21.10.11

Camino de Perfección Cap. 29

 
Revisión del texto, notas y comentario: Tomás Álvarez, O.C.D.



Camino de Perfección.
2º Redacción (Códice de Valladolid)
Capítulo 29
 
 
 
 
 
[«Los testigos que nos han precedido en el Reino (cf Hb 12, 1), especialmente los que la Iglesia reconoce como "santos", participan en la tradición viva de la oración por el testimonio de sus vidas, por la transmisión de sus escritos y por su oración hoy» (Catecismo de la Iglesia Católica n. 2683).
         «¡Teresa de Jesús! (...). Vives con Cristo en la gloria y estás presente en la Iglesia, caminando con ella por los senderos de los hombres. En tus escritos plasmaste tu voz y tu alma. En tu familia religiosa perpetúas tu espíritu (...). Descubre a todos los cristianos el mundo interior del alma, tesoro escondido dentro de nosotros, castillo luminoso de Dios» (Juan Pablo II, Plegaria ante el sepulcro de la Santa en Alba de Tormes 1-11-1982)].


CAPÍTULO 29

         Prosigue en dar medios para procurar esta oración de recogimiento. Dice lo poco que se nos ha de dar de ser favorecidas de los prelados.

         1. Huid, por amor de Dios, hijas, de dárseos nada de estos favores. Procure cada una hacer lo que debe, que si el prelado no se lo agradeciere, segura puede estar lo pagará y agradecerá el Señor. Sí, que no venimos aquí a buscar premio en esta vida. Siempre el pensamiento en lo que dura, y de lo de acá ningún caso hagamos, que aun para lo que se vive no es durable; que hoy está bien con la una; mañana, si ve una virtud más en vos, estará mejor con vos, y si no, poco va en ello. No deis lugar a estos pensamientos, que a las veces comienzan por poco y os pueden desasosegar mucho, sino atajadlos con que no es acá vuestro reino y cuán presto tiene todo fin.
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         2. Mas aun esto es bajo remedio, y no mucha perfección. Lo mejor es que dure, y vos desfavorecida y abatida, y lo queráis estar por el Señor que está con vos. Poned los ojos en vos y miraos interiormente, como queda dicho (1)[1]; hallaréis vuestro Maestro, que no os faltará, antes mientras menos consolación exterior, más regalo os hará. Es muy piadoso, y a personas afligidas y desfavorecidas jamás falta, si confían en Él solo. Así lo dice David, que está el Señor con los afligidos (2)[2]. O creéis esto o no. Si lo creéis, ¿de qué os matáis?

         3. ¡Oh Señor mío, que si de veras os conociésemos, no se nos daría nada de nada, porque dais mucho a los que de veras se quieren fiar de Vos! Creed, amigas, que es gran cosa entender es verdad esto, para ver que los favores de acá todos son mentira cuando desvían algo el alma de andar dentro de sí. ¡Oh válgame Dios, quién os hiciese entender esto! No yo, por cierto. Sé que con deber yo más que ninguno, no acabo de entenderlo como se ha de entender.

         4. Pues tornando a lo que decía (3)[3], quisiera yo saber declarar cómo está esta compañía santa con nuestro acompañador, Santo de los Santos, sin impedir a la soledad que ella y su Esposo tienen, cuando esta alma dentro de sí quiere entrarse en este paraíso con su Dios, y cierra la puerta tras sí a todo lo del mundo. Digo «quiere», porque entended que esto no es cosa sobrenatural (4)[4], sino que está en nuestro querer y que podemos nosotros hacerlo con el favor de Dios, que sin éste no se puede nada, ni podemos de nosotros tener un buen pensamiento. Porque esto no es silencio de las potencias; es encerramiento de ellas en sí misma el alma.

         5. Vase ganando esto de muchas maneras, como está escrito en algunos libros (5)[5], que nos hemos de desocupar de todo para llegarnos interiormente a Dios, y aun en las mismas ocupaciones retirarnos a nosotros mismos. Aunque sea por un momento solo, aquel acuerdo de que tengo compañía dentro de mí es gran provecho. En fin, irnos acostumbrando a gustar de que no es menester dar voces para hablarle, porque Su Majestad se dará a sentir cómo está allí.

         6. De esta suerte rezaremos con mucho sosiego vocalmente, y es quitarnos de trabajo. Porque a poco tiempo que forcemos a nosotros mismos para estarnos cerca de este Señor, nos entenderá por señas, de manera que si habíamos de decir muchas veces el Paternóster, nos entenderá de una. Es muy amigo de quitarnos de trabajo. Aunque en una hora no le digamos más de una vez, como entendamos estamos con Él y lo que le pedimos y la gana que tiene de darnos y cuán de buena gana se está con nosotros, no es amigo de que nos quebremos las cabezas hablándole mucho (6)[6].

         7. El Señor lo enseñe a las que no lo sabéis, que de mí os confieso que nunca supe qué cosa era rezar con satisfacción hasta que el Señor me enseñó este modo. Y siempre he hallado tantos provechos de esta costumbre de recogimiento dentro de mí, que eso me ha hecho alargar tanto.

         Concluyo con que quien lo quisiere adquirir -pues, como digo, está en nuestra mano-, no se canse de acostumbrarse a lo que queda dicho (7)[7], que es señorearse poco a poco de sí mismo, no se perdiendo en balde; sino ganarse a sí para sí, que es aprovecharse de sus sentidos para lo interior. Si hablare, procurar acordarse que hay con quien hable dentro de sí mismo. Si oyere, acordarse que ha de oír a quien más cerca le habla. En fin, traer cuenta que puede, si quiere, nunca se apartar de tan buena compañía, y pesarle cuando mucho tiempo ha dejado solo a su Padre, que está necesitada de él. Si pudiere, muchas veces en el día; si no, sea pocas. Como lo acostumbrare, saldrá con ganancia, o presto o más tarde. Después que se lo dé el Señor, no lo trocaría por ningún tesoro.

         8. Pues nada se deprende sin un poco de trabajo, por amor de Dios, hermanas, que deis por bien empleado el cuidado que en esto gastareis. Y yo sé que, si le tenéis, en un año y quizá en medio, saldréis con ello, con el favor de Dios. Mirad qué poco tiempo para tan gran ganancia como es hacer buen fundamento para si quisiere el Señor levantaros a grandes cosas, que halle en vos aparejo, hallándoos cerca de sí. Plega a Su Majestad no consienta nos apartemos de su presencia, amén (8)[8].

COMENTARIO AL CAPÍTULO 29

La búsqueda de la interioridad


         Estamos a la altura del capítulo 29 del Camino. Concluye la sección dedicada a la "oración de recogimiento", y nos sorprende el título del capítulo: "Prosigue en dar medios para procurar esta oración de recogimiento".

         Lo que nos sorprende es la insistencia en el tema. Por tercera vez, en estas páginas centrales del libro, la Autora se propone esa tarea de ofrecer al orante "medios" prácticos para interiorizar su oración (pueden confrontarse los epígrafes de los capítulos 26 y 28).

         Claro indicio de que en la pedagogía teresiana prima la práctica sobre la teoría: al aprendiz de oración no le interesa tanto poseer una teoría refinada (filosofía y psicología del recogimiento, yoga y oración profunda, etc.), sino el ejercicio humilde y concreto, es decir, la puesta en marcha de unas pocas orientaciones que encaminen su oración vocal o su meditación hacia la ensenada de la interioridad. Que desde el primer momento comience a recoger velas para no quedar en oración de palabras o de solos pensamientos y deseos, sino que convoque ante Dios el centro del alma, la persona misma del orante, desde los resortes hondos de su ser.

         Para impartir esas consignas, la madre Teresa deja de lado todo empaque profesoral. Casi se olvida de que está escribiendo, se abandona a su manera coloquial de dirigirse a las lectoras del Camino: "Hermanas, amigas, hijas suyas", y va desgranando sus consignas sin un previo esquema cuadriculado y académico. Más bien, repitiendo y matizando lo que más le interesa inculcar.

         Nos limitaremos a seguir su coloquio, espigando y extractando alguna de esas consignas.


Una cautela previa: ¡Así no!

         Antes de entrar en tema, reaparece el constante recelo teresiano contra la extroversión del orante: el peligro de "andar derramado". Extroversión, no tanto de su oración cuanto de su vida. Fuera de nosotros, claro está, podemos tener centros de interés, pero quien coloque en "las afueras" su centro de gravedad, mal podrá llevar la oración a lo hondo de su interioridad.

         La Santa ejemplifica esa situación en un caso concreto, el mismo que ha utilizado varias veces a lo largo del Camino: la obsesión por acaparar el aprecio de los otros; concretamente, el aprecio de los de arriba.

         Algo capaz de catalizar la afectividad y la autoestima del orante. Algo que, poco a poco, se constituya en el foco excéntrico de atención psicológica. Capaz de capitalizar pensamientos, afectos y proyectos. Capaz de convocar la persona hacia un centro de gravedad psicológica exterior; exterior e inconsistente -"no durable", dirá ella- y, por tanto, expuesto a todos los vaivenes de lo inestable y provisorio.

         La Santa es consciente de que habla con lectoras carmelitas, que viven en un limitado espacio claustral. Sabe que, en su óptica religiosa de obediencia sin paliativos y de relaciones interpersonales limitadas, ese ejemplo es hipotético, pero realista y de gran transparencia pedagógica. Sirve para poner en evidencia un presupuesto absoluto: quien en la vida misma tenga el centro de gravedad fuera de sí, sea en lo que sea, frustra de antemano todo ingreso en la oración de recogimiento. No podrá instalarse dentro de sí, en su espacio interior; se encontrará con una interioridad fragmentaria y descentrada.

         Primera consigna, por tanto: cuidar la vida, en coherencia y respeto de la propia interioridad. No vaciarla. No hacerla gravitar fuera de sí mismo.


"Entrarse dentro de sí"

         La Santa es consciente de repetirse. Reitera, a sabiendas, el tema de la interiorización, no sólo por tratarse de un filón doctrinal inagotable, que explotará ella hasta las últimas páginas del Castillo interior, sino por ser la plataforma de lanzamiento hacia la oración contemplativa, es decir, hacia las formas fuertes de oración profunda.

         "Entrarse dentro de sí", es un enfoque posible en toda oración. Incluso en el rezo vocal del "Padrenuestro". Pero es, sobre todo, una actitud del orante cristiano. Al ponerse en habla con Dios, puede hacerlo desde niveles sumamente diversos de su propio ser: Como le ocurre en el trato con las otras personas, amigos, conocidos y desconocidos, puede entablar la relación desde zonas superficiales, desde niveles de indiferencia que no comprometan sus afectos o sus razones de vida. O bien, puede relacionarse con ellos desde capas profundas del espíritu, que no sólo le comprometan el corazón, sino que hagan bascular en esa dirección a toda su persona.

         En la oración, al iniciar esa especial relación con Dios, lo normal es "tratarlo" como a una persona más, de las que no llegan a perforar las capas profundas del yo. Normal, es cierto, pero deformante. La entrada en la presencia de Dios postula la presencia de lo más hondo y decisivo de mí mismo. Descender a esos pliegues profundos de mi persona puede ser algo sencillo y elemental en quien se pone a orar, pero, en ningún caso, será la suma de unos gestos improvisados o de unos pensamientos-sentimientos superficiales, requiere un parón del espíritu ante sí mismo.

         La Santa está convencida de que el orante que logra saltar a esa hondura de su alma, inexorablemente se encuentra con Dios. Convencida de que "dentro" se alza la mejor atalaya o la verdadera "tienda del encuentro", el "templo del Espíritu".

         Para recorrer el camino que lleva a esa hondura, ella "dará medios", es decir, jalonará el recorrido con unas sencillas consignas:
         a) "Poner los ojos en vos, y miraos interiormente...: hallaréis a vuestro Maestro..., no os faltará". Educar la mirada en la línea de la fe. En definitiva, "entrar en sí" es acercarse a la presencia de Él y comenzar a conocerlo de otra manera:

         b) "Oh, Señor mío, que si de veras os conociésemos, no se nos daría nada de nada, porque dais mucho a los que de veras se quieren fiar de vos. Creed, amigas, que es gran cosa entender es verdad esto..." (n. 3).

         c) "Soledad en compañía": porque ahí, en el fondo del espíritu, Dios es "compañía santa", "nuestro Acompañador, Santo de los santos". Y la oración, en última instancia, se condensa en "estar ante Él y con Él" (n. 4).

         d) Y, por fin, "gustar" el don de su presencia: "Irnos acostumbrando a gustar de que no es menester dar voces para hablarle, porque Su majestad se dará a sentir cómo está allí" (n. 5). La Santa tiene la convicción de que, a esa hondura, la oración abre el espíritu a la experiencia de Dios. Experiencia de su presencia, de su paso por nuestra vida, de su talante: un Dios que "nos entiende por señas", que "no es amigo de que nos quebremos la cabeza hablándole mucho", un Dios "ganoso de dar" y "cuán de buena gana se está con nosotros" (n. 6). Reaflora así la convicción de que, a esa hondura, se experimenta la propia interioridad como "paraíso de Dios" (n. 4).


El riesgo de la introversión

         En más de una ocasión, la Autora alertará al orante contra el peligro de pasarse... del embebecimiento al embobamiento...

         Una de las más fáciles deformaciones de la oración es el trastrueque de papeles: sustituir a Dios por el ídolo refinado de uno mismo, o por lo más profundo y enmascarado de la propia interioridad. Y, a base de ese trueque, replegarse sobre sí, contemplarse y escucharse a sí mismo.

         Doble riesgo: de introversión y de alienación. Perderse en los propios pensamientos y desentenderse o desengancharse de la realidad exterior y de la vida de los otros.

         La Santa expresará su pensamiento en dos o tres consignas plásticas formuladas en su típico léxico coloquial: "Desocuparse de todo", pero firme en las "ocupaciones". "Señorearse de sí misma", "perderse para ganarse a sí para sí".

         - "Nos hemos de desocupar de todo, para llegarnos interiormente a Dios" (n. 5). Ya nos había dicho que si llenamos de baratijas el palacio interior, no habrá en él cabida para nosotros mismos. Vacío interior y libertad interior coinciden.

         - Pero, a la vez, son las "ocupaciones" exteriores las que deben servir de trampolín para pasar a lo interior: "En las mismas ocupaciones, retirarnos a nosotros mismos. Aunque sea por un momento solo, aquel acuerdo de que tengo compañía dentro de mí, es gran provecho" (n. 5). Es decir, nada de desentenderse de la madeja de la vida, con sus "ocupaciones" y responsabilidades; al contrario, desde ese mismo entramado de tarea cotidiana es posible nutrir de realismo el paso a la ribera de la interioridad.

         - "Señorearse, poco a poco, de sí mismo". Es la consigna del señorío interior. En páginas anteriores la Santa ha hablado a sus monjas del gran señorío exterior de quien se hace pobre de espíritu y no es esclavo de nada, sino dueño espiritual de todo. Ahora, habla del señorío interior, que consiste en "señorearse de sí mismo": algo que se logra sólo desde ese centro interior que unifica, que nos asocia a "nuestro Acompañador", que, finalmente, libera de la tiranía de pasiones y sentidos, y permite "ganarse a sí para sí, que es aprovecharse de los sentidos para lo interior" (n. 7).

         - Y, por fin, establecer una especie de puente de paso desde lo exterior a lo interior, educando la mirada, la palabra, la escucha, la relación con Dios: "Si hablare, procurar acordarse que hay con quien hable dentro de sí mismo; si oyere, acordarse que ha de oír a quien más cerca le habla... Traer cuenta que puede, si quiere, nunca se apartar de tan buena compañía" (n. 7).


Pero... "nada se aprende sin un poco de trabajo"

         No, la Santa no se ha extraviado inadvertidamente en el follaje de la teoría. El camino que lleva a lo interior tiene un ineludible rodaje. Requiere esfuerzo y empeño: "Que nos forcemos a nosotros mismos para estar cerca de este Señor..." (n. 6).

         Requiere asiduidad prolongada, sin el espejismo de quemar etapas: "Quien lo quisiere adquirir... no se canse de acostumbrarse a lo que queda dicho" (n. 7).

         "Nada se aprende sin un poco de trabajo: por amor de Dios, hermanas, que deis por bien empleado el cuidado que en esto gastareis" (n. 8).

         Como siempre, la pedagogía teresiana no reposa sobre apoyaturas teóricas. Se lo garantiza al lector: le habla desde la propia experiencia. "De mí os confieso que nunca supe qué cosa era rezar con satisfacción hasta que el Señor me enseñó este modo. Y siempre he hallado tantos provechos de esta costumbre de recogimiento dentro de mí, que eso me ha hecho alargar tanto" (n. 7).

         De ahí la última garantía: la iniciación en el recogimiento no es un rodaje sin fin. Es cierto que no puede programarse a plazo fijo, pero la Santa asegura al aprendiz de oración que "como se acostumbre, saldrá con ello más pronto o más tarde" (n. 7). "Yo sé que, si ponéis cuidado, en un año y quizás en medio saldréis con ello con el favor de Dios. Mirad qué poco tiempo para tan gran ganancia" (n. 8).


El recogimiento... ¿es natural o sobrenatural?

         Poco antes de escribir estas páginas centrales del Camino, la Santa había redactado por segunda vez su obra maestra: el Libro de su Vida. Más de una vez insinuará a las lectoras del Camino la posibilidad de asomarse a ese otro libro.

         También allí habló de oración y de recogimiento. Lo tiene presente. Era una de las maneras de regar el huerto. Pero el recogimiento de que allí trató, en díptico, con la oración "de quietud" (caps. 14-15), se situaba ya más allá del umbral de la oración mística. Era, como ella dijo: "Recogimiento sobrenatural" o infuso, puro don de Dios, como los sucesivos grados de oración mística (últimas maneras de regar el huerto), cosa a que el orante puede "disponerse", pero que nunca podrá lograr por su solo esfuerzo.

         Pues bien, no es ese el recogimiento de que ahora habla en el Camino. Lo dirá, insistentemente, a las lectoras en dos afirmaciones categóricas:

         - La primera, reiterándoles que el "recogimiento" es el término normal y asequible de nuestro esfuerzo por interiorizar la oración: "Entended que esto no es cosa sobrenatural, sino que está en nuestro querer y que podemos nosotros hacerlo con el favor de Dios, que sin éste no se puede nada..." (n. 4).

         Al margen de esas líneas del autógrafo teresiano, uno de los teólogos revisores de su escrito anotó el significado del término "sobrenatural" utilizado por la Santa: "Quiere decir sobrenatural lo que no está puesto en nuestro albedrío con los favores ordinarios de Dios".

         Es decir, que en el léxico teresiano, "sobrenatural" equivale a místico y, por tanto, no es místico sino común y corriente el recogimiento que en el Camino enseña la Santa al aprendiz de oración.

         Pero, casi a renglón seguido, añade su segunda observación: el recogimiento es la mejor disposición para ser introducido en esas otras formas o niveles de oración que ella ha llamado "sobrenaturales". Será la última afirmación del capítulo: "Mirad qué poco tiempo para tan gran ganancia como es hacer buen fundamento para, si quisiere el Señor levantarnos a grandes cosas, que halle en vos aparejo, hallándoos cerca de Sí" (n. 8).

         Ya en páginas anteriores se lo había anticipado a las lectoras del Camino: el recogimiento es preparación normal para la oración mística. Recordemos alguno de esos pasajes.

         "Llámase recogimiento porque recoge el alma todas sus potencias y se entra dentro con su Dios, y viene con más brevedad a enseñarla su divino Maestro y a darla oración de quietud que de ninguna otra manera" (28, 4).

         Porque el recogimiento es como la colmena a que se acogen las abejas para labrar la miel. Es él el que convoca sentidos y potencias a gustar esa exquisita miel en el secreto de la colmena. "Y aunque después tornen a salir, es gran cosa haberse ya rendido..., y en tornando a llamar(los) la voluntad, vienen con más presteza, hasta que a muchas entradas de éstas quiere el Señor se queden ya del todo en contemplación perfecta" (28, 7).

         Del primer grado de esa "contemplación perfecta" tratarán los inmediatos capítulos del Camino.


[1] «Queda dicho» en el c. 28, n. 2.
[2] Salmos 90, 15 y 33, 19. - En la redacción 1ª, la cita era doble: «Así lo dice David "que nunca vio al justo desamparado" [36, 25], y otra vez "que está el Señor con los afligidos"» [34, 19].
[3] Reanuda el tema del c. 28 (nn. 2 y 11-13).
[4] Al margen del autógrafo se lee: «Quiere decir "sobrenatural" lo que no está puesto en nuestro albedrío con los favores ordinarios de Dios». Al final de la anotación se leen las iniciales: «f. D. B.», que equivaldrían a «fray Domingo Báñez», pero que en realidad son un amaño mal logrado. La anotación no es del ilustre dominico.
[5] Probablemente alusión a B. de Laredo, Subida del Monte Sión, P. I, cc. 10 y 22. - En la 1ª redacción desarrollaba extensamente este pensamiento: «Está escrito en algunos libros (...) los que escriben oración mental. Como yo no hablo sino en cómo ha de rezarse la vocal para ir bien rezada, no hay para qué decir tanto; pues lo que pretendo sólo es para que veamos y estemos con quien hablamos sin tenerle vueltas las espaldas, que no me parece otra cosa estar hablando con Dios y pensando en mil vanidades. Y viene todo el daño de no entender con verdad que está cerca, sino imaginarle lejos. Y ¡cuán lejos si le vamos a buscar al cielo! Pues ¿rostro es el vuestro, Señor, para no mirarle, estando tan cerca de nosotros? No parece que nos oyen los hombres cuando hablamos, si no vemos que nos miran, y ¿cerramos los ojos para no mirar que nos miráis Vos? ¿Cómo hemos de entender si habéis oído lo que os decimos? Sólo esto es lo que querría dar a entender: que para irnos acostumbrando a con facilidad ir asegurando el entendimiento para entender lo que habla y con quién habla, es menester recoger estos sentidos exteriores a nosotros mismos y que les demos en qué se ocupar; pues es así que tenemos el cielo dentro de nosotros, pues el Señor de él lo está».
[6] El autógrafo de El Escorial prosigue: «Por eso, Hermanas, por amor del Señor, os acostumbréis a rezar con este recogimiento el Paternóster y veréis la ganancia antes de mucho tiempo. Porque es modo de orar que hace tan presto costumbre a no andar el alma perdida y las potencias alborotadas como el tiempo os lo dirá; sólo os ruego lo probéis, aunque os sea algún trabajo, que todo lo que no está en costumbre le da. Mas yo os aseguro que antes de mucho os sea gran consuelo entender que sin cansaros a buscar adonde está este santo Padre a quien pedís, le halléis dentro de vos».
[7] En el c. 28, n. 7.
[8] En lugar de esta conclusión (nn. 7-8), la primera redacción tenía un breve epílogo: «Y por ventura todas os lo sabéis, mas alguna vendrá que no lo sepa; por eso, no os pese de que lo haya aquí dicho. - Ahora vengamos a entender cómo va adelante nuestro buen Maestro y comienza a pedir a su santo Padre para nosotros, y qué pide, que es bien lo entendamos».

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Santa Teresa de Jesús, 15 de Octubre

Santa Teresa de Jesús
Virgen y Doctora de la Iglesia, Madre nuestra.
Celebración: 15 de Octubre.


Nace en Avila el 28 de marzo de 1515. Entra en el Monasterio de la Encarnación de Avila, el 2 de noviembre de 1535. Funda en Avila el primer monasterio de carmelitas descalzas con el título de San José el 24 de agosto de 1562.

Inaugura el primer convento de frailes contemplativos en Duruelo el 28 de noviembre de 1568. Llegará a fundar 32 casas. Hija de la Iglesia, muere en Alba de Tormes el 4 de octubre de 1582.

La primera edición de sus obras fue el 1588 en Salamanca, preparadas por Fr. Luis de león. El 24 de abril de 1614 fue beatificada por el Papa Pablo V, y el 12 de marzo de 1622 era canonizada en San Pedro por el Papa Gregorio XV. El 10 de septiembre de 1965, Pablo VI la proclama Patrona de los Escritores Españoles.


Gracias a sus obras -entre las que destacan el Libro de la Vida, el Camino de Perfección, Las Moradas y las Fundaciones- ha ejercido en el pueblo de Dios un luminoso y fecundo magisterio, que Pablo VI iba a reconocer solemnemente, declarándola Doctora de la Iglesia Universal el 27 de septiembre de 1970.

Teresa es maestra de oración en el pueblo de Dios y fundadora del Carmelo Teresiano.

¿Qué significa la oración para Santa Teresa?
"Procuraba, lo más que podía, traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor, dentro de mí presente. Y ésta era mi manera de oración. Si pensaba en algún paso, le representaba en lo interior; aunque lo más gastaba en leer buenos libros, que era toda mi recreación; porque no me dio Dios talento de discurrir con elentendimiento ni de aprovecharme con la imaginación; que la tengo tan torpe, que, aun para pensar y representar en mí (como lo procuraba traer) la humanidad del Señor, nunca acababa. Y, aunque por esta vía de no poder obrar con el entendimiento llegan más presto a la contemplación si perseveran, es muy trabajoso y penoso. Porque, si falta la ocupación de la voluntad y el haber en qué se ocupe en cosa presente el amor, queda el alma como sin arrimo ni ejercicio, y da gran pena la soledad y sequedad, y grandísimo combate los pensamientos" (Vida 4,7).

"En la oración pasaba gran trabajo, porque no andaba el espíritu señor sino esclavo; y así no me podía encerrar dentro de mí (que era todo el modo de proceder que llevaba en la oración), sin encerrar conmigo mil vanidades. Pasé así muchos años; que ahora me espanto qué sujeto bastó a sufrir que no dejase lo uno o lo otro. Bien sé que dejar la oración ya no era en mi mano, porque me tenía con las suyas el que me quería para hacerme mayores mercedes" (Vida 7, 17).

"Gran mal es un alma sola entre tantos peligros. Paréceme a mí que, si yo tuviera con quién tratar todo esto, que me ayudara a no tornar a caer, siquiera por vergüenza, ya que no la tenía de Dios. Por eso, aconsejaría yo a los que tienen oración, en especial al principio, procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo. Es cosa importantísima, aunque no sea sino ayudarse unos a otros con su oración. ¡Cuánto más, que hay muchas más ganancias! Yo no sé por qué (pues de conversa ciones y voluntades humanas, aunque no sean muy buenas, se procuran amigos con quien descansar y para más gozar de contar aquellos placeres vanos) no se ha de permitir que quien comenzare de veras a amar a Dios y a servirle, deje de tratar con algunas personas sus placeres y trabajos; que de todo tienen los que tienen oración" (Vida 7, 20).

Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por mí..., se me ofreció lo que ahora diré... que es: considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal adonde hay muchos aposentos así como en el cielo hay muchas moradas... Pues ¿qué tal os parece que será el aposento adonde un rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita?... no hay para qué nos cansar en querer comprender la hermosura de este castillo... ¿No es pequeña lástima y confusión que por nuestra culpa no (nos) entendamos a nosotros mismos ni sepamos quién somos? ¿No sería qran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es y no se conociese ni supiese quién fue su padre ni su madre ni de qué tierra?.... (1 Moradas 1,1-2)