Cómo nuestro padre General vino a Ávila, y lo que de su venida sucedió.
1. Siempre nuestros Generales residen en Roma, y jamás ninguno vino a España (1)[1], y así parecía cosa imposible venir ahora. Mas como para lo que nuestro Señor quiere no hay cosa que lo sea, ordenó Su Majestad que lo que nunca había sido fuese ahora. Yo cuando lo supe, paréceme que me pesó; porque, como ya se dijo en la fundación de San José, no estaba aquella casa sujeta a los frailes, por la causa dicha (2)[2]. Temí dos cosas: la una, que se había de enojar conmigo y, no sabiendo las cosas cómo pasaban, tenía razón; la otra, si me había de mandar tornar al monasterio de la Encarnación, que es de la Regla mitigada, que para mí fuera desconsuelo, por muchas causas, que no hay para qué decir. Una bastaba, que era no poder yo allá guardar el rigor de la Regla primera y ser de más de ciento y cincuenta el número (3)[3], y todavía adonde hay pocas, hay más conformidad y quietud. Mejor lo hizo nuestro Señor que yo pensaba; porque el General es tan siervo suyo y tan discreto y letrado, que miró ser buena la obra, y por lo demás ningún desabrimiento me mostró. Llámase fray Juan Bautista Rubeo de Rávena (4)[4], persona muy señalada en la Orden y con mucha razón.
2. Pues, llegado a Ávila, yo procuré fuese a San José, y el Obispo tuvo por bien se le hiciese toda la cabida que a su misma persona (5)[5]. Yo le di cuenta con toda verdad y llaneza, porque es mi inclinación tratar así con los prelados, suceda lo que sucediere, pues están en lugar de Dios, y con los confesores lo mismo; y si esto no hiciese, no me parecería tenía seguridad mi alma; y así le di cuenta de ella y casi de toda mi vida, aunque es harto ruin. Él me consoló mucho y aseguró que no me mandaría salir de allí.
3. Alegrose de ver la manera de vivir y un retrato, aunque imperfecto, del principio de nuestra Orden, y cómo la Regla primera se guardaba en todo rigor, porque en toda la Orden no se guardaba en ningún monasterio sino la mitigada (6)[6]. Y con la voluntad que tenía de que fuese muy adelante este principio, diome muy cumplidas patentes para que se hiciesen más monasterios, con censuras para que ningún provincial me pudiese ir a la mano (7)[7]. Estas yo no se las pedí, puesto que entendió de mi manera de proceder en la oración que eran los deseos grandes de ser parte para que algún alma se llegase más a Dios.
4. Estos medios yo no los procuraba, antes me parecía desatino, porque una mujercilla tan sin poder como yo bien entendía que no podía hacer nada; mas cuando al alma vienen estos deseos no es en su mano desecharlos. El amor de contentar a Dios y la fe hacen posible lo que por razón natural no lo es; y así, en viendo yo la gran voluntad de nuestro Reverendísimo General para que hiciese más monasterios, me pareció los veía hechos. Acordándome de las palabras que nuestro Señor me había dicho, veía (8)[8] ya algún principio de lo que antes no podía entender.
Sentí muy mucho cuando vi tornar a nuestro padre General a Roma; habíale cobrado gran amor y parecíame quedar con gran desamparo. Él me le mostraba grandísimo y mucho favor, y las veces que se podía desocupar se iba allá a tratar cosas espirituales, como a quien el Señor debe hacer grandes mercedes: en este caso nos era consuelo oírle. Aun antes que se fuese, el Obispo (que es don Álvaro de Mendoza), muy aficionado a favorecer a los que ve que pretenden servir a Dios con más perfección, y así procuró que le dejase licencia para que en su obispado se hiciesen algunos monasterios de frailes descalzos de la primera Regla. También otras personas se lo pidieron. Él lo quisiera hacer, mas halló contradicción en la Orden; y así, por no alterar la Provincia, lo dejó por entonces.
5. Pasados algunos días, considerando yo cuán necesario era, si se hacían monasterios de monjas, que hubiese frailes de la misma Regla, y viendo ya tan pocos en esta Provincia, que aun me parecía se iban a acabar, encomendándolo mucho a nuestro Señor, escribí a nuestro P. General una carta suplicándoselo lo mejor que yo supe, dando las causas por donde sería gran servicio de Dios; y los inconvenientes que podía haber no eran bastantes para dejar tan buena obra, y poniéndole delante el servicio que haría a nuestra Señora, de quien era muy devoto. Ella debía ser la que lo negoció; porque esta carta llegó a su poder estando en Valencia, y desde allí me envió licencia para que se fundasen dos monasterios, como quien deseaba la mayor religión de la Orden (9)[9]. Porque no hubiese contradicción, remitiólo al provincial que era entonces, y al pasado, que era harto dificultoso de alcanzar. Mas como vi lo principal, tuve esperanza el Señor haría lo demás; y así fue, que con el favor del Obispo, que tomaba este negocio muy por suyo, entrambos vinieron en ello (10)[10].
6. Pues estando yo ya consolada con las licencias, creció más mi cuidado, por no haber fraile en la Provincia, que yo entendiese, para ponerlo por obra, ni seglar que quisiese hacer tal comienzo. Yo no hacía sino suplicar a nuestro Señor que siquiera una persona despertase. Tampoco tenía casa, ni cómo la tener. Hela aquí una pobre monja descalza, sin ayuda de ninguna parte, sino del Señor, cargada de patentes y buenos deseos y sin ninguna posibilidad para ponerlo por obra. El ánimo no desfallecía ni la esperanza, que, pues el Señor había dado lo uno, daría lo otro. Ya todo me parecía muy posible, y así lo comencé a poner por obra.
7. ¡Oh grandeza de Dios! ¡Y cómo mostráis vuestro poder en dar osadía a una hormiga! ¡Y cómo, Señor mío, no queda por Vos el no hacer grandes obras los que os aman, sino por nuestra cobardía y pusilanimidad! Como nunca nos determinamos, sino llenos de mil temores y prudencias humanas, así, Dios mío, no obráis vos vuestras maravillas y grandezas. ¿Quién más amigo de dar, si tuviese a quién, ni de recibir servicios a su costa? Plega a Vuestra Majestad que os haya yo hecho alguno y no tenga más cuenta que dar de lo mucho que he recibido, amén.
COMENTARIO AL CAPÍTULO 2
Encuentro en Ávila con el P. General,
que otorga a Teresa licencias para fundar
Nuevo capítulo preambular. Bien sintetizado en el título. Actores principales de la escena van a ser nuevamente cuatro: el reverendísimo General de la Orden, Rubeo, y el Obispo de Ávila: dos magnates; a su lado Teresa ("una mujercilla tan sin poder como yo"), y en el fondo de la escena, misteriosamente, el Señor: "¡Oh grandeza de Dios...!" (n. final).
De pronto llega a Ávila el P. General, investido de poderes tridentinos, para ejercer la visita canónica a los conventos carmelitas de Castilla.
Extrañamente, el Carmelo de san José de Ávila ‑donde reside actualmente Teresa‑ no está bajo su jurisdicción, sino bajo la jusrisdicción del Obispo. En él no practicará su visita canónica el P. General.
De ahí los recelos de Teresa, que se resuelven invitándolo cuanto antes a venir a San José y entablar diálogo franco, cara a cara. Lo ha invitado también Don Álvaro, que hace de Prelado.
Basta un simple encuentro con aquélla para que el General quede encantado. Encantada también ella con el P. General. Los encuentros se repiten en clave intensamente espiritual.
Teresa tiene grandes deseos, pero sin futuros planes concretos. Es el General quien toma la iniciativa y le confiere poderes para que funde más Carmelos (femeninos) en Castilla.
Y a don Álvaro se le ocurre otra iniciativa, que propone al General: fundar algún convento de frailes como el de la Madre Teresa, es decir, de la primera Regla de la Orden, aquí, "en su obispado". Otras personas insisten en la propuesta. Pero fracasan. El P. General se resiste, porque "halló contradicción en la Orden".
Teresa lo piensa, y vuelve sobre el tema. Le escribe al General razonando los pros y los contras de una o más fundaciones de Descalzos. Y su carta convence al General, que ya de regreso a Italia, desde Barcelona le envía licencia para fundar "en Castilla", dos conventos de "carmelitas contemplativos" ("estando ‑el P. General‑ en Valencia", escribe equivocadamente la Santa: n. 5). Era el 10 de agosto de 1567. Teresa recibirá esa carta cuando ya esté de camino para la primera fundación fuera de Ávila.
Ahora, al recordarlo y escribirlo, estalla en un explosivo himno de alabanza a la "grandeza de Dios", que da "osadía a una hormiga como ella" (n. 7).
Y con este himno a su Dios ‑"¡tan amigo de dar, si tuviese a quién!"‑, se cierra el capítulo.
NOTAS
Los personajes del capítulo:
El General de la Orden es el P. Juan Bautista Rossi, en el léxico de la Santa: "P. Rubeo" (1507‑1578), designado por el Papa Vicario General en 1562 a la muerte de su predecesor Nicolás Audet, y luego elegido General en el Capítulo de Roma de 1564. Viene a España y Portugal en 1566. Llega a Ávila en febrero de 1567, e inicia la visita canónica a los dos conventos, del Carmen y de la Encarnación. Estando en Ávila, el 27 de abril de 1567, firma la licencia que faculta a Teresa para fundar Carmelos en Castilla. El 10 de agosto de ese año firma en Barcelona la licencia para fundar dos conventos de "carmelitas contemplativos" también en Castilla. ‑ Posteriormente se cartean él y la Santa.
Don Álvaro de Mendoza es Obispo de Ávila: 1560‑1577. Luego, Obispo de Palencia: 1577‑1586. Su conocimiento y relaciones con la Santa se deben a la mediación de San Pedro de Alcántara, que le escribe una carta hacia julio de 1562. Admite bajo su jurisdicción el Carmelo de San José, y toda la vida mantendrá su favor a la Santa.
Los dos Provinciales carmelitas, aludidos en el n. 5, son: actualmente, el P. Alonso González; provincial anterior, el P. Ángel de Salazar, que años más adelante volverá a ejercer el mismo cargo (últimos capítulos del libro).
[1] Pequeño desliz histórico de la Santa: nunca el P. General había venido a Castilla. El General Juan Alerio había presidido en Barcelona el capítulo general de 1324.
[2] San José de Ávila fue fundado bajo la obediencia del Obispo de la ciudad, Álvaro de Mendoza, por haberla rehusado el P. Provincial Ángel de Salazar: cf. Vida, 32, nn. 13-15, y c. 33, n. 16.
[3] «Llegaron en breve a ser 180 religiosas», escribe la historiadora del monasterio María Pinel (Noticias del S. convento de la Encarnación de Ávila, B.M.C., t. II, p. 104).
[4] El P. Juan Bautista Rubeo, en italiano Rossi (1507-1578), Vicario General en 1562, y electo General en 1564, vino a España en 1566, y después de visitar Andalucía y Portugal, llegó a Ávila hacia el 16-18 de febrero de 1567, quedando prendado de la persona y de la obra teresiana.
[5] Se le hiciese... cabida: acogida. Cf. Vida, c. 2, n. 2 y c. 36, n. 1.
[6] Se observaba la Regla primitiva al menos en el convento de religiosos de Monte Oliveto, cerca de Génova, visitado por Rubeo al venir a España.
[7] La patente de 27/4/1567 y la de 16/5/1567 pueden verse en B.M.C., t. V, pp. 333-335.
[8] Cf. c. 1, n. 8.
[9] No desde Valencia, sino desde Barcelona, con fecha 10 de agosto de 1567: la patente facultaba para fundar dos conventos de frailes reformados («carmelitas contemplativos») en Castilla. Puede verse el texto de la patente en Regesta Rubei del P. ZIMMERMAN (Roma 1936), pp. 56-58.
[10] Entrambos Provinciales: Alonso González, desde el 12 de abril de 1567, y Ángel de Salazar, su predecesor.
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