Libro de las Fundaciones
CAPÍTULO 21
En que se trata la fundación del Glorioso San José
del Carmen de Segovia. Fundose el mismo día de San José, año de 1574 (1)[1].
1. Ya he dicho cómo después de haber fundado el
monasterio de Salamanca y el de Alba y antes que quedase con casa propia el de
Salamanca, me mandó el padre maestro fray Pedro Fernández, que era comisario
apostólico (2)[2]
entonces, ir por tres años a La Encarnación de Ávila, y cómo viendo la
necesidad de la casa de Salamanca, me mandó ir allá para que se pasasen a casa
propia. Estando allí un día en oración, me fue dicho de nuestro Señor que fuese
a fundar a Segovia (3)[3].
A mí me pareció cosa imposible, porque yo no había de ir sin que me lo
mandasen, y tenía entendido del padre comisario apostólico, el maestro fray
Pedro Fernández, que no había gana que fundase más; y también veía que no
siendo acabados los tres años que había de estar en la Encarnación, que tenía
gran razón de no lo querer. Estando pensando esto, díjome el Señor que se lo
dijese, que Él lo haría.
2. A la sazón estaba en Salamanca, y escribile que
ya sabía cómo yo tenía precepto de nuestro reverendísimo General de que cuando
viese cómodo en alguna parte para fundar, que no lo dejase. Que en Segovia
estaba admitido un monasterio de éstos, de la ciudad y del Obispo; que si
mandaba Su Paternidad, que le fundaría; que se lo significaba por cumplir con
mi conciencia; y con lo que mandase quedaría segura o contenta. Creo estas eran
las palabras, poco más o menos, y que me parecía sería servicio de Dios. Bien
parece que lo quería Su Majestad, porque luego dijo que le fundase, y me dio
licencia; que yo me espanté harto, según lo que había entendido de él en este
caso. Y desde Salamanca procuré me alquilasen una casa, porque, después de la
de Toledo y Valladolid, había entendido era mejor buscársela propia después de
haber tomado la posesión, por muchas causas: la principal, porque yo no tenía
blanca para comprarlas (4)[4],
y estando ya hecho el monasterio luego lo proveía el Señor; y, también,
escogíase sitio más a propósito.
3. Estaba allí una señora, mujer que había sido de
un mayorazgo, llamada doña Ana de Jimena. Esta me había ido una vez a ver a
Ávila y era muy sierva de Dios, y siempre su llamamiento había sido para monja.
Así, en haciéndose el monasterio, entró ella y una hija suya de harto buena
vida, y el descontento que había tenido casada y viuda le dio el Señor de
doblado contento en viéndose en la religión. Siempre habían sido madre e hija
muy recogidas y siervas de Dios (5)[5].
4. Esta bendita señora tomó la casa y de todo lo que
vio habíamos menester, así para la iglesia como para nosotras, la proveyó, que
para eso tuve poco trabajo. Mas porque no hubiese fundación sin alguno, dejado
el ir yo allí con harta calentura y hastío y males interiores de sequedad y
oscuridad en el alma, grandísima, y males de muchas maneras corporales, que lo
recio me duraría tres meses, y medio año que estuve allí siempre fue mala (6)[6].
5. El día de San José, que pusimos el Santísimo
Sacramento, que, aunque había del Obispo licencia y de la ciudad, no quise sino
entrar la víspera secretamente de noche...; había mucho tiempo que estaba dada
la licencia, y como estaba en la Encarnación y había otro prelado que el
Generalísimo nuestro padre (7)[7],
no había podido fundarla, y tenía la licencia del Obispo que estaba entonces,
cuando lo quiso el lugar, de palabra, que lo dijo a un caballero que lo
procuraba por nosotras, llamado Andrés de Jimena, y no se le dio nada tenerla
por escrito, ni a mí me pareció que importaba. Y engañeme, que como vino a
noticia del Provisor que estaba hecho el monasterio, vino luego muy enojado y
no consintió decir más misa y quería llevar preso a quien la había hecho, que
era un fraile Descalzo que iba con el padre Julián de Ávila (8)[8]
y otro siervo de Dios que andaba conmigo, llamado Antonio Gaytán.
6. Este era un caballero de Alba, y habíale llamado
nuestro Señor, andando muy metido en el mundo, algunos años había; teníale tan
debajo de los pies, que sólo entendía en cómo le hacer más servicio. Porque en
las fundaciones de adelante se ha de hacer mención de él, que me ha ayudado
mucho y trabajado mucho, he dicho quién es; y si hubiese de decir sus virtudes,
no acabara tan presto (9)[9].
La que más nos hacía al caso es estar tan mortificado, que no había criado de
los que iban con nosotras que así hiciese cuanto era menester. Tiene gran
oración, y hale hecho Dios tantas mercedes, que todo lo que a otros sería
contradicción le daba contento y se le hacía fácil, y así lo es todo lo que
trabaja en estas fundaciones. Que parece bien que a él y al padre Julián de
Ávila los llamaba Dios para esto, aunque al padre Julián de Ávila fue desde el
primer monasterio. Por tal compañía debía nuestro Señor querer que me sucediese
todo bien. Su trato por los caminos era tratar de Dios y enseñar a los que iban
con nosotras y encontraban, y así de todas maneras iban sirviendo a Su Majestad
(10)[10].
7. Bien es, hijas mías, las que leyereis estas
fundaciones, sepáis lo que se les debe, para que, pues sin ningún interés
trabajaban tanto en este bien que vosotras gozáis de estar en estos
monasterios, los encomendéis a nuestro Señor y tengan algún provecho de
vuestras oraciones; que si entendieseis las malas noches y días que pasaron, y
los trabajos en los caminos, lo haríais de muy buena gana.
8. No se quiso ir el Provisor de nuestra iglesia sin
dejar un alguacil a la puerta, yo no sé para qué. Sirvió de espantar un poco a
los que allí estaban. A mí nunca se me daba mucho de cosa que acaeciese después
de tomada la posesión; antes eran todos mis miedos. Envié a llamar a algunas
personas, deudos de una compañera que llevaba de mis hermanas (11)[11],
que eran principales del lugar, para que hablasen al Provisor y le dijesen cómo
tenía licencia del Obispo. Él lo sabía muy bien, según dijo después, sino que
quisiera le diéramos parte, y creo yo que fuera muy peor. En fin, acabaron con
él que nos dejase el monasterio, y quitó el Santísimo Sacramento (12)[12].
De esto no se nos dio nada. Estuvimos así algunos meses, hasta que se compró
una casa, y con ella hartos pleitos. Harto le habíamos tenido con los frailes
franciscos por otra que se compraba cerca. Con estotra le hubo con los de la
Merced y con el Cabildo, porque tenía un censo la casa suyo.
9. ¡Oh Jesús!, ¡qué trabajo es contender con muchos
pareceres! Cuando ya parecía que estaba acabado, comenzaba de nuevo; porque no
bastaba darles lo que pedían, que luego había otro inconveniente. Dicho así no
parece nada, y el pasarlo fue mucho.
10. Un sobrino del Obispo hacía todo lo que podía
por nosotras, que era prior y canónigo de aquella iglesia (13)[13],
y un licenciado Herrera, muy gran siervo de Dios. En fin, con dar hartos
dineros se vino a acabar aquello. Quedamos con el pleito de los Mercedarios
(14)[14],
que para pasarnos a la casa nueva fue menester harto secreto. En viéndonos
allá, que nos pasamos uno o dos días antes de San Miguel, tuvieron por bien de
concertarse con nosotras por dineros. La mayor pena que estos embarazos me
daban, era que no faltaban ya sino siete u ocho días para acabarse los tres
años de la Encarnación, y había de estar allá por fuerza al fin de ellos (15)[15].
11. Fue nuestro Señor servido que se acabó todo tan
bien, que no quedó ninguna contienda, y desde a dos o tres días me fui a La
Encarnación (16)[16].
Sea su nombre por siempre bendito, que tantas mercedes me ha hecho siempre, y
alábenle todas sus criaturas. Amén.
Notas del texto teresiano
[6]Es éste uno de los típicos pasajes en que la Santa pierde y vuelve a perder el hilo de la gramática, pero sin perder el del discurso que va refiriendo. Las frases quedan inconclusas; pero el sentido se capta fácilmente: Mas, porque no hubiese fundación sin algún trabajo... (aparte el ir yo... llena de ellos) ... el día de S. José... vino luego muy enojado el Provisor y no consintió decir misa. – En la trascripción del texto teresiano, prefiero señalar con puntos suspensivos el corte de la proposición inconclusa.
[10]Antonio Gaitán, cuyo elogio hace aquí la Santa fue uno de esos sujetos que al caer en la órbita teresiana cristalizaron en un extraño y estupendo fenómeno de amistad incondicional. Después de una vida bastante distraída llegó a ser dirigido espiritual de la Santa (véase el Epistolario), quien tuvo para él la fina deferencia de admitir a su hija en el Carmelo de Alba a los 7 años de edad: llamose en religión Mariana de Jesús.
[12]Acabaron con él: en la concebida acepción de ultimar un acuerdo. – No se nos dio nada: no nos importó. – Estuvimos así algunos meses, es decir, desde el 19 de marzo hasta el 24 de septiembre, en que la Santa tomó posesión de las nuevas casas, a tenor de un hermoso ceremonial de la época: el licenciado Tamayo tomó de la mano a la «M. Teresa de Jesús, Fundadora, y a Isabel de Sto. Domingo, Priora, y las metió en dicha casa, y en señal de posesión, la dicha Teresa de Jesús echó fuera della al dicho Diego de Porres (el dueño cesante) y se pasearon por ella de unas partes a otras; abrió y cerró las puertas, y hicieron un altar y tocaron su campanilla, y cantaron el salmo juntamente con las demás monjas: Laudate Dominum omnes gentes, y hicieron otros actos de posesión quieta y pacíficamente, sin contradicción de persona alguna» (B.M.C., t. 5, p. 174 nota).
[16]Salió de Segovia el 30 de septiembre de 1574. El 6 de octubre concluía su trienio de Priora. – Recuérdese que la comunidad de Segovia engrosó sus filas con las monjas de Pastrana (cf. c. 17, n. 17): a poco de tomar posesión de la casa el día de S. José, Julián de Ávila y Gaitán partieron para Pastrana, de donde en cinco carros trajeron las 14 monjas que no habían plegado su cerviz a la señora de Éboli: llegaron a Segovia el 7 de abril de 1574.
Funda el Carmelo de Segovia
Ha salido de Salamanca a principios de año. Ahí había
acontecido lo más importante, la orden de fundar: "Estando un día en
oración, me fue dicho de nuestro Señor que fuese a fundar a Segovia. A mí me
pareció cosa imposible..." (n. 1). Pero a partir de esa orden, la
fundación se pone en marcha.
Por el paisaje del capítulo desfilan personajes de toda
catadura. Se detiene cada uno un momento en escena y da paso al siguiente. De
unos cuantos, Teresa traza un breve perfil. Primero de todos el Comisario
Apostólico, Pedro Fernández, que le ha impuesto durante tres años el priorato
de la Encarnación y ahora cede fácilmente a la propuesta de Segovia.
Aquí en Segovia comparece la delicada silueta de doña
Ana de Jimena, viuda noble y hacendosa, que hace años ha sugerido a Teresa la
venida y que, apenas fundado el Carmelo segoviano, ingresa en él con su propia
hija y en él será pronto priora de la comunidad.
Sigue la preciosa semblanza del caballero de Alba, Antonio
Gaytán, también viudo y con una hija. Se ha puesto a disposición de Teresa y
casi bajo su dirección espiritual. "No había criado de los que iban con
nosotras que así hiciese cuanto era menester. Tiene gran oración y hale hecho
Dios tantas mercedes..." (n. 6; Cf la carta que ella le escribe uno de
esos días sobre su entrenamiento en la oración: c. 75).
Y en contraste con ese tríptico, el aguafuerte del
"Provisor" –suplente del Obispo, ausente en el Consejo Real de Madrid–,
que apenas celebradas las primeras misas, "vino luego muy enojado y no
consintió decir más misa", y casi yerra el tiro de su ira queriendo llevarse
preso a fray Juan de la Cruz, que no había sido el celebrante de la misa
primera. Como buen suplente, muy poseído de su mando, con gesto fulminante
privó a la casa de tener Santísimo: "¡Quitó el Santísimo Sacramento!"
(n. 8).
Pero sobrevienen todavía, en siluetas breves, a veces
anónimas, otros actores de faz benévola: los dos hermanos Jimena, una de ambos
la cantora del "Véante mis ojos... " que había provocado en Salamanca
el éxtasis de Pascua y que ahora ha venido con ella a Segovia, donde su hermano
Andrés de Jimena es el "caballero que procura por nososotras", al que
ahora recurre de nuevo la Santa para que hable al iracundo Provisor (n. 8).
Y todavía otro personaje célebre, "un sobrino del
Obispo". Lo anuncia la Santa: Juan de Orozco y Cobarruvias de Leiva, "que
hacía todo lo que podía por nosotras". Este Cobarruvias es hermano del
célebre autor del Tesoro de la lengua..,
y él mismo será poco después Obispo de Guadix y Baza, uno de los primeros
escritores que peroren en un libro la autenticidad de la mística teresiana (en
su obra Tratado de la verdadera y falsa
profecía. Segovia 1588).
Todos ellos entran en acción en el relato, que se
articula sencillamente en tres o cuatro puntos:
– Antecedentes
y contactos para la fundación (nn.1‑4);
– Ingreso
e inauguración por sorpresa en casa alquilada (nn. 5‑8);
– Traslado
a la casa definitiva y séquito de dificultades (nn. 8‑10);
– Regreso
a la Encarnación de Ávila (n. 11).
Destaquemos los momentos más intensos de la narración.
El primero lo subraya la autora misma al comenzar el capítulo: es la inesperada
y sorpresiva decisión de fundar. Se debía a su doble situación: de obediencia
bajo la mira del Comisario Apostólico, decididamente contrario a ulteriores
fundaciones, y a su status de priora de la Encarnación de Ávila en ese trienio
1571‑1574, con una ya larga ausencia para promover la causa del Carmelo
salmantino. En esa situación, a la Santa le parece "cosa imposible"
emprender la nueva fundación. Pero la imposibilidad se la anula por un lado la
palabra del Señor –primer actor, como se ve, en la fundación segoviana– y la
inesperada condescendencia del Comisario apostólico a la neutral propuesta de
la Santa.
El segundo momento, casi tacitado en el relato pero
mucho más tenso, es el creado tras la inauguración de la Casa. Privada del
Santísimo, la Comunidad consigue a duras penas la celebración de la Eucaristía,
pero entre tanto la Santa tiene que adaptar y "ensanchar" la pequeña
vivienda recién alquilada para una comunidad carmelita desbordante. En secreto
absoluto organiza ella el desalojo del Carmelo de Pastrana, y de noche, en
cinco carros de mala muerte, guiados por Julián de Ávila y por Antonio Gaytán, se
presentan en Segovia las carmelitas fugitivas de Pastrana para engrosar, sin
más, la nueva comunidad. ¡Tantas monjas en tan exiguo asilo! "Las que están
acá –escribe a la priora de Valladolid–, yo las aseguro, son extremadas.
Estaremos aquí 22, idas las seis, y la priora –que no es de aquí (es Isabel de
Santo Domingo, venida de Pastrana), y la supriora, queda razonable..."
(carta 73, 6).
Es decir, la casita y la comunidad quedan razonables, después
de partir para otros Carmelos otras cuatro de las venidas de Pastrana "y
aún son pocas" (ib). Escribía esto en septiembre de 1574, y la pequeña
avalancha de las fugitivas de Pastrana había llegado a la casa alquilada de
Segovia el 7 de abril, a los pocos días de la inauguración. Para la acompasada
vida del nuevo Carmelo, había sido una situación de ultranza. Ya habían entrado
las primeras ilustres vocaciones segovianas, entre ellas la dama doña Ana de Jimena
y su hija y, novicias aún, se les muere ahí en Segovia, a los 24 de edad, el hijo
heredero del mayorazgo, don Diego de Barrios, con nuevas ansias y problemas
para la casa y sus fundadoras.
Todavía un tercer momento intensivo es el plan de
regreso a la Encarnación, para finalizar el priorato. Mientras tramita la
adquisición de la nueva casa, a Teresa le quedan los días contados. Ha de ir
antes del 6 de agosto a Ávila. No sólo a rendir el finiquito de su trienio
prioral, sino con una despedida digna. Ya a su regreso de Alba a Segovia, al
detenerse en Ávila, había mitigado la pobreza de la casa con los mil reales que
le había regalado su admiradora la Duquesa. Pero el monasterio sigue tan pobre
que la Santa intensifica desde Segovia sus relaciones con el Mayordomo de la
Encarnación, preocupándose de la comida y asegurándole que "yo traigo [ando]
por acá mirando si puedo coger algo, para de que me vaya" (carta 74, 2: de
final de septiembre). Y poco antes escribe, casi con ansia a su colaboradora
factotum la priora de Valladolid, María Bautista:
"A fin de este mes (de septiembre) me iré a la
Encarnación a mucho tardar. Si de aquí allá quisiera mandar algo, escríbamelo...
Si tiene por allá quien me preste algunos reales..., porque no llevo blanca, y
para ir a la Encarnación no se sufre, y aquí no hay ahora disposición, como se
ha de acomodar la casa. Poco o mucho, me lo procure" (carta 71, 4‑5).
Son esos los afanes de sus últimos días priorales a
distancia. No deja de ser una estampa interesante: la mística priora que ha
llevado para la dirección espiritual de la Encarnación al místico fray Juan de
la Cruz, tan seriamente preocupada a la hora del despido por aportar ayuda
económica a la pobreza de la casa y comida para las pobres monjas del
monasterio.
Es el último apunte del capítulo. Por fin, todo se ha
arreglado a tiempo: "Harta prisa me doy a que nos pasemos antes que me
vaya; no sé si desembarazarán (la nueva casa): hay poco que hacer..."
(carta 73, 3).
Nota del Comentario
Fechas de la despedida:
– A
finales de septiembre (1574) inaugura esa nueva casa;
– El día
30 parte de regreso a Ávila;
– El día 6
de agosto cesa en el cargo prioral de la Encarnación;
– De
priora en Segovia ha dejado a Isabel de Santo Domingo, expriora de Pastrana.
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