Libro de las Fundaciones
CAPÍTULO 19
Prosigue en la fundación del monasterio de San José
de la ciudad de Salamanca.
1. Mucho me he divertido. Cuando se me ofrece alguna
cosa que con la experiencia quiere el Señor que haya entendido, háceseme de mal
no lo advertir. Podrá ser que lo que yo pienso lo es, sea bueno. Siempre os
informad, hijas, de quien tenga letras, que en éstas hallaréis el camino de la
perfección con discreción y verdad. Esto han menester mucho las preladas, si
quieren hacer bien su oficio, confesarse con letrado, y si no, hará hartos
borrones pensando que es santidad, y aun procurar que sus monjas se confiesen
con quien tenga letras.
2. Pues, víspera de Todos Santos, el año que queda
dicho, a mediodía, llegamos a la ciudad de Salamanca (1)[1].
Desde una posada procuré saber de un buen hombre de allí, a quien tenía
encomendado me tuviese desembarazada la casa, llamado Nicolás Gutiérrez, harto
siervo de Dios (2)[2].
Había ganado de Su Majestad con su buena vida una paz y contento en los
trabajos grande, que había tenido muchos y vístose en gran prosperidad y había
quedado muy pobre, y llevábalo con tanta alegría como la riqueza. Este trabajó
mucho en aquella fundación, con harta devoción y voluntad. Como vino, díjome
que la casa no estaba desembarazada, que no había podido acabar con los
estudiantes que saliesen de ella. Yo le dije lo que importaba que luego nos la
diesen, antes que se entendiese que yo estaba en el lugar; que siempre andaba
con miedo no hubiese algún estorbo, como tengo dicho. Él fue a cuya era la
casa, y tanto trabajó, que se la desembarazaron aquella tarde. Ya casi noche,
entramos en ella.
3. Fue la primera que fundé sin poner el Santísimo
Sacramento, porque yo no pensaba era tomar la posesión si no se ponía; y había
ya sabido que no importaba, que fue harto consuelo para mí, según había mal
aparejo de los estudiantes. Como no deben tener esa curiosidad, estaba de
suerte toda la casa, que no se trabajó poco aquella noche. Otro día por la
mañana se dijo la primera misa, y procuré que fuesen por más monjas que habían
de venir de Medina del Campo (3)[3].
Quedamos la noche de Todos Santos mi compañera y yo solas. Yo os digo,
hermanas, que cuando se me acuerda el miedo de mi compañera, que era María del
Sacramento, una monja de más edad que yo, y harto sierva de Dios, que me da
gana de reír.
4. La casa era muy grande y desbaratada y con muchos
desvanes, y mi compañera no había quitársele del pensamiento los estudiantes,
pareciéndole que como se habían enojado tanto de que salieron de la casa, que
alguno se había escondido en ella; ellos lo pudieran muy bien hacer, según
había adónde (4)[4].
Encerrámonos en una pieza adonde estaba paja, que era lo primero que yo proveía
para fundar la casa, porque teniéndola no nos faltaba cama; en ello dormimos
esa noche con unas dos mantas que nos prestaron. Otro día, unas monjas que
estaban junto, que pensamos les pesara mucho, nos prestaron ropa para las
compañeras que habían de venir y nos enviaron limosna. Llamábase (5)[5]
Santa Isabel, y todo el tiempo que estuvimos en aquélla nos hicieron harto
buenas obras y limosnas.
5. Como mi compañera se vio cerrada en aquella
pieza, parece sosegó algo cuanto a lo de los estudiantes, aunque no hacía sino
mirar a una parte y a otra, todavía con temores, y el demonio que la debía
ayudar con representarla pensamientos de peligro para turbarme a mí, que con la
flaqueza de corazón que tengo, poco me solía bastar. Yo la dije que qué miraba,
que cómo allí no podía entrar nadie. Díjome: «Madre, estoy pensando, si ahora
me muriese yo aquí, ¿qué haríais vos sola?». Aquello, si fuera, me parecía
recia cosa; y comencé a pensar un poco en ello, y aun haber miedo; porque
siempre los cuerpos muertos, aunque yo no le he, me enflaquecen el corazón,
aunque no esté sola. Y como el doblar de las campanas ayudaba, que –como he
dicho– (6)[6]
era noche de las Ánimas, buen principio llevaba el demonio para hacernos perder
el pensamiento con niñerías; cuando entiende que de él no se ha miedo, busca
otros rodeos. Yo la dije: «Hermana, de que eso sea, pensaré lo que he de hacer;
ahora déjeme dormir». Como habíamos tenido dos noches malas, presto quitó el
sueño los miedos. Otro día vinieron más monjas, con que se nos quitaron.
6. Estuvo el monasterio en esta casa cerca de tres
años, y aun no me acuerdo si cuatro, que había poca memoria de él, porque me
mandaron ir a la Encarnación de Ávila (7)[7];
que nunca hasta dejar casa propia y recogida y acomodada a mi querer, dejara
ningún monasterio, ni le he dejado. Que en esto me hacía Dios mucha merced, que
en el trabajo gustaba ser la primera, y todas las cosas para su descanso y
acomodamiento procuraba hasta las muy menudas, como si toda mi vida hubiera de
vivir en aquella casa, y así me daba gran alegría cuando quedaban muy bien.
Sentí harto ver lo que estas hermanas padecieron aquí, aunque no de falta de
mantenimiento (que de esto yo tenía cuidado desde donde estaba, porque estaba
muy desviada la casa para las limosnas), sino de poca salud, porque era húmeda
y muy fría, que como era tan grande, no se podía reparar; y lo peor, que no
tenían Santísimo Sacramento, que para tanto encerramiento es harto desconsuelo.
Este no tuvieron ellas, sino todo lo llevaban con un contento que era para
alabar al Señor; y me decían algunas, que les parecía imperfección desear casa,
que ellas estaban allí muy contentas, como tuvieran Santísimo Sacramento.
7. Pues visto el prelado (8)[8]
su perfección y el trabajo que pasaban, movido de lástima, me mandó venir de la
Encarnación. Ellas se habían ya concertado con un caballero de allí que les
diese una; sino que era tal, que fue menester gastar más de mil ducados para
entrar en ella. Era de mayorazgo y él quedó que nos dejaría pasar a ella, aunque
no fuese traída la licencia del rey, y que bien podíamos subir paredes. Yo
procuré que el padre Julián de Ávila, que es el que he dicho (9)[9]
andaba conmigo en estas fundaciones y había ido conmigo, y vimos la casa, para
decir lo que se había de hacer, que la experiencia hacía que entendiese yo bien
de estas cosas.
8. Fuimos por agosto, y con darse toda la prisa
posible, se estuvieron hasta San Miguel, que es cuando allí se alquilan las
casas, y aun no estaba bien acabada, con mucho (10)[10];
mas como no habíamos alquilado en la que estábamos para otro año, teníala ya
otro morador; dábannos gran prisa. La iglesia estaba casi acabada de enlucir.
Aquel caballero que nos la había vendido no estaba allí. Algunas personas que
nos querían bien, decían que hacíamos mal en irnos tan presto; mas adonde hay
necesidad puédense mal tomar los consejos, si no dan remedio.
9. Pasámonos víspera de San Miguel (11)[11],
un poco antes que amaneciese. Ya estaba publicado que había de ser el día de
San Miguel el que se pusiese el Santísimo Sacramento, y el sermón que había de
haber (12)[12].
Fue nuestro Señor servido que el día que nos pasamos, por la tarde, hizo un
agua tan recia, que para traer las cosas que eran menester se hacía con
dificultad. La capilla habíase hecho nueva, y estaba tan mal tejada, que lo más
de ella se llovía. Yo os digo, hijas, que me vi harto imperfecta aquel día. Por
estar ya divulgado, yo no sabía qué hacer, sino que me estaba deshaciendo, y
dije a nuestro Señor, casi quejándome, que o no me mandase entender en estas
obras, o remediase aquella necesidad. El buen hombre de Nicolás Gutiérrez, con
su igualdad, como si no hubiera nada, me decía muy mansamente que no tuviese
pena, que Dios lo remediaría. Y así fue, que el día de San Miguel, al tiempo de
venir la gente, comenzó a hacer sol, que me hizo harta devoción y vi cuán mejor
había hecho aquel bendito en confiar de nuestro Señor que no yo con mi pena.
10. Hubo mucha gente, y música, y púsose el
Santísimo Sacramento con gran solemnidad. Y como esta casa está en buen puesto,
comenzaron a conocerla y tener devoción; en especial nos favorecía mucho la
condesa de Monterrey, doña María Pimentel, y una señora, cuyo marido era el
corregidor de allí, llamada doña Mariana. Luego otro día, porque se nos
templase el contento de tener el Santísimo Sacramento, viene el caballero cuya
era la casa tan bravo, que yo no sabía qué hacer con él, y el demonio hacía que
no se llegase a razón, porque todo lo que estaba concertado con él cumplíamos
(13)[13].
Hacía poco al caso querérselo decir. Hablándole algunas personas se aplacó un
poco; mas después tornaba a mudar parecer. Yo ya me determinaba a dejarle la
casa. Tampoco quería esto, porque él quería que se le diese luego el dinero. Su
mujer, que era suya la casa, habíala querido vender para remediar dos hijas, y
con este título se pedía la licencia (14)[14]
y estaba depositado el dinero en quien él quiso.
11. El caso es que, con haber esto más de tres años,
no está acabada la compra, ni sé si quedará allí el monasterio, que a este fin
he dicho esto, digo en aquella casa, o en qué parará (15)[15].
12. Lo que sé es que en ningún monasterio de los que
el Señor ahora ha fundado de esta primera Regla no han pasado las monjas, con
mucha parte, tan grandes trabajos. Haylas allí tan buenas, por la misericordia
de Dios, que todo lo llevan con alegría. Plega a Su Majestad esto les lleve
adelante, que en tener buena casa o no la tener, va poco; antes es gran placer
cuando nos vemos en casa que nos pueden echar de ella, acordándonos cómo el
Señor del mundo no tuvo ninguna. Esto de estar en casa no propia, como en estas
fundaciones se ve, nos ha acaecido algunas veces; y es verdad que jamás he
visto a monja con pena de ello. Plega a la divina Majestad que no nos falten
las moradas eternas, por su infinita bondad y misericordia. Amén, amén.
Notas del texto teresiano
[13]Cumplíemos, escribe la Santa, forma arcaica usada en el libro de las Fundaciones con mucha más frecuencia que en los restantes. Por ej.: parecíe (12, 8), serviríen (15, 7), quiríen (15, 14), etc. Equivale a nuestro imperfecto, con algún pequeño matiz de indefinido, como el presente caso. El P. Silverio trascribe cumplimos.
COMENTARIO AL CAPÍTULO 19
Fundación del Carmelo de Salamanca. Prosigue el relato
La fundación salmantina es, en opinión de la Santa, la
más trabajosa de cuantas ha realizado hasta ese momento. Lo asegura
categóricamente al concluir el relato: "Lo que sé es que en ningún
monasterio de los que el Señor ahora ha fundado... no han pasado las monjas,
con mucha parte, tan grandes trabajos".
Había comenzado la narración en los primeros números del
capítulo anterior, interrumpida luego por el largo paréntesis de avisos a las
prioras. Al reanudarla ahora, es consciente de ello y comienza reconociéndolo:
"Mucho me he divertido", pero sin desdecirse. Al contrario, sigue aún
impartiendo consejos: "Esto han menester mucho las preladas" (n. 1)
E inmediatamente reanuda el relato desde el día de su
llegada a Salamanca, "víspera de Todos los Santos", año 1570. El
capítulo se desarrolla en dos tiempos, dos sucesivos intentos de fundación: el
primero, en ese año 1570. El segundo, tres años después.
Narración sencilla, en dos secciones:
Primer
intento:
– Búsqueda
de local, casona de los estudiantes (nn. 2‑3);
– Instalación
la noche de difuntos (nn. 4‑5).
– Nueva
búsqueda de casa (nn. 6‑7);
– Traslado
e inauguración del nuevo edificio (nn. 8‑10);
– Dificultades
sin fin con el vendedor (nn.11‑12).
En la parte primera del relato, la Santa cuenta casi
burlescamente el episodio de la noche de difuntos en la desbaratada casona de
los estudiantes; pero es más impresionante la pobreza de aquellos comienzos:
por todo ajuar, un poco de paja y "unas dos mantas que nos prestaron"
(n. 4). Y dos ayudas simpáticas: las contiguas monjas de Santa Isabel y los
desvelos de un amigo mercader, Nicolás Gutiérrez, a quien conocía ella desde
sus días de la Encarnación abulense, donde convivió con seis de sus hijas
monjas, que con el tiempo pasarían casi todas al Carmelo teresiano.
El P. Rector de la Compañía, Martín Guriérrez, celebra
la primera misa el 1 de noviembre de 1570. Pero dada la pésima situación del
caserón, no se atreven a instalar el Santísimo. De ahí la pena de la Santa
cuando lo recuerda.
A los pocos días engrosaron la comunidad tres carmelitas
venidas de San José de Ávila (Ana de Jesús entre ellas), otras dos del Carmelo de
Medina, y una más de Valladolid. El arriendo del caserón duró tres años –un
trienio sin Santísimo en la casa– hasta septiembre de 1573.
Más interesante y azaroso el segundo episodio,
comenzando por el viaje de Ávila a Salamanca en pleno verano y en gran
comitiva. Acompañan a la Santa una monja de la Encarnación, doña Quiteria, al
menos dos sacerdotes, Julián de Ávila y el P. Antonio de Jesús (Heredia), y
varios amigos más. Las dos monjas viajan en sendos jumentos. Los señores, en
mulos de carga. De uno de estos cae aparatosamente en la primera jornada el P.
Antonio, con peligro de frustrar el viaje. Esa misma noche –cuenta Julián de
Ávila– perdieron el jumento que llevaba las provisiones y nada menos que
quinientos ducados para el Carmelo de Salamanaca. Menos mal que lo hallaron a
la mañana siguiente, tumbado a la vera del camino con las alforjas intactas.
Y como la Santa despacha el relato en dos palabras, nos
lo cuenta por menudo el mismo Julián de Ávila:
"... A otra noche fue mayor nuestra pérdida –que no
la del jumento, aunque decían llevaba quinientos ducados–, fue que como íbamos
también de noche y con harta oscuridad, habían dividido la gente en dos partes:
el que se iba con la Santa Madre, que, por su honra no quiero decir quién es,
dejola, y a la señora doña Quitería, que ahora es priora de la Encarnación, en
una calle de un lugarito, a que allí aguardasen la demás gente para que todos
se juntasen e no fuesen divididos; de manera que por ir a buscar a los demás,
ya que parecieron, volvió el que las dejó a buscarlas, e nunca pudo atinar
adónde las había dejado e, como hacía tan escuro, desatinó de manera que por
más vueltas que dio no las halló; y con decir: adelante, deben de ir con los
que van más adelante, anduvimos buen rato hasta que estuvimos todos juntos.
Decíamos los unos a los otros: – ¿Viene ahí la Madre? Decían:
¡No! – ¿No viene con vosotros? Sí, que con vosotros venía. ¿Qué se ha hecho?
De manera que nos hallamos todos con escuridades, la de
la noche, que era harta, y la de hallarnos sin nuestra Madre, que era muy
mayor. No sabíamos si volver atrás, o ir adelante. Empezamos a dar voces. No
había memoria. Hubímonos de tornar a dividir, los unos a buscar lo que habíamos
perdido, los otros a gritar a ver si de algún cabo nos respondía. Después de
buen rato que tuvimos de pena, y más el que las había dejado, he aquí a nuestra
Madre, que viene con su compañera e un labrador, que le sacaron de su casa e le
dieron cuatro reales porque las guiase a el camino, el cual fue el mejor
librado, porque se volvió muy contento a su casa con ellos y nosotros mucho más
con todo nuestro caudal vuelto a hallar, y con harto regocijo de ir contando
nuestras aventuras" (Vida de Santa
Teresa, Madrid 1881, p. 269).
Por fin, la Santa llega a Salamanca el 31 de julio
(1573), e inmediatamente pone manos a la obra. Había que convertir en un
Carmelo la casa solariega de la familia de Pedro de la Banda, entonces ausente,
pero que ya tiene firmado el contrato de venta. Fueron dos meses de intensa
actividad. Precipitadamente se construyó la nueva capilla y se inauguró el día
de San Miguel (29 de septiembre), después de sufrir el día anterior un pertinaz
aguacero que puso a prueba los nervios de la Madre Fundadora y la techumbre de
la improvisada capilla, "tan mal techada –escribe– que lo más de ella se
llovía" (n. 9).
Pero el día de la inauguración lució un espléndido sol
otoñal, y la Santa disfrutó no sólo por haber entronizado, por fin, el
Santísimo Sacramento en la comunidad, sino gracias al sermón de campanillas
predicado por el mejor orador salmantino de aquellos días, el célebre Diego de
Estella.
Y el relato concluye con dos detalles agridulces: la
furia incontenible del vendedor Pedro de la Banda, llegado al día siguiente de
la inauguración, en un cara a cara con la Santa; y el presagio teresiano de la
inseguridad o inestabilidad de lo hecho. Efectivamente, el Carmelo salmantino
tendrá que emprender pronto una especie de éxodo sin fin: ya en 1582 tendrá que
abandonar la casa de Pedro de la Banda. Tendrá que emigrar de nuevo a otra
residencia en 1584, y así sucesivamente, hasta que en 1970 construya casa de
sana planta en las afueras de la ciudad, en "Cabrerizos / Arenal del
Ángel", donde disfruta de buena salud todavía hoy.
Notas del Comentario
1. Marco cronológico en la biografía de la Santa:
– 31.10.1570:
llega la Santa a Salamanca;
– 1.11.1570:
inaugura el Carmelo salmantino;
– 25.1.1571:
inaugura el Carmelo de Alba de Tormes (Fund 20,14);
– 1571:
regresa a Salamanca;
– 16.4.1571:
éxtasis en plena recreación (Rel 15);
– 1571‑1574:
Teresa priora de la Encarnación de Ávila;
– 18.11.1572:
en Ávila, merced del matrimonio espiritual, al recibir la comunión de mano de
san Juan de la Cruz (Rel 35);
– 31.7.1573:
regresa a Salamanca para el traslado de casa;
– 25.8.1573:
comienza a escribir el Libro de las Fundaciones;
– 1574:
redacta el presente capítulo en Segovia.
2. Tres de las personas que intervienen en el relato:
– El
jesuita Martín Gutiérrez (1524‑1573), rector del colegio de la Compañía en
Salamanca. A él se debe la iniciativa de la fundación del Carmelo salmantino.
Empatizó profundamente con la Santa, que dirige a él en absoluta intimidad la
Relación 15, en que le refiere la gracia del "éxtasis" del segundo
día de Pascua de 1571. Con ocasión de su viaje a Roma para asistir a la tercera
congregación general de la Compañía, morirá mártir, asesinado en 1573 por los
hugonotes de Francia.
– Nicolás
Gutiérrez, mercader salmantino, amigo de la Santa, padre de numerosa
descendencia. Seis de sus hijas ingresaron jovencísimas en el monasterio
abulense de la Encarnación. Al menos una de ellas residió frecuentemente en la
celda de la Santa. "Habíase visto en gran prosperidad, y había quedado muy
pobre" (n. 9). Interviene eficazmente en la inauguración sucesiva de las
dos casas convertidas en Carmelos.
– La
Condesa de Monterrey, doña María de Pimentel, cuyo palacio estaba contiguo a la
casa de Pedro de la Banda, adquirida por la Santa en 1573. Gran amiga de ésta,
logró permiso del visitador Pedro Fernández para que pasase por su palacio a
visitar a su hija enferma, María Pimentel de Fonseca, curada –se dijo– "milagrosamente"
por la visitante, y posteriormente casada con el Condeduque de Olivares. La
Condesa "nos favorecía mucho" (n. 10).
LIBRO DE FUNDACIONES DE SANTA TERESA DE JESÚS
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