Revisión del texto, notas y comentario: Tomás Álvarez, O.C.D.
Las Moradas
PRÓLOGO
Este tratado, llamado Castillo interior escribió Teresa de
Jesús, monja de nuestra Señora del Carmen, a sus hermanas e hijas las monjas
Carmelitas Descalzas (1)[1].
JHS
1. Pocas cosas que me ha mandado la obediencia, se me han
hecho tan dificultosas como escribir ahora cosas de oración; lo uno, porque no
me parece me da el Señor espíritu para hacerlo ni deseo; lo otro, por tener la
cabeza tres meses ha con un ruido y flaqueza tan grande, que aun los negocios
forzosos escribo con pena (2)[2].
Mas, entendiendo que la fuerza de la obediencia suele allanar cosas que parecen
imposibles, la voluntad se determina a hacerlo muy de buena gana, aunque el
natural parece que se aflige mucho; porque no me ha dado el Señor tanta virtud
que el pelear con la enfermedad continua y con ocupaciones de muchas maneras se
pueda hacer sin gran contradicción suya. Hágalo el que ha hecho otras cosas más
dificultosas por hacerme merced, en cuya misericordia confío.
2. Bien creo he de saber decir poco más que lo que he dicho
en otras cosas que me han mandado escribir, antes temo que han de ser casi
todas las mismas; porque así como los pájaros que enseñan a hablar no saben más
de lo que les muestran u oyen, y esto repiten muchas veces, soy yo al pie de la
letra. Si el Señor quisiere diga algo nuevo, Su Majestad lo dará o será servido
traerme a la memoria lo que otras veces he dicho, que aun con esto me contentaría,
por tenerla tan mala que me holgaría de atinar a algunas cosas que decían
estaban bien dichas, por si se hubieren perdido. Si tampoco me diere el Señor
esto, con cansarme y acrecentar el mal de cabeza por obediencia, quedaré con
ganancia, aunque de lo que dijere no se saque ningún provecho (3)[3].
3. Y así, comienzo a cumplirla hoy, día de la Santísima
Trinidad, año de 1577 (4)[4]
en este monasterio de San José del Carmen en Toledo adonde al presente estoy,
sujetándome en todo lo que dijere al parecer de quien me lo manda escribir, que
son personas de grandes letras (5)[5].
Si alguna cosa dijere que no vaya conforme a lo que tiene la Santa Iglesia
Católica Romana, será por ignorancia y no por malicia (6)[6].
Esto se puede tener por cierto, y que siempre estoy y estaré sujeta por la
bondad de Dios, y lo he estado a ella (7)[7].
Sea por siempre bendito, amén, y glorificado.
4. Díjome quien me mandó escribir (8)[8]
que como estas monjas de estos monasterios de nuestra Señora del Carmen tienen
necesidad de quien algunas dudas de oración las declare, y que le parecía que
mejor se entienden el lenguaje unas mujeres de otras, y con el amor que me
tienen les haría más al caso lo que yo les dijese, tiene entendido por esta
causa será de alguna importancia, si se acierta a decir alguna cosa; y por esto
iré hablando con ellas en lo que escribiré, y porque parece desatino pensar que
puede hacer al caso a otras personas. Harta merced me hará nuestro Señor, si
alguna de ellas se aprovechare para alabarle algún poquito más: bien sabe Su
Majestad que yo no pretendo otra cosa; y está muy claro que, cuando algo se
atinare a decir, entenderán no es mío, pues no hay causa para ello, si no fuere
tener tan poco entendimiento como yo habilidad para cosas semejantes, si el
Señor por su misericordia no la da.
COMENTARIOS AL CASTILLO INTERIOR
PRELIMINAR
«Castillo interior» es más que un libro. Es un símbolo
maravilloso del misterio del hombre. Es el alma de su autora, Teresa de Jesús,
que se va desplazando y elevando de morada en morada. Es un programa, femenino
pero batallero, de la vida espiritual del cristiano.
Es también un libro, el último libro escrito por la Doctora
de la Iglesia Teresa de Jesús, quien un lustro antes de morir depositó en él lo
mejor de su saber, lo que en su experiencia habían ido decantando y depurando
los años.
Es normal que para leer un libro como éste, o bien para
adentrarse en las moradas secretas del Castillo, se recurra a los servicios de
un guía experto, que nos preceda leyendo pausadamente, uno a uno, cada capítulo
de la obra.
Es lo que se proponen las páginas del presente volumen.
Publicada previamente, y por entregas, en la revista abulense Teresa de
Jesús, han sido los lectores de ésta quienes han insistido en liberarlas de
la dispersión en que fueron viendo la luz a lo largo de 30 fascículos, para
reunirlas en un cuaderno normal como el que ahora ofrecemos al lector.
Su único objetivo es servir de trampolín de entrada a las
páginas de la Santa. Por eso es obligado advertírselo expresamente al lector. De
lo que se trata es de facilitar la lectura y comprensión del Castillo
Interior de Santa Teresa. De suerte que las páginas que siguen prestarían
un servicio fallido, si su lectura no condujese al suculento banquete de lo
escrito y servido por la propia Santa en su libro. Leerla a ella es
insuplantable.
Así pues, tras la lectura de cada artículo o bien tras la
lectura íntegra del presente ensayo propedéutico, Teresa de Jesús te espera
para dialogar contigo en las páginas, incomparables, de su Castillo.
Burgos, mayo de 2000
ANTE EL PRÓLOGO DEL CASTILLO
En un libro cualquiera, el prólogo es la primera página,
tras el título de portada y otros apuntes de burocracia. Página primera, pero
que suele escribirse al final, después de redactada y acicalada toda la obra.
Como hace un buen arquitecto: primero levanta el edificio, y luego instala su
puerta de entrada.
En el caso de Teresa y del presente libro no sucede así.
Ella comienza escribiendo el prólogo. Le sirve para presentarse a sí misma e
iniciar el diálogo con el lector. Así esa página inicial hace de puerta de
entrada a la autora y a los lectores.
Más adelante dirá ella que para entrar en su "castillo
simbólico" el puente levadizo y la puerta de entrada es la oración. Por
esa puerta se pasará del "Castillo Interior" que es su libro, al
verdadero edificio arquitectónico que es el "Castillo Interior" del
alma humana.
En esta primera página, el prólogo ofrece al lector tres
cosas:
– Primera, le
permite asistir de cerca a la composición de la obra.
– Segunda, le
insinúa tres posibles niveles de lectura.
– Y tercera,
lo introduce suavemente en el diálogo con la autora, pues todo el libro va a
ser una conversación familiar con ella.
La composición del libro
Los libros son como las personas. Tienen una hora de nacer.
Con un pequeño drama de gestación previa. Luego entran en familia. Hacen su
presentación en sociedad. Inician su andadura, de camino en camino, de amigo en
amigo. Con una carga de contenidos y riquezas interiores más o menos secretos,
más o menos al alcance de los lectores. Hay libros que rebasan las fronteras y
adquieren ciudadanía internacional. Y por fin, los libros de alta calidad, como
las personas, se sobreviven cuando el autor ha pasado a la historia y ellos
siguen dialogando con los lectores.
Punto por punto, es ésa la trayectoria seguida por este
libro de Teresa de Jesús, titulado Castillo Interior. Sería empresa
desbordante seguirlo ahora paso a paso, desde el nacimiento del autógrafo y su
éxodo a Sevilla para esquivar las pesquisas de la Inquisición castellana, hasta
entregar su texto a fray Luis de León para que lo publique, y desde ahí rebasar
la frontera de cada idioma... hasta la reciente y hermosa edición árabe, nacida
entre las ruinas y los obuses de Beirut en el Líbano.
Pero al menos podemos asistir a su nacimiento. Teresa de
Jesús lo escribe mitad en Toledo y mitad en Ávila. Lo comienza en junio de
1577. Lo interrumpe al mes y medio de tarea, acosada por el oleaje de
fundaciones y contratiempos. Lo reanuda en Ávila entre otoño e invierno de ese
año. Y ella misma le pone punto final con el «acabóse de escribir en el
monasterio de San José de Ávila, año de 1577, víspera de San Andrés».
Era el 29 de noviembre. «Tiempos recios» y borrascosos.
Teresa misma está en el ojo del ciclón. Esa semana es apresado y encarcelado
fray Juan de la Cruz. Al otro lado de la ciudad, las carmelitas que han votado
a la Madre Teresa por priora son castigadas con la excomunión. Ella misma
escribe cartas sin fin.
Pero nada de eso se refleja en el libro. Como si el
«castillo interior» fuese el reverso exacto de todos los castillos guerreros
del mundo. Ni un solo eco de las turbulencias exteriores logra penetrar en las
páginas de la obra, que sin embargo han sido escritas en directo, sin
borradores ni esquemas, como ella escribe las cartas o conversa con las
hermanas. Poseemos el manuscrito tal como salió de sus manos. En realidad es un
extenso borrador informe. Sin divisiones ni títulos de capítulos. Como una
larga y espaciosa conversación, captada en cinta magnetofónica. Sólo una vez
vuelve sobre su texto para añadirle una cuña explicativa a la altura de las
moradas sextas. Les añade un recorte de papel que amplía el tema ya escrito.
Redactado sin esquemas ni esbozos previos, sí, pero muy
pensado. A la Madre Teresa le vinieron grandes ganas de escribirlo por dos
motivos. Primero, porque ahora, a los doce años de haber redactado su Libro
de la Vida, era consciente de que aquel libro quedaba inconcluso. Había que
añadirle sus vivencias de los últimos años, las más colmadas de su vida
mística. Y segundo, porque aquel libro había caído en poder de la Inquisición,
secuestrado por los inquisidores de Madrid. Y a ella le dolía en el alma que
aquellas páginas se perdiesen definitivamente. De ahí el irreprimible deseo de
escribirlas de nuevo. Escribirlas en otra clave, menos autobiográfica, más
ordenada y completa.
Añadimos un tercer motivo: la madurez espiritual de la
autora. Cuenta ella 62 años cuando se pone a escribir. Pero no son los años los
que cuentan, sino las experiencias y el ángulo visual de su mirada, que ahora
le permite abarcarlos y comprender su sentido profundo y unitario. Desde hace
cinco años ha entrado en la etapa final de su vida mística. Son precisamente
los años en que ha escuchado día a día las lecciones de fray Juan de la Cruz.
Se ha medido con él en poesía, glosando –los dos a la par– un estribillo
popular y bíblico: «Vivo sin vivir en mí». Quizás ha sido fray Juan quien la ha
abierto al horizonte expresivo de los símbolos. Con la posibilidad de
recurrir a ellos para decir cosas que de otra suerte serían indecibles. Pues
bien, sobre el paisaje de un símbolo comienza ella su libro.
Niveles de lectura
En la primera página de su cuaderno Teresa escribió: «Este
tratado,
llamado Castillo interior, escribió Teresa de Jesús, monja de Nuestra
Señora del Carmen, a sus hermanas e hijas las Carmelitas Descalzas».
Antes de abordar la lectura, parémonos ante ese título. La
portada de un libro es como la fachada de un templo o de un palacio. Invita a
preguntarse qué es lo que nos espera dentro. Así aquí: en el umbral del libro
nos preguntamos por su contenido, para saber qué enfoque dar a la lectura.
Lo que se propuso la autora al componer el Castillo, era
ante todo regresar sobre su experiencia espiritual para referirla en forma más
completa que en su autobiografía. Pero a la vez quiso desplazar el relato
autobiográfico hacia un plano doctrinal: exponer el misterio o el proceso de la
vida espiritual en su pleno arco de desarrollo. Y para lograr el ensamblaje de
esas dos líneas temáticas –la autobiográfica y la doctrinal–, repliega sobre un
símbolo de fondo, el castillo, que constituirá el cedazo
literario de la obra. Son tres planos que ofrecen al lector tres
niveles de lectura:
– Leer en el libro
la historia de Teresa: su castillo.
– Leer el
mensaje del símbolo o de los símbolos cruzados que ensamblan la obra.
– Leerlo como
una lección de teología espiritual y de alta vida cristiana.
Detengámonos brevemente en esos tres niveles de lectura:
El nivel autobiográfico: Este castillo es el castillo
interior de la autora
Recordémoslo una vez más. Teresa había escrito su
autobiografía. Hoy se sigue discutiendo si aquel libro primerizo era realmente
autobiográfico.
Porque lo que en él se cuenta es una historia interior, cuya trama es una serie
de hechos «místicos»: Y lo místico no es muy historiable.
Además, ya entonces el relato se mantuvo en el anonimato: la autora cuenta la
historia de «una persona» que vive en un convento y en una ciudad nunca
citados por su nombre, que se relaciona con unos asesores también anónimos, y
funda un convento de San José sin decir dónde está ubicado.
Ahora al escribir el castillo, empleará ese mismo recurso
literario. Constantemente aludirá a «una persona», «cierta persona», «aquella
persona»... conocidísima de la autora, a quien le han ido ocurriendo las cosas
y gracias y experiencias que se refieren en el libro. Sólo ocasionalmente,
a «esa persona» se le asocia otra también innominada, y que «era hombre»: alusión
velada pero trasparente a fray Juan de la Cruz.
Pues bien, «esa persona» es la autora. El lector puede
estar seguro
de que va a hacer un recorrido por las estancias del castillo de Teresa,
guiado por ella misma. Se le invita a penetrar y recorrer su alma. A seguir las
jornadas de su itinerario espiritual y los estratos de su espíritu,
hasta las capas más secretas de su hondón interior.
Estas últimas, sobre todo. Porque a Teresa le interesa
especialmente
contar las últimas jornadas de su vida, las que no había contado
en el libro de su autobiografía. De ahí la extensión de las moradas sextas y el
amplio horizonte de las séptimas.
El nivel simbólico
Era normal que al abrir el espacio interior de su alma,
Teresa optase
por una actitud de recato literario: arropar el relato con los celajes de un
símbolo. El símbolo dispensa de la narración explícita. Tiende un velo de pudor
sobre las experiencias íntimas e inefables de lo divino. Y, a la vez, el
símbolo dice sin decir. Es una especie de palabra abierta o de mensaje en
sordina, capaz de despertar en el lector resonancias e inteligencias según el
calado de alma del lector mismo, según su capacidad de escucha o su empatía con
la experiencia de la autora.
Quizás para nosotros el cauce mejor para entrar por este
nivel de lectura del Castillo sea confrontar el recurso simbolizante de Teresa
con el de nuestros escritores de hoy. Podríamos escoger, por ejemplo, a Kafka,
que es sin duda uno de los maestros en el arte de cincelar símbolos. Y
precisamente en su bosque de símbolos es fácil encontrar tres que podrían
decirse hermanos gemelos de los que Teresa utiliza en sus libros: la gran
novela de Kafka es El Castillo; uno de sus relatos breves es la «Metamorfosis»;
y otro, también breve pero terrible, es «La Madriguera». Como en el caso de
Teresa, los tres símbolos de Kafka son tres versiones autobiográficas o
antropológicas de su aventura personal y de su visión de la vida, de la
sociedad y de los hombres. Pero en contraste brutal con los símbolos de Teresa:
el castillo, el gusano de seda, el amor esponsal o el jardín de flores.
El castillo del novelista checo es un lugar inaferrable,
inaccesible, misterioso, colocado en la cima de la colina, envuelto en brumas,
sin caminos de acceso ni portones de entrada. De él depende la vida de la aldea
y de los aldeanos instalados abajo en lo hondo del valle, peró que son
incapaces de comunicar con el castillo y los castellanos. Y que finalmente se
resignan a revolcarse en el fango de lo que sea. Inseguros de si el
castillo es una realidad inaccesible o una utopía inevitable. En contraste
total con este castillo de Teresa, que es la realidad interior
de sí misma, que no sólo da sentido a la vida de la castellana que lo habita,
sino que la abre a la trascendencia. La permite comunicar con Dios. Y a la vez
la tiene ahincada en la tierra, ceñida por el muro del propio cuerpo, y oteando
más allá del propio foso el paisaje social humano, constelado de castillos
ajenos: cada hombre es un castillo interior, como el que ella posee.
En el corazón del libro, Teresa introduce el símbolo
bellísimo del gusano de seda que se vuelve mariposa. Síntesis de la historia de
todo hombre, nacido para tener alas y elevarse... El más desolador contra
símbolo del gusano de seda es el que propone Kafka en la «Metamorfosis»:
condensado de su historia personal de enfermo tuberculoso y de su marginación
familiar y social. Protagonista de la «Metamorfosis» es él mismo, que de pronto
se ve convertido en un enorme escarabajo destinado a morir
entre las barreduras de la casa, y que cuando lo llevan en el camión de la
basura, produce una confortante sensación de liberación en toda la familia.
El tercer símbolo de Kafka, «La madriguera», es de nuevo el
símbolo
del hombre en relación con los otros hombres. En la madriguera reside un topo
inteligente, que sólo asoma a la superficie para agredir, depredar y acumular
sus presas en la despensa de su sótano subterráneo lleno de
provisiones de animales muertos. Teresa ya había utilizado en el
Libro de la Vida un similar símbolo terrestre, pero no madriguera, sino jardín
de agua, flores y frutos. Ahora, en las últimas páginas del Castillo, su
símbolo preferido es el «amor nupcial»: desposorio y matrimonio,
como plenitud de relaciones humanas en el amor, símbolo realista de la plenitud
del hombre enamorado de Dios.
Todo eso quiere sugerir al lector una clave o un nivel de
lectura, apenas se adentra en el castillo de Teresa. Los símbolos utilizados
por ella –esos tres y otros más: agua, fuego, nave, ave fénix, mar...– hunden
sus raíces en la experiencia vivida por ella. Tienen espaciosa apertura
semántica sobre el horizonte humano. Y pulsan la inteligencia y sensibilidad
del lector en forma sugeridora. Le sugieren mucho más de lo que dicen. Lo
invitan a reacuñar y revivir cada símbolo en la propia vida.
El nivel teológico
En última instancia Teresa no escribe por hacer literatura,
ni siquiera
por contar de nuevo el paso de Dios por su vida. En última instancia
le interesa explicarse a sí misma y al lector el sentido profundo de esa
vivencia. Elevarse al plano de la «razón teológica» del hecho místico
y de la vida de la gracia. Su historia personal y el embrujo de los símbolos le
sirven para eso: para diagramar a su modo el proceso de desarrollo de la gracia
como vida nueva y misteriosa del creyente.
Teresa conoce los esquemas tradicionales, que explican ese
proceso
de vida en tres vías o en tres etapas: de principiantes, aprovechados
y perfectos. Pero no los adopta ni los utiliza. El símbolo del Castillo le permite
fijar el punto de partida de su explicación doctrinal en el hombre: en su
capacidad y dignidad, en su hechura a imagen de Dios, en su condición de templo
del Espíritu, en su vocación radical a la comunión con Dios. Será ésa la base
antropológica cristiana de su exposición.
Pero esa su vocación a la relación con Dios pasa
necesariamente por Cristo. Teresa introduce, para explicarlo, el delicioso
símil del gusano
de seda que se transforma en mariposa. Y como clave bíblica, el lema paulino
«mi vida es Cristo». El cristiano crece en Cristo, se configura
con él, hasta la unión plena con su Señor Jesús.
La fase terminal es trinitaria y eclesial. El cristiano que
no vive a fondo la inhabitación trinitaria, nunca llegará a la plenitud de los
gérmenes
de vida nueva recibidos en el bautismo. Y si llega a esa plenitud, la revierte
–como Cristo mismo– en el servicio de los otros, en hacer Iglesia.
Sobre esa trilogía (o cuatrilogía) se despliega el paisaje
doctrinal del Castillo: el hombre, por Cristo, a la Trinidad, para la Iglesia.
Leamos el prólogo
Es un prólogo original. Difícilmente se hallará otro
semejante en el umbral de un libro serio. ¿En qué libro comienza el autor
contando su dolor de cabeza?
Y sin embargo, esas breves pinceladas del prologo son la
mejor puerta de entrada en el castillo del libro. Con la mayor sencillez del
mundo se le dicen al lector cuatro cosas. Basta recorrerlas, número tras
número.
Primero: la autora hace su presentación. Se presenta ante él con el realismo
físico de sus achaques de salud, con su desinspiración literaria y su carga de
intenciones y preocupaciones doctrinales. Es su manera de personarse y entrar
ella misma en la obra que está escribiendo.
Segundo: este libro ha tenido un antecedente literario del cual depende: el
Libro de la vida, escrito por la autora hace doce años. Ahora
no lo tiene a mano, se lo han secuestrado, pero el empalme de las dos obras
será perfecto, en díptico: Vida es el preludio de Castillo y el Castillo es
síntesis y complemento de Vida.
Tercero: como siempre, Teresa somete su pensamiento al magisterio
superior de la Iglesia (n. 3). Pero ella es plenamente consciente de su
peculiar y originalísima manera doctrinal. No escribe ex cátedra. Lo hace coloquialmente. No sólo atendiéndose a la norma
humanista «escribo como hablo», sino más: ella escribe conversando. Se lo dice
plásticamente a las lectoras: «Iré hablando con ellas en lo que escribiré».
Cuarto: finalmente, atención a las lectoras. Destinatarias de este libro –que
elevará el vuelo hasta las cotas más altas de la mística– son sus monjas, las
Carmelitas de sus Carmelos castellanos y andaluces. Lectoras sencillas, sin
preparación especial, ni literaria ni teológica. La autora está convencida de
que para leer comprensivamente su libro, no se necesitan altos niveles
culturales. Se requiere, en cambio, la gana o el puro anhelo de entrar en el
castillo con el alma y la vida. Como es el caso de sus lectoras carmelitas.
Vale para nosotros, lectores de hoy, que nos asociamos a
aquellas lectoras primerizas. No parece que entre los objetivos de la Madre
Teresa figurase el proyecto de editar el Castillo en letra de molde. En cambio,
a medida que redactaba los cuadernillos autógrafos, los iba pasando a dos o
tres monjas jóvenes –primero en Toledo, en Ávila después– para que
los copiasen y difundiesen. Fue fray Luis de León quien tuvo el mérito de
ponerlo en letra de molde, en las prensas salmantinas, para que
lo leyésemos cómodamente nosotros.
Notas del texto teresiano:
[1]
A continuación de este título y dedicatoria de la Santa, escribió esta
interesante anotación el P. F. RIBERA: «En este libro está muchas veces borrado
lo que escribió la Santa Madre, y añadidas otras palabras, o puestas glosas a
la margen. Y ordinariamente está mal borrado, y estaba mejor primero como se escribió,
y verase en que a la sentencia viene mejor, y la Santa Madre lo viene después a
declarar, y lo que se enmienda muchas veces no viene bien con lo que se dice
después, y así se pudieran muy bien excusar las enmiendas y las glosas. Y
porque lo he leído y mirado todo con algún cuidado, me pareció avisar a quien
lo leyere que lea como escribió la Santa Madre que lo entendía y decía mejor, y
deje todo lo añadido, y lo borrado de la letra de la Santa delo por no borrado
si no fuere cuando estuviere enmendado o borrado de su misma mano, que es pocas
veces. Y ruego por caridad, a quien leyere este libro que reverencie las
palabras y letras hechas por aquella tan santa mano y procure entenderlo bien,
y verá que no hay qué enmendar, y aunque no lo entienda, crea que quien lo
escribió lo sabía mejor, y que no se pueden corregir bien las palabras si no es
llegando a alcanzar enteramente el sentido de ellas, porque, si no se alcanza,
lo que está muy propiamente dicho parecerá impropio, y de esa manera se vienen
a estragar y echar a perder los libros».
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