Libro de las
Fundaciones
CAPÍTULO
20
En que se trata la fundación del monasterio de
Nuestra Señora de la Anunciación, que está en Alba de Tormes. Fue año de 1571.
1. No había dos meses que se había tomado la
posesión, el día de Todos Santos, en la casa de Salamanca, cuando de parte del
contador del duque de Alba y de su mujer fui importunada que en aquella villa
hiciese una fundación y monasterio. Yo no lo había mucha gana a causa que, por
ser lugar pequeño, era menester que tuviese renta, que mi inclinación era a que
ninguna tuviese. El padre maestro fray Domingo Bañes, que era mi confesor, de
quien traté al principio de las fundaciones, que acertó a estar en Salamanca,
me riñó y dijo que, pues el Concilio daba licencia para tener renta, que no
sería bien dejase de hacer un monasterio por eso; que yo no lo entendía, que
ninguna cosa hacía para ser las monjas pobres y muy perfectas (1)[1].
Antes que más diga, diré quién era la fundadora y
cómo el Señor la hizo fundarle.
2. Fue hija Teresa de Layz, la fundadora del
monasterio de la Anunciación de nuestra Señora de Alba de Tormes, de padres
nobles, y muy hijosdealgo y de limpia sangre (2)[2].
Tenían su asiento, por no ser tan ricos como pedía la nobleza de sus padres, en
un lugar llamado Tordillos, que es dos leguas de la dicha villa de Alba. Es
harta lástima que, por estar las cosas del mundo puestas en tanta vanidad,
quieren más pasar la soledad que hay en estos lugares pequeños de doctrina y
otras muchas cosas que son medios para dar luz a las almas, que caer un punto
de los puntos que esto que ellos llaman honra traen consigo. Pues habiendo ya
tenido cuatro hijas, cuando vino a nacer Teresa de Layz, dio mucha pena a sus padres
de ver que también era hija.
3. Cosa cierto mucho para llorar, que sin entender
los mortales lo que les está mejor, como los que del todo ignoran los juicios
de Dios, no sabiendo los grandes bienes que pueden venir de las hijas ni los
grandes males de los hijos, no parece que quieren dejar al que todo lo entiende
y los cría, sino que se matan por lo que se habían de alegrar. Como gente que
tiene dormida la fe, no van adelante con la consideración, ni se acuerdan que
es Dios el que así lo ordena, para dejarlo todo en sus manos. Y ya que están
tan ciegos que no hagan esto, es gran ignorancia no entender lo poco que les
aprovecha estas penas. ¡Oh, válgame Dios!, ¡cuán diferente entenderemos estas
ignorancias en el día adonde se entenderá la verdad de todas las cosas!, y
¡cuántos padres se verán ir al infierno por haber tenido hijos y cuántas
madres, y también se verán en el cielo por medio de sus hijas!
4. Pues, tornando a lo que decía, vienen las cosas a
términos, que, como cosa que les importaba poco la vida de la niña, a tercer
día de su nacimiento se la dejaron sola y sin acordarse nadie de ella desde la
mañana hasta la noche. Una cosa habían hecho bien, que la habían hecho bautizar
a un clérigo luego en naciendo. Cuando a la noche vino una mujer, que tenía
cuenta con ella y supo lo que pasaba, fue corriendo a ver si era muerta, y con
ella otras algunas personas que habían ido a visitar a la madre, que fueron
testigos de lo que ahora diré. La mujer la tomó llorando en los brazos, y le
dijo: «¡Cómo, mi hija! ¿vos no sois cristiana?», a manera de que había sido
crueldad. Alzó la cabeza la niña y dijo: «Sí soy», y no habló más hasta la edad
que suelen hablar todos. Los que la oyeron, quedaron espantados, y su madre la
comenzó a querer y regalar desde entonces, y así decía muchas veces que
quisiera vivir hasta ver lo que Dios hacía de esta niña. Criábalas muy
honestamente, enseñándolas todas las cosas de virtud.
5. Venido el tiempo que la querían casar, ella no
quería, ni lo tenía deseo. Acertó a saber cómo la pedía Francisco Velázquez,
que es el fundador también de esta casa, marido suyo; y, en nombrándosele, se
determinó de casarse si la casaban con él, no le habiendo visto en su vida; mas
veía el Señor que convenía esto para que se hiciese la buena obra que entrambos
han hecho para servir a Su Majestad. Porque, dejado de ser hombre virtuoso y
rico (3)[3],
quiere tanto a su mujer, que la hace placer en todo y con mucha razón; porque
todo lo que se puede pedir en una mujer casada, se lo dio el Señor muy cumplidamente.
Que, junto con el gran cuidado que tiene de su casa, es tanta su bondad, que,
como su marido la llevase a Alba de donde era natural y acertasen a aposentar
en su casa los aposentadores del duque un caballero mancebo, sintió tanto, que
comenzó a aborrecer el pueblo; porque ella, siendo moza y de muy buen parecer,
a no ser tan buena, según el demonio comenzó a poner en él malos pensamientos,
pudiera suceder algún mal.
6. Ella, en entendiéndolo, sin decir nada a su
marido, le rogó la sacase de allí; y él hízolo así y llevola a Salamanca,
adonde estaba con gran contento y muchos bienes del mundo, por tener un cargo
que todos los deseaban mucho contentar, y regalaban (4)[4].
Sólo tenían una pena, que era no les dar nuestro Señor hijos, y para que se los
diese eran grandes las devociones y oraciones que ella hacía, y nunca suplicaba
al Señor otra cosa sino que le diese generación, para que, acabada ella,
alabasen a Su Majestad; que le parecía recia cosa que se acabase en ella y no
tuviese quien después de sus días alabase a Su Majestad. Y decíame ella a mí
que jamás otra cosa se le ponía delante para desearlo; y es mujer de gran
verdad y tanta cristiandad y virtud como tengo dicho, que muchas veces me hace
alabar a nuestro Señor ver sus obras, y alma tan deseosa de siempre contentarle
y nunca dejar de emplear bien el tiempo.
7. Pues andando muchos años con este deseo, y
encomendándolo a San Andrés, que le dijeron era abogado para esto, después de
otras muchas devociones que había hecho, dijéronle una noche, estando acostada:
«No quieras tener hijos, que te condenarás». Ella quedó muy espantada y
temerosa, mas no por eso se le quitó el deseo, pareciéndole que pues su fin era
tan bueno, que por qué se había de condenar. Y así, iba adelante con pedirlo a
nuestro Señor, en especial hacía particular oración a San Andrés. Una vez,
estando con este mismo deseo, ni sabe si despierta o dormida (de cualquier
manera que sea, se ve fue visión buena por lo que sucedió), pareciole que se
hallaba en una casa, adonde en el patio, debajo del corredor, estaba un pozo
(5)[5];
y vio en aquel lugar un prado y verdura, con unas flores blancas por él de
tanta hermosura que no sabe ella encarecer de la manera que lo vio. Cerca del
pozo se le apareció San Andrés de forma de una persona muy venerable y hermosa,
que le dio gran recreación mirarle, y díjole: «Otros hijos son éstos que los
que tú quieres». Ella no quisiera que se acabara el consuelo grande que tenía
en aquel lugar; mas no duró más. Y ella entendió claro que era aquel santo San Andrés,
sin decírselo nadie; y también que era la voluntad de nuestro Señor que hiciese
monasterio. Por donde se da a entender que también fue visión intelectual como
imaginaria y que ni pudo ser antojo ni ilusión del demonio.
8. Lo primero, no fue antojo, por el gran efecto que
hizo, que desde aquel punto nunca más deseó hijos, sino que quedó tan asentado
en su corazón que era aquella la voluntad de Dios, que ni se los pidió más ni
los deseó. Así comenzó a pensar qué modo tendría para hacer lo que el Señor
quería. No ser demonio, también se entiende, así por el efecto que hizo, porque
cosa suya no puede hacer bien, como por estar hecho ya el monasterio, adonde se
sirve mucho nuestro Señor; y también porque era esto más de seis años antes que
se fundase el monasterio, y él no puede saber lo por venir.
9. Quedando ella muy espantada de esta visión dijo a
su marido que pues Dios no era servido de darles hijos, que hiciesen un
monasterio de monjas. Él, como es tan bueno y la quería tanto, holgó de ello y
comenzaron a tratar adónde le harían. Ella quería en el lugar que había nacido;
él le puso justos impedimentos para que entendiese no estaba bien allí.
10. Andando tratando esto, envió la duquesa de Alba
a llamarle; y como fue, mandole se tornase a Alba a tener un cargo y oficio que
le dio en su casa (6)[6].
El, como fue a ver lo que le mandaba y se lo dijo, aceptolo, aunque era de muy
menos interés que el que tenía en Salamanca. Su mujer, de que lo supo, afligiose
mucho, porque, como he dicho, tenía aborrecido aquel lugar. Con asegurarle él
que no le darían más huésped, se aplacó algo, aunque todavía estaba muy
fatigada, por estar más a su gusto en Salamanca. Él compró una casa y envió por
ella. Vino con gran fatiga, y más la tuvo cuando vio la casa; porque aunque era
en muy buen puesto y de anchura, no tenía edificios, y así estuvo aquella noche
muy fatigada. Otro día en la mañana, como entró en el patio, vio al mismo lado
el pozo, adonde había visto a San Andrés, y todo, ni más ni menos que lo había
visto, se le representó; digo el lugar, que no el Santo, ni prado, ni flores,
aunque ella lo tenía y tiene bien en la imaginación.
11. Ella, como vio aquello, quedó turbada y
determinada a hacer allí el monasterio y con gran consuelo y sosiego ya para no
querer ir a otra parte. Y comenzaron a comprar más casas juntas, hasta que
tuvieron sitio muy bastante. Ella andaba cuidadosa de qué Orden le haría,
porque quería fuesen pocas y muy encerradas, y tratándolo con dos religiosos de
diferentes Órdenes, muy buenos y letrados, entrambos le dijeron sería mejor
hacer otras obras; porque las monjas las más estaban descontentas, y otras
cosas hartas; que, como al demonio le pesaba, queríalo estorbar, y así les
hacía parecer era gran razón las razones que le decían. Y como pusieron tanto
en que no era bien, y el demonio que ponía más en estorbarlo, hízola temer y
turbar y determinar de no hacerlo; y así lo dijo a su marido, pareciéndoles,
que pues personas tales les decían que no era bien y su intento era servir a
nuestro Señor, de dejarlo. Y así concertaron de casar un sobrino que ella
tenía, hijo de una hermana suya, que quería mucho, con una sobrina de su
marido, y darles mucha parte de su hacienda y lo demás hacer bien por sus
almas; porque el sobrino era muy virtuoso y mancebo de poca edad. En este
parecer quedaron entrambos resueltos y ya muy asentado.
12. Mas como nuestro Señor tenía ordenada otra cosa,
aprovechó poco su concierto, que antes de quince días le dio un mal tan tecio
que en muy pocos días le llevó consigo nuestro Señor. A ella se le asentó en
tanto extremo que había sido la causa de su muerte la determinación que tenían
de dejar lo que Dios quería que hiciese por dárselo a él, que hubo gran temor.
Acordábasele de Jonás profeta (7)[7],
lo que le había sucedido por no querer obedecer a Dios; y aun le parecía la
había castigado a ella quitándole aquel sobrino que tanto quería. Desde este
día se determinó de no dejar por ninguna cosa de hacer el monasterio, y su
marido lo mismo, aunque no sabían cómo ponerlo por obra. Porque a ella parece
la ponía Dios en el corazón lo que ahora está hecho, y a los que ella lo decía
y les figuraba cómo quería el monasterio, reíanse de ello, pareciéndoles no
hallaría las cosas que ella pedía, en especial un confesor que tenía, fraile de
San Francisco, hombre de letras y calidad. Ella se desconsolaba mucho.
13. En este tiempo acertó a ir este fraile a cierto
lugar, adonde le dieron noticia de estos monasterios de nuestra Señora del
Carmen que ahora se fundaban. Él, informado muy bien, tornó a ella y díjole que
ya había hallado que podía hacer el monasterio como quería; díjole lo que
pasaba, y que procurase tratarlo conmigo. Así se hizo. Harto trabajo se pasó en
concertarnos, porque yo siempre he pretendido que los monasterios que fundaba con
renta la tuviesen tan bastante, que no hayan menester las monjas a sus deudos
ni a ninguno, sino que de comer y vestir les den todo lo necesario en la casa, y
las enfermas muy bien curadas (8)[8];
porque de faltarles lo necesario vienen muchos inconvenientes. Y para hacer
muchos monasterios de pobreza sin renta, nunca me falta corazón y confianza,
con certidumbre que no les ha Dios de faltar. Y para hacerlos de renta y con
poca, todo me falta. Por mejor tengo que no se funden.
14. En fin, vinieron a ponerse en razón y dar
bastante renta para el número; y lo que les tuve en mucho, que dejaron su
propia casa para darnos y se fueron a otra harto ruin. Púsose el Santísimo
Sacramento e hízose la fundación día de la Conversión de San Pablo, año de 1571
(9)[9],
para gloria y honra de Dios, adonde, a mi parecer, es Su Majestad muy servido.
Plega a Él lo lleve siempre adelante.
15. Comencé a decir algunas cosas particulares de
algunas hermanas de estos monasterios, pareciéndome cuando esto viniesen a leer
no estarían vivas las que ahora son, y para que las que vinieren se animen a
llevar adelante tan buenos principios. Después me ha parecido que habrá quien
lo diga mejor y más por menudo y sin ir con el miedo que yo he llevado,
pareciéndome les parecerá ser parte (10)[10];
y así he dejado hartas cosas que quien las ha visto y sabido no las pueden
dejar de tener por milagrosas, porque son sobrenaturales; de éstas no he
querido decir ningunas, y de las que conocidamente se ha visto hacerlas nuestro
Señor por sus oraciones.
En la cuenta de los años en que se fundaron, tengo
alguna sospecha si yerro alguno, aunque pongo la diligencia que puedo porque se
me acuerde (11)[11].
Como no importa mucho, que se puede enmendar después, dígolos conforme a lo que
puedo advertir con la memoria; poco será la diferencia, si hay algún yerro.
Notas del texto teresiano
[1]Ya otras veces le había dado este consejo el mismo P. Báñez (cf. c. 9, n. 3; y Vida c. 36, n. 15). – El Concilio daba licencia: se refiere a lo establecido en el Concilio de Trento (sesión 25, c. 3) sobre la pobreza de los monasterios y su dotación. – Ninguna cosa hacía para ser...: nada importaba, no tenía que ver lo uno con lo otro...
[2]Retocó la frase anterior borrando en ella el nombre de Teresa de Layz, para comenzar aquí con solemnidad especial la narración de esta fundación. La inicia con el anagrama que preside sus cartas o el prólogo de sus libros: Jhs. – Hijosdealgo (= hidalgos) o hidalguía, y no ascendencia judía ni mora.
COMENTARIO AL CAPÍTULO 20
Carmelo de Alba de Tormes
Para informarnos sobre la fundación del Carmelo de Alba
de Tormes, tenemos que dar un paso atrás en los años.
El 3 de diciembre de 1570, Teresa se desplaza de
Salamanca a Alba para firmar las capitulaciones del proyecto de fundación. El
20 siguiente, en Aldearrubias, a unas tres leguas de Salamanca, obtiene la
licencia del Obispo, don Pedro González de Mendoza. Y el 25 de enero de 1571
ella misma preside en Alba la inauguración del nuevo Carmelo, interrumpiendo
para ello su estancia en la salmantina casona de los estudiantes, si bien por
poco tiempo. A primeros de febrero ya estaba de regreso en la incómoda casona,
que le sirve como base de operaciones.
Otra cosa es el espléndido y extraño relato de este
capítulo 20. La Santa ha ido cambiando de enfoque en la narración. Había
comenzado en la fundación de Medina con un trazado sencillo: autor e inspirador
de la fundación, el Señor; comisionada y ejecutora, ella; de contrapunto en la
aportación misteriosa de tropiezos y dificultades haría el diablillo.
Más tarde, en cambio, al intervenir promotores extraños
–Doña Luisa para Malagón, don Bernardino para Valladolid, Alonso Álvarez para
el Carmelo de Toledo, etc.–, el historial de las fundaciones se complica. Hay
que referir la iniciativa del colaborador laico y establecer con él un buen
sistema de relaciones, para llegar a un común acuerdo. En el caso de Alba de
Tormes, esa iniciativa laica se crece. La fundadora es Teresa Láyz: responsable
del local y el edificio, de sus capellanes y sus reservas económicas. De organizar
la vida del nuevo Carmelo no se encargará ella, sino la Madre Teresa.
Pero en el relato del presente capítulo la figura de
Teresa Láyz se crece tan desmesuradamente que llega a ocupar el capítulo
entero. Lo evidencia un sencillo balance del mismo:
– Introducción:
"Yo no había mucha gana..." (n. 1);
–
Presentación de "la fundadora" Teresa Láyz, desde su nacimiento (nn.
2‑6);
– Teresa
Láyz proyecta la fundación (nn. 7‑13);
– Inauguración:
"Día de la Conversión de San Pablo (25.1.1571)" (n. 14);
– Breve
epílogo (n. 15).
A juzgar por las insinuaciones de la Santa, no fue fácil
el acuerdo entre las dos Teresas. "Harto trabajo se pasó en concertarnos"
(n. 13), si bien la Santa agradece y admira la generosidad final de los dos
cónyuges fundadores: "Les tuve en mucho que dejaron su propia casa para
dárnos(la) y se fueron a otra harto ruin" (n. 14).
Pese a lo cual, Teresa Láyz mantuvo siempre una postura
rígida frente al Carmelo albense. Se sintió dueña y señora de él. Hasta
infundir cierto miedo a las pobres monjas ("hanla comenzado a tener miedo
–asegura la Santa–, veo mal remedio para llegarla a razón": carta 372,1).
Todavía el último año de su vida (1582) tendrá que hacerle frente la Santa.
Así, por ejemplo, en la última carta que le escribe desde Palencia, un par de
meses antes de la propia muerte (carta 460, n. 1).
Pero en definitiva, el Carmelo de Alba resultaría
privilegiado. En él exhaló Teresa su último aliento. Y en él reposan todavía
hoy sus restos mortales.
Nota del Comentario
Por "renta para sus monasterios", entiende la Santa la dotación de éstos con bienes estables, que garanticen la supervivencia de la comunidad. Generalmente ella los funda sin renta en las grandes poblaciones. En cambio, los erige con renta en las poblaciones pequeñas o de escasos recursos económicos. Tal fue el caso de Alba de Tormes, precedido por el de Malagón. En ambas ocasiones es decisivo el consejo de Domingo Báñez: "Que pues el Concilio daba licencia para tener renta, que no sería bien dejase de hacer un monasterio por eso; que yo no lo entendía..." (n. 1). Posteriormente, fundará también con renta los Carmelos de Beas, Caravaca y Soria.
LIBRO DE FUNDACIONES de Santa Teresa de Jesús
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