Libro de las Fundaciones
CAPÍTULO 18
Trata de la fundación del monasterio de San José de
Salamanca, que fue año de 1570. Trata de algunos avisos para las prioras, importantes
(1)[1].
1. Acabadas estas dos fundaciones, torné a la ciudad
de Toledo, adonde estuve algunos meses, hasta comprar la casa que queda dicha y
dejarlo todo en orden. Estando entendiendo en esto, me escribió un rector de la
Compañía de Jesús de Salamanca, diciéndome que estaría allí muy bien un
monasterio de éstos, dándome de ello razones; aunque por ser muy pobre el
lugar, me había detenido a hacer allí fundación de pobreza (2)[2].
Mas considerando que lo es tanto Ávila y nunca le falta, ni creo faltará Dios a
quien le sirviere, puestas las cosas tan en razón como se pone, siendo tan
pocas y ayudándose del trabajo de sus manos, me determiné a hacerlo. Y yéndome
desde Toledo a Ávila (3)[3],
procuré desde allí la licencia del Obispo que era entonces..., el cual lo hizo
tan bien que como el padre rector le informó de esta Orden y que sería servicio
de Dios, la dio luego.
2. Parecíame a mí que en teniendo la licencia del
Ordinario tenía hecho el monasterio, según se me hacía fácil. Y así luego
procuré alquilar una casa que me hizo haber una señora que yo conocía (4)[4],
y era dificultoso por no ser tiempo en que se alquilan y tenerla unos
estudiantes, con los cuales acabaron de darla cuando estuviese allí quien había
de entrar en ella. Ellos no sabían para lo que era, que de esto traía yo
grandísimo cuidado, que hasta tomar la posesión no se entendiese nada; porque
ya tengo experiencia lo que el demonio pone por estorbar uno de estos
monasterios. Y aunque en éste no le dio Dios licencia para ponerlo a los
principios, porque quiso que se fundase, después han sido tantos los trabajos y
contradicciones que se han pasado que aún no está acabado del todo de allanar,
con haber algunos años que está fundado cuando esto escribo (5)[5],
y así creo se sirve Dios en él mucho, pues el demonio no le puede sufrir.
3. Pues habida la licencia y teniendo cierta la
casa, confiada de la misericordia de Dios, porque allí ninguna persona había
que me pudiese ayudar con nada para lo mucho que era menester para acomodar la
casa, me partí para allá, llevando sola una compañera (6)[6],
por ir más secreta, que hallaba por mejor esto y no llevar las monjas hasta
tomar la posesión; que estaba escarmentada de lo que me había acaecido en
Medina del Campo, que me vi allí en mucho trabajo; porque, si hubiese estorbo,
le pasase yo sola el trabajo, con no más de la que no podía excusar. Llegamos
víspera de Todos Santos, habiendo andado harto del camino la noche antes con
harto frío, y dormido en un lugar, estando yo bien mala (7)[7].
4. No pongo en estas fundaciones los grandes
trabajos de los caminos, con fríos, con soles, con nieves, que venía vez no
cesarnos en todo el día de nevar, otras perder el camino, otras con hartos
males y calenturas, porque, gloria a Dios, de ordinario es tener yo poca salud,
sino que veía claro que nuestro Señor me daba esfuerzo. Porque me acaecía
algunas veces que se trataba de fundación, hallarme con tantos males y dolores,
que yo me congojaba mucho, porque me parecía que aun para estar en la celda sin
acostarme no estaba; y tornarme a nuestro Señor, quejándome a Su Majestad y
diciéndole que cómo quería hiciese lo que no podía, y después, aunque con
trabajo, Su Majestad daba fuerzas, y con el hervor que me ponía y el cuidado,
parece que me olvidaba de mí.
5. A lo que ahora me acuerdo nunca dejé fundación
por miedo del trabajo, aunque de los caminos, en especial largos, sentía gran
contradicción; mas en comenzándolos a andar me parecía poco, viendo en servicio
de quién se hacía y considerando que en aquella casa se había de alabar el
Señor y haber Santísimo Sacramento. Esto es particular consuelo para mí, ver
una iglesia más, cuando me acuerdo de las muchas que quitan los luteranos: no
sé qué trabajos, por grandes que fuesen, se habían de temer a trueco de tan
gran bien para la cristiandad; que aunque muchos no lo advertimos, estar
Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, como está en el Santísimo
Sacramento en muchas partes, gran consuelo nos había de ser. Por cierto así me
le da a mí muchas veces en el coro cuando veo estas almas tan limpias en
alabanzas de Dios, que esto no se deja de entender en muchas cosas, así de
obediencia como de ver el contento que les da tanto encerramiento y soledad y
la alegría cuando se ofrecen algunas cosas de mortificación: adonde el Señor da
más gracia a la priora para ejercitarlas en esto, veo mayor contento; y es así
que las prioras se cansan más de ejercitarlas que ellas de obedecer, que nunca
en este caso acaban de tener deseos.
6. Aunque vaya fuera de la fundación que se ha
comenzado a tratar, se me ofrecen aquí ahora algunas cosas sobre esto de la
mortificación, y quizá, hijas, hará al caso a las prioras; y porque no se me
olvide, lo diré ahora. Porque como hay diferentes talentos y virtudes en las
preladas, por aquel camino quieren llevar a sus monjas: la que está (8)[8]
muy mortificada, parécele fácil cualquiera cosa que mande para doblar la
voluntad, como lo sería para ella, y aun por ventura se le haría muy de mal.
Esto hemos de mirar mucho, que lo que a nosotras se nos haría áspero no lo
hemos de mandar. La discreción es gran cosa para el gobierno, y en estas casas
muy necesaria; estoy por decir mucho más que en otras, porque es mayor la
cuenta que se tiene con las súbditas, así de lo interior como de lo exterior.
Otras prioras que tienen mucho espíritu, todo
gustarían que fuese rezar. En fin, lleva el Señor por diferentes caminos. Mas
las preladas han de mirar que no las ponen allí para que escojan el camino a su
gusto, sino para que lleven a las súbditas por el camino de su Regla y Constitución,
aunque ellas se fuercen y querrían hacer otra cosa.
7. Estuve una vez en una de estas casas con una
priora que era amiga de penitencia. Por aquí llevaba a todas. Acaecíale darse
(9)[9]
disciplina de una vez todo el convento siete salmos penitenciales con oraciones
y cosas de esta manera. Así les acaece, si la priora se embebe en oración,
aunque no sea en la hora de oración sino después de maitines, allí tiene todo
el convento, cuando sería muy mejor que se fuesen a dormir. Si –como digo– es
amiga de mortificación, todo ha de ser bullir, y estas ovejitas de la Virgen
callando como unos corderitos; que a mí, cierto, me hace gran devoción y
confusión, y, a las veces, harta tentación. Porque las hermanas no lo
entienden, como andan todas embebidas en Dios; mas yo temo su salud y querría
cumpliesen la Regla, que hay harto que hacer, y lo demás fuese con suavidad. En
especial esto de la mortificación importa muy mucho y, por amor de nuestro
Señor, que adviertan en ello las preladas, que es cosa muy importante la
discreción en estas cosas (10)[10]
y conocer los talentos, y si en esto no van muy advertidas, en lugar de
aprovecharlas las harán gran daño y traerán en desasosiego.
8. Han de considerar que esto de mortificación no es
de obligación: esto es lo primero que han de mirar. Aunque es muy necesario
para ganar el alma libertad y subida perfección, no se hace esto en breve
tiempo, sino que poco a poco vayan ayudando a cada una, según el talento les da
Dios de entendimiento, y el espíritu. Parecerles ha que para esto no es
menester entendimiento, y engáñanse; que los habrá que primero que vengan a
entender la perfección, y aun el espíritu de nuestra Regla, pase harto, y quizá
serán éstas después las más santas; porque ni sabrán cuándo es bien
disculparse, ni cuándo no, ni otras menudencias que, entendidas, quizá las
harían con facilidad, y no las acaban de entender, ni aun les parece que son
perfección, que es lo peor.
9. Una está en estas casas, que es de las más
siervas de Dios que hay en ellas, a cuanto yo puedo alcanzar, de gran espíritu
y mercedes que le hace Su Majestad, y penitencia y humildad, y no acaba de
entender algunas cosas de las Constituciones. El acusar las culpas en capítulo
le parece poca caridad y dice que cómo han de decir nada de las hermanas, y
cosas semejantes de éstas, que podría decir algunas de algunas hermanas harto
siervas de Dios y que en otras cosas veo yo que hacen ventaja a las que mucho
lo entienden. No ha de pensar la priora que conoce luego las almas. Deje esto
para Dios, que es solo quien puede entenderlo; sino procure llevar a cada una
por donde Su Majestad la lleva, presupuesto que no falta en la obediencia ni en
las cosas de la Regla y Constitución más esenciales. No dejó de ser santa y
mártir aquella virgen que se escondió, de las once mil, antes por ventura
padeció más que las demás vírgenes en venirse después sola a ofrecer al
martirio (11)[11].
10. Ahora pues, tornando a la mortificación, manda
la priora una cosa a una monja, que aunque sea pequeña, para ella es grave, para
mortificarla; y puesto que lo hace, queda tan inquieta y tentada, que sería
mejor que no se lo mandaran. Luego se entiende esté advertida la priora a no la
perfeccionar a fuerza de brazos, sino disimule y vaya poco a poco hasta que
obre en ella el Señor; porque lo que se hace por aprovecharla, que sin aquella
perfección sería muy buena monja, no sea causa de inquietarla y traerle
afligido el espíritu, que es muy terrible cosa. Viendo a las otras, poco a poco
hará lo que ellas, como lo hemos visto; y cuando no, sin esta virtud se
salvará. Que yo conozco una de ellas que toda la vida la ha tenido grande, y ha
ya hartos años y de muchas maneras servido a nuestro Señor, y tiene unas
imperfecciones y sentimientos muchas veces que no puede más consigo; y ella se
aflige conmigo y lo conoce. Yo pienso que Dios la deja caer en estas faltas sin
pecado, que en ellas no le hay, para que se humille y tenga por dónde ver que
no está del todo perfecta.
Así que unas sufrirán grandes mortificaciones, y
mientras mayores se las mandaren gustarán más, porque ya les ha dado el Señor
fuerza en el alma para rendir su voluntad; otras no las sufrirán aun pequeñas y
será como si a un niño cargan dos hanegas de trigo, no sólo no las llevará, mas
quebrantarse ha y caerase en el suelo. Así que, hijas mías (con las prioras
hablo), perdonadme, que las cosas que he visto en algunas me hace alargarme
tanto en esto.
11. Otra cosa os aviso, y es muy importante, que
aunque sea por probar la obediencia, no mandéis cosa que pueda ser, haciéndola,
pecado, ni venial; que algunas he sabido que fuera mortal, si las hicieran. Al
menos ellas quizá se salvarán con inocencia, mas no la priora, porque ninguna
les dice, que no la ponen luego por obra; que, como oyen y leen de los santos
del yermo las cosas que hacían, todo les parece bien hecho cuanto les mandan,
al menos hacerlo ellas. Y también estén avisadas las súbditas, que cosa que
sería pecado mortal hacerla sin mandársela, que no la pueden hacer
mandándosela, salvo si no fuese dejar misa o ayunos de la Iglesia, o cosas así,
que podría la priora tener causas; mas como echarse en el pozo y cosas de esta
suerte, es mal hecho; porque no ha de pensar ninguna que ha de hacer Dios
milagro, como le hacía con los santos: hartas cosas hay en que ejercite la
perfecta obediencia.
12. Todo lo que no fuere con estos peligros, yo lo
alabo. Como una vez una hermana en Malagón pidió licencia para tomar una
disciplina, y la priora (debía haberle pedido otras) y dijo: «Déjeme». Como la
importunó, dijo: «Váyase a pasear; déjeme». La otra, con gran sencillez, se
anduvo paseando algunas horas, hasta que una hermana le dijo que cómo se
paseaba tanto, o así una palabra; y ella le dijo que se lo habían mandado. En
esto tañeron a maitines, y como preguntase la priora cómo no iba allá, díjole
la otra lo que pasaba.
13. Así que es menester, como otra vez he dicho,
estar avisadas las prioras, con almas que ya tienen visto ser tan obedientes, a
mirar lo que hacen. Que otra fuele a mostrar (12)[12]
una monja uno de estos gusanos muy grandes, diciéndole que mirase cuán lindo
era. Díjole la priora burlando; pues cómasele ella. Fue y frióle muy bien. La
cocinera díjole que para qué le freía. Ella le dijo que para comerle, y así lo
quería hacer, y la priora muy descuidada y pudiérale hacer mucho daño.
Yo más me huelgo que tengan en esto de obediencia
demasía, porque tengo particular devoción a esta virtud, y así he puesto todo
lo que he podido para que la tengan; mas poco me aprovechara si el Señor no
hubiera por su grandísima misericordia dado gracia para que todas en general se
inclinasen a esto. Plegua a Su Majestad lo lleve muy adelante, amén.
Notas del texto teresiano:
[2] Tornó a Toledo el 22 de julio de 1569. – Al volver la página, escribió distraídamente entendio por entendimiento: fenómeno frecuente en estas páginas de las Fundaciones. – Rector era el P. Martín Gutiérrez. – La última cláusula: me había detenido a hacer allí fundación de pobreza, equivale a: me había retenido o contenido de.
[12] A mostrar: a amosar, escribió la Santa.
COMENTARIO AL CAPÍTULO 18
Fundación de Salamanca. Consejos a las prioras
Dos argumentos muy distintos en un solo capítulo. En el
título, la Santa había anunciado de primeras sólo la fundación de Salamanca. A
medio capítulo se le deslizó la pluma al tema de los consejos caseros: "Se
me ofrecen aquí ahora algunas cosas sobre esto de mortificación" (n. 6).
Esas "cosas" llenaron las cuatro páginas siguientes. De suerte que
dejó el tema para otro capítulo, consciente de haber perdido el hilo de la
narración ("mucho me he divertido" –comienza el nuevo relato). Y
volviendo sobre el epígrafe del título, añadió en letra menuda: "Trata de
algunos avisos para las prioras, importantes".
Efectivamente, a las prioras de sus Carmelos se dirigen
los consejos que va desgranando en la segunda parte del capítulo: "Con las
prioras hablo; perdonadme, que las cosas que he visto en algunas me hace
alargarme tanto" (n. 10).
De los primeros tanteos de la fundación salmantina
hablará en los números 1‑5, con una preciosa instantánea sobre sus viajes de
fundadora en los números 4‑5. El resto del capítulo imparte esos importantes
avisos a las prioras. Podemos espigar alguno que otro entre los más notables.
Son pequeñas partículas de la pedagogía conventual de la Santa.
Les aconseja, ante todo, discreción y suavidad en la
relación con las súbditas: "No ha de pensar la priora que conoce luego las
almas. Deje esto para Dios..." (n. 9). "Esté advertida a no las
llevar a fuerza de brazos, sino disimule y vaya poco a poco hasta que obre en
ella el Señor" (n. 10). Lo importante es atenerse a la Regla, "y lo
demás sea con suavidad" (n. 7).
Muy importante todo lo relacionado con la obediencia:
"Yo más me huelgo que tengan en esto de obediencia demasía, porque tengo
particular devoción a esta virtud" (n. 13).
Respetar la diversidad de "caminos" por donde
Dios conduce a cada una: "Lleva el Señor por diferentes caminos. A las
preladas no las ponen allí para que escojan el camino a su gusto, sino para que
lleven a las súbditas por el camino de su Regla y Constitución, aunque ellas se
fuercen y querrían hacer otra cosa" (n. 6).
Moderación en las mortificaciones: "Esto de
mortificación no es de obligación: esto es lo primero que han de mirar, aunque
es muy necesario para ganar el alma libertad y subida perfección" (n. 8).
Nunca imponer a la súbdita un peso que, previsiblemente,
exceda sus fuerzas psicológicas o físicas: sería "como si a un niño cargan
dos hanegas de trigo, no sólo no las llevará, mas quebrantarse ha y caerase en
el suelo" (n. 10).
Sin prisas, dando tiempo al tiempo, recordando la
leyenda de santa Córdula, que "no dejó de ser santa y mártir aquella
virgen de las once mil", aunque llegase la última al martirio (n. 9),
insistiendo siempre en lo "esencial" de la Regla y las
Constituciones, que para todas dicta la norma (nn. 6‑9).
Los episodios concretos alegados en confirmación de esas
consignas reflejan en directo el clima de fervor mantenido en aquellos primeros
Carmelos. En total, la suma de avisos y episodios ofrece una instantánea sobre
la vida estilada bajo la batuta teresiana.
Nota del Comentario:
"Aquella virgen que se escondió, de las once mil".
Alusión velada a la leyenda popular de las Once mil Vírgenes, mártires, una de
las cuales habría huido, por miedo al martirio, y luego voluntariamente se
presentaría para sufrirlo. La Santa conocía esa leyenda por el Flos Sanctorum,
que la refiere minuciosamente, y también por el propio breviario carmelitano,
que celebraba la fiesta de las Once mil vírgenes el 21 de octubre, y contaba su
historieta legendaria en las nueve lecciones de maitines. "La que se
escondió" fue, según dicha leyenda santa Córdula, que, como cuenta el Flos
Sanctorum, "habiendo miedo, ascondiose aquella noche en la nave; mas otro
día ofreciose de grado a la muerte, y recibió corona de martirio".
LIBRO DE FUNDACIONES de Santa Teresa de Jesús
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