12.7.12

Capítulo 25 Fundaciones

Revisión del texto, notas y comentario: Tomás Álvarez, O.C.D. 
Libro de las Fundaciones         
CAPÍTULO 25




Prosíguese en la fundación del glorioso San José de Sevilla, y lo que se pasó en tener casa propia.

1. Nadie pudiera juzgar que en una ciudad tan caudalosa como Sevilla y de gente tan rica había de haber menos aparejo de fundar que en todas las partes que había estado. Húbole tan menos, que pensé algunas veces que no nos estaba bien tener monasterio en aquel lugar. No sé si el mismo clima de la tierra, que he oído siempre decir los demonios tienen más mano allí para tentar, que se la debe dar Dios, y en esto (1)[1] me apretaron a mí, que nunca me vi más pusilánime y cobarde en mi vida que allí me hallé. Yo, cierto, a mí misma no me conocía. Bien que la confianza que suelo tener en nuestro Señor no se me quitaba; mas el natural estaba tan diferente del que yo suelo tener después que ando en estas cosas, que entendía apartaba en parte el Señor su mano para que él se quedase en su ser y viese yo que, si había tenido ánimo, no era mío.


2. Pues habiendo estado allí desde este tiempo que digo (2)[2] hasta poco antes de cuaresma, que ni había memoria de comprar casa ni con qué, ni tampoco quien nos fiase como en otras partes (que las que mucho habían dicho al padre Visitador Apostólico que entrarían y rogádole llevase allí monjas, después les debía parecer mucho el rigor y que no lo podían llevar; sola una, que diré adelante, entró) (3)[3], ya era tiempo de mandarme a mí venir de la Andalucía, porque se ofrecían otros negocios por acá (4)[4]. A mí dábame grandísima pena dejar las monjas sin casa, aunque bien veía que yo no hacía nada allí; porque la merced que Dios me hace por acá de haber quien ayude a estas obras, allí no la tenía.

3. Fue Dios servido que viniese entonces de las Indias un hermano mío que había más de treinta y cuatro años que estaba allá, llamado Lorenzo de Cepeda (5)[5], que aun tomaba peor que yo en que las monjas quedasen sin casa propia. Él nos ayudó mucho, en especial en procurar que se tomase en la que ahora están. Ya yo entonces ponía mucho con nuestro Señor, suplicándole que no me fuese sin dejarlas casa y hacía a las hermanas se lo pidiesen y al glorioso San José, y hacíamos muchas procesiones y oración a nuestra Señora. Y con esto, y con ver a mi hermano determinado a ayudarnos, comencé a tratar de comprar algunas casas. Ya que parecía se iba a concertar, todo se deshacía.

4. Estando un día en oración pidiendo a Dios, pues eran sus esposas y le tenían tanto deseo de contentar, les diese casa, me dijo: Ya os he oído; déjame a mí. Yo quedé muy contenta, pareciéndome la tenía ya, y así fue, y libronos Su Majestad de comprar una que contentaba a todos por estar en buen puesto, y era tan vieja y malo lo que tenía, que se compraba sólo el sitio en poco menos que la que ahora tienen; y estando ya concertada, que no faltaba sino hacer las escrituras, yo no estaba nada contenta. Parecíame que no venía esto con la postrera palabra que había entendido en la oración; porque era aquella palabra, a lo que me pareció, señal de darnos buena casa; y así fue servido que el mismo que la vendía, con ganar mucho en ello, puso inconveniente para hacer las escrituras cuando había quedado; y pudimos, sin hacer ninguna falta, salirnos del concierto, que fue harta merced de nuestro Señor. Porque en toda la vida de las que estaban se acabara de labrar la casa, y tuvieran harto trabajo y poco con qué.

5. Mucha parte fue un siervo de Dios, que casi desde luego que fuimos allí, como supo que no teníamos misa, cada día nos la iba a decir, con tener harto lejos su casa y hacer grandísimos soles. Llámase Garciálvarez, persona muy de bien y tenida en la ciudad por sus buenas obras, que siempre no entiende en otra cosa; y a tener él mucho, no nos faltara nada. Él, como sabía bien la casa, parecíale gran desatino dar tanto por ella, y así cada día nos lo decía, y procuró no se hablase en ella más; y fueron él y mi hermano a ver en la que ahora están. Vinieron tan aficionados, y con razón, y nuestro Señor que lo quería, que en dos o tres días se hicieron las escrituras (6)[6].

6. No se pasó poco en pasarnos a ella, porque quien la tenía no la quería dejar, y los frailes franciscos, como estaban junto, vinieron luego a requerirnos que en ninguna manera nos pasásemos a ella; que a no estar hechas con tanta firmeza las escrituras, alabara yo a Dios que se pudieran deshacer; porque nos vimos a peligro de pagar seis mil ducados que costaba la casa, sin poder entrar en ella. Esto no quisiera la priora (7)[7], sino que alababa a Dios de que no se pudiesen deshacer; que le daba Su Majestad mucha más fe y ánimo que a mí en lo que tocaba a aquella casa, y en todo le debe tener, que es harto mejor que yo.

7. Estuvimos más de un mes con esta pena. Ya fue Dios servido que nos pasamos la priora y yo y otras dos monjas una noche, porque no lo entendiesen los frailes hasta tomar la posesión, con harto miedo. Decían los que iban con nosotras, que cuantas sombras veían les parecían frailes. En amaneciendo, dijo el buen Garciálvarez, que iba con nosotros, la primera misa en ella, y así quedamos sin temor.

8. ¡Oh Jesús!, ¡qué de ellos he pasado al tomar de las posesiones! Considero yo si yendo a no hacer mal, sino en servicio de Dios, se siente tanto miedo, ¿qué será de las personas que le van a hacer, siendo contra Dios y contra el prójimo? No sé qué ganancia pueden tener ni qué gusto pueden buscar con tal contrapeso.

9. Mi hermano aún no estaba allí, que estaba retraído (8)[8] por cierto yerro que se hizo en la escritura, como fue tan aprisa, y era en mucho daño del monasterio y, como era fiador, queríanle prender; y como era extranjero, diéranos harto trabajo, y aun así nos le dio, que hasta que dio hacienda en que tomaron seguridad hubo trabajo. Después se negoció bien, aunque no faltó algún tiempo de pleito, por que hubiese más trabajo. Estábamos encerradas en unos cuartos bajos, y él estaba allí todo el día con los oficiales y nos daba de comer, y aun harto tiempo antes. Porque aun como no se entendía de todos ser monasterio, por estar en una casa particular, había poca limosna, si no era de un santo viejo prior de las Cuevas, que es de los cartujos, grandísimo siervo de Dios (9)[9]. Era de Ávila, de los Pantojas. Púsole Dios tan grande amor con nosotras, que desde que fuimos, y creo le durará hasta que se le acabe la vida el hacernos bien de todas maneras. Porque es razón, hermanas, que encomendéis a Dios a quien tan bien nos ha ayudado, si leyereis esto, sean vivos o muertos, lo pongo aquí. A este santo debemos mucho.

10. Estúvose más de un mes, a lo que creo (que en esto de los días tengo mala memoria, y así podría errar; siempre entended poco más o menos, pues en ello no va nada). Este mes trabajó mi hermano harto en hacer la iglesia de algunas piezas y en acomodarlo todo, que no teníamos nosotras que hacer.

11. Después de acabado, yo quisiera no hacer ruido en poner el Santísimo Sacramento, porque soy muy enemiga de dar pesadumbre en lo que se puede excusar, y así lo dije al padre Garciálvarez y él lo trató con el padre prior de las Cuevas, que si fueran cosas propias suyas, no lo miraran más que las nuestras. Y parecioles que para que fuese conocido el monasterio en Sevilla, no se sufría sino ponerse con solemnidad, y fuéronse al Arzobispo. Entre todos concertaron que se trajese de una parroquia el Santísimo Sacramento con mucha solemnidad, y mandó el Arzobispo se juntasen los clérigos y algunas cofradías, y se aderezasen las calles.

12. El buen Garciálvarez aderezó nuestra claustra, que –como he dicho– servía entonces de calle (10)[10], y la iglesia extremadísimamente y con muy buenos altares e invenciones. Entre ellas tenía una fuente, que el agua era de azahar, sin procurarlo nosotras ni aun quererlo, aunque después mucha devoción nos hizo. Y nos consolamos ordenasen nuestra fiesta con tanta solemnidad y las calles tan aderezadas y con tanta música y ministriles, que me dijo el santo prior de las Cuevas que nunca tal había visto en Sevilla, que conocidamente se vio ser obra de Dios. Fue él en la procesión, que no lo acostumbraba. El Arzobispo puso el Santísimo Sacramento (11)[11].

Veis aquí, hijas, las pobres Descalzas honradas de todos; que no parecía, aquel tiempo antes (12)[12], que había de haber agua para ellas, aunque hay harto en aquel río. La gente que vino fue cosa excesiva.

13. Acaeció una cosa de notar, a dicho de todos los que la vieron: como hubo tantos tiros de artillería y cohetes, después de acabada la procesión, que era casi noche, antojóseles de tirar más, y no sé cómo se prende un poco de pólvora, que tienen a gran maravilla no matar al que lo tenía. Subió gran llama hasta lo alto de la clausura, que tenían los arcos cubiertos con unos tafetanes, que pensaron se habían hecho polvo, y no les hizo daño poco ni mucho, con ser amarillos y de carmesí. Y lo que digo que es de espantar, es que la piedra que estaba en los arcos, debajo del tafetán, quedó negra del humo, y el tafetán, que estaba encima, sin ninguna cosa más que si no hubiera llegado allí el fuego.

14. Todos se espantaron cuando lo vieron. Las monjas alabaron al Señor por no tener que pagar otros tafetanes. El demonio debía estar tan enojado de la solemnidad que se había hecho y ver ya otra casa de Dios, que se quiso vengar en algo y Su Majestad no le dio lugar. Sea bendito por siempre jamás, amén.

COMENTARIO AL CAPÍTULO 25
Inauguración del Carmelo de Sevilla

Preceden largos meses de espera en una maltrecha casa alquilada ahí en Sevilla. Según el cálculo de la Santa, desde la llegada a la ciudad el 24 de mayo, "hasta poco antes de cuaresma" del año siguiente, pasan casi nueve meses de búsqueda infructuosa.

Ello explica que el capítulo comience con un doble gesto admirativo de la Fundadora. Por un lado, el asombro, y por otro el desencanto o el recelo ante el panorama inhóspito de la ciudad. "Nadie pudiera juzgar que en una ciudad tan caudalosa como Sevilla y de gente tan rica había de haber menos aparejo para fundar que en todas las partes que había estado. Húbole tan menos, que pensé algunas veces que no nos estaba bien tener monasterio en aquel lugar" (n. 1).

Y sigue achacándolo al clima, a los demonios, al ambiente, a la propia endeblez psicológica...

Cierto, la Sevilla de entonces no se parecía a las ciudades castellanas conocidas por la Santa. Era una ciudad superpoblada, de más de los 150.000 habitantes, balconada sobre el nuevo mundo, punto de afluencia de toda clase de gentes, españoles y extranjeros, desde los navegantes y los banqueros hasta los mercaderes y traficantes, los pillos y aventureros... Por Sevilla pasarán lo mismo Miguel de Cervantes que "la monja alférez" Catalina Erauso.

Dada la facilidad comunicativa de la Santa, así como su gran apertura al trato social, es normal que en los nueve meses de espera se percatara de las luces y sombras que planean sobre la ciudad. Entabla amplias relaciones con letrados, mercaderes, clérigos, consultores inquisitoriales... La encanta el espectáculo de las naves amagadas en el Guadalquivir para zarpar rumbo a América. A través de los mercantes sevillanos disfruta de las exquisiteces llegadas de América, las patatas, el anime, el coco... No hay vestigio alguno de que contacte con los restos o representantes del mundo musulmán, pero apenas regresada a Castilla no tendrá inconveniente en que se dé el hábito a la primera "negrilla" o "esclavilla" que lo solicita en el Carmelo sevillano (carta 202, 4: julio de 1577).

El logro final de la fundación hispalense lo cuenta ella según van entrando en escena diversos colaboradores, comenzando por el cura sevillano Garciálvarez, siguiendo por la aportación de Lorenzo de Cepeda, llegado providencialmente de América, por el venerable prior de la Cartuja de las Cuevas, Hernando de Pantoja, y culminando con la adhesión del renuente Arzobispo don Cristóbal de Rojas.

He aquí un elemental guión del capítulo:

         – Nueve meses de trámites infructuosos (nn. 1‑2);
         – Tres colaboradores: Garciálvarez, Lorenzo, Pantoja (nn. 3‑9);
         – Las monjas pasan al nuevo edificio; un mes de arreglos (nn. 7‑10);
         – Inauguración solemne de la fundación (nn. 11‑14).

Como incondicional colaborador de la Santa comparece su hermano Lorenzo de Cepeda, "que había más de 34 años que estaba allá" en las Indias, y que llega a Sanlúcar el 12 de agosto con su hermano Pedro y sus tres hijos niños, entre ellos el encanto de Teresita. Lorenzo, no sólo reaviva el espíritu familiar de la Santa, sino que aporta su dinero y sus servicios a la fundación (n. 3...).

A Lorenzo lo había precedido el sacerdote sevillano Garciálvarez, que se ofrece a celebrar la misa diaria ante el grupo de fundadoras, y que afortunadamente impide la compra equivocada de un inmueble inservible (n. 5). La Santa le quedará cordialmente agradecida aun cuando el pobre cura cambie de mira y enturbie gravemente la vida del Carmelo sevillano. Escribirá entonces a la priora de Sevilla: "Por amor de nuestro Señor la pido, hija, que sufra y calle... por más trabajos que con él tengan. Porque no puedo sufrir que nos mostremos desagradecidas con quien nos ha hecho bien" (carta 264, 1): eran sólo dos años después, verano de 1578.

Tercero en la serie de colaboradores es Hernando de Pantoja, "prior de (la cartuja) de las Cuevas..., grandísimo siervo de Dios... y tan grande amor con nosotras, que desde que fuimos y creo le durará hasta que se le acabe la vida el hacernos bien de todas maneras" (n. 9). A él recurrirá la Santa para comunicarse con el aherrojado Carmelo sevillano, cuando el buen Garciálvarez lo haya malparado (carta 283: enero de 1579).

A todos ellos se suma finalmente el Arzobispo hispalense, que preside la fiesta inaugural de la nueva casa y no sólo imparte solemnemente su bendición a la Santa, sino que se arrodilla ante ella y le pide –lo que ya no contará ésta– que sea ella quien lo bendiga a él (nn. 11‑13).

Con ese acto inaugural, el desenlace ha sido glorioso y fulminante. Se instala el Santísimo el domingo 27 de mayo, y al día siguiente la Santa emprende el regreso a Castilla. Lo contará en el capítulo siguiente.

Nota del Comentario

El triste episodio de Garciálvarez: Es un episodio que desborda los límites del presente capítulo. Posterior, incluso, a la fecha en que lo redacta la Santa. Ocurre en el año 1578, cuando el nuncio Felipe Sega ha depuesto a Gracián y situado a las monjas de Sevilla bajo la jurisdicción del siniestro provincial Diego de Cárdenas, que depone a María de San José y nombra priora a la jovenzuela Beatriz Chaves, "la negra vicaria" –dirá la Santa. Pues bien, en ese momento Garciálvarez se vuelve totalmente adverso a la comunidad, la amenza reiteradamente de denuncia a la Inquisición, y se vuelve adverso a María de San José y a la propia madre Teresa. En 1579, Sega retira sus poderes a Cárdenas, y es repuesta María de San José. Pero Garciálvarez queda definitivamente alejado del Carmelo. Aún así, en 1595 se presentará ante el tribunal de Sevilla para deponer a favor de la madre Teresa en su proceso de beatificación (BMC 19, 146‑151).


Notas del texto teresiano


            [1] En esto: lectura dudosa. Había escrito «este» y corrigió «esto». Comúnmente los editores trascriben en ésta (tierra), a costa de la buena tierra andaluza, que no cayó en gracia a la santa avilesa.
            [2] Desde el 26 de mayo de 1575 hasta entrado febrero del año siguiente: casi 9 meses. – Visitador Apostólico: Gracián.
            [3] Beatriz de la Madre de Dios. Cf. c. 26.
            [4] Cf. c. 27, n 18, 19.
            [5] D. Lorenzo de Cepeda (1519-1580), que había partido para América en 1540, regresaba ahora a los 35 años de ausencia, viudo pero acompañado de sus tres hijos, Francisco, Lorenzo y Teresita, y de su hermano Pedro. Desembarcó en Sanlúcar de Barrameda en agosto de 1575, y pasó en seguida a ser dirigido e hijo espiritual de su santa hermana. Cf. Epistolario, y especialmente la Relación 46.
            [6] Las escrituras se firmaron el 5 de abril de 1576. Costó la casa 6.000 ducados, pero, según la Santa en carta al P. Mariano (9/5/1576), era tal que «todos dicen que fue de valde... no se hiciera ahora con 20.000 ducados».
            [7] María de San José.
            [8] Mi hermano (Lorenzo) ... estaba retraído: es decir, acogido a un templo o lugar sagrado, para no ser preso por la justicia, que entonces respetaba este privilegio eclesiástico. El yerro incurrido se refería al pago de la alcabala de la casa: «En el escribano fue el yerro de lo de la alcabala», escribía la Santa al P. Mariano (loc. cit.).
            [9] Fernando Pantoja, que fue Prior de la Cartuja de Santa María de las Cuevas desde 1567 hasta 1580. Sobre los favores por él hechos a las Descalzas de Sevilla, véase un documento curioso en B.M.C., t. 6, pp. 250-251. – La frase siguiente queda incompleta: Púsole Dios tan grande amor..., que desde que fuimos no cesó de hacernos bien...
            [10] La claustra es probablemente el patio abierto de la casa o bien los soportales externos con arcadas a modo de claustro; hablará de ella en el n. 13, pero nunca ha dicho que servía de calle. (En el Epistolario, claustra es el «claustro» o corredor en torno al patio interno, que debía servir para cementerio de las religiosas (cf. cartas a María de San José, 6/5/1577 y 15/5/1577).
            [11] Era el 3 de junio de 1576. – Terminada la procesión, arrodillose la Santa ante el Prelado, quien le dio su bendición; pero cuál no sería la confusión de la Fundadora cuando vio que el Arzobispo se arrodillaba a su vez y pedía lo bendijese ante el inmenso gentío de sevillanos; pocos días después (15 de junio) escribía a la M. Ana de Jesús: «Mire qué sentiría cuando viese un tan gran Prelado arrodillado delante de esta pobre mujercilla, sin quererse levantar hasta que le echase la bendición en presencia de todas las Religiones y cofradías de Sevilla» (B.M.C., t. 18, p. 469; no poseemos el texto auténtico de esta carta teresiana).
            [12] Aquel tiempo antes: poco antes.



LIBRO DE FUNDACIONES DE SANTA TERESA DE JESÚS


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Santa Teresa de Jesús, 15 de Octubre

Santa Teresa de Jesús
Virgen y Doctora de la Iglesia, Madre nuestra.
Celebración: 15 de Octubre.


Nace en Avila el 28 de marzo de 1515. Entra en el Monasterio de la Encarnación de Avila, el 2 de noviembre de 1535. Funda en Avila el primer monasterio de carmelitas descalzas con el título de San José el 24 de agosto de 1562.

Inaugura el primer convento de frailes contemplativos en Duruelo el 28 de noviembre de 1568. Llegará a fundar 32 casas. Hija de la Iglesia, muere en Alba de Tormes el 4 de octubre de 1582.

La primera edición de sus obras fue el 1588 en Salamanca, preparadas por Fr. Luis de león. El 24 de abril de 1614 fue beatificada por el Papa Pablo V, y el 12 de marzo de 1622 era canonizada en San Pedro por el Papa Gregorio XV. El 10 de septiembre de 1965, Pablo VI la proclama Patrona de los Escritores Españoles.


Gracias a sus obras -entre las que destacan el Libro de la Vida, el Camino de Perfección, Las Moradas y las Fundaciones- ha ejercido en el pueblo de Dios un luminoso y fecundo magisterio, que Pablo VI iba a reconocer solemnemente, declarándola Doctora de la Iglesia Universal el 27 de septiembre de 1970.

Teresa es maestra de oración en el pueblo de Dios y fundadora del Carmelo Teresiano.

¿Qué significa la oración para Santa Teresa?
"Procuraba, lo más que podía, traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor, dentro de mí presente. Y ésta era mi manera de oración. Si pensaba en algún paso, le representaba en lo interior; aunque lo más gastaba en leer buenos libros, que era toda mi recreación; porque no me dio Dios talento de discurrir con elentendimiento ni de aprovecharme con la imaginación; que la tengo tan torpe, que, aun para pensar y representar en mí (como lo procuraba traer) la humanidad del Señor, nunca acababa. Y, aunque por esta vía de no poder obrar con el entendimiento llegan más presto a la contemplación si perseveran, es muy trabajoso y penoso. Porque, si falta la ocupación de la voluntad y el haber en qué se ocupe en cosa presente el amor, queda el alma como sin arrimo ni ejercicio, y da gran pena la soledad y sequedad, y grandísimo combate los pensamientos" (Vida 4,7).

"En la oración pasaba gran trabajo, porque no andaba el espíritu señor sino esclavo; y así no me podía encerrar dentro de mí (que era todo el modo de proceder que llevaba en la oración), sin encerrar conmigo mil vanidades. Pasé así muchos años; que ahora me espanto qué sujeto bastó a sufrir que no dejase lo uno o lo otro. Bien sé que dejar la oración ya no era en mi mano, porque me tenía con las suyas el que me quería para hacerme mayores mercedes" (Vida 7, 17).

"Gran mal es un alma sola entre tantos peligros. Paréceme a mí que, si yo tuviera con quién tratar todo esto, que me ayudara a no tornar a caer, siquiera por vergüenza, ya que no la tenía de Dios. Por eso, aconsejaría yo a los que tienen oración, en especial al principio, procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo. Es cosa importantísima, aunque no sea sino ayudarse unos a otros con su oración. ¡Cuánto más, que hay muchas más ganancias! Yo no sé por qué (pues de conversa ciones y voluntades humanas, aunque no sean muy buenas, se procuran amigos con quien descansar y para más gozar de contar aquellos placeres vanos) no se ha de permitir que quien comenzare de veras a amar a Dios y a servirle, deje de tratar con algunas personas sus placeres y trabajos; que de todo tienen los que tienen oración" (Vida 7, 20).

Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por mí..., se me ofreció lo que ahora diré... que es: considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal adonde hay muchos aposentos así como en el cielo hay muchas moradas... Pues ¿qué tal os parece que será el aposento adonde un rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita?... no hay para qué nos cansar en querer comprender la hermosura de este castillo... ¿No es pequeña lástima y confusión que por nuestra culpa no (nos) entendamos a nosotros mismos ni sepamos quién somos? ¿No sería qran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es y no se conociese ni supiese quién fue su padre ni su madre ni de qué tierra?.... (1 Moradas 1,1-2)