Revisión del texto, notas y comentario: Tomás Álvarez, O.C.D.
SANTA
TERESA DE JESÚS
EL
CASTILLO INTERIOR O LAS MORADAS
MORADAS SEXTAS
Capítulo 4
Trata
de cuando suspende Dios el alma en la oración con arrobamiento o éxtasis o
rapto, que todo es uno a mi parecer (1)[1],
y cómo es menester gran ánimo para recibir tan grandes mercedes de su Majestad.
1.
Con estas cosas dichas de trabajos y las demás, ¿qué sosiego puede traer la
pobre mariposica? Todo es para más desear gozar al Esposo; y Su Majestad, como
quien conoce nuestra flaqueza, vala habilitando con estas cosas y otras muchas
para que tenga ánimo de juntarse con tan gran Señor y tomarle por Esposo (2)[2].
2.
Reíros heis de que digo esto y pareceros ha desatino, porque cualquiera de
vosotras os parecerá que no es menester y que no habrá ninguna mujer tan baja
que no le tenga para desposarse con el rey. Así lo creo yo con el de la tierra,
mas con el del cielo yo os digo que es menester más de lo que pensáis; porque
nuestro natural es muy tímido y bajo para tan gran cosa, y tengo por cierto
que, si no le diese Dios con cuanto veis que nos está bien, sería imposible. Y
así veréis lo que hace Su Majestad para concluir este desposorio, que entiendo
yo debe ser cuando da arrobamientos, que la saca de sus sentidos; porque si
estando en ellos se viese tan cerca de esta gran Majestad, no era posible por
ventura quedar con vida. Entiéndese arrobamientos que lo sean, y no flaquezas
de mujeres como por acá tenemos, que todo nos parece arrobamiento y éxtasis, y
–como creo dejo dicho– (3)[3]
hay complexiones tan flacas, que con una oración de quietud se mueren.
Quiero
poner aquí algunas maneras que yo he entendido (como he tratado con tantas
personas espirituales) que hay de arrobamientos, aunque no sé si acertaré, como
en otra parte que lo escribí (4)[4],
esto y algunas cosas de las que van aquí, que por algunas razones ha parecido
no va nada tornarlo a decir, aunque no sea sino porque vayan las moradas por
junto aquí.
3.
Una manera hay (5)[5]
que estando el alma, aunque no sea en oración, tocada con alguna palabra que se
acordó u oye de Dios, parece que Su Majestad desde lo interior del alma hace
crecer la centella que dijimos ya (6)[6],
movido de piedad de haberla visto padecer tanto tiempo por su deseo, que
abrasada toda ella como un ave fénix queda renovada y, piadosamente se puede
creer, perdonadas sus culpas; hase de entender, con la disposición y medios que
esta alma habrá tenido, como la Iglesia lo enseña) (7)[7],
y así limpia, la junta consigo, sin entender aquí nadie sino ellos dos, ni aun
la misma alma entiende de manera que lo pueda después decir, aunque no está sin
sentido interior; porque no es como a quien toma un desmayo o paroxismo, que
ninguna cosa interior ni exterior entiende.
4.
Lo que yo entiendo en este caso es que el alma nunca estuvo tan despierta para
las cosas de Dios ni con tan gran luz y conocimiento de Su Majestad. Parecerá
imposible, porque si las potencias están tan absortas, que podemos decir que
están muertas, y los sentidos lo mismo, ¿cómo se puede entender que entiende
ese secreto? Yo no lo sé, ni quizá ninguna criatura, sino el mismo Criador, y
otras cosas muchas que pasan en este estado, digo en estas dos moradas; que
esta y la postrera se pudieran juntar bien, porque de la una a la otra no hay puerta
cerrada. Porque hay cosas en la postrera que no se han manifestado a los que
aún no han llegado a ella, me pareció dividirlas.
5.
Cuando estando el alma en esta suspensión, el Señor tiene por bien de mostrarle
algunos secretos, como de cosas del cielo y visiones imaginarias, esto sábelo
después decir, y de tal manera queda imprimido en la memoria, que nunca jamás
se olvida; mas cuando son visiones intelectuales, tampoco las sabe decir;
porque debe haber algunas en estos tiempos tan subidas que no las convienen
entender los que viven en la tierra para poderlas decir; aunque estando en sus
sentidos, por acá se pueden decir muchas de estas visiones intelectuales. Podrá
ser que no entendáis algunas qué cosa es visión, en especial las intelectuales.
Yo lo diré a su tiempo (8)[8],
porque me lo ha mandado quien puede; y aunque parezca cosa impertinente, quizá
para algunas almas será de provecho.
6.
Pues direisme: si después no ha de haber acuerdo de esas mercedes tan subidas
que ahí hace el Señor al alma, ¿qué provecho le traen? ¡Oh hijas!, que es tan
grande, que no se puede encarecer; porque, aunque no las saben decir, en lo muy
interior del alma quedan bien escritas y jamás se olvidan.
Pues
si no tienen imagen ni las entienden las potencias, ¿cómo se pueden acordar?
Tampoco entiendo eso; mas entiendo que quedan unas verdades en esta alma tan
fijas de la grandeza de Dios, que cuando no tuviera fe que le dice quién es y
que está obligada a creerle por Dios, le adorara desde aquel punto por tal,
como hizo Jacob cuando vio la escala (9)[9],
que con ella debía de entender otros secretos, que no los supo decir; que por
solo ver una escala que bajaban y subían ángeles, si no hubiera más luz
interior, no entendiera tan grandes misterios.
7.
No sé si atino en lo que digo, porque aunque lo he oído, no sé si se me acuerda
bien (10)[10].
Ni tampoco Moisés supo decir todo lo que vio en la zarza, sino lo que quiso
Dios que dijese (11)[11];
mas si no mostrara Dios a su alma secretos con certidumbre para que viese y
creyese que era Dios, no se pusiera en tantos y tan grandes trabajos; mas debía
entender tan grandes cosas dentro de los espinos de aquella zarza, que le
dieron ánimo para hacer lo que hizo por el pueblo de Israel. Así que, hermanas,
las cosas ocultas de Dios no hemos de buscar razones para entenderlas, sino
que, como creemos que es poderoso, está claro que hemos de creer que un gusano
de tan limitado poder como nosotros que no ha de entender sus grandezas.
Alabémosle mucho, porque es servido que entendamos algunas.
8.
Deseando estoy acertar a poner una comparación para si pudiese dar a entender
algo de esto que estoy diciendo, y creo no la hay que cuadre, mas digamos esta:
entráis en un aposento de un rey o gran señor, o creo camarín los llaman,
adonde tienen infinitos géneros de vidrios y barros y muchas cosas, puestas por
tal orden, que casi todas se ven en entrando. Una vez me llevaron a una pieza
de estas en casa de la duquesa de Alba (adonde viniendo de camino me mandó la
obediencia estar, por haberlos importunado esta señora) (12)[12],
que me quedé espantada en entrando, y consideraba de qué podía aprovechar
aquella baraúnda de cosas y veía que se podía alabar al Señor de ver tantas
diferencias de cosas, y ahora me cae en gracia cómo me ha aprovechado para
aquí; y aunque estuve allí un rato, era tanto lo que había que ver, que luego
se me olvidó todo, de manera que de ninguna de aquellas piezas me quedó más
memoria que si nunca las hubiera visto, ni sabría decir de qué hechura eran,
mas por junto acuérdase que lo vio (13)[13].
Así
acá, estando el alma tan hecha una cosa con Dios, metida en este aposento de
cielo empíreo que debemos tener en lo interior de nuestras almas (porque claro
está, que pues Dios está en ellas, que tiene alguna de estas moradas), y aunque
cuando está así el alma en éxtasis, no debe siempre el Señor querer que vea
estos secretos (porque está tan embebida en gozarle, que le basta tan gran
bien), algunas veces gusta que se desembeba y de presto vea lo que está en
aquel aposento, y así queda, después que torna en sí, con aquel representársele
las grandezas que vio; mas no puede decir ninguna, ni llega su natural a más de
lo que sobrenatural (14)[14]
ha querido Dios que vea.
9.
Luego ya confieso que fue ver, y que es visión imaginaria. No quiero decir tal,
que no es esto de que trato sino visión intelectual; que, como no tengo letras,
mi torpeza no sabe decir nada; que, lo que he dicho hasta aquí en esta oración,
entiendo claro que, si va bien, que no soy yo la que lo he dicho.
Yo
tengo para mí que si algunas veces no entiende de estos secretos, en los
arrobamientos, el alma a quien los ha dado Dios, que no son arrobamientos, sino
alguna flaqueza natural, que puede ser a personas de flaca complexión, como
somos las mujeres, con alguna fuerza de espíritu sobrepujar al natural y
quedarse así embebidas, como creo dije en la oración de quietud (15)[15].
Aquellos no tienen que ver con arrobamientos; porque el que lo es, creed que
roba Dios toda el alma para sí, y que como a cosa suya propia y ya esposa suya,
la va mostrando alguna partecita del reino que ha ganado por serlo; que por
poca que sea, es todo mucho lo que hay en este gran Dios, y no quiere estorbo
de nadie, ni de potencias, ni sentidos; sino de presto manda cerrar las puertas
de estas moradas todas, y solo en la que él está queda abierta para entrambos.
Bendita sea tanta misericordia, y con razón serán malditos los que no quisieren
aprovecharse de ella y perdieren a este Señor.
10.
¡Oh hermanas mías, que no es nada lo que dejamos, ni es nada cuanto hacemos ni cuanto
pudiéremos hacer por un Dios que así se quiere comunicar a un gusano! Y si
tenemos esperanza de aun en esta vida gozar de este bien, ¿qué hacemos?, ¿en
qué nos detenemos?, ¿qué es bastante para que un momento dejemos de buscar a
este Señor como lo hacía la Esposa por barrios y plazas? (16)[16]
¡Oh, que es burlería todo lo del mundo si no nos llega y ayuda a esto, aunque
duraran para siempre sus deleites y riquezas y gozos cuantos se pudieren
imaginar, que es todo asco y basura comparado a estos tesoros que se han de
gozar sin fin! Ni aun estos no son nada en comparación de tener por nuestro al
Señor de todos los tesoros y del cielo y de la tierra.
11.
¡Oh ceguedad humana! ¿Hasta cuándo, hasta cuándo se quitará esta tierra de
nuestros ojos? Que aunque entre nosotras no parece es tanta que nos ciegue del
todo, veo unas motillas, unas chinillas, que si las dejamos crecer bastarán a
hacernos gran daño; sino que, por amor de Dios, hermanas, nos aprovechemos de
estas faltas, para conocer nuestra miseria y ellas nos den mayor vista, como la
dio el lodo del ciego que sanó nuestro Esposo (17)[17];
y así, viéndonos tan imperfectas, crezca más el suplicarle saque bien de
nuestras miserias, para en todo contentar a Su Majestad.
12.
Mucho me he divertido sin entenderlo. Perdonadme, hermanas, y creed que,
llegada a estas grandezas de Dios, digo a hablar en ellas, no puede dejar de
lastimarme mucho ver lo que perdemos por nuestra culpa. Porque, aunque es
verdad que son cosas que las da el Señor a quien quiere, si quisiésemos a Su
Majestad como él nos quiere, a todas las daría. No está deseando otra cosa,
sino tener a quien dar, que no por eso se disminuyen sus riquezas.
13.
Pues, tornando a lo que decía, manda el Esposo cerrar las puertas de las
moradas y aun las del castillo y cerca (18)[18];
que en queriendo arrebatar esta alma, se le quita el huelgo, de manera que
aunque duren un poquito más algunas veces los otros sentidos, en ninguna manera
puede hablar; aunque otras veces todo se quita de presto y se enfrían las manos
y el cuerpo de manera que no parece tiene alma, ni se entiende algunas veces si
echa el huelgo. Esto dura poco espacio, digo para estar en un ser; porque
quitándose esta gran suspensión un poco, parece que el cuerpo torna algo en sí
y alienta para tornarse a morir y dar mayor vida al alma, y con todo no dura
mucho este tan gran éxtasis; [14] mas acaece, aunque se quita, quedarse la
voluntad tan embebida y el entendimiento tan enajenado, y durar así día, y aun
días, que parece no es capaz para entender en cosa que no sea para despertar la
voluntad a amar, y ella se está harto despierta para esto y dormida para
arrostrar a asirse a ninguna criatura.
15.
¡Oh, cuando el alma torna ya del todo en sí, qué es la confusión que le queda y
los deseos tan grandísimos de emplearse en Dios de todas cuantas maneras se
quisiere servir de ella! Si de las oraciones pasadas quedan tales efectos como
quedan dichos, ¿qué será de una merced tan grande como esta? Querría tener mil
vidas para emplearlas todas en Dios, y que todas cuantas cosas hay en la tierra
fuesen lenguas para alabarle por ella. Los deseos de hacer penitencia,
grandísimos; y no hace mucho en hacerla, porque con la fuerza del amor siente
poco cuanto hace y ve claro que no hacían mucho los mártires en los tormentos que
padecían (19)[19],
porque con esta ayuda de parte de nuestro Señor, es fácil, y así se quejan
estas almas a Su Majestad cuando no se les ofrece en qué padecer.
16.
Cuando esta merced les hace en secreto, tiénenla por muy grande; porque cuando
es delante de algunas personas, es tan grande el corrimiento y afrenta que les
queda, que en alguna manera desembebe el alma de lo que gozó con la pena y
cuidado que le da pensar qué pensarán los que lo han visto (20)[20].
Porque conocen la malicia del mundo, y entienden que no lo echarán por ventura
a lo que es, sino que, por lo que habían de alabar al Señor, por ventura les
será ocasión para echar juicios. En alguna manera me parece esta pena y
corrimiento falta de humildad; mas ello no es más en su mano; porque si esta
persona desea ser vituperada, ¿qué se le da? Como entendió una que estaba en
esta aflicción de parte de nuestro Señor: No
tengas pena, que o ellos han de alabarme a mí, o murmurar de ti; y en
cualquiera cosa de estas ganas tú (21)[21].
Supe después que esta persona se había mucho animado con estas palabras y
consolado; y porque si alguna se viere en esta aflicción, os las pongo aquí.
Parece que quiere nuestro Señor que todos entiendan que aquel alma es ya suya,
que no ha de tocar nadie en ella; en el cuerpo, en la honra, en la hacienda,
enhorabuena, que de todo se sacará honra para Su Majestad; mas en el alma, eso
no, que si ella, con muy culpable atrevimiento, no se aparta de su Esposo, él
la amparará de todo el mundo y aun de todo el infierno.
17.
No sé si queda dado algo a entender de qué cosa es arrobamiento, que todo es
imposible, como he dicho (22)[22];
y creo no se ha perdido nada en decirlo para que se entienda lo que lo es;
porque hay efectos muy diferentes en los fingidos arrobamientos. No digo
fingidos porque quien los tiene quiere engañar (23)[23],
sino porque ella lo está; y como las señales y efectos no conforman con tan
gran merced, queda infamada de manera que con razón no se cree después a quien
el Señor la hiciere. Sea por siempre bendito y alabado, amén, amén.
COMENTARIO
Santa
Teresa nos habla del éxtasis
Fue hacia 1557.
Teresa tiene su primer éxtasis en la Encarnación de Ávila. Cuenta unos 42 años
de edad. Hace ya tres o cuatro que se ha «convertido» ante un Cristo «muy
llagado», que la ha decidido a «poner toda su confianza en Dios» (Vida 9, 3).
Pero sigue sin resolver el problema de su afectividad. Es materialmente incapaz
de centrar en él su corazón desbordante. Incapaz de liberarse de viejas
ataduras y unificar en él esa su afectividad dispersiva.
Desde la oración
recurre con toda su alma al Espíritu Santo. Y, de pronto, la sobrecoge «un
arrebatamiento tan grande que casi me sacó de mí», escribe ella (Vida 24, 5). Y
escucha en lo hondo de su interior una palabra decisiva: «Ya no quiero que tengas
conversación con hombres sino con ángeles». «Fue la primera ves que el Señor me
hizo esta merced de arrobamientos... A mí me hizo mucho espanto, porque el
movimiento del alma fue grande, y muy en el espíritu se me dijeron estas
palabras» (ib.).
Pero esas
palabras sanaron de raíz y definitivamente su debilidad afectiva y la dejaron
limpia y lista para eso que luego –en las Moradas– llamará ella «desposorio del
alma con Dios». A esa altura de recuerdos y vivencias regresará, a distancia de
veinte años (1557-1577), cuando aborde, en plan estrictamente doctrinal, el
tema del éxtasis en el presente pasaje de las Moradas.
Para el lector
de hoy ese singular vocablo, de remoto origen griego (éstasi, escribe Teresa), desata inevitablemente resonancias y recelos
nuevos, imprevisibles en la pluma y en la mente de la Santa. Resonancias
distónicas, que nos llegan desde el vocabulario y el mundo de la droga. Y
recelos serios (científicos) de parte de teólogos y psicólogos, por culpa del
morbo y la curiosidad frívola que esa palabra despierta en ciertas franjas del
mundillo religioso.
Por eso mismo,
al lector no familiarizado con los textos teresianos se le impone una actitud
de fondo: sobrio y sumo respeto ante estas páginas de la Santa. Radical conjuro
del morbo de frivolidad y curiosidad. Esas páginas de Teresa son, quizás, las
que más directamente acercan al lector a la zona de lo sobrenatural: paso del
Espíritu de Dios por el espacio humano. Nos hacen recordar la célebre actitud
del teólogo coetáneo de Teresa, el dominico Domingo Báñez, que cuando ella
entra en éxtasis mientras él imparte al grupo de monjas de San José su lección
sobre la Trinidad, interrumpe la plática, descubre la cabeza, queda en silencio
y adora al Espíritu de Dios que pasa por ella.
Con todo y en
fuerza del inevitable desplazamiento de vocablos, desde el plano místico en que
se mueve la pluma de Teresa al plano profano del «éxtasis» en el vocabulario de
hoy, comencemos por definir la terminología de la Santa.
Ese léxico:
éxtasis, arrobamiento, rapto, suspensión
Al afrontar
Teresa por primera vez el tema doctrinal del éxtasis (Vida 20, 1), comienza
intentando apurar conceptos: «Querría (yo) saber declarar con el favor de Dios
la diferencia que hay de unión a arrobamiento o elevamiento o vuelo que llaman
de espíritu, o arrebatamiento, que todo es uno. Digo que estos diferentes
nombres todo es una cosa. Y también se llama éxtasis...».
Ahora, en estas
moradas sextas, al titular el capítulo en que ha de afrontar el tema, vuelve
sobre ese pluralismo lexical. Rotula así el capítulo: «Trata de cuando suspende
Dios el alma en oración con arrobamiento o éxtasis o rapto, que todo es uno a
mi parecer...».
Poco antes de
redactar el presente capítulo de las Moradas, al escribir en Sevilla la
Relación 5a para los asesores de la Inquisición hispalense (1576), puntualizaba
sus preferencias lexicales así: «Arrobamiento y suspensión, a mi parecer, todo
es uno, sino que yo acostumbro a decir "suspensión", por no decir
"arrobamiento", que espanta...» (n. 7).
Como se ve, el
vocabulario de Teresa, en este preciso tema, es rico y variado de matices:
éxtasis, arrebatamiento, rapto, arrobamiento, elevamiento, vuelo de espíritu,
suspensión. Conjunto de términos que se aclaran entre sí. Solo tres de ellos
tienen abolengo bíblico: éxtasis, rapto («rapto» de Pablo al paraíso: 2Co 12.
4), y «arrebatar/arrebatado» («Pablo fue arrebatado hasta el tercer cielo»:
ib).
Los cuatro
restantes –arrobamiento, suspensión, vuelo, elevamiento– reflejan el lenguaje
popular de la Santa o sus lecturas de los espirituales castellanos de aquel
siglo. De momento, centremos la atención en un solo vocablo: «éxtasis».
Para el lector o
el hablante de hoy, lo define así el Diccionario de la Real Academia Española,
acepción 2a: «Estado del alma, caracterizado por cierta unión mística con Dios
mediante la contemplación y el amor, y exteriormente
por la suspensión mayor o menor del
ejercicio de los sentidos».
Para el lector o
el hablante castellano coetáneo de Teresa, lo definía así el más famoso diccionario
de la época: «Éxtasis es un arrebatamiento de espíritu que dexa al hombre fuera
de todo sentido, o por fuerza de alguna vehemente imaginación o por alguna
súbita mudanza de un placer repentino o no temido pesar; y como dice san
Dionisio, sucede algunas veces a los muy contemplativos o santos, y otras lo
fingen los muy grandes vellacos hipocritones y algunas mujercillas
invencioneras que se arroban. Desta gente han castigado a muchos, con que se
han enmendado los demás, y así no los creen tan fácilmente» (Cobarruvias, Tesoro de la lengua..., p.576).
A Teresa misma
quizá se lo definiera fray Juan de la Cruz: «Preguntado una vez el venerable
padre fray Juan de la Cruz cómo se arrobaba uno, respondió que negando su
voluntad y haciendo la de Dios, porque éxtasis no es otra cosa que un salir el
alma de sí y arrebatarse en Dios, y esto hacía el que obedecía...» (BMC 13, p.
248).
Es obvio que a
santa Teresa no le podemos formular una pregunta pareja a esa de fray Juan,
porque hacer definiciones no es lo suyo. Pero sí podemos condensar en breves
trazos lo que ella piensa acerca del «éxtasis místico», especialmente del
experimentado por ella. Podríamos resumir su pensamiento así. Extasis es:
– Ante todo una gracia santificadora,
que prepara el espíritu humano a la unión con Dios;
– Gracia cuyo contenido de amor, de
conocimiento divino, de gozo o dolor... rebasa la capacidad funcional de
nuestras potencias y sentidos: desborda «nuestro natural», dice la Santa; y
desata una intensa actividad más allá de ellos, en el puro espíritu humano,
frente al Espíritu divino;
– Y que en el ámbito corporal produce
una atenuación o incluso una extinción de la actividad psicosomática, con
posible pérdida del sentido;
– Pero con excepcional repercusión en
la conducta y en la personalidad del agraciado.
Es decir, según
Teresa el éxtasis abarca esos cuatro planos: el teológico sobrenatural (gracia
que se infunde), el psicológico (amor, gozo, luz...), el somático (suspensión
de sensaciones), y el ético práctico (reforzamiento de la personalidad,
liberación y elevación de la conducta).
Hagamos ahora el
recorrido del capítulo
La autora
comienza advirtiendo la cercanía del desenlace en el drama del castillo
interior. Se está llegando a las moradas centrales, que son las terminales. El
éxtasis es presagio y preludio de la gracia nupcial de las moradas séptimas.
«¿Qué sosiego puede tener la pobre mariposica? Todo es para más desear gozar
del Esposo. Y Su Majestad, como quien conoce nuestra flaqueza, la va
habilitando con estas cosas y otras muchas (= los éxtasis), para que tenga
ánimo de juntarse con tan gran Señor» (n. 1: comienzo del capítulo).
Hay dos maneras
de éxtasis. En el presente capítulo Teresa tratará solo de una de ellas, la
primera. Podemos identificarlas, sirviéndonos de la moderna terminología de los
teólogos, que distinguen entre «énstasis» y «éxtasis». Énstasis es el producido «desde lo hondo del alma» (n. 3), por
atracción hacia un centro interior que está más allá de ella misma y que
produce esa especie de imparable movimiento centrípeta. Éxtasis, «vuelo del espíritu lo llamo yo» (c. 5, n. 1), es la
salida de sí mismo, atraído por Dios, que es capaz de elevar el espíritu humano
como «una paja cuando la levanta el ámbar» (c. 5, n. 2): así «este nuestro gran
gigante y poderoso arrebata el espíritu» (ib.).
Para describir
el éxtasis en el presente capítulo, Teresa recurrirá a una copiosa y
fascinadora imaginería: – desasosiego de la mariposa en vuelo libre (n. 1);
–audacia, como una mujer pobre que osa «desposarse con el rey» (n. 2); –
éxtasis, centella que pone fuego al ave fénix del espíritu, para limpiarla a
fuego y hacerla renacer de sus cenizas (n. 3); – evocación de las simbólicas
figuras bíblicas de Jacob y la escala que llega al cielo (n. 6) y Moisés ante la
zarza incombustible (n. 7); – ingreso en el camarín de tesoros regios y
ofuscación ante su variedad y belleza, camarín en el cielo empíreo del alma (n.
8); – acercamiento a la morada secreta del castillo, cerradas todas las puertas
de acceso (nn. 9 y 13); – nueva evocación bíblica, identificación del alma con
la esposa de los Cantares, en búsqueda anhelante del Esposo «por barrios y
plazas» (n. 10); – en espera de la luz, como «el ciego que sanó nuestro Esposo»
(n. 11)...
Teresa habla del
éxtasis a cierta distancia, con mirada retrospectiva que le permite realismo
testifical y perspectiva doctrinal. Los éxtasis de ella son ya historia pasada.
Al entrar en la fase de las séptimas moradas –desde las cuales está haciendo
ahora su relato–, los éxtasis han cesado. Pero el recuerdo de lo vivido es
indeleble. Por eso evoca una y otra vez la exposición que hizo del tema hace
más de doce años en el Libro de la Vida, que ahora sigue preso en la
Inquisición y que contenía una descripción más vivaz y fulgurante de los éxtasis
padecidos por ella en aquellas fechas (Vida cc. 24-31), y un ensayo de
codificación doctrinal (ib. cc. 18-21). Hoy el estudioso interesado en conocer
a fondo la experiencia y el pensamiento de la Santa deberá leer en díptico esos
dos textos de Vida y de Moradas.
Desde dentro del
éxtasis
La pregunta
crucial que en definitiva le hacen a Teresa lo mismo el teólogo de profesión
que el lector de la calle es esta: ¿Entonces, en qué consiste el éxtasis
místico? ¿Cuál es la entraña de esa fulgurante experiencia religiosa que
llamáis arrobamiento, rapto, éxtasis...?
Antes de
escuchar la respuesta, no olvidemos la guasa burlona de alguno de nuestros
filósofos frente a los místicos (frente a la mujer mística que es Teresa),
cuando están de vuelta de su viaje por el mundo del éxtasis y apenas aciertan a
articular un balbuceo de respuesta... (Balbuceo parodiado por nuestro gran
Ortega y Gasset!).
Pues sí: lo
primero que advierte Teresa es precisamente la dificultad insuperable que tiene
el místico para superar la barrera de «inefabilidad» que entraña la
singularísima experiencia extática. Por unos momentos, el místico ha sido
transportado más allá de las realidades intramundanos. Ha oteado cosas diversas
e innombrables. ¿Cómo reconducirlas y contenerlas en nuestro vocabulario del
lado de acá....? El místico primero de todos, san Pablo, arrebatado al tercer
cielo, vio cosas u «oyó palabras» que, al estar de vuelta, le resultaron
«indecibles», «irrepetibles»: «oyó palabras arcanas que un hombre no es capaz
de repetir» (2 Cor 12, 4).
Así también
Teresa. Balbucea: «No sé si acertaré a decir lo que he entendido...» (n. 2);
«¿cómo se puede entender que entiende ese secreto? – Yo no lo sé, ni quizá
ninguna criatura...» (n. 4); «no sé si atinaré en lo que digo...» (n. 7); y a
una nueva pregunta que ella se formula a sí misma: «Tampoco entiendo eso...»
(n. 6). Y terminará el capítulo confesando: «No sé si queda dado algo a
entender de qué cosa es arrobamiento, que todo es imposible» (n. 17).
Recojamos
simplemente ese «algo», tal como ella lo ha balbuceado en su exposición. Punto
por punto. De menos a más:
1º Lo exterior, parcialmente perceptible desde
fuera: son las alteraciones en la actividad corporal, con atenuación o
suspensión de la sensibilidad. Ni ver ni sentir. Alejamiento del mundo
sensible. Suspensión que llega a afectar a las funciones psíquicas, como
atender, comunicar con los otros, recordar..., «aunque no está tan sin sentido
interior, porque no es como a quien toma un desmayo o paroxismo, que ninguna
cosa interior ni exterior entiende» (n. 3). Teresa sabía bien cómo es un
«paroxismo fuerte», en prolongado estado de coma: lo había sufrido ostentoso a
sus 23 años (Vida 5, 9).
Ya en el relato
de Vida, tratando de perfilar ese aspecto fenoménico del éxtasis, había
escrito: «Cuando está en arrobamiento el cuerpo está como muerto, sin poder
nada de sí muchas veces, y como le toma (el éxtasis), se queda: si en pie, si
sentado, si las manos abiertas, si cerradas. Porque aunque pocas veces se
pierde el sentido, algunas me ha acaecido a mí perderle del todo, pocas y poco
rato. Mas lo ordinario es que se turba y, aunque no puede hacer nada de sí
cuanto a lo exterior, no deja de entender y oír como cosa de lejos» (Vida 20,
18). Detalles que repetirá aquí en el n. 13 de nuestro capítulo.
De su rapto al
tercer cielo, san Pablo no sabría decir si fue dentro o fuera del cuerpo: «Con
cuerpo o sin cuerpo, ¿qué sé yo?, Dios lo sabe» (2 Cor. 12, 4). Es parecido el
testimonio de Teresa: «Si esto todo pasa estando en el cuerpo, o no, yo no lo
sabré decir; al menos, ni juraría que está en el cuerpo, ni tampoco que está el
cuerpo sin alma» (c. 5, 8).
2º Lo interior. Mucho más importante. «Lo
que yo entiendo en este caso es que el alma nunca estuvo tan despierta para las
cosas de Dios, ni con tan gran luz y conocimiento de Su Majestad. Parecerá
imposible, porque si las potencias están tan absortas, que podemos decir que
están muertas, y los sentidos lo mismo, ¿cómo se puede entender que entiende
ese secreto? Yo no lo sé, ni quizá ninguna criatura, sino el mismo Criador...»
(n. 4). No solo conocer, sino amar, gozar y sufrir.
Pero Teresa
subraya, ante todo, lo primero: luz, entender verdades, iniciarse en lo secreto
de Dios, es el meollo del éxtasis. Si no está henchido de estos contenidos
noéticos, Teresa está segura de que no se trata de un éxtasis auténtico: «Yo
tengo para mí que si algunas veces no entiende de estos secretos, en los
arrobamientos, el alma a quien los ha dado Dios, que no son arrobamientos, sino
alguna flaqueza natural, que puede ser (=ocurrir) a personas de flaca
complexión, como somos las mujeres...» (n. 9).
Dato importante,
insistentemente reiterado. Ya antes había escrito: «Quedan unas verdades en
esta alma tan fijas de la grandeza de Dios, que cuando no tuviera fe que le
dice quién es y que está obligada a creerle por Dios, le adorara desde aquel
punto por tal» (n. 6). Es decir, no hay éxtasis sin experiencia del misterio de
Dios. Ahí su núcleo religioso. Ahí la teofanía con que es agraciado el místico.
También ahí la nota diferencial respecto de cualquier otro tipo de anomalías
psíquicas y estados patógenos: «Flaquezas naturales», ha dicho eufemísticamente
ella.
3º Lo trascendente, la gracia originante.
El éxtasis místico es el resultado de una interacción entre Dios y el espíritu
humano. Teresa no se cansa de reiterar esa novedosa e inefable interacción
–Dios-hombre–, sin la cual el éxtasis quedaría en pura evanescencia.
Arrobamiento es «que roba Dios toda el alma para sí, y que como a cosa suya
propia y ya esposa suya, la va mostrando alguna partecita del reino que ha
ganado, por serlo; que, por poca que sea, es todo mucho lo que hay en este gran
Dios, y no quiere estorbo de nadie, ni de potencias ni sentidos; sino de presto
manda cerrar las puertas de estas moradas todas, y solo en la que él está queda
abierta para entrambos» (n. 9).
Esa especie de
acercamiento al ámbito de Dios es, en el fondo, la última razón del éxtasis:
«Parece que quiere nuestro Señor que todos entiendan que aquel alma es ya suya,
que no ha de tocar nadie en ella; en el cuerpo, en la honra, en la hacienda,
enhorabuena, que de todo sacará honra para Su Majestad; mas en el alma, eso
no...!» (n. 16).
4º Por fin, el eco humano del éxtasis. Es
cierto que el acontecimiento religioso profundo se celebra en lo más secreto de
la morada que el Señor del castillo tiene reservada para Sí en el alma humana.
Pero su repercusión en el cuerpo tiene manifestaciones fenoménicas
espectaculares. Es el riesgo del cuadrito teatral. Ahí la reacción humanísima
de una mujer como Teresa, pletórica de sentido común: «Cuando esta merced (del
éxtasis) les hace (Dios) en secreto, tiénenla por muy grande...; cuando es
delante de algunas personas, es tan grande el corrimiento y afrenta
(=vergüenza) que les queda, que en alguna manera desembebe el alma de lo que
gozó, con la pena y cuidado que les da pensar qué pensarán los que lo han
visto...» (n. 16).
Recordará ella a
continuación alguno de sus trances de «corrimiento» y humillación, referidos en
Vida (31, 12-13), cuando su sonrojo «vino a términos que... de mejor gana me
parece me determinara a que me enterraran viva, que...» a dar espectáculo con
uno cualquiera de sus arrobamientos incontenibles. «Y así cuando me comenzaron
estos grandes recogimientos o arrobamientos a no poder resistirlos en público,
quedaba yo después tan corrida, que no quisiera aparecer adonde nadie me viera»
(Vida 31, 12).
Para qué el
éxtasis
A esta pregunta,
tan normal desde nuestra óptica utilitaria, la respuesta de Teresa es clara y
perentoria: el éxtasis es para hacer posible «la unión», hito cimero del
proceso espiritual. A la Santa le bastan dos o tres pinceladas para hacérnoslo
comprensible:
a) El éxtasis no
es solo un correctivo de nuestras insuficiencias naturales, sino una superación
de nuestro angosto espacio vital y funcional: «Porque nuestro natural es muy
tímido y bajo para tan gran cosa (cual es la experiencia de Dios), y tengo por
cierto que si no le diese Dios (ánimo y fuerzas)..., sería imposible» (n. 2).
Es decir, imposible soportar la cercanía de Dios sin pasar por el fuego del
éxtasis: «La saca Dios de sus sentidos, porque si estando en ellos se viese tan
cerca de esta gran Majestad, no era posible, por ventura, quedar con vida» (n.
2).
b) Pero el
éxtasis es para la persona un crisol de fuego: «¡Oh, cuando el alma torna ya
del todo en sí, qué es la confusión que le queda y los deseos tan grandísimos
de emplearse en Dios de todas cuantas maneras se quisiere servir de ella! Si de
las oraciones pasadas quedan tales efectos..., ¿qué será de una merced tan
grande como esta?» (n. 15).
c) Por eso mismo
la gracia del éxtasis es pasajera. Meramente preparatoria del sujeto humano
para avanzar hacia la plenitud final de las moradas séptimas. Como el fuego del
purgatorio para entrar en el cielo (cf. 6M 11, 6). «En esta morada (sexta) son
muy continuos los arrobamientos, sin haber remedio de excusarlos» (6M 6, 1).
Pero «en llegando el alma (al estado final: moradas séptimas), todos los
arrobamientos se le quitan» (7M 3, 12).
Recordémoslo,
antes de concluir. Teresa ha tenido el gran acierto de insertar el delicado
tema del éxtasis místico en el contexto complejo y progresivo del proceso
espiritual, dentro del tejido de la vida mística del creyente. Fuera de este
contexto, esa joya no sería evaluable ni siquiera comprensible. Y ella, Teresa,
sabe muy bien que la joya es falsificable. Y que es preciso estar alerta para
no incurrir ni en frívola curiosidad ni en el truco de la moneda falsa.
[2]
Que tenga ánimo: Tema reiterado
dentro de la experiencia mística de la Santa. Como en la Biblia cuando se trata
la cercanía de la divinidad. «Es menester ánimo, cierto; porque es tanto el
gozo, que parece algunas veces no queda un punto para acabar el ánima de salir
de este cuerpo» (Vida 17, 1: cf. 13, 1; 20, 4; 39, 21; Rel 5, 9; Camino 18). Lo
repetirá a lo largo de las moradas sextas (c. 5, nn. 1. 5. 12...). Al
concluirlas, advertirá: «Aquí veréis, hermanas, si he tenido razón en decir que
es menester ánimo» (6M 11, 11).
[23]
Otra mano corrigió la frase en el autógrafo: «No quiere engañar». Fray Luis
retocó ligeramente el texto (p. 165).
MORADAS DEL CASTILLO INTERIOR
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