Libro de las Fundaciones
CAPÍTULO 10 (nn. 1-7)
CAPÍTULO 10 (nn. 1-7)
En que se trata de la fundación de la casa de Valladolid. Llámase este monasterio la Concepción de Nuestra Señora del Carmen.
1. Antes que se fundase este monasterio de San José en Malagón, cuatro o cinco meses, tratando conmigo un caballero principal[1] , mancebo, me dijo que, si quería hacer monasterio en Valladolid, que él daría una casa que tenía, con una huerta muy buena y grande, que tenía dentro una gran viña, de muy buena gana, y quiso dar luego la posesión; tenía harto valor. Yo la tomé, aunque no estaba muy determinada a fundarle allí, porque estaba casi un cuarto de legua del lugar. Mas parecióme que se podría pasar a él[2] , como allí se tomase la posesión. Y como él lo hacía tan de gana, no quise dejar de admitir su buena obra, ni estorbar su devoción.
2. Desde a dos meses, poco más o menos, le dio un mal tan acelerado que le quitó el habla, y no se pudo bien confesar, aunque tuvo muchas señales de pedir al Señor perdón. Murió muy en breve, harto lejos de donde yo estaba[3] . Díjome el Señor que había estado su salvación en harta aventura, y que había habido misericordia de él por aquel servicio que había hecho a su Madre en aquella casa que había dado para hacer monasterio de su orden, y que no saldría de purgatorio hasta la primera misa que allí se dijese, que entonces saldría. Yo traía tan presente las graves penas de esta alma, que aunque en Toledo deseaba fundar, lo dejé por entonces y me di toda la prisa que pude para fundar como pudiese en Valladolid.
3. No pudo ser tan presto como yo deseaba, porque forzado me hube de detener en San José de Ávila, que estaba a mi cargo, hartos días, y después en San José de Medina del Campo, que fui por allí, adonde estando un día en oración, me dijo el Señor que me diese prisa, que padecía mucho aquel alma; que, aunque no tenía mucho aparejo, lo puse por obra y entré en Valladolid día de San Lorenzo[4]. Y como vi la casa, diome harta congoja, porque entendí era desatino estar allí monjas sin muy mucha costa; y aunque era de gran recreación, por ser la huerta tan deleitosa, no podía dejar de ser enfermo, que estaba cabe el río.
4. Con ir cansada, hube de ir a misa a un monasterio de nuestra Orden[5], que vi que estaba a la entrada del lugar, y era tan lejos, que me dobló más la pena. Con todo, no lo decía a mis compañeras por no las desanimar. Aunque flaca, tenía alguna fe que el Señor, que me había dicho lo pasado, lo remediaría. Hice muy secretamente venir oficiales y comenzar a hacer tapias para lo que tocaba al recogimiento, y lo que era menester. Estaba con nosotras el clérigo que he dicho, llamado Julián de Ávila, y uno de los dos frailes que queda dicho, que quería ser descalzo[6], que se informaba de nuestra manera de proceder en estas casas. Julián de Ávila entendía en sacar la licencia del Ordinario, que ya había dado buena esperanza antes que yo fuese. No se pudo hacer tan presto que no viniese un domingo antes que estuviese alcanzada la licencia; mas diéronnosla para decir misa adonde teníamos para iglesia, y así nos la dijeron.
5. Yo estaba bien descuidada de que entonces se había de cumplir lo que se me había dicho de aquel alma[7] ; porque, aunque se me dijo «a la primera misa», pensé que había de ser a la que se pusiese el Santísimo Sacramento Viniendo el sacerdote a donde habíamos de comulgar, con el Santísimo Sacramento en las manos, llegando yo a recibirle, junto al sacerdote se me representó el caballero que he dicho, con rostro resplandeciente y alegre[8] ; puestas las manos, me agradeció lo que había puesto por él para que saliese del purgatorio y fuese aquel alma al cielo. Y cierto que la primera vez que entendí estaba en carrera de salvación, que yo estaba bien fuera de ello y con harta pena, pareciéndome que era menester otra muerte para su manera de vida; que aunque tenía buenas cosas, estaba metido en las del mundo. Verdad es que había dicho a mis compañeras que traía muy delante la muerte. Gran cosa es lo que agrada a nuestro Señor cualquier servicio que se haga a su Madre, y grande es su misericordia. Sea por todo alabado y bendito, que así paga con eterna vida y gloria la bajeza de nuestras obras y las hace grandes siendo de pequeño valor.
6. Pues llegado el día de nuestra Señora de la Asunción, que es a quince de agosto, año de 1568, se tomó la posesión de este monasterio.
Estuvimos allí poco, porque caímos casi todas muy malas. Viendo esto una señora de aquel lugar, llamada doña
María de Mendoza, mujer del comendador Cobos, madre del marqués de Camarasa, muy cristiana y de grandísima caridad (sus limosnas en gran abundancia la daban bien a entender), hacíame mucha caridad de antes que yo la había tratado, porque es hermana del obispo de Ávila que en el primer monasterio nos favoreció mucho y en todo lo que toca a la orden. Como tiene tanta caridad y vio que allí no se podrían pasar sin gran trabajo, así por ser lejos para las limosnas, como por ser enfermo, díjonos que le dejásemos aquella casa y nos compraría otra. Y así lo hizo, que valía mucho más la que nos dio, con dar todo lo que era menester hasta ahora, y lo hará mientras viviere.
7. Día de San Blas[9] , nos pasamos a ella con gran procesión y devoción del pueblo; y siempre la tiene, porque hace el Señor muchas misericordias en aquella casa y ha llevado a ella almas, que a su tiempo se pondrá su santidad, para que sea alabado el Señor, que por tales medios quiere engrandecer sus obras y hacer merced a sus criaturas. Porque entró allí una que dio a entender lo que es el mundo en despreciarle, de muy poca edad. Me ha parecido decirlo aquí, para que se confundan los que mucho le aman, y tomen ejemplo las doncellas a quien el Señor diere buenos deseos e inspiraciones, para ponerlos por obra.
[1] D. Bernardino de Mendoza, hermano del Obispo de Avila D. Alvaro de Mendoza, y de doña María de Mendoza: los tres personajes entrarán en acción en este capítulo. - Mancebo, en la acepción de «joven y soltero». - La finca ofrecida para la fundación era Río de Olmos, a poco más de un kilómetro de la puerta del Carmen, al sur de la ciudad, junto al río. Único resto del paso de la Santa es una ermita abandonada.
[3] Murió en Ubeda, a primeros de 1568, mientras la Santa se hallaba en el convento de La Imagen de Alcalá.
[4] Diez de agosto de 1568. Etapas de su viaje: el 19 de mayo sale de Malagón; el 29, de Toledo para Escalona; del 2 al 30 de junio está en Avila, donde es Priora. El 30 sale de Avila, pasa por Duruelo y Medina, donde está del 1 al 9 de agosto, y el 10 entra en Valladolid.
[5] El de Carmelitas Calzados. - La palabra vi fue tachada por un corrector. - Acompañaban a la Santa tres monjas fundadoras.
[6] De Julián de Avila habló en el c. 3, n. 2; el fraile descalzo era San Juan de la Cruz que en Valladolid se sometió a un delicado aprendizaje de vida carmelitana, bajo la dirección y el magisterio de la Reformadora.
[8] D. Bernardino (cf. n. 1), puestas las manos, es decir, con ellas juntas y erigidas en actitud orante. JULIÁN DE AVILA, actor en aquella escena, refiere: «...y cuando di el Santísimo Sacramento a la Madre, la vi con grande arrobamiento, el cual tenía muchas veces antes o después que le recibía» (Vida de la Santa, P. 2, c. 8, p. 263 y cf. B.M.C., t. 18, p. 221). Rubens inmortalizó la escena.
[9] Tres de febrero de 1569. - Unas líneas más adelante escribió dos veces la frase entró allí una, que luego fue tachada.
COMENTARIOS DEL CAPÍTULO 10 (nn. 1-7) DE FUNDACIONES
Fundación del Carmelo de Valladolid
Tras unos meses de interrupción, Teresa reanuda la redacción de las fundaciones probablemente en Segovia. Vida agitada la de esos días. Desde Salamanca, la Santa ha preparado la supresión del Carmelo de Pastrana, acosado por la Éboli, y para sus monjas ha proyectado la acogida en el futuro Carmelo de Segovia. Llega a esta ciudad acompañada de un pequeño grupo de fundadoras y de fray Juan de la Cruz. Inaugura el Carmelo segoviano eM9 de marzo. A primeros de abril acoge en él a las fugitivas monjas de Pastrana. Y, a continuación, dispone de cinco meses de plácida calma, buen clima para escribir. Comienza relatando la fundación del Carmelo de Valladolid.
El capítulo se compone de dos partes netamente diversas: primero, cuenta la fundación; luego esboza el perfil de una joven vocación. En cuatro puntos:
- proyecto fundacional y muerte de su promotor (nn. 1-2)
- fundación en Río de Olmos, afueras de la ciudad (nn. 3-5)
- traslado de la fundación intramuros de Valladolid (nn. 6-7)
- pintoresca vocación de Casilda de Padilla (nn. 8-16)
La fundación vallisoletana se había gestado durante el largo viaje de Medina a Malagón. En el trayecto Medina-Madrid-Alcalá, la Santa y sus compañeras viajaron en la cómoda carroza de los dos personajes que intervendrán ahora en la nueva fundación: don Bernardino de Mendoza y su hermana Da María, hermanos de Don Alvaro de Mendoza. Fue durante ese viaje cuando Don Bernardino hizo su propuesta de fundación a la Santa y ésta la aceptó. Era el mes de enero de 1568.
Llegados a Alcalá, los dos Mendoza prosiguieron viaje camino de Andalucía, mientras la Santa se dirigía a Toledo y Malagón, adonde llegaría a primeros de abril. Aquí la sorprende, probablemente, la dolorosa noticia de la muerte, casi súbita, de Don Bernardino, acaecida en Úbeda a finales de febrero o principio de marzo anterior.
Ahora (abril de 1568), recibe ella la palabra del Señor sobre la suerte del alma del fallecido, y sobrevienen las prisas por realizar la prometida fundación, que sin embargo se retrasa a causa de los compromisos de la Santa, precisada a viajar, a grupa de caballo hasta Toledo (20 de mayo), luego a Escalona (30 de mayo), Ávila (2 de junio), Duruelo y Medina.
Durante esta postrera parada, en Medina, la Santa impone a fray Juan de la Cruz el hábito de descalzo. Y ambos, con una buena comitiva de monjas, más una novicia y otra postulante, salen el 9 de agosto para Valladolid, adonde llegan el día siguiente: "entré en Valladolid día de San Lorenzo", anota la Santa (n. 3).
Sorpresa poco grata al llegar a la finca de Río de Olmos, sita a unos dos kilómetros de la ciudad ("como vi la casa, diome gran congoja"). Gratísima, en cambio, al celebrarse la la primera misa y tener una nueva gracia mística sobre la eternidad de Don Bernardino. "Sea por todo alabado y bendito (nuestro Señor), que así paga con eterna vida y gloria la bajeza de nuestras obras..." (n. 5).
A partir de ese momento entra en escena la hermana de Don Bernardino, Da María de Mendoza, que comprueba los inconvenientes de la casona de Río de Olmos y agencia el traslado de la fundación a mejor local dentro de la ciudad, adonde ingresa la comunidad "día de San Blas [3.2.1569]... con grandísima procesión y devoción del pueblo" (n. 7).
La segunda mitad del capítulo narra la aventura vocacional de Casilda de Padilla, que literariamente forma una unidad con el capítulo siguiente. A él la remitimos.
NOTAS A LOS COMENTARIOS DEL CAPÍTULO 10
1. Los Mendoza. El lector ya conoce, desde los primeros capítulos, a Don Alvaro de Mendoza, Obispo de Ávila. Son hermanos suyos los dos Mendozas del presente capítulo: Don Bernardino es el hermano menor de Don Alvaro. Da María de Mendoza estuvo casada con Francisco de los Cobos, secretario de Carlos V. Viuda desde 1547, forma parte del selecto grupo de amigas de la Santa: Luisa de la Cerda, Duquesa de Alba, Guiomar de Ulloa...Es "madre del marqués de Camarasa". De la frecuente correspondencia de la Santa con ella, nos quedan cinco cartas.
2. Río de Olmos: fue la primera ubicación de la fundación vallisoletana, situada al sur de la ciudad, en ¡a ribera izquierda del Pisuerga. Distante entre dos y tres kilómetros de la entonces Puerta del Campo. Paisaje deleitoso, pero insalubre y solitario.
LIBRO DE FUNDACIONES DE SANTA TERESA DE JESÚS
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