Libro de las Fundaciones
CAPÍTULO 23
En que trata de la fundación del monasterio del
Glorioso San José del Carmen en la ciudad de Sevilla. Díjose la primera misa
día de la Santísima Trinidad, en el año de 1575 (1)[1].
1. Pues estando en esta villa de Beas esperando
licencia del Consejo de las Órdenes para la fundación de Caravaca (2)[2],
vino a verme allí un padre de nuestra Orden, de los Descalzos, llamado el
maestro fray Jerónimo de la Madre de Dios, Gracián, que había pocos años que
tomó nuestro hábito estando en Alcalá, hombre de muchas letras y entendimiento
y modestia, acompañado de grandes virtudes toda su vida, que parece nuestra
Señora le escogió para bien de esta Orden primitiva, estando él en Alcalá, muy
fuera de tomar nuestro hábito, aunque no de ser religioso. Porque aunque sus
padres tenían otros intentos, por tener mucho favor con el Rey y su gran
habilidad, él estaba muy fuera de eso. Desde que comenzó a estudiar, le quería
su padre poner a que estudiase leyes. Él, con ser de harta poca edad, sentía
tanto, que a poder de lágrimas acabó con él que le dejase oír teología.
2. Ya que estaba graduado de maestro, trató de
entrar en la Compañía de Jesús, y ellos le tenían recibido, y por cierta
ocasión dijeron que se esperase unos días. Díceme él a mí que todo el regalo
que tenía le daba tormento, pareciéndole que no era aquél buen camino para el
cielo. Siempre tenía horas de oración y su recogimiento y honestidad en gran
extremo.
3. En este tiempo entrose un gran amigo suyo por
fraile de nuestra Orden en el monasterio de Pastrana, llamado fray Juan de
Jesús (3)[3],
también maestro. No sé si por esta ocasión de una carta que le escribió de la
grandeza y antigüedad de nuestra Orden, o qué fue el principio, que le daba tan
gran gusto leer todas las cosas de ella y probarlo con grandes autores, que
dice que muchas veces tenía escrúpulo de dejar de estudiar otras cosas por no
poder salir de éstas; y las horas que tenía recreación era ocuparse en esto.
¡Oh sabiduría de Dios y poder!, ¡cómo no podemos nosotros huir de lo que es su
voluntad! Bien veía nuestro Señor la gran necesidad que había en esta obra que
Su Majestad había comenzado, de persona semejante. Yo le alabo muchas veces por
la merced que en esto nos hizo; que si yo mucho quisiera pedir a Su Majestad
una persona para que pusiera en orden todas las cosas de la Orden en estos
principios, no acertara a pedir tanto como Su Majestad en esto nos dio. Sea
bendito por siempre.
4. Pues teniendo él bien apartado de su pensamiento
tomar este hábito, rogáronle que fuese a tratar a Pastrana con la Priora del
monasterio de nuestra Orden, que aun no era quitado de allí, para que recibiese
una monja (4)[4].
¡Qué medios toma la divina Majestad!, que para determinarse a ir de allí a
tomar el hábito tuviera por ventura tantas personas que se lo contradijeran,
que nunca lo hiciera. Mas la Virgen nuestra Señora, cuyo devoto es en gran
extremo, le quiso pagar con darle su hábito; y así pienso que fue la medianera
para que Dios le hiciese esta merced; y aun la causa de tomarle él y haberse
aficionado tanto a la Orden era esta gloriosa Virgen; no quiso que a quien
tanto la deseaba servir le faltase ocasión para ponerlo por obra, porque es su
costumbre favorecer a los que de ella se quieren amparar.
5. Estando muchacho en Madrid, iba muchas veces a
una imagen de nuestra Señora que él tenía gran devoción, no me acuerdo adónde
era: llamábala «su enamorada», y era muy ordinario lo que la visitaba. Ella le
debía alcanzar de su Hijo la limpieza con que siempre ha vivido. Dice que
algunas veces le parecía que tenía hinchados los ojos de llorar por las muchas
ofensas que se hacían a su Hijo. De aquí le nacía un ímpetu grande y deseo del
remedio de las almas y un sentimiento, cuando veía ofensas de Dios, muy grande.
A este deseo del bien de las almas tiene tan gran inclinación, que cualquier
trabajo se le hace pequeño si piensa hacer con él algún fruto. Esto he visto yo
por experiencia en hartos que ha pasado.
6. Pues llevándole la Virgen a Pastrana como
engañado, pensando él que iba a procurar el hábito de la monja, y llevábale
Dios para dársele a él. ¡Oh secretos de Dios! Y cómo, sin que lo queramos, nos
va disponiendo para hacernos mercedes y para pagar a esta alma las buenas obras
que había hecho y el buen ejemplo que siempre había dado y lo mucho que deseaba
servir a su gloriosa Madre; que siempre debe Su Majestad de pagar esto con
grandes premios.
7. Pues llegado a Pastrana, fue a hablar a la priora,
para que tomase aquella monja, y parece que la habló para que procurase con
nuestro Señor que entrase él. Como ella le vio, que es agradable su trato, de
manera que, por la mayor parte, los que le tratan le aman (es gracia que da
nuestro Señor), y así de todos sus súbditos y súbditas es en extremo amado;
porque aunque no perdona ninguna falta (que en esto tiene extremo, en mirar el
aumento de la religión), es con una suavidad tan agradable, que parece no se ha
de poder quejar ninguno de él (5)[5].
8. Pues acaeciéndole a esta priora lo que a los
demás, diole grandísima gana de que entrase en la Orden, y díjolo a las
hermanas, que mirasen lo que les importaba, porque entonces había muy pocos o
casi ninguno semejante (6)[6],
y que todas pidiesen a nuestro Señor que no le dejase ir, sino que tomase el
hábito.
Es esta priora grandísima sierva de Dios, que aun su
oración sola pienso sería oída de Su Majestad, ¡cuánto más las de almas tan
buenas como allí estaban! Todas lo tomaron muy a su cargo, y con ayunos, disciplinas
y oración lo pedían continuo a Su Majestad, y así fue servido de hacernos esta
merced. Que, como el padre Gracián fue al monasterio de los frailes y vio tanta
religión y aparejo para servir a nuestro Señor, y sobre todo ser Orden de su
gloriosa Madre que él tanto deseaba servir, comenzó a moverse su corazón para
no tornar al mundo. Aunque el demonio le ponía hartas dificultades, en especial
de la pena que había de ser para sus padres, que le amaban mucho y tenían gran
confianza había de ayudar a remediar sus hijos, que tenían hartas hijas e hijos
(7)[7],
él, dejando este cuidado a Dios, por quien lo dejaba todo, se determinó a ser
súbdito de la Virgen y tomar su hábito. Y así se le dieron con gran alegría de
todos, en especial de las monjas y priora, que daban grandes alabanzas a
nuestro Señor, pareciéndole que las había Su Majestad hecho esta merced por sus
oraciones.
9. Estuvo el año de probación con la humildad que
uno de los más pequeños novicios. En especial se probó su virtud en un tiempo
que, faltando de allí el prior, quedó por mayor un fraile harto mozo y sin
letras y de poquísimo talento ni prudencia para gobernar; experiencia no la
tenía, porque había poco que había entrado. Era cosa excesiva de la manera que
los llevaba y las mortificaciones que les hacía hacer; que cada vez me espanto
cómo lo podían sufrir, en especial semejantes personas, que era menester el
espíritu que le daba Dios para sufrirlo. Y hase visto bien después que tenía
mucha melancolía y en ninguna parte (8)[8],
aun por súbdito hay trabajo con él, cuánto más para gobernar; porque le sujeta
mucho el humor, que él buen religioso es, y Dios permite algunas veces que se
haga este yerro de poner personas semejantes para perfeccionar la virtud de la
obediencia en los que ama.
10. Así debió ser aquí, que en mérito de esto (9)[9]
ha dado Dios al padre fray Jerónimo de la Madre de Dios grandísima luz en las
cosas de obediencia para enseñar a sus súbditos, como quien tan buen principio
tuvo en ejercitarse en ella. Y para que no le faltase experiencia en todo lo
que hemos menester, tuvo tres meses antes de la profesión grandísimas
tentaciones. Mas él, como buen capitán que había de ser de los hijos de la
Virgen, se defendía bien de ellas; que cuando el demonio más le apretaba para
que dejase el hábito, con prometer de no le dejar y prometer los votos, se
defendía. Diome cierta obra que escribió con aquellas grandes tentaciones, que
me puso harta devoción y se ve bien la fortaleza que le daba el Señor.
11. Parecerá cosa impertinente haberme comunicado él
tantas particularidades de su alma; quizá lo quiso el Señor para que yo lo
pusiese aquí, porque sea Él alabado en sus criaturas; que sé yo que con
confesor ni con ninguna persona se ha declarado tanto. Algunas veces había
ocasión, por parecerle que con los muchos años y lo que oía de mí tendría yo
alguna experiencia. A vueltas de otras cosas que hablábamos, decíame éstas y
otras que no son para escribir, que harto más me alargara.
12. Ídome he, cierto, mucho a la mano, porque si
viniese algún tiempo a las suyas, no le dar pena. No he podido más, ni me ha
parecido (pues esto, si se hubiere de ver, será a muy largos tiempos) que se
deje de hacer memoria de quien tanto bien ha hecho a esta renovación de la
Regla primera. Porque, aunque no fue él el primero que la comenzó, vino a
tiempo que algunas veces me pesara (10)[10]
de que se había comenzado si no tuviera tan gran confianza de la misericordia
de Dios. Digo las casas de los frailes, que las de las monjas, por su bondad,
siempre hasta ahora han ido bien; y las de los frailes no iban mal, mas llevaba
principio de caer muy presto; porque, como no tenían Provincia por sí, eran
gobernados por los Calzados. A los que pudieran gobernar, que era el padre fray
Antonio de Jesús, el que lo comenzó, no le daban esa mano, ni tampoco tenían
constituciones dadas por nuestro reverendísimo padre General (11)[11].
En cada casa hacían como les parecía. Hasta que vinieran, o se gobernaran de
ellos mismos, hubiera harto trabajo, porque a unos les parecía uno y a otros
otro. Harto fatigada me tenían algunas veces.
13. Remediolo nuestro Señor por el padre maestro
fray Jerónimo de la Madre de Dios, porque le hicieron Comisario Apostólico y le
dieron autoridad y gobierno sobre los Descalzos y Descalzas (12)[12].
Hizo constituciones para los frailes, que nosotras ya las teníamos de nuestro
reverendísimo padre General, y así no las hizo para nosotras, sino para ellos
con el poder apostólico que tenía y con las buenas partes que le ha dado el
Señor, como tengo dicho (13)[13].
La primera vez que los visitó, lo puso todo en tanta razón y concierto, que se
parecía bien ser ayudado de la divina Majestad y que nuestra Señora le había
escogido para remedio de su Orden, a quien suplico yo mucho acabe con su Hijo
siempre le favorezca y dé gracia para ir muy adelante en su servicio. Amén.
COMENTARIO AL CAPÍTULO 23
Encuentro con Jerónimo Gracián
Fundación del Carmelo de Sevilla
Con el capítulo 23 comienza una sección especial de
cuatro capítulos, dedicados a historiar la fundación del Carmelo de Sevilla. La
Santa los escribe en Toledo, al año siguiente de la fundación hispalense. Le
han insistido en que se alargue en el relato. Y así lo hace. Comienza con la
semblanza biográfica de Jerónimo Gracián (cap. 23), y termina la sección con
otra semblanza, la primera vocación sevillana, H. Beatriz Chaves (cap. 26).
Un simpático desliz abre el capítulo primero, cuyo
epígrafe anuncia la erección del Carmelo sevillano, con los correspondientes
patrono y fecha. Pero desde la primera línea la pluma se le desliza al tema
biográfico de Gracián, quien copa el texto íntegro de los tres folios
siguientes, de suerte que al iniciar nuevo capítulo, tendrá que repetir el
mismo título, porque el tema propuesto en el 23 ha quedado intacto.
He aquí el guión temático de los cuatro capítulos:
– Cap. 23:
semblanza biográfica de Gracián;
– Cap. 24:
viaje de las fundadoras de Beas a Sevilla;
– Cap. 25:
trabajosa erección del Carmelo hispalense;
– Cap. 26:
regreso de la Santa a Castilla y primera vocación andaluza.
Gracián ingresa en la historia de las fundaciones
teresianas por doble motivo; porque al llegar a Beas resuelve el problema
jurisdiccional de la fundación; y porque ahí mismo es él quien decide, contra
el parecer de la Santa, la inmediata fundación del Carmelo de Sevilla.
En todo caso, su encuentro con la Santa en Beas es para
ésta un acontecimiento excepcional. No sólo la fascina el joven carmelita
descalzo, sino que capta la atención de su pluma, que se detiene morosamente a
trazar su perfil: familia numerosa, brillantes estudios en Alcalá, encantadora
devoción mariana, visita a Pastrana y entrada en aquel noviciado, entonces en
clima de ascetismo extremoso bajo un maestro de novicios absolutamente
desquiciado, refractario a las pautas del propio fray Juan de la Cruz y
descalificado por el teólogo dominico Domingo Báñez.
A sus 27 años, ahí hace Gracián su entrenamiento en la
vida religiosa: "Estuvo el año de probación con la humildad que uno de los
más pequeños novicios" (n. 9), con buen aprendizaje "en las cosas de
obediencia", "como buen capitán que había de ser de los hijos de la
Virgen".
Ahí en Pastrana hace su profesión justamente cuando las
cosas se han agravado con la presencia y viudez de la imprevisible princesa de
Éboli. Evitando caer en su órbita, se aleja a Andalucía y llega a Beas con
solos tres años de vida carmelita, pero investido ya con poderes de Visitador
apostólico.
La Santa lo ve como un hombre providencial. A partir de
la fundación de Descalzos en Pastrana, éstos se le han ido de la mano. No sólo
por los bandazos de extremismo rigorista ("me espanto cómo lo podían
sufrir": n. 9), sino porque "en cada casa hacían como les
parecía", sin Constituciones a qué atenerse y uniformarse, de suerte que
"llevaban principio de caer (decaer) muy pronto", hasta el punto de
que "algunas veces me pesara de que se había comenzado".
Pues bien, ante esta situación la llegada de Gracián al
grupo de Descalzos es para la Santa una auténtica providencia de Dios: "Si
yo mucho quisiera pedir a Su Majestad una persona para que pusiera en orden
todas las cosas de la Orden en estos principios, no acertara a pedir tanto como
Su Majestad en esto nos dio. Sea bendito por siempre" (n. 3).
Es la tesis sostenida a lo largo del capítulo: "Parece
nuestra Señora lo escogió para bien de esta Orden primitiva" (n. 1). Y lo
repite literalmente al final: "Se parece bien... que nuestra Señora le
había escogido para remedio de su Orden" (n. 13).
En la futura historia del Libro de las Fundaciones, esta
flamante apología de Gracián y de su rol en la familia de Descazos jugará un
papel decisivo. Será uno de los factores que retrasen la edición de la obra más
de veinte años. Y cuando por fin la edite en 1610 el propio P. Gracián, ya
expulsado de la familia teresiana, el presente capítulo provocará la ira y el
rechazo de los irresponsables carmelitas españoles. Pero seguirá proclamando la
personalidad y excelencias del denostado padre Gracián.
Notas del Comentario
1. Marco cronológico:
– abril de
1575: encuentro de la Santa y Gracián en Beas:
– 18.5.1575:
salida de la Santa camino de Sevilla;
–
26.5.1575: llegada a Sevilla;
– otoño de
1576: en Toledo redacta este capítulo (carta 128, 5).
2. Datos biográficos de Gracián (1545‑1614):
– 25.4.1572:
toma de hábito en Pastrana;
– 25.4.1573:
profesión religiosa;
– 29.7.1573:
muere Ruy Gómez, Príncipe de Éboli;
– 4.8.1573:
patente de Visitador en Andalucía;
– abril, 1575:
encuentro con la Santa en Beas;
– 1581:
primer provincial del Carmelo teresiano;
– 1592: es
expulsado de la Orden;
– 1593:
prisionero en Túnez;
– 1595:
rescatado de la prisión;
– 21.9.1614:
muere en Bruselas.
NOTAS del texto teresiano
[2]
Lo referirá por menudo en el c. 27. – El P. Gracián es personaje importantísimo
en la historia teresiana y en la de sus Fundaciones. Nacido en Valladolid en
1545, entró en el noviciado de Pastrana en 1572, a sus dos años de sacerdocio,
y profesó en 1573. Cuando se encontró por primera vez con la Santa en Beas por
abril de 1575, ya estaba investido de cargos de suma importancia en el Carmelo
español y de grave trascendencia para el porvenir de la Reforma. Santa Teresa
tuvo por él una admiración superlativa, y un amor filial y materno a la vez.
Estas relaciones están magníficamente documentadas en el Epistolario teresiano
y en casi todos los escritos del privilegiado Padre.
[3]
Juan de Jesús, Roca, era catalán
(1543), condiscípulo de Gracián en la Universidad de Alcalá, había entrado en
el noviciado de Pastrana unos meses antes que éste (1/1/1572).
[4]
El monasterio... aun no era quitado de
allí: se trasladaría a Segovia en abril de 1574: cf. c. 21, nn. 10-11. –
Era Priora Isabel de Santo Domingo, la misma que se enfrentó valientemente con
la Princesa de Éboli. – La monja cuya entrada negoció Gracián fue Bárbara del
Espíritu Santo.
[5]
El periodo queda inconcluso a causa de los numerosos incisos. Lo reanuda así:
«Como ella lo vio... (sigue la serie de incisos: n. 7), diole grandísima gana
de que entrase en la Orden...» (n. 8).
[6]
O casi ninguno semejante, es
aclaración que agregó la Santa entre líneas, insistiendo en su apreciación de
la excepcionalidad de Gracián.
[8]
En ninguna parte... se libra de ella
(de la melancolía); tal parece ser el sentido de la frase, truncada. – Se trata
de fray Ángel de S. Gabriel, que por aquellas fechas desempañó el cargo de
Maestro de Novicios, abundando en terribles austeridades y pruebas ascéticas:
hubo de ser desautorizado por el P. Báñez y depuesto por San Juan de la Cruz,
quien con fino tacto enderezó y encauzó aquellos fervores descabellados. – El
prior ausente era Baltasar de Jesús (Nieto).
[10]
La Santa había escrito: Me iba a
(pesar), pero tachó y matizó diversamente su acerbo juicio. – Unas líneas más
adelante hizo otro tanto: No tenían
Provincial, había escrito: No tenían
cabeza (superior).
[11]
La Santa parece negar que los descalzos tuviesen constituciones propias dadas
por Rubeo. Lo repetirá en el n. 13. Sin embargo, hacia 1568 el P. General había
redactado o hecho redactar un texto de constituciones calcadas sobre las de la
Santa para las monjas. De este texto conservamos sólo el borrador, e ignoramos
si llegó a ser promulgado.
[12]
Gracián (fray Jerónimo de la M. de Dios), fue nombrado por Vargas Visitador
Apostólico Delegado en septiembre de 1573. En 1574 pasó a ser Vicario
Provincial de los Descalzos y Visitador Apostólico de los Calzados de
Andalucía. Al año siguiente, 1575, su autoridad se extendió a toda la Reforma
teresiana.
[13]
Cf. prólogo de las Constituciones, p. 1571. Sobre las Constituciones del P.
Gracián, cf. FRANCISCO DE SANTA MARÍA, Reforma, t. 1, L. 3, c. 41, p. 530.
LIBRO DE FUNDACIONES DE SANTA TERESA DE JESÚS
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