7.7.12

Capítulo 19 Fundaciones

Revisión del texto, notas y comentario: Tomás Álvarez, O.C.D. 
Libro de las Fundaciones         
CAPÍTULO 19

Prosigue en la fundación del monasterio de San José de la ciudad de Salamanca.
1. Mucho me he divertido. Cuando se me ofrece alguna cosa que con la experiencia quiere el Señor que haya entendido, háceseme de mal no lo advertir. Podrá ser que lo que yo pienso lo es, sea bueno. Siempre os informad, hijas, de quien tenga letras, que en éstas hallaréis el camino de la perfección con discreción y verdad. Esto han menester mucho las preladas, si quieren hacer bien su oficio, confesarse con letrado, y si no, hará hartos borrones pensando que es santidad, y aun procurar que sus monjas se confiesen con quien tenga letras.


2. Pues, víspera de Todos Santos, el año que queda dicho, a mediodía, llegamos a la ciudad de Salamanca (1)[1]. Desde una posada procuré saber de un buen hombre de allí, a quien tenía encomendado me tuviese desembarazada la casa, llamado Nicolás Gutiérrez, harto siervo de Dios (2)[2]. Había ganado de Su Majestad con su buena vida una paz y contento en los trabajos grande, que había tenido muchos y vístose en gran prosperidad y había quedado muy pobre, y llevábalo con tanta alegría como la riqueza. Este trabajó mucho en aquella fundación, con harta devoción y voluntad. Como vino, díjome que la casa no estaba desembarazada, que no había podido acabar con los estudiantes que saliesen de ella. Yo le dije lo que importaba que luego nos la diesen, antes que se entendiese que yo estaba en el lugar; que siempre andaba con miedo no hubiese algún estorbo, como tengo dicho. Él fue a cuya era la casa, y tanto trabajó, que se la desembarazaron aquella tarde. Ya casi noche, entramos en ella.
3. Fue la primera que fundé sin poner el Santísimo Sacramento, porque yo no pensaba era tomar la posesión si no se ponía; y había ya sabido que no importaba, que fue harto consuelo para mí, según había mal aparejo de los estudiantes. Como no deben tener esa curiosidad, estaba de suerte toda la casa, que no se trabajó poco aquella noche. Otro día por la mañana se dijo la primera misa, y procuré que fuesen por más monjas que habían de venir de Medina del Campo (3)[3]. Quedamos la noche de Todos Santos mi compañera y yo solas. Yo os digo, hermanas, que cuando se me acuerda el miedo de mi compañera, que era María del Sacramento, una monja de más edad que yo, y harto sierva de Dios, que me da gana de reír.
4. La casa era muy grande y desbaratada y con muchos desvanes, y mi compañera no había quitársele del pensamiento los estudiantes, pareciéndole que como se habían enojado tanto de que salieron de la casa, que alguno se había escondido en ella; ellos lo pudieran muy bien hacer, según había adónde (4)[4]. Encerrámonos en una pieza adonde estaba paja, que era lo primero que yo proveía para fundar la casa, porque teniéndola no nos faltaba cama; en ello dormimos esa noche con unas dos mantas que nos prestaron. Otro día, unas monjas que estaban junto, que pensamos les pesara mucho, nos prestaron ropa para las compañeras que habían de venir y nos enviaron limosna. Llamábase (5)[5] Santa Isabel, y todo el tiempo que estuvimos en aquélla nos hicieron harto buenas obras y limosnas.
5. Como mi compañera se vio cerrada en aquella pieza, parece sosegó algo cuanto a lo de los estudiantes, aunque no hacía sino mirar a una parte y a otra, todavía con temores, y el demonio que la debía ayudar con representarla pensamientos de peligro para turbarme a mí, que con la flaqueza de corazón que tengo, poco me solía bastar. Yo la dije que qué miraba, que cómo allí no podía entrar nadie. Díjome: «Madre, estoy pensando, si ahora me muriese yo aquí, ¿qué haríais vos sola?». Aquello, si fuera, me parecía recia cosa; y comencé a pensar un poco en ello, y aun haber miedo; porque siempre los cuerpos muertos, aunque yo no le he, me enflaquecen el corazón, aunque no esté sola. Y como el doblar de las campanas ayudaba, que –como he dicho– (6)[6] era noche de las Ánimas, buen principio llevaba el demonio para hacernos perder el pensamiento con niñerías; cuando entiende que de él no se ha miedo, busca otros rodeos. Yo la dije: «Hermana, de que eso sea, pensaré lo que he de hacer; ahora déjeme dormir». Como habíamos tenido dos noches malas, presto quitó el sueño los miedos. Otro día vinieron más monjas, con que se nos quitaron.
6. Estuvo el monasterio en esta casa cerca de tres años, y aun no me acuerdo si cuatro, que había poca memoria de él, porque me mandaron ir a la Encarnación de Ávila (7)[7]; que nunca hasta dejar casa propia y recogida y acomodada a mi querer, dejara ningún monasterio, ni le he dejado. Que en esto me hacía Dios mucha merced, que en el trabajo gustaba ser la primera, y todas las cosas para su descanso y acomodamiento procuraba hasta las muy menudas, como si toda mi vida hubiera de vivir en aquella casa, y así me daba gran alegría cuando quedaban muy bien. Sentí harto ver lo que estas hermanas padecieron aquí, aunque no de falta de mantenimiento (que de esto yo tenía cuidado desde donde estaba, porque estaba muy desviada la casa para las limosnas), sino de poca salud, porque era húmeda y muy fría, que como era tan grande, no se podía reparar; y lo peor, que no tenían Santísimo Sacramento, que para tanto encerramiento es harto desconsuelo. Este no tuvieron ellas, sino todo lo llevaban con un contento que era para alabar al Señor; y me decían algunas, que les parecía imperfección desear casa, que ellas estaban allí muy contentas, como tuvieran Santísimo Sacramento.
7. Pues visto el prelado (8)[8] su perfección y el trabajo que pasaban, movido de lástima, me mandó venir de la Encarnación. Ellas se habían ya concertado con un caballero de allí que les diese una; sino que era tal, que fue menester gastar más de mil ducados para entrar en ella. Era de mayorazgo y él quedó que nos dejaría pasar a ella, aunque no fuese traída la licencia del rey, y que bien podíamos subir paredes. Yo procuré que el padre Julián de Ávila, que es el que he dicho (9)[9] andaba conmigo en estas fundaciones y había ido conmigo, y vimos la casa, para decir lo que se había de hacer, que la experiencia hacía que entendiese yo bien de estas cosas.
8. Fuimos por agosto, y con darse toda la prisa posible, se estuvieron hasta San Miguel, que es cuando allí se alquilan las casas, y aun no estaba bien acabada, con mucho (10)[10]; mas como no habíamos alquilado en la que estábamos para otro año, teníala ya otro morador; dábannos gran prisa. La iglesia estaba casi acabada de enlucir. Aquel caballero que nos la había vendido no estaba allí. Algunas personas que nos querían bien, decían que hacíamos mal en irnos tan presto; mas adonde hay necesidad puédense mal tomar los consejos, si no dan remedio.
9. Pasámonos víspera de San Miguel (11)[11], un poco antes que amaneciese. Ya estaba publicado que había de ser el día de San Miguel el que se pusiese el Santísimo Sacramento, y el sermón que había de haber (12)[12]. Fue nuestro Señor servido que el día que nos pasamos, por la tarde, hizo un agua tan recia, que para traer las cosas que eran menester se hacía con dificultad. La capilla habíase hecho nueva, y estaba tan mal tejada, que lo más de ella se llovía. Yo os digo, hijas, que me vi harto imperfecta aquel día. Por estar ya divulgado, yo no sabía qué hacer, sino que me estaba deshaciendo, y dije a nuestro Señor, casi quejándome, que o no me mandase entender en estas obras, o remediase aquella necesidad. El buen hombre de Nicolás Gutiérrez, con su igualdad, como si no hubiera nada, me decía muy mansamente que no tuviese pena, que Dios lo remediaría. Y así fue, que el día de San Miguel, al tiempo de venir la gente, comenzó a hacer sol, que me hizo harta devoción y vi cuán mejor había hecho aquel bendito en confiar de nuestro Señor que no yo con mi pena.
10. Hubo mucha gente, y música, y púsose el Santísimo Sacramento con gran solemnidad. Y como esta casa está en buen puesto, comenzaron a conocerla y tener devoción; en especial nos favorecía mucho la condesa de Monterrey, doña María Pimentel, y una señora, cuyo marido era el corregidor de allí, llamada doña Mariana. Luego otro día, porque se nos templase el contento de tener el Santísimo Sacramento, viene el caballero cuya era la casa tan bravo, que yo no sabía qué hacer con él, y el demonio hacía que no se llegase a razón, porque todo lo que estaba concertado con él cumplíamos (13)[13]. Hacía poco al caso querérselo decir. Hablándole algunas personas se aplacó un poco; mas después tornaba a mudar parecer. Yo ya me determinaba a dejarle la casa. Tampoco quería esto, porque él quería que se le diese luego el dinero. Su mujer, que era suya la casa, habíala querido vender para remediar dos hijas, y con este título se pedía la licencia (14)[14] y estaba depositado el dinero en quien él quiso.
11. El caso es que, con haber esto más de tres años, no está acabada la compra, ni sé si quedará allí el monasterio, que a este fin he dicho esto, digo en aquella casa, o en qué parará (15)[15].
12. Lo que sé es que en ningún monasterio de los que el Señor ahora ha fundado de esta primera Regla no han pasado las monjas, con mucha parte, tan grandes trabajos. Haylas allí tan buenas, por la misericordia de Dios, que todo lo llevan con alegría. Plega a Su Majestad esto les lleve adelante, que en tener buena casa o no la tener, va poco; antes es gran placer cuando nos vemos en casa que nos pueden echar de ella, acordándonos cómo el Señor del mundo no tuvo ninguna. Esto de estar en casa no propia, como en estas fundaciones se ve, nos ha acaecido algunas veces; y es verdad que jamás he visto a monja con pena de ello. Plega a la divina Majestad que no nos falten las moradas eternas, por su infinita bondad y misericordia. Amén, amén.

Notas del texto teresiano



[1]31 de octubre de 1570.

[2]Nicolás Gutiérrez tenía seis hijas en la Encarnación de Ávila, y todas ellas pasaron a la Reforma teresiana.

[3]Hizo venir dos monjas de Medina, y una de Valladolid; y poco después, tres más de Ávila.

[4]«La casa, con un patio central bastante grande y un corredor destartalado, la poseen actualmente en la Plaza de Santa Teresa, las Siervas de San José»(Silverio).

[5]Llamábase el monasterio de estas monjas Santa Isabel. – Eran franciscanas.

[6]En el n. 2.

[7]En julio de 1571 fue nombrada Priora de la Encarnación por el P. Pedro Fernández (Cf. B.M.C., t. 2, pp. 106-107).

[8]El prelado era el P. Pedro Fernández, dominico, nombrado Visitador Apostólico del Carmen por S. Pío V (20 de agosto de 1569). – El caballero de que hablará en seguida era Pedro de la Banda.

[9]Cf. c. 3, n. 2; c. 10, n. 4, etc.

[10]Con mucho: equivale a nuestro «ni con mucho»; le faltaba mucho para estar acabada (cf. n. 12; y c. 31, n. 17). – Paraotraño, escribe la Santa a renglón seguido, en forma similar a nuestro hogaño y antaño.

[11]El 28 de septiembre de 1573.

[12]El sermón... a cargo del famoso Diego de Estella.

[13]Cumplíemos, escribe la Santa, forma arcaica usada en el libro de las Fundaciones con mucha más frecuencia que en los restantes. Por ej.: parecíe (12, 8), serviríen (15, 7), quiríen (15, 14), etc. Equivale a nuestro imperfecto, con algún pequeño matiz de indefinido, como el presente caso. El P. Silverio trascribe cumplimos.

[14]Se pedía la licencia requerida, por ser «de mayorazgo» la casa (cf. n. 7).

[15]Como el traslado se hizo el 28/9/1573 (cf. n. 9), la Santa escribe estas páginas no antes de 1576. – Ni sé si quedará allí el monasterio: de hecho, en 1579 ya tenía la Santa licencia del Obispo para trasladarse a otra casa, y en 1582 la abandonaron definitivamente.


COMENTARIO AL CAPÍTULO 19
Fundación del Carmelo de Salamanca. Prosigue el relato
La fundación salmantina es, en opinión de la Santa, la más trabajosa de cuantas ha realizado hasta ese momento. Lo asegura categóricamente al concluir el relato: "Lo que sé es que en ningún monasterio de los que el Señor ahora ha fundado... no han pasado las monjas, con mucha parte, tan grandes trabajos".
Había comenzado la narración en los primeros números del capítulo anterior, interrumpida luego por el largo paréntesis de avisos a las prioras. Al reanudarla ahora, es consciente de ello y comienza reconociéndolo: "Mucho me he divertido", pero sin desdecirse. Al contrario, sigue aún impartiendo consejos: "Esto han menester mucho las preladas" (n. 1)
E inmediatamente reanuda el relato desde el día de su llegada a Salamanca, "víspera de Todos los Santos", año 1570. El capítulo se desarrolla en dos tiempos, dos sucesivos intentos de fundación: el primero, en ese año 1570. El segundo, tres años después.
Narración sencilla, en dos secciones:
         Primer intento:
         – Búsqueda de local, casona de los estudiantes (nn. 2‑3);
         – Instalación la noche de difuntos (nn. 4‑5).
          Segundo conato:
         – Nueva búsqueda de casa (nn. 6‑7);
         – Traslado e inauguración del nuevo edificio (nn. 8‑10);
         – Dificultades sin fin con el vendedor (nn.11‑12).
En la parte primera del relato, la Santa cuenta casi burlescamente el episodio de la noche de difuntos en la desbaratada casona de los estudiantes; pero es más impresionante la pobreza de aquellos comienzos: por todo ajuar, un poco de paja y "unas dos mantas que nos prestaron" (n. 4). Y dos ayudas simpáticas: las contiguas monjas de Santa Isabel y los desvelos de un amigo mercader, Nicolás Gutiérrez, a quien conocía ella desde sus días de la Encarnación abulense, donde convivió con seis de sus hijas monjas, que con el tiempo pasarían casi todas al Carmelo teresiano.
El P. Rector de la Compañía, Martín Guriérrez, celebra la primera misa el 1 de noviembre de 1570. Pero dada la pésima situación del caserón, no se atreven a instalar el Santísimo. De ahí la pena de la Santa cuando lo recuerda.
A los pocos días engrosaron la comunidad tres carmelitas venidas de San José de Ávila (Ana de Jesús entre ellas), otras dos del Carmelo de Medina, y una más de Valladolid. El arriendo del caserón duró tres años –un trienio sin Santísimo en la casa– hasta septiembre de 1573.
Más interesante y azaroso el segundo episodio, comenzando por el viaje de Ávila a Salamanca en pleno verano y en gran comitiva. Acompañan a la Santa una monja de la Encarnación, doña Quiteria, al menos dos sacerdotes, Julián de Ávila y el P. Antonio de Jesús (Heredia), y varios amigos más. Las dos monjas viajan en sendos jumentos. Los señores, en mulos de carga. De uno de estos cae aparatosamente en la primera jornada el P. Antonio, con peligro de frustrar el viaje. Esa misma noche –cuenta Julián de Ávila– perdieron el jumento que llevaba las provisiones y nada menos que quinientos ducados para el Carmelo de Salamanaca. Menos mal que lo hallaron a la mañana siguiente, tumbado a la vera del camino con las alforjas intactas.
Y como la Santa despacha el relato en dos palabras, nos lo cuenta por menudo el mismo Julián de Ávila:
"... A otra noche fue mayor nuestra pérdida –que no la del jumento, aunque decían llevaba quinientos ducados–, fue que como íbamos también de noche y con harta oscuridad, habían dividido la gente en dos partes: el que se iba con la Santa Madre, que, por su honra no quiero decir quién es, dejola, y a la señora doña Quitería, que ahora es priora de la Encarnación, en una calle de un lugarito, a que allí aguardasen la demás gente para que todos se juntasen e no fuesen divididos; de manera que por ir a buscar a los demás, ya que parecieron, volvió el que las dejó a buscarlas, e nunca pudo atinar adónde las había dejado e, como hacía tan escuro, desatinó de manera que por más vueltas que dio no las halló; y con decir: adelante, deben de ir con los que van más adelante, anduvimos buen rato hasta que estuvimos todos juntos.
Decíamos los unos a los otros: – ¿Viene ahí la Madre? Decían: ¡No! – ¿No viene con vosotros? Sí, que con vosotros venía. ¿Qué se ha hecho?
De manera que nos hallamos todos con escuridades, la de la noche, que era harta, y la de hallarnos sin nuestra Madre, que era muy mayor. No sabíamos si volver atrás, o ir adelante. Empezamos a dar voces. No había memoria. Hubímonos de tornar a dividir, los unos a buscar lo que habíamos perdido, los otros a gritar a ver si de algún cabo nos respondía. Después de buen rato que tuvimos de pena, y más el que las había dejado, he aquí a nuestra Madre, que viene con su compañera e un labrador, que le sacaron de su casa e le dieron cuatro reales porque las guiase a el camino, el cual fue el mejor librado, porque se volvió muy contento a su casa con ellos y nosotros mucho más con todo nuestro caudal vuelto a hallar, y con harto regocijo de ir contando nuestras aventuras" (Vida de Santa Teresa, Madrid 1881, p. 269).
Por fin, la Santa llega a Salamanca el 31 de julio (1573), e inmediatamente pone manos a la obra. Había que convertir en un Carmelo la casa solariega de la familia de Pedro de la Banda, entonces ausente, pero que ya tiene firmado el contrato de venta. Fueron dos meses de intensa actividad. Precipitadamente se construyó la nueva capilla y se inauguró el día de San Miguel (29 de septiembre), después de sufrir el día anterior un pertinaz aguacero que puso a prueba los nervios de la Madre Fundadora y la techumbre de la improvisada capilla, "tan mal techada –escribe– que lo más de ella se llovía" (n. 9).
Pero el día de la inauguración lució un espléndido sol otoñal, y la Santa disfrutó no sólo por haber entronizado, por fin, el Santísimo Sacramento en la comunidad, sino gracias al sermón de campanillas predicado por el mejor orador salmantino de aquellos días, el célebre Diego de Estella.
Y el relato concluye con dos detalles agridulces: la furia incontenible del vendedor Pedro de la Banda, llegado al día siguiente de la inauguración, en un cara a cara con la Santa; y el presagio teresiano de la inseguridad o inestabilidad de lo hecho. Efectivamente, el Carmelo salmantino tendrá que emprender pronto una especie de éxodo sin fin: ya en 1582 tendrá que abandonar la casa de Pedro de la Banda. Tendrá que emigrar de nuevo a otra residencia en 1584, y así sucesivamente, hasta que en 1970 construya casa de sana planta en las afueras de la ciudad, en "Cabrerizos / Arenal del Ángel", donde disfruta de buena salud todavía hoy.
Notas del Comentario
1. Marco cronológico en la biografía de la Santa:
         – 31.10.1570: llega la Santa a Salamanca;
         – 1.11.1570: inaugura el Carmelo salmantino;
         – 25.1.1571: inaugura el Carmelo de Alba de Tormes (Fund 20,14);
         – 1571: regresa a Salamanca;
         – 16.4.1571: éxtasis en plena recreación (Rel 15);
         – 1571‑1574: Teresa priora de la Encarnación de Ávila;
         – 18.11.1572: en Ávila, merced del matrimonio espiritual, al recibir la comunión de mano de san Juan de la Cruz (Rel 35);
         – 31.7.1573: regresa a Salamanca para el traslado de casa;
         – 25.8.1573: comienza a escribir el Libro de las Fundaciones;
         – 1574: redacta el presente capítulo en Segovia.
2. Tres de las personas que intervienen en el relato:
         – El jesuita Martín Gutiérrez (1524‑1573), rector del colegio de la Compañía en Salamanca. A él se debe la iniciativa de la fundación del Carmelo salmantino. Empatizó profundamente con la Santa, que dirige a él en absoluta intimidad la Relación 15, en que le refiere la gracia del "éxtasis" del segundo día de Pascua de 1571. Con ocasión de su viaje a Roma para asistir a la tercera congregación general de la Compañía, morirá mártir, asesinado en 1573 por los hugonotes de Francia.
         – Nicolás Gutiérrez, mercader salmantino, amigo de la Santa, padre de numerosa descendencia. Seis de sus hijas ingresaron jovencísimas en el monasterio abulense de la Encarnación. Al menos una de ellas residió frecuentemente en la celda de la Santa. "Habíase visto en gran prosperidad, y había quedado muy pobre" (n. 9). Interviene eficazmente en la inauguración sucesiva de las dos casas convertidas en Carmelos.
         – La Condesa de Monterrey, doña María de Pimentel, cuyo palacio estaba contiguo a la casa de Pedro de la Banda, adquirida por la Santa en 1573. Gran amiga de ésta, logró permiso del visitador Pedro Fernández para que pasase por su palacio a visitar a su hija enferma, María Pimentel de Fonseca, curada –se dijo– "milagrosamente" por la visitante, y posteriormente casada con el Condeduque de Olivares. La Condesa "nos favorecía mucho" (n. 10).

LIBRO DE FUNDACIONES DE SANTA TERESA DE JESÚS

--------



No hay comentarios:

Santa Teresa de Jesús, 15 de Octubre

Santa Teresa de Jesús
Virgen y Doctora de la Iglesia, Madre nuestra.
Celebración: 15 de Octubre.


Nace en Avila el 28 de marzo de 1515. Entra en el Monasterio de la Encarnación de Avila, el 2 de noviembre de 1535. Funda en Avila el primer monasterio de carmelitas descalzas con el título de San José el 24 de agosto de 1562.

Inaugura el primer convento de frailes contemplativos en Duruelo el 28 de noviembre de 1568. Llegará a fundar 32 casas. Hija de la Iglesia, muere en Alba de Tormes el 4 de octubre de 1582.

La primera edición de sus obras fue el 1588 en Salamanca, preparadas por Fr. Luis de león. El 24 de abril de 1614 fue beatificada por el Papa Pablo V, y el 12 de marzo de 1622 era canonizada en San Pedro por el Papa Gregorio XV. El 10 de septiembre de 1965, Pablo VI la proclama Patrona de los Escritores Españoles.


Gracias a sus obras -entre las que destacan el Libro de la Vida, el Camino de Perfección, Las Moradas y las Fundaciones- ha ejercido en el pueblo de Dios un luminoso y fecundo magisterio, que Pablo VI iba a reconocer solemnemente, declarándola Doctora de la Iglesia Universal el 27 de septiembre de 1970.

Teresa es maestra de oración en el pueblo de Dios y fundadora del Carmelo Teresiano.

¿Qué significa la oración para Santa Teresa?
"Procuraba, lo más que podía, traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor, dentro de mí presente. Y ésta era mi manera de oración. Si pensaba en algún paso, le representaba en lo interior; aunque lo más gastaba en leer buenos libros, que era toda mi recreación; porque no me dio Dios talento de discurrir con elentendimiento ni de aprovecharme con la imaginación; que la tengo tan torpe, que, aun para pensar y representar en mí (como lo procuraba traer) la humanidad del Señor, nunca acababa. Y, aunque por esta vía de no poder obrar con el entendimiento llegan más presto a la contemplación si perseveran, es muy trabajoso y penoso. Porque, si falta la ocupación de la voluntad y el haber en qué se ocupe en cosa presente el amor, queda el alma como sin arrimo ni ejercicio, y da gran pena la soledad y sequedad, y grandísimo combate los pensamientos" (Vida 4,7).

"En la oración pasaba gran trabajo, porque no andaba el espíritu señor sino esclavo; y así no me podía encerrar dentro de mí (que era todo el modo de proceder que llevaba en la oración), sin encerrar conmigo mil vanidades. Pasé así muchos años; que ahora me espanto qué sujeto bastó a sufrir que no dejase lo uno o lo otro. Bien sé que dejar la oración ya no era en mi mano, porque me tenía con las suyas el que me quería para hacerme mayores mercedes" (Vida 7, 17).

"Gran mal es un alma sola entre tantos peligros. Paréceme a mí que, si yo tuviera con quién tratar todo esto, que me ayudara a no tornar a caer, siquiera por vergüenza, ya que no la tenía de Dios. Por eso, aconsejaría yo a los que tienen oración, en especial al principio, procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo. Es cosa importantísima, aunque no sea sino ayudarse unos a otros con su oración. ¡Cuánto más, que hay muchas más ganancias! Yo no sé por qué (pues de conversa ciones y voluntades humanas, aunque no sean muy buenas, se procuran amigos con quien descansar y para más gozar de contar aquellos placeres vanos) no se ha de permitir que quien comenzare de veras a amar a Dios y a servirle, deje de tratar con algunas personas sus placeres y trabajos; que de todo tienen los que tienen oración" (Vida 7, 20).

Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por mí..., se me ofreció lo que ahora diré... que es: considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal adonde hay muchos aposentos así como en el cielo hay muchas moradas... Pues ¿qué tal os parece que será el aposento adonde un rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita?... no hay para qué nos cansar en querer comprender la hermosura de este castillo... ¿No es pequeña lástima y confusión que por nuestra culpa no (nos) entendamos a nosotros mismos ni sepamos quién somos? ¿No sería qran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es y no se conociese ni supiese quién fue su padre ni su madre ni de qué tierra?.... (1 Moradas 1,1-2)