            A mi parecer, es un poco del traslado del infierno [31](31). Esto es así, según el Señor en una visión me dio a entender; porque el alma se quema en sí, sin saber quién ni por dónde le ponen fuego, ni cómo huir de él, ni con qué le matar.

            Pues quererse remediar con leer, es como si no se supiese. Una vez me acaeció ir a leer una vida de un santo para ver si me embebería y para consolarme de lo que él padeció, y leer cuatro o cinco veces otros tantos renglones y, con ser romance, menos entendía de ellos a la postre que al principio, y así lo dejé. Esto me acaeció muchas veces, sino que ésta se me acuerda más en particular.

            13. Tener, pues, conversación con nadie, es peor. Porque un espíritu tan disgustado de ira pone el demonio, que parece a todos me querría comer, sin poder hacer más, y algo parece se hace en irme a la mano [32](32), o hace el Señor en tener de su mano a quien así está, para que no diga ni haga contra sus prójimos cosa que los perjudique y en que ofenda a Dios.

            Pues ir al confesor, esto es cierto que muchas veces me acaecía lo que diré, que, con ser tan santos como lo son los que en este tiempo he tratado y trato, me decían palabras y me reñían con una aspereza, que después que se las decía yo ellos mismos se espantaban y me decían que no era más en su mano. Porque, aunque ponían muy por sí de no lo hacer otras veces (que se les hacía después lástima y aún escrúpulo), cuando tuviese semejantes trabajos de cuerpo y de alma, y se determinaban a consolarme con piedad, no podían. No decían ellos malas palabras -digo en que ofendiesen a Dios-, mas las más disgustadas que se sufrían para confesor [33](33). Debían pretender mortificarme, y aunque otras veces me holgaba y estaba para sufrirlo, entonces todo me era tormento.

            Pues dame también parecer que los engaño, e iba a ellos y avisábalos muy a las veras que se guardasen de mí, que podría ser los engañase. Bien veía yo que de advertencia no lo haría, ni les diría mentira, mas todo me era temor. Uno me dijo una vez [34](34), como entendió la tentación, que no tuviese pena, que aunque yo quisiese engañarle, seso tenía él para no dejarse engañar. Esto me dio mucho consuelo.

            14. Algunas veces -y casi ordinario, al menos lo más continuo- en acabando de comulgar descansaba; y aun algunas, en llegando al Sacramento, luego a la hora [35](35) quedaba tan buena, alma y cuerpo, que yo me espanto. No parece sino que en un punto se deshacen todas las tinieblas del alma y, salido el sol, conocía las tonterías en que había estado.

            Otras, con sola una palabra que me decía el Señor, con sólo decir: No estés fatigada; no hayas miedo -como ya dejo otra vez dicho- [36](36), quedaba del todo sana, o con ver alguna visión, como si no hubiera tenido nada. Regalábame con Dios; quejábame a Él cómo consentía tantos tormentos que padeciese; mas ello era bien pagado, que casi siempre eran después en gran abundancia las mercedes.

            No me parece sino que sale el alma del crisol como el oro [37](37), más afinada y clarificada, para ver en sí al Señor. Y así se hacen después pequeños estos trabajos con parecer incomportables, y se desean tornar a padecer, si el Señor se ha de servir más de ello. Y aunque haya mas tribulaciones y persecuciones, como se pasen sin ofender al Señor, sino holgándose de padecerlo por Él, todo es para mayor ganancia, aunque como se han de llevar no los llevo yo, sino harto imperfectamente.

            15. Otras veces me venían de otra suerte, y vienen, que de todo punto me parece se me quita la posibilidad de pensar cosa buena ni desearla hacer, sino un alma y cuerpo del todo inútil y pesado; mas no tengo con esto estotras tentaciones y desasosiegos, sino un disgusto, sin entender de qué, ni nada contenta al alma. Procuraba hacer buenas obras exteriores para ocuparme medio por fuerza, y conozco bien lo poco que es un alma cuando se esconde la gracia. No me daba mucha pena, porque este ver mi bajeza me daba alguna satisfacción.

            16. Otras veces me hallo que tampoco cosa formada puedo pensar de Dios ni de bien que vaya con asiento, ni tener oración, aunque esté en soledad; mas siento que le conozco. El entendimiento e imaginación [38](38) entiendo yo es aquí lo que me daña, que la voluntad buena me parece a mí que está y dispuesta para todo bien. Mas este entendimiento está tan perdido, que no parece sino un loco furioso que nadie le puede atar, ni soy señora de hacerle estar quedo un credo [39](39). Algunas veces me río y conozco mi miseria, y estoyle mirando y déjole a ver qué hace; y -gloria a Dios- nunca por maravilla va a cosa mala, sino indiferentes: si algo hay que hacer aquí y allí y acullá. Conozco más entonces la grandísima merced que me hace el Señor cuando tiene atado este loco en perfecta contemplación. Miro qué sería si me viesen este desvarío las personas que me tienen por buena. He lástima grande al alma de verla en tan mala compañía. Deseo verla con libertad, y así digo al Señor: *)Cuándo, Dios mío, acabaré ya de ver mi alma junta en vuestra alabanza, que os gocen todas las potencias? (No permitáis, Señor, sea ya más despedazada, que no parece sino que cada pedazo anda por su cabo!+.

            Esto paso muchas veces. Algunas bien entiendo le hace harto al caso la poca salud corporal. Acuérdome mucho del daño que nos hizo el primer pecado [40](40), que de aquí me parece nos vino ser incapaces de gozar tanto bien en un ser [41](41), y deben ser los míos, que, si yo no hubiera tenido tantos, estuviera más entera en el bien.

            17. Pasé también otro gran trabajo: que como todos los libros que leía que tratan de oración me parecía los entendía todos y que ya me había dado aquello el Señor, que no los había menester, y así no los leía, sino vidas de Santos, que, como yo me hallo tan corta en lo que ellos servían a Dios, esto parece me aprovecha y anima. Parecíame muy poca humildad pensar yo había llegado a tener aquella oración; y como no podía acabar conmigo otra cosa, dábame mucha pena, hasta que letrados y el bendito Fray Pedro de Alcántara me dijeron que no se me diese nada. Bien veo yo que en el servir a Dios no he comenzado -aunque en hacerme Su Majestad mercedes es como a muchos buenos- y que estoy hecha una imperfección, si no es en los deseos y en amar [42](42), que en esto bien veo me ha favorecido el Señor para que le pueda en algo servir. Bien me parece a mí que le amo, mas las obras me desconsuelan y las muchas imperfecciones que veo en mí.

            18. Otras veces me da una bobería de alma -digo yo que es-, que ni bien ni mal me parece que hago, sino andar al hilo de la gente, como dicen: ni con pena ni con gloria, ni la da vida ni muerte, ni placer ni pesar. No parece se siente nada. Paréceme a mí que anda el alma como un asnillo que pace, que se sustenta porque lo dan de comer y come casi sin sentirlo; porque el alma en este estado no debe estar sin comer algunas grandes mercedes de Dios, pues en vida tan miserable no le pesa de vivir y lo pasa con igualdad, mas no se sienten movimientos ni efectos para que se entienda el alma.

            19. Paréceme ahora a mí como un navegar con un aire muy sosegado, que se anda mucho sin entender cómo; porque en estotras maneras son tan grandes los efectos, que casi luego ve el alma su mejora. Porque luego bullen [43](43) los deseos y nunca acaba de satisfacerse un alma. Esto tienen los grandes ímpetus de amor que he dicho [44](44), a quien Dios los da. Es como unas fontecicas que yo he visto manar, que nunca cesa de hacer movimiento la arena hacia arriba.

            Al natural me parece este ejemplo o comparación de las almas que aquí llegan: siempre está bullendo el amor y pensando qué hará. No cabe en sí, como en la tierra parece no cabe aquel agua, sino que la echa de sí. Así está el alma muy ordinario, que no sosiega ni cabe en sí con el amor que tiene; ya la tiene a ella empapada en sí. Querría bebiesen los otros, pues a ella no la hace falta, para que la ayudasen a alabar a Dios. (Oh, qué de veces me acuerdo del agua viva que dijo el Señor a la Samaritana!, y así soy muy aficionada a aquel Evangelio [45](45); y es así, cierto, que sin entender como ahora este bien, desde muy niña lo era, y suplicaba muchas veces al Señor me diese aquel agua, y la tenía dibujada adonde estaba siempre, con este letrero, cuando el Señor llegó al pozo. Domine, da mihi aquam [46](46).

            20. Parece también como un fuego que es grande y, para que no se aplaque, es menester haya siempre qué quemar. Así son las almas que digo. Aunque fuese muy a su costa, querrían traer leña para que no cesase este fuego. Yo soy tal que aun con pajas que pudiese echar en él me contentaría, y así me acaece algunas y muchas veces; unas me río y otras me fatigo mucho. El movimiento interior me incita a que sirva en algo -de que no soy para más- en poner ramitos y flores a imágenes, en barrer, en poner un oratorio, en unas cositas tan bajas que me hacía confusión. Si hacía o hago algo de penitencia, todo poco y de manera que, a no tomar el Señor la voluntad, veía yo era sin ningún tomo [47](47), y yo misma burlaba de mí.

            Pues no tienen poco trabajo a ánimas que da Dios por su bondad este fuego de amor suyo en abundancia, faltar fuerzas corporales para hacer algo por Él. Es una pena bien grande. Porque, como le faltan fuerzas para echar alguna leña en este fuego y ella muere porque no se mate [48](48), paréceme que ella entre sí se consume y hace ceniza y se deshace en lágrimas y se quema; y es harto tormento, aunque es sabroso.

            21. Alabe muy mucho al Señor el alma que ha llegado aquí y le da fuerzas corporales para hacer penitencia, o le dio letras y talentos y libertad para predicar y confesar y llegar almas a Dios [49](49). Que no sabe ni entiende el bien que tiene, si no ha pasado por gustar qué es no poder hacer nada en servicio del Señor, y recibir siempre mucho. Sea bendito por todo y denle gloria los ángeles, amén.

            22. No sé si hago bien de escribir tantas menudencias. Como vuestra merced [50](50) me tornó a enviar a mandar que no se me diese nada de alargarme ni dejase nada, voy tratando con claridad y verdad lo que se me acuerda. Y no puede ser menos de dejarse mucho, porque sería gastar mucho más tiempo, y tengo tan poco como he dicho [51](51), y por ventura no sacar ningún provecho.

                       COMENTARIO AL CAPÍTULO 30


Dictamen favorable de fray Pedro de Alcántara. 

Momentos de desolación 
y depresión. 

Impotencia y reacciones de Teresa



            Según anuncia el título, el capítulo "torna a contar su vida".

            No es que hubiese interrumpido la narración, sino que la "gracia del dardo", tan reiterada a lo largo del quinquenio que precede al presente relato (1560-1565), la había alejado de los años duros de acoso y oposición, 1560-1562. Al cuadro de esos dos años va a añadirle ahora una pincelada sombría: sus jornadas de depresión y de profunda desolación, que la sumergen en la noche oscura.

            Para el empalme de los dos capítulos le sirve la intervención de fray Pedro de Alcántara, el hombre que la entiende por experiencia, como "por experiencia" la había entendido el P. Francisco de Borja (c. 24, 3).

            Frente a fray Pedro de Alcántara permanece en escena el "caballero santo" (recuérdese su recio dictamen del capítulo 24). Ahora nos enteramos de que es él uno de los duros en el rechazo de las experiencias teresianas. No se rinde ni al criterio del santo fray Pedro de Alcántara (n. 6).

            Fuera de escena sigue presente el lector García de Toledo, urgiendo a la Santa en su labor de redacción aunque escriba menudencias (n. 22).

            El relato consta de dos partes, no muy bien entramadas: cuenta primero la intervención de fray Pedro. Luego, las jornadas oscuras de Teresa misma. 

He aquí el esquema material del capítulo:

            - Núm. 1: Conexión con el tema del capítulo anterior: "pena y contento juntos".

            - Núms. 2-7: Veredicto favorable de fray Pedro: "Vi que me entendía por experiencia".

            - Núms. 7-21: Factores de desfallecimiento por parte de ella: achaques físicos (8), falsas humildades (8-10), ofuscación mental (11-13), desabrimiento (13-15), impotencia para pensar, leer, orar (16-18), la imaginación como un loco furioso (16), con clarones pasajeros al comulgar (14), o en servicios humildes (19-20).

            - Núm. 22: Nueva intervención de García de Toledo instándola a que escriba sin temor de alargarse, "sin dejar nada"; a pesar de que ella dispone de poco tiempo.


Fray Pedro de Alcántara, a paso de estrella fugaz

            La persona de fray Pedro de Alcántara sirve de nuevo para fijar la cronología del relato teresiano.

            La Santa había evocado su figura al comenzar las visiones cristológicas (27, 16...). Volverá a encontrarse con él al regresar ella de Toledo, en víspera de inaugurar el Carmelo de San José (c. 36, 1: julio de 1562).

            Ahora cuenta el primer encuentro de los dos, que tiene lugar en casa de doña Guiomar de Ulloa (Ávila), donde Teresa reside unos días precisamente para someterle el problema de conciencia, sus gracias místicas. Es doña Guiomar quien organiza el encuentro: "Para que mejor le pudiese tratar, sin decirme nada recaudó licencia de mi provincial para que ocho días estuviese en su casa, y en ella y en alguna iglesia le hablé muchas veces esta primera vez" (3). Ocurría eso el año 1560.

            Lo más importante del coloquio fue que Teresa se sintió insólitamente comprendida. Poco antes, escribe, "veía que no me entendía nadie" (1). Ahora, de pronto, "casi a los principios (de la conversación) vi que me entendía por experiencia, que era todo lo que yo había menester". "Me dio luz en todo".

            Los dos entablan una amistad profunda. Quedan de acuerdo en escribirse de ahí adelante (n. 7). Será sólo un breve período, porque fray Pedro muere en agosto de 1562. De esa correspondencia epistolar entre ambos nos ha llegado algún retazo de él, nada de ella.

            Y cuando fray Pedro se aleja nuevamente de Ávila, "dejome -dice ella- con grandísimo consuelo y contento" (7), aunque sin vencer las reticencias del famoso caballero santo, tan metido en el caso teresiano, y tan dado a "amedrentarla".

            También la Santa abandonará la ciudad a fines de 1561, para trasladarse a Toledo. El capítulo, por tanto, seguirá relatando cosas de los años 1560-1561.

Empatía mística

            Es un hecho importante en el proceso místico de Teresa: ella y fray Pedro empatizan desde el estrato profundo de la experiencia de Dios.

            Como es obvio, Teresa no conoce el vocablo culto de "empatía". Pero habla insistentemente de la mutua comprensión de dos místicos -ella y fray Pedro- desde la experiencia. Y desde el dato autobiográfico pasa al plano doctrinal: tiene la convicción de que las "mercedes" místicas sólo son comprensibles desde la experiencia. Al teólogo letrado le son accesibles desde fuera, como de soslayo, para evaluar su genuinidad desde la Escritura o desde el sentir de la Iglesia. El místico, en cambio, posee otro ángulo de visión.

            En el presente encuentro de ella con fray Pedro de Alcántara, las cosas se sucedieron así:

            - Era el año 1560. Hacía al menos un lustro que Teresa tenía experiencias místicas, para ella casi indescifrables. Eran recientes sus tremendas experiencias de Cristo resucitado (c. 27), lo mismo que las incandescentes gracias "del dardo" (c. 29).

            - Pero Teresa no había recibido todavía la gracia de la autocomprensión. Ya antes ha asegurado que para llegar a la plenitud mística no basta experimentar, se necesita entender la experiencia, y poder comunicarla: "Porque una merced es dar el Señor la merced, y otra entender qué merced es y qué gracia, otra es saber decirla y dar a entender cómo es" (17, 5).

            - Ahora atestigua que, cuando se encontró con fray Pedro, sólo disfrutaba de la "merced" de la experiencia mística, es decir, la primera de esas "tres mercedes", porque "entonces no me sabía entender como ahora, para saberlo decir, que después me lo ha dado el Señor, que sepa entender y decir las mercedes que Su Majestad me hace, y era menester que hubiese pasado por ello quien del todo me entendiese y declarase lo que era" (4).

            - En el encuentro de los dos, "casi a los principios vi que (fray Pedro) me entendía por experiencia, que era todo lo que yo había menester" (4). "Él me dio grandísima luz..." (ib). "Este santo hombre me dio luz en todo y me lo declaró, y dijo... que estuviese tan cierta que era espíritu suyo (de Dios), que, si no era la fe, cosa más verdadera no podía haber" (5).

            - Y sigue el proceso de comunión entre ambos: "Él se consolaba mucho conmigo... y siempre después tuvo mucha cuenta conmigo y daba parte de sus cosas y negocios..., como me veía con los mismos deseos que él ya poseía por obra" (5). - "Holgábase de tratar conmigo, que a quien el Señor llega a este estado no hay placer ni consuelo que se iguale a topar con quien le parece le ha dado el Señor principios de esto" (5). - "Quedamos concertados que le escribiese lo que me sucediese más de aquí adelante, y de encomendarnos mucho a Dios..." (7).

            Es una descripción lineal del proceso de empatía, en tres tiempos: primero, el bloqueo de Teresa en el enigma de su propia experiencia; sigue la confrontación y mutua comprensión de experiencias entre ella y fray Pedro; y a continuación la normalización comunicativa entre ambos. Probablemente fue ése el momento en que ella obtuvo esa "tercera merced" de la comunicación mística, que le permitirá escribir tantas páginas del presente libro.

            No es éste el único caso de empatía mística referido en él. Pero ninguno tan matizado. Años más tarde, cuando Teresa haya de rendir cuentas de su vida mística a la Inquisición de Sevilla -que probablemente no abundaba en experiencias de ese tipo-, escribirá rotundamente: "(No son estas cosas para escribir ni decir, porque es imposible entenderlo sino quien lo ha experimentado!" (Rel 5, 17).


Las oscuridades interiores de Teresa

            Nunca se había detenido ella a detallarnos el lado oscuro de su alma. Ahora dedica al tema la segunda mitad del capítulo. No se trata ya de los momentos de baja, provocados por la oposición de fuera, sino de las rachas sombrías que la baten y humillan por dentro, desde el propio engranaje psicológico, y desde el oleaje mismo de sus experiencias místicas. Ha comenzado el capítulo diciéndose acosada por ímpetus y temores, por "penas y contento juntos": "Pena y contento no podía yo entender cómo podía estar junto" (1). Y a pesar de "la grandísima luz" que le aporta fray Pedro de Alcántara, tampoco él fue capaz de ponerle "seguridad en todo, porque me llevaba el Señor por camino de temer" (7), como ya había advertido en el capítulo anterior: "Esta pena y gloria junta me traía desatinada, no podía yo entender cómo podía ser aquello" (29, 11).

            Es, sin duda, la franja de noche oscura que acompaña a cada jornada de experiencia mística.

            Teresa no es ciclotímica. No es víctima del ritmo alterno de alzas y bajas de ánimo. Pero sí paga tributo normal al ritmo de los momentos fortísimos de amor y dolor, seguidos de pausas de ofuscación mental o de atrofia de sentimientos. Son paréntesis más o menos espaciosos: a veces un día ("sólo hasta el día", dirá ella); "otras veces dúrame ocho y quince días, y aun tres semanas, y no sé si más, en especial las semanas santas, que solía ser mi regalo de oración" (11).

            La descripción minuciosa de esos estados anímicos la hace ella en clave psicológica sumamente detallista. Pero desde su punto de vista místico los reduce al enclave de lo natural en lo sobrenatural: "Conozco bien lo poco que es un alma cuando se esconde la gracia" (15). Pero lo cierto es que sus gracias místicas no la han liberado de la fragilidad y debilidades psíquicas y somáticas: "Trabajos de cuerpo y de alma" (13), "males corporales graves, y los del alma" (8).

            En su autoanálisis distingue dos tipos de situaciones. Por un lado, los momentos simplemente depresivos en que se le ofusca la mente y se siente profundamente "disgustada de todo", incapaz de leer, de pensar y desear, incapaz de disfrutar de sus buenas relaciones con los otros: "Parece a todos me los querría comer" (13). Totalmente vacía de motivaciones internas. Llega a compararse con "el asnillo" que pace como un autómata: "Otras veces me da una bobería de alma, que ni bien ni mal me parece que hago, sino andar al hilo de la gente, como dicen... Paréceme a mí que anda el alma como un asnillo que pace, que se sustenta porque le dan de comer y come casi sin sentirlo..." (18). En fuerte contraste con otras situaciones anímicas de dispersión mental, en que se siente incapaz de fijar la mente en algo que la unifique: "Otras veces me hallo que tampoco cosa formada puedo pensar de Dios ni de bien que vaya con asiento... El entendimiento e imaginación entiendo yo es aquí lo que me daña... Este entendimiento está tan perdido, que no parece sino un loco furioso que nadie le puede atar, ni soy señora de hacerle estar quedo un credo" (16). En su noche oscura, Teresa pasa momentos de auténtica angustia.

            Y por otro lado, sufre las injerencias del demonio en sus estados de ánimo: "A mi parecer es un poco del traslado del infierno" (12). Es él, él demonio, quien le sugiere una falsa humildad demoledora: "Parecíame yo tan mala, que cuantos males y herejías se habían levantado me parecía eran por mis pecados" (8). "Tengo ya tanta experiencia que es cosa de demonio, que, como ya ve que le entiendo, no me atormenta en esto tantas veces como solía" (9). "Me ha acaecido parecerme que andan los demonios como jugando a la pelota con el alma, y ella que no es parte para librarse de su poder" (11). Ampliará el tema en el capítulo siguiente, ilustrándolo con toda una serie de episodios de origen diabólico.

            Y sin embargo, ni se le apaga la fe, ni le cesan el amor y los deseos, que siguen bullendo en su interior "como unas fontecicas que yo he visto manar, que nunca cesa de hacer movimiento la arena hacia arriba. Al natural me parece este ejemplo o comparación de las almas que aquí llegan: siempre está bullendo el amor y pensando qué hará" (19).

            De esos baches se libera ella, unas veces con solo el acto de la comunión (14). Otras, como quien sale del crisol (14) o de la noche oscura, y vuelve a la serenidad del alma o a la plena luz del día y de la gracia. Pero de hecho la alternancia de esos altibajos en su vida psíquica, incluso en sus relaciones humanas y sobrehumanas, ella lo percibe claramente como una gran humillación o como una prueba de su pobreza existencial: "Ver mi bajeza" (15). En flagrante contraste con los momentos luminosos de experiencia mística que recibe por pura gracia.

            Todavía años más adelante, hacia 1571, nos describirá uno de esos momentos de apagón interior en pleno clima pascual: "Todo ayer me hallé con gran soledad, que, si no fue cuando comulgué, no hizo en mí ninguna operación ser día de la Resurrección" (Rel 15). Situación anímica que superará tras el canto del "Véante mis ojos" y el subsiguiente deliquio místico.


            NOTA

            ¿Otros casos de empatía en el libro? - Aunque el caso más patente y mejor testificado es el de la autora y fray Pedro de Alcántara, también existen otros. Siempre es ella la inductora de la empatía. Dos de los casos más típicos son los de sus amigos dominicos Pedro Ibáñez y García de Tolego. El primero de los dos parece haber ingresado en la órbita teresiana con cierta frialdad casi difidencia. Luego entró de lleno en ella. Pasó de su teología escolástica a la experiencia mística. Se interesó por la historia de gracia vivida por Teresa. La estudió meticulosamente en dos estudios realmente magistrales. Primero en su informe, analítico y extenso; luego en su Dictamen, breve y sintético (BMC 2, 130-152). Llegó un momento en que Teresa percibió que "lo que antes me aseguraba y consolaba con solas sus letras, ya lo hacía también por experiencia de espíritu, que tenía harta de cosas sobrenaturales" (33, 6). Y ella misma certifica que en las últimas jornadas de su vida y en su muerte Ibáñez estuvo colmado de gracias místicas (38, 12-13). - Es similar el proceso de empatía en el caso de García de Toledo.



    [1] Alude a lo dicho en el c. 29, 11: "esta pena y gloria junta me traía desatinada... no podía yo entender cómo podía ser aquello".
    [2] Nótese el juego de palabras: "yo me amparaba con la cruz, y con ella me quería defender de quien con ella nos amparó a todos".
    [3] Mi confesor: P. Baltasar Álvarez.
    [4] Este lugar: Ávila, pero evita nombrarlo, como en el título del capítulo.
    [5] Habló de ambas cosas en el c. 27, 16 y s.
    [6] Se refiere el Tratado de oración y meditación (Lisboa 1556‑1557), y varios otros tratadillos publicados también en Lisboa (1560): Breve introducción para los que comienzan a servir a Dios, Tres cosas que debe hacer el que desea salvarse, Oración devotísima, Petición especial de amor de Dios. En sus Constituciones (n. 8), la Santa recomendará a sus monjas "los libros... del padre fray Pedro de Alcántara".
    [7] Por lapsus de pluma, en el autógrafo escribió: "ella".
    [8] "Doña Guiomar de Ulloa", anota Gracián en su ejemplar de Vida. Su elogio lo ha hecho la Santa en el c. 24, 4.
    [9] Descansase con ella algunas cosas: confiándole sus problemas.
    [10] Mi provincial: el P. Angel de Salazar, que era Provincial de las carmelitas de la Encarnación.
    [11] Los encuentros de ambos fueron en casa de Doña Guiomar y "en algunas iglesias": capilla de Mosén Rubí, parroquia de Santo Tomé y en la Catedral. ‑ Tuvieron lugar a mediados de agosto de 1560. ‑ De nuevo se entrevistaron en Toledo (abril 1562) y en Ávila (junio/julio de ese mismo año): cf. 36, 1‑2.
    [12] Sin doblez ni encubierta: sin dolo ni tapujos. La Santa había escrito: "sin doblez y encubierta", que luego corrigió. Bien leído ya por fray Luis (p. 359).
    [13] Nuevamente recuerda la Santa que su capacitación expresiva frente a lo inefable de la experiencia mística es reciente. Posterior a 1560, fecha del primer encuentro con fray Pedro de Alcántara. Cf. c. 12, 6 nota 24.
    [14] En el c. 28, 4.
    [15] Daba parte: comunicar, informar de. ‑ Poco antes: tuvo mucha cuenta conmigo: tener atención o atenciones (cf. 2, 3).
    [16] P. Baltasar Álvarez. ‑ De ello hablan los tres biógrafos: Ribera en su vida de la Santa (I, c. 11), F. Marchese, en la vida de san Pedro de Alcántara (II, c. 12), y La Puente, en su vida del P. Baltasar (c. 11).
    [17] Era el "caballero santo", Francisco de Salcedo, de quien habló en el c. 23, 6‑11.
    [18] La Custodia de San José: semi‑provincia franciscana que llevaba el título de San José.
    [19] Una segunda mano retocó el autógrafo: "valerme ("me", añadido fuera de la caja de escritura). Fray Luis editó como nosotros: "valer" (p. 362).
    [20] Dichos al final del n. 8.
    [21] Equivale a nuestra expresión: "a sangre y fuego".
    [22] Vuestra merced: es el P. García de Toledo.
    [23] Cf. el libro bíblico de Job, 2, 6.
    [24] Fiesta de quien: equivale a "fiesta de la que".
    [25] Duróme hasta el día: frase oscura. Probablemente, que le duró desde la antevíspera del Corpus hasta el día de la fiesta.
    [26] Ni tienen tomo: sin importancia (cf. 5, 1; 18, 4). ‑ A continuación, en el autógrafo: "desata" escribió la Santa, creemos que por lapsus (así lo pensó fray Luis, p. 365). La frase hecha "ni atan ni desatan": repite la idea de "disparatar", no decir cosa concertada.
    [27] No es parte: no es capaz (cf. el final del n. 6), no tiene parte...
    [28] La razón del libre albedrío: razón y libertad. Le queda apenas la luz mental suficiente para el libre uso de la voluntad...
    [29] Tenerla: en el sentido de mantener, sostener. La tiene de su mano el Señor.
    [30] Incomportable (y de nuevo en el n. 14): insoportable (cf. 5, 7.10 nota 14).
    [31] Traslado del infierno: "traslado" en acepción de "copia o trasunto" (Cobarruvias, p. 140 b 63).
    [32] Irme a la mano: refrenarme, retenerme.
    [33] Para confesor: en un confesor, o "para ser dichas por un confesor".
    [34] "El P. Baltasar Álvarez", anota Gracián en su ejemplar.
    [35] Luego a la hora: inmediatamente.
    [36] Otras dos veces lo ha mencionado: c. 25, 18; y c. 26, 2.
    [37] Imagen bíblica, muy repetida en la liturgia: "como el oro en el crisol, así los prueba el Señor" (Sab. 3, 6; Ecli 2, 5; Prov 27, 21).
    [38] No siempre distingue la Santa entre entendimiento, pensamiento e imaginación. Véase el epígrafe del cap. 1 de las Moradas IV.
    [39] Estar quedo (quieto) un credo: "un credo" es una fracción breve de tiempo (cf. c. 15, 7, nota 25).
    [40] El primer pecado: de Adán, pecado original. La Santa nunca utilizará este término técnico de los teólogos.
    [41] En un ser: expresión polivalente en la Santa (cf. c. 5, 8 nota 16: "continuamente" y "totalmente"). Aquí quiere decir que, a causa del pecado original, no podemos gozar establemente de las gracias místicas, sin las turbulencias de la imaginación. Más explícito en el c. 40, 18.
    [42] Sobre esa constante de deseos, cf. c. 15, 14; y los testimonios de ese mismo periodo en R. 1, 8; 3, 9.
    [43] Bullan, en el autógrafo.
    [44] En el c. 28, 8‑14; y c. 26, 1.
    [45] Este evangelio: capítulo 4 de San Juan.
    [46] Jn 4, 15. Ella escribió el latín: "domine da miqui aguan".
    [47] Sin ningún tomo: sin valor alguno.
    [48] Porque no se mate: porque no se apague el fuego.
    [49] Llegar almas a Dios: allegarle almas...
    [50] Vuestra merced: P. García de Toledo. Como otras veces, el epílogo del capítulo reanuda el diálogo con él.
    [51] Lo ha dicho en el c. 10, n. 7; y c. 14, n. 8.



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Santa Teresa de Jesús, 15 de Octubre

Santa Teresa de Jesús
Virgen y Doctora de la Iglesia, Madre nuestra.
Celebración: 15 de Octubre.


Nace en Avila el 28 de marzo de 1515. Entra en el Monasterio de la Encarnación de Avila, el 2 de noviembre de 1535. Funda en Avila el primer monasterio de carmelitas descalzas con el título de San José el 24 de agosto de 1562.

Inaugura el primer convento de frailes contemplativos en Duruelo el 28 de noviembre de 1568. Llegará a fundar 32 casas. Hija de la Iglesia, muere en Alba de Tormes el 4 de octubre de 1582.

La primera edición de sus obras fue el 1588 en Salamanca, preparadas por Fr. Luis de león. El 24 de abril de 1614 fue beatificada por el Papa Pablo V, y el 12 de marzo de 1622 era canonizada en San Pedro por el Papa Gregorio XV. El 10 de septiembre de 1965, Pablo VI la proclama Patrona de los Escritores Españoles.


Gracias a sus obras -entre las que destacan el Libro de la Vida, el Camino de Perfección, Las Moradas y las Fundaciones- ha ejercido en el pueblo de Dios un luminoso y fecundo magisterio, que Pablo VI iba a reconocer solemnemente, declarándola Doctora de la Iglesia Universal el 27 de septiembre de 1970.

Teresa es maestra de oración en el pueblo de Dios y fundadora del Carmelo Teresiano.

¿Qué significa la oración para Santa Teresa?
"Procuraba, lo más que podía, traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor, dentro de mí presente. Y ésta era mi manera de oración. Si pensaba en algún paso, le representaba en lo interior; aunque lo más gastaba en leer buenos libros, que era toda mi recreación; porque no me dio Dios talento de discurrir con elentendimiento ni de aprovecharme con la imaginación; que la tengo tan torpe, que, aun para pensar y representar en mí (como lo procuraba traer) la humanidad del Señor, nunca acababa. Y, aunque por esta vía de no poder obrar con el entendimiento llegan más presto a la contemplación si perseveran, es muy trabajoso y penoso. Porque, si falta la ocupación de la voluntad y el haber en qué se ocupe en cosa presente el amor, queda el alma como sin arrimo ni ejercicio, y da gran pena la soledad y sequedad, y grandísimo combate los pensamientos" (Vida 4,7).

"En la oración pasaba gran trabajo, porque no andaba el espíritu señor sino esclavo; y así no me podía encerrar dentro de mí (que era todo el modo de proceder que llevaba en la oración), sin encerrar conmigo mil vanidades. Pasé así muchos años; que ahora me espanto qué sujeto bastó a sufrir que no dejase lo uno o lo otro. Bien sé que dejar la oración ya no era en mi mano, porque me tenía con las suyas el que me quería para hacerme mayores mercedes" (Vida 7, 17).

"Gran mal es un alma sola entre tantos peligros. Paréceme a mí que, si yo tuviera con quién tratar todo esto, que me ayudara a no tornar a caer, siquiera por vergüenza, ya que no la tenía de Dios. Por eso, aconsejaría yo a los que tienen oración, en especial al principio, procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo. Es cosa importantísima, aunque no sea sino ayudarse unos a otros con su oración. ¡Cuánto más, que hay muchas más ganancias! Yo no sé por qué (pues de conversa ciones y voluntades humanas, aunque no sean muy buenas, se procuran amigos con quien descansar y para más gozar de contar aquellos placeres vanos) no se ha de permitir que quien comenzare de veras a amar a Dios y a servirle, deje de tratar con algunas personas sus placeres y trabajos; que de todo tienen los que tienen oración" (Vida 7, 20).

Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por mí..., se me ofreció lo que ahora diré... que es: considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal adonde hay muchos aposentos así como en el cielo hay muchas moradas... Pues ¿qué tal os parece que será el aposento adonde un rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita?... no hay para qué nos cansar en querer comprender la hermosura de este castillo... ¿No es pequeña lástima y confusión que por nuestra culpa no (nos) entendamos a nosotros mismos ni sepamos quién somos? ¿No sería qran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es y no se conociese ni supiese quién fue su padre ni su madre ni de qué tierra?.... (1 Moradas 1,1-2)