Libro de las Fundaciones
CAPÍTULO 25
Prosíguese en la fundación del glorioso San José de
Sevilla, y lo que se pasó en tener casa propia.
1. Nadie pudiera juzgar que en una ciudad tan
caudalosa como Sevilla y de gente tan rica había de haber menos aparejo de
fundar que en todas las partes que había estado. Húbole tan menos, que pensé
algunas veces que no nos estaba bien tener monasterio en aquel lugar. No sé si
el mismo clima de la tierra, que he oído siempre decir los demonios tienen más
mano allí para tentar, que se la debe dar Dios, y en esto (1)[1]
me apretaron a mí, que nunca me vi más pusilánime y cobarde en mi vida que allí
me hallé. Yo, cierto, a mí misma no me conocía. Bien que la confianza que suelo
tener en nuestro Señor no se me quitaba; mas el natural estaba tan diferente
del que yo suelo tener después que ando en estas cosas, que entendía apartaba
en parte el Señor su mano para que él se quedase en su ser y viese yo que, si
había tenido ánimo, no era mío.
2. Pues habiendo estado allí desde este tiempo que
digo (2)[2]
hasta poco antes de cuaresma, que ni había memoria de comprar casa ni con qué,
ni tampoco quien nos fiase como en otras partes (que las que mucho habían dicho
al padre Visitador Apostólico que entrarían y rogádole llevase allí monjas,
después les debía parecer mucho el rigor y que no lo podían llevar; sola una,
que diré adelante, entró) (3)[3],
ya era tiempo de mandarme a mí venir de la Andalucía, porque se ofrecían otros
negocios por acá (4)[4].
A mí dábame grandísima pena dejar las monjas sin casa, aunque bien veía que yo
no hacía nada allí; porque la merced que Dios me hace por acá de haber quien
ayude a estas obras, allí no la tenía.
3. Fue Dios servido que viniese entonces de las
Indias un hermano mío que había más de treinta y cuatro años que estaba allá,
llamado Lorenzo de Cepeda (5)[5],
que aun tomaba peor que yo en que las monjas quedasen sin casa propia. Él nos
ayudó mucho, en especial en procurar que se tomase en la que ahora están. Ya yo
entonces ponía mucho con nuestro Señor, suplicándole que no me fuese sin
dejarlas casa y hacía a las hermanas se lo pidiesen y al glorioso San José, y
hacíamos muchas procesiones y oración a nuestra Señora. Y con esto, y con ver a
mi hermano determinado a ayudarnos, comencé a tratar de comprar algunas casas.
Ya que parecía se iba a concertar, todo se deshacía.
4. Estando un día en oración pidiendo a Dios, pues
eran sus esposas y le tenían tanto deseo de contentar, les diese casa, me dijo:
Ya os he oído; déjame a mí. Yo quedé muy contenta, pareciéndome la tenía ya, y
así fue, y libronos Su Majestad de comprar una que contentaba a todos por estar
en buen puesto, y era tan vieja y malo lo que tenía, que se compraba sólo el
sitio en poco menos que la que ahora tienen; y estando ya concertada, que no
faltaba sino hacer las escrituras, yo no estaba nada contenta. Parecíame que no
venía esto con la postrera palabra que había entendido en la oración; porque
era aquella palabra, a lo que me pareció, señal de darnos buena casa; y así fue
servido que el mismo que la vendía, con ganar mucho en ello, puso inconveniente
para hacer las escrituras cuando había quedado; y pudimos, sin hacer ninguna
falta, salirnos del concierto, que fue harta merced de nuestro Señor. Porque en
toda la vida de las que estaban se acabara de labrar la casa, y tuvieran harto
trabajo y poco con qué.
5. Mucha parte fue un siervo de Dios, que casi desde
luego que fuimos allí, como supo que no teníamos misa, cada día nos la iba a
decir, con tener harto lejos su casa y hacer grandísimos soles. Llámase
Garciálvarez, persona muy de bien y tenida en la ciudad por sus buenas obras,
que siempre no entiende en otra cosa; y a tener él mucho, no nos faltara nada. Él,
como sabía bien la casa, parecíale gran desatino dar tanto por ella, y así cada
día nos lo decía, y procuró no se hablase en ella más; y fueron él y mi hermano
a ver en la que ahora están. Vinieron tan aficionados, y con razón, y nuestro
Señor que lo quería, que en dos o tres días se hicieron las escrituras (6)[6].
6. No se pasó poco en pasarnos a ella, porque quien
la tenía no la quería dejar, y los frailes franciscos, como estaban junto,
vinieron luego a requerirnos que en ninguna manera nos pasásemos a ella; que a
no estar hechas con tanta firmeza las escrituras, alabara yo a Dios que se
pudieran deshacer; porque nos vimos a peligro de pagar seis mil ducados que
costaba la casa, sin poder entrar en ella. Esto no quisiera la priora (7)[7],
sino que alababa a Dios de que no se pudiesen deshacer; que le daba Su Majestad
mucha más fe y ánimo que a mí en lo que tocaba a aquella casa, y en todo le
debe tener, que es harto mejor que yo.
7. Estuvimos más de un mes con esta pena. Ya fue
Dios servido que nos pasamos la priora y yo y otras dos monjas una noche,
porque no lo entendiesen los frailes hasta tomar la posesión, con harto miedo.
Decían los que iban con nosotras, que cuantas sombras veían les parecían
frailes. En amaneciendo, dijo el buen Garciálvarez, que iba con nosotros, la
primera misa en ella, y así quedamos sin temor.
8. ¡Oh Jesús!, ¡qué de ellos he pasado al tomar de
las posesiones! Considero yo si yendo a no hacer mal, sino en servicio de Dios,
se siente tanto miedo, ¿qué será de las personas que le van a hacer, siendo
contra Dios y contra el prójimo? No sé qué ganancia pueden tener ni qué gusto
pueden buscar con tal contrapeso.
9. Mi hermano aún no estaba allí, que estaba
retraído (8)[8]
por cierto yerro que se hizo en la escritura, como fue tan aprisa, y era en
mucho daño del monasterio y, como era fiador, queríanle prender; y como era
extranjero, diéranos harto trabajo, y aun así nos le dio, que hasta que dio
hacienda en que tomaron seguridad hubo trabajo. Después se negoció bien, aunque
no faltó algún tiempo de pleito, por que hubiese más trabajo. Estábamos
encerradas en unos cuartos bajos, y él estaba allí todo el día con los
oficiales y nos daba de comer, y aun harto tiempo antes. Porque aun como no se
entendía de todos ser monasterio, por estar en una casa particular, había poca
limosna, si no era de un santo viejo prior de las Cuevas, que es de los
cartujos, grandísimo siervo de Dios (9)[9].
Era de Ávila, de los Pantojas. Púsole Dios tan grande amor con nosotras, que
desde que fuimos, y creo le durará hasta que se le acabe la vida el hacernos
bien de todas maneras. Porque es razón, hermanas, que encomendéis a Dios a
quien tan bien nos ha ayudado, si leyereis esto, sean vivos o muertos, lo pongo
aquí. A este santo debemos mucho.
10. Estúvose más de un mes, a lo que creo (que en
esto de los días tengo mala memoria, y así podría errar; siempre entended poco
más o menos, pues en ello no va nada). Este mes trabajó mi hermano harto en
hacer la iglesia de algunas piezas y en acomodarlo todo, que no teníamos nosotras
que hacer.
11. Después de acabado, yo quisiera no hacer ruido
en poner el Santísimo Sacramento, porque soy muy enemiga de dar pesadumbre en
lo que se puede excusar, y así lo dije al padre Garciálvarez y él lo trató con
el padre prior de las Cuevas, que si fueran cosas propias suyas, no lo miraran
más que las nuestras. Y parecioles que para que fuese conocido el monasterio en
Sevilla, no se sufría sino ponerse con solemnidad, y fuéronse al Arzobispo.
Entre todos concertaron que se trajese de una parroquia el Santísimo Sacramento
con mucha solemnidad, y mandó el Arzobispo se juntasen los clérigos y algunas
cofradías, y se aderezasen las calles.
12. El buen Garciálvarez aderezó nuestra claustra,
que –como he dicho– servía entonces de calle (10)[10],
y la iglesia extremadísimamente y con muy buenos altares e invenciones. Entre
ellas tenía una fuente, que el agua era de azahar, sin procurarlo nosotras ni
aun quererlo, aunque después mucha devoción nos hizo. Y nos consolamos
ordenasen nuestra fiesta con tanta solemnidad y las calles tan aderezadas y con
tanta música y ministriles, que me dijo el santo prior de las Cuevas que nunca
tal había visto en Sevilla, que conocidamente se vio ser obra de Dios. Fue él
en la procesión, que no lo acostumbraba. El Arzobispo puso el Santísimo
Sacramento (11)[11].
Veis aquí, hijas, las pobres Descalzas honradas de
todos; que no parecía, aquel tiempo antes (12)[12],
que había de haber agua para ellas, aunque hay harto en aquel río. La gente que
vino fue cosa excesiva.
13. Acaeció una cosa de notar, a dicho de todos los
que la vieron: como hubo tantos tiros de artillería y cohetes, después de
acabada la procesión, que era casi noche, antojóseles de tirar más, y no sé
cómo se prende un poco de pólvora, que tienen a gran maravilla no matar al que
lo tenía. Subió gran llama hasta lo alto de la clausura, que tenían los arcos
cubiertos con unos tafetanes, que pensaron se habían hecho polvo, y no les hizo
daño poco ni mucho, con ser amarillos y de carmesí. Y lo que digo que es de
espantar, es que la piedra que estaba en los arcos, debajo del tafetán, quedó
negra del humo, y el tafetán, que estaba encima, sin ninguna cosa más que si no
hubiera llegado allí el fuego.
14. Todos se espantaron cuando lo vieron. Las monjas
alabaron al Señor por no tener que pagar otros tafetanes. El demonio debía
estar tan enojado de la solemnidad que se había hecho y ver ya otra casa de
Dios, que se quiso vengar en algo y Su Majestad no le dio lugar. Sea bendito
por siempre jamás, amén.
COMENTARIO AL CAPÍTULO 25
Inauguración del Carmelo de Sevilla
Preceden largos meses de espera en una maltrecha casa
alquilada ahí en Sevilla. Según el cálculo de la Santa, desde la llegada a la
ciudad el 24 de mayo, "hasta poco antes de cuaresma" del año
siguiente, pasan casi nueve meses de búsqueda infructuosa.
Ello explica que el capítulo comience con un doble gesto
admirativo de la Fundadora. Por un lado, el asombro, y por otro el desencanto o
el recelo ante el panorama inhóspito de la ciudad. "Nadie pudiera juzgar que
en una ciudad tan caudalosa como Sevilla y de gente tan rica había de haber
menos aparejo para fundar que en todas las partes que había estado. Húbole tan
menos, que pensé algunas veces que no nos estaba bien tener monasterio en aquel
lugar" (n. 1).
Y sigue achacándolo al clima, a los demonios, al
ambiente, a la propia endeblez psicológica...
Cierto, la Sevilla de entonces no se parecía a las
ciudades castellanas conocidas por la Santa. Era una ciudad superpoblada, de
más de los 150.000 habitantes, balconada sobre el nuevo mundo, punto de
afluencia de toda clase de gentes, españoles y extranjeros, desde los
navegantes y los banqueros hasta los mercaderes y traficantes, los pillos y
aventureros... Por Sevilla pasarán lo mismo Miguel de Cervantes que "la
monja alférez" Catalina Erauso.
Dada la facilidad comunicativa de la Santa, así como su
gran apertura al trato social, es normal que en los nueve meses de espera se
percatara de las luces y sombras que planean sobre la ciudad. Entabla amplias
relaciones con letrados, mercaderes, clérigos, consultores inquisitoriales...
La encanta el espectáculo de las naves amagadas en el Guadalquivir para zarpar
rumbo a América. A través de los mercantes sevillanos disfruta de las
exquisiteces llegadas de América, las patatas, el anime, el coco... No hay
vestigio alguno de que contacte con los restos o representantes del mundo
musulmán, pero apenas regresada a Castilla no tendrá inconveniente en que se dé
el hábito a la primera "negrilla" o "esclavilla" que lo
solicita en el Carmelo sevillano (carta 202, 4: julio de 1577).
El logro final de la fundación hispalense lo cuenta ella
según van entrando en escena diversos colaboradores, comenzando por el cura
sevillano Garciálvarez, siguiendo por la aportación de Lorenzo de Cepeda, llegado
providencialmente de América, por el venerable prior de la Cartuja de las
Cuevas, Hernando de Pantoja, y culminando con la adhesión del renuente Arzobispo
don Cristóbal de Rojas.
He aquí un elemental guión del capítulo:
– Nueve
meses de trámites infructuosos (nn. 1‑2);
– Tres
colaboradores: Garciálvarez, Lorenzo, Pantoja (nn. 3‑9);
– Las
monjas pasan al nuevo edificio; un mes de arreglos (nn. 7‑10);
– Inauguración
solemne de la fundación (nn. 11‑14).
Como incondicional colaborador de la Santa comparece su
hermano Lorenzo de Cepeda, "que había más de 34 años que estaba allá"
en las Indias, y que llega a Sanlúcar el 12 de agosto con su hermano Pedro y
sus tres hijos niños, entre ellos el encanto de Teresita. Lorenzo, no sólo
reaviva el espíritu familiar de la Santa, sino que aporta su dinero y sus
servicios a la fundación (n. 3...).
A Lorenzo lo había precedido el sacerdote sevillano
Garciálvarez, que se ofrece a celebrar la misa diaria ante el grupo de
fundadoras, y que afortunadamente impide la compra equivocada de un inmueble
inservible (n. 5). La Santa le quedará cordialmente agradecida aun cuando el
pobre cura cambie de mira y enturbie gravemente la vida del Carmelo sevillano.
Escribirá entonces a la priora de Sevilla: "Por amor de nuestro Señor la
pido, hija, que sufra y calle... por más trabajos que con él tengan. Porque no
puedo sufrir que nos mostremos desagradecidas con quien nos ha hecho bien"
(carta 264, 1): eran sólo dos años después, verano de 1578.
Tercero en la serie de colaboradores es Hernando de
Pantoja, "prior de (la cartuja) de las Cuevas..., grandísimo siervo de
Dios... y tan grande amor con nosotras, que desde que fuimos y creo le durará
hasta que se le acabe la vida el hacernos bien de todas maneras" (n. 9). A
él recurrirá la Santa para comunicarse con el aherrojado Carmelo sevillano, cuando
el buen Garciálvarez lo haya malparado (carta 283: enero de 1579).
A todos ellos se suma finalmente el Arzobispo hispalense,
que preside la fiesta inaugural de la nueva casa y no sólo imparte solemnemente
su bendición a la Santa, sino que se arrodilla ante ella y le pide –lo que ya
no contará ésta– que sea ella quien lo bendiga a él (nn. 11‑13).
Con ese acto inaugural, el desenlace ha sido glorioso y
fulminante. Se instala el Santísimo el domingo 27 de mayo, y al día siguiente
la Santa emprende el regreso a Castilla. Lo contará en el capítulo siguiente.
Nota del Comentario
El triste episodio de Garciálvarez: Es un episodio que
desborda los límites del presente capítulo. Posterior, incluso, a la fecha en
que lo redacta la Santa. Ocurre en el año 1578, cuando el nuncio Felipe Sega ha
depuesto a Gracián y situado a las monjas de Sevilla bajo la jurisdicción del
siniestro provincial Diego de Cárdenas, que depone a María de San José y nombra
priora a la jovenzuela Beatriz Chaves, "la negra vicaria" –dirá la
Santa. Pues bien, en ese momento Garciálvarez se vuelve totalmente adverso a la
comunidad, la amenza reiteradamente de denuncia a la Inquisición, y se vuelve
adverso a María de San José y a la propia madre Teresa. En 1579, Sega retira
sus poderes a Cárdenas, y es repuesta María de San José. Pero Garciálvarez
queda definitivamente alejado del Carmelo. Aún así, en 1595 se presentará ante
el tribunal de Sevilla para deponer a favor de la madre Teresa en su proceso de
beatificación (BMC 19, 146‑151).
Notas del texto teresiano
[1]
En esto: lectura dudosa. Había
escrito «este» y corrigió «esto». Comúnmente los editores trascriben en ésta
(tierra), a costa de la buena tierra andaluza, que no cayó en gracia a la santa
avilesa.
[2]
Desde el 26 de mayo de 1575 hasta entrado febrero del año siguiente: casi 9
meses. – Visitador Apostólico: Gracián.[4] Cf. c. 27, n 18, 19.
[5] D. Lorenzo de Cepeda (1519-1580), que había partido para América en 1540, regresaba ahora a los 35 años de ausencia, viudo pero acompañado de sus tres hijos, Francisco, Lorenzo y Teresita, y de su hermano Pedro. Desembarcó en Sanlúcar de Barrameda en agosto de 1575, y pasó en seguida a ser dirigido e hijo espiritual de su santa hermana. Cf. Epistolario, y especialmente la Relación 46.
[6] Las escrituras se firmaron el 5 de abril de 1576. Costó la casa 6.000 ducados, pero, según la Santa en carta al P. Mariano (9/5/1576), era tal que «todos dicen que fue de valde... no se hiciera ahora con 20.000 ducados».
[7] María de San José.
[8] Mi hermano (Lorenzo) ... estaba retraído: es decir, acogido a un templo o lugar sagrado, para no ser preso por la justicia, que entonces respetaba este privilegio eclesiástico. El yerro incurrido se refería al pago de la alcabala de la casa: «En el escribano fue el yerro de lo de la alcabala», escribía la Santa al P. Mariano (loc. cit.).
[9] Fernando Pantoja, que fue Prior de la Cartuja de Santa María de las Cuevas desde 1567 hasta 1580. Sobre los favores por él hechos a las Descalzas de Sevilla, véase un documento curioso en B.M.C., t. 6, pp. 250-251. – La frase siguiente queda incompleta: Púsole Dios tan grande amor..., que desde que fuimos no cesó de hacernos bien...
[10] La claustra es probablemente el patio abierto de la casa o bien los soportales externos con arcadas a modo de claustro; hablará de ella en el n. 13, pero nunca ha dicho que servía de calle. (En el Epistolario, claustra es el «claustro» o corredor en torno al patio interno, que debía servir para cementerio de las religiosas (cf. cartas a María de San José, 6/5/1577 y 15/5/1577).
[11] Era el 3 de junio de 1576. – Terminada la procesión, arrodillose la Santa ante el Prelado, quien le dio su bendición; pero cuál no sería la confusión de la Fundadora cuando vio que el Arzobispo se arrodillaba a su vez y pedía lo bendijese ante el inmenso gentío de sevillanos; pocos días después (15 de junio) escribía a la M. Ana de Jesús: «Mire qué sentiría cuando viese un tan gran Prelado arrodillado delante de esta pobre mujercilla, sin quererse levantar hasta que le echase la bendición en presencia de todas las Religiones y cofradías de Sevilla» (B.M.C., t. 18, p. 469; no poseemos el texto auténtico de esta carta teresiana).
[12] Aquel tiempo antes: poco antes.
LIBRO DE FUNDACIONES DE SANTA TERESA DE JESÚS
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