26.4.13

Moradas sextas, cap. 10


Revisión del texto, notas y comentario: Tomás Álvarez, O.C.D.

SANTA TERESA DE JESÚS
EL CASTILLO INTERIOR O LAS MORADAS

MORADAS SEXTAS

Capítulo 10

Dice de otras mercedes que hace Dios al alma por diferente manera que las dichas, y del gran provecho que queda de ellas.

1. De muchas maneras se comunica el Señor al alma con estas apariciones; algunas, cuando está afligida; otras, cuando le ha de venir algún trabajo grande; otras, por regalarse Su Majestad con ella y regalarla. No hay para qué particularizar más cada cosa, pues el intento no es sino dar a entender cada una de las diferencias que hay en este camino, hasta donde yo entendiere, para que entendáis, hermanas, de la manera que son y los efectos que dejan; porque no se nos antoje que cada imaginación es visión, y porque cuando lo sea, entendiendo que es posible, no andéis alborotadas ni afligidas, que gana mucho el demonio y gusta en gran manera de ver afligida e inquieta un alma, porque ve que le es estorbo para emplearse toda en amar y alabar a Dios.

Por otras maneras se comunica Su Majestad harto más subidas y menos peligrosas, porque el demonio creo no las podrá contrahacer, y así se pueden mal decir, por ser cosa muy oculta, que las imaginarias puédense más dar a entender.


2. Acaece, cuando el Señor es servido, estando el alma en oración y muy en sus sentidos, venirle de presto una suspensión, adonde le da el Señor a entender grandes secretos, que parece los ve en el mismo Dios; que estas no son visiones de la sacratísima Humanidad, ni aunque digo que ve, no ve nada, porque no es visión imaginaria, sino muy intelectual, adonde se le descubre cómo en Dios se ven todas las cosas y las tiene todas en sí mismo (1)[1]. Y es de gran provecho, porque, aunque pasa en un momento, quédase muy esculpido y hace grandísima confusión, y vese más claro la maldad de cuando ofendemos a Dios, porque en el mismo Dios –digo, estando dentro en él– hacemos grandes maldades. Quiero poner una comparación, si acertare, para dároslo a entender, que aunque esto es así y lo oímos muchas veces, o no reparamos en ello, o no lo queremos entender; porque no parece sería posible, si se entendiese como es, ser tan atrevidos.

3. Hagamos ahora cuenta que es Dios como una morada o palacio muy grande y hermoso y que este palacio, como digo, es el mismo Dios (2)[2]. ¿Por ventura puede el pecador, para hacer sus maldades, apartarse de este palacio? No, por cierto; sino que dentro en el mismo palacio, que es el mismo Dios, pasan las abominaciones y deshonestidades y maldades que hacemos los pecadores. ¡Oh cosa temerosa y digna de gran consideración y muy provechosa para los que sabemos poco, que no acabamos de entender estas verdades, que no sería posible tener atrevimiento tan desatinado! Consideremos, hermanas, la gran misericordia y sufrimiento de Dios en no nos hundir allí luego, y démosle grandísimas gracias, y hayamos vergüenza de sentirnos de cosa que se haga ni se diga contra nosotras; que es la mayor maldad del mundo ver que sufre Dios nuestro Criador tantas a sus criaturas dentro en Sí mismo y que nosotras sintamos alguna vez una palabra que se dijo en nuestra ausencia y quizá con no mala intención.

4. ¡Oh miseria humana! ¿Hasta cuándo, hijas, imitaremos en algo este gran Dios? ¡Oh!, pues no se nos haga ya que hacemos nada en sufrir injurias, sino que de muy buena gana pasemos por todo y amemos a quien nos las hace, pues este gran Dios no nos ha dejado de amar a nosotras aunque le hemos mucho ofendido, y así tiene muy gran razón en querer que todos perdonen por agravios que los hagan.

Yo os digo, hijas, que aunque pasa de presto esta visión (3)[3], que es una gran merced que hace nuestro Señor a quien la hace, si se quiere aprovechar de ella, trayéndola presente muy ordinario.

5. También acaece (4)[4], así muy de presto y de manera que no se puede decir, mostrar Dios en sí mismo una verdad, que parece deja oscurecidas todas las que hay en las criaturas, y muy claro dado a entender que él solo es verdad que no puede mentir; y dase bien a entender lo que dice David en un salmo, que todo hombre es mentiroso (5)[5], lo que no se entendiera jamás así, aunque muchas veces se oyera. Es verdad que no puede faltar. Acuérdaseme de Pilatos lo mucho que preguntaba a nuestro Señor cuando en su Pasión le dijo qué era verdad (6)[6], y lo poco que entendemos acá de esta suma Verdad.

6. Yo quisiera poder dar más a entender en este caso, mas no se puede decir. Saquemos de aquí, hermanas, que para conformarnos con nuestro Dios y Esposo en algo, será bien que estudiemos siempre mucho de andar en esta verdad. No digo solo que no digamos mentira, que en eso, gloria a Dios, ya veo que traéis gran cuenta en estas casas con no decirla por ninguna cosa; sino que andemos en verdad delante de Dios (7)[7] y de las gentes de cuantas maneras pudiéremos, en especial no queriendo nos tengan por mejores de lo que somos, y en nuestras obras dando a Dios lo que es suyo y a nosotras lo que es nuestro, y procurando sacar en todo la verdad, y así tendremos en poco este mundo, que es todo mentira y falsedad, y como tal no es durable.

7. Una vez estaba yo considerando por qué razón era nuestro Señor tan amigo de esta virtud de la humildad, y púsoseme delante –a mi parecer sin considerarlo, sino de presto– esto: que es porque Dios es suma Verdad, y la humildad es andar en verdad (8)[8], que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende, anda en mentira. A quien más lo entienda agrada más a la suma Verdad, porque anda en ella. Plega a Dios, hermanas, nos haga merced de no salir jamás de este propio conocimiento, amén.

8. De estas mercedes hace nuestro Señor al alma, porque como a verdadera esposa, que ya está determinada a hacer en todo su voluntad, le quiere dar alguna noticia de en qué la ha de hacer y de sus grandezas. No hay para qué tratar de más, que estas dos cosas he dicho (9)[9] por parecerme de gran provecho; que en cosas semejantes no hay que temer, sino que alabar al Señor porque las da; que el demonio, a mi parecer, ni aun la imaginación propia, tienen aquí poca cabida, y así el alma queda con gran satisfacción.


COMENTARIO

La verdad os hará libres

La autora del Castillo nos acerca a la morada central, la más honda, la de los grandes secretos. A esa especie de antesala del «palacio grande y hermoso», hito terminal del proceso, le concede dos capítulos: décimo y undécimo de las moradas sextas. Antes de adentrarse en la morada terminal, el morador del castillo tiene que pasar por dos zonas, una de luz y otra de fuego. Primero por la luz de la verdad (o de la Verdad): de ella tratará el capítulo 10. Luego por la tensión de los deseos incontenibles, «deseos tan grandes e impetuosos, que ponen en peligro de perder la vida»: de ellos tratará el capítulo once, último de las moradas sextas y preludio de las séptimas.

Así pues, verdad y deseos son las dos alas con que emprender el vuelo a la región misteriosa de la morada última del castillo, donde pasan las cosas más secretas entre Dios y el alma.

La verdad os hará libres

La trabazón entre verdad y libertad es uno de los temas fuertes del evangelio de san Juan. Recordando el episodio de Pilato, que pregunta a Jesús «¿y la verdad qué es?», pero luego vuelve la espalda sin esperar respuesta, repercute en Teresa casi instándola a hacer y repetir la misma pregunta, pero subrayando enseguida «lo poco que entendemos acá de esa suma Verdad», pasando así del librillo de nuestras verdades a la Verdad con mayúscula, que se identifica con Dios mismo (n. 5).

Como siempre, ella se apoya en la propia vivencia. En la historia personal de Teresa hubo un momento en que tuvo la sensación de haber llegado –ella misma– a la Verdad de Dios. Es la experiencia suprema con que, años atrás, había cerrado el relato de su Vida, en el capítulo último de aquel libro (40, 1-5).

Ahora no solo evoca aquella experiencia teofánica, sino que la propone como escalón de acercamiento a la morada final. Para entrar en las moradas séptimas, hay que liberarse de la mentira. Porque en el fondo de todo hombre anida algo de mentira: «Todo hombre es mentiroso», advierte ella con la palabra del salmista, lo cual –prosigue ella– «no se entendiera jamás así, aunque muchas veces se oyera», sino cayendo en la cuenta de que «él solo es verdad que no puede mentir..., verdad que no puede faltar» (n. 5).

En el capítulo final de Vida, ese definitivo aterrizaje en la verdad de Dios, lo había formulado así: «Esta verdad que se me dio a entender es en sí misma verdad, y es sin principio ni fin, y todas las demás verdades dependen de esta verdad, como todos los demás amores de este amor, y todas las demás grandezas de esta grandeza...» (40, 4).

Y concluía con un grito de adoración a ese Dios de las verdades: «¡Oh grandeza y majestad mía! ¿Qué hacéis, Señor mío todopoderoso? Mirad a quién hacéis tan soberanas mercedes. ¿No os acordáis que ha sido esta alma (mía) un abismo de mentiras y piélago de vanidades?, y todo por mi culpa: que con haberme Vos dado natural de aborrecer el mentir, yo misma me hice tratar en muchas cosas mentira» (ib.).

Teresa cerraba así, en forma fulgurante, el relato de su historia personal, que había comenzado con el episodio de lo que ella misma llamó «la verdad de cuando niña», aquella su evaluación en contrapunto de lo finito y lo eterno: que todo pasa, pero que hay algo que existe «para siempre».

Para nosotros, sus lectores de hoy, es de gran actualidad el impacto que esas páginas produjeron en la gran buscadora de la verdad que fue Edith Stein, quien al leerlas por primera vez, tuvo también el fogonazo iluminador de la verdad, que la llevó a la conversión.

Aquí, en las Moradas, la autora recupera el símbolo que había acuñado a la luz de esa experiencia: que Dios es como un diamante inmenso en que se contienen y reflejan todas las cosas, las acciones, las personas, el mundo entero; las verdades y las mentiras humanas. Porque en él tiene ser todo otro ser, y solo de él deriva la verdad de nuestras verdades. «Digamos ser la divinidad como un claro diamante, muy mayor que todo el mundo... Y que todo lo que hacemos se ve en ese diamante, siendo de manera que él encierra todo en sí, porque no hay nada que salga fuera de esta grandeza...» (Vida 40, 10). En el Castillo, ese inmenso diamante reaparece con trazado de palacio: «Hagamos cuenta que es Dios como una morada o palacio muy grande y hermoso, y que este palacio, como digo, es el mismo Dios... Y que dentro, en el mismo palacio, que es el mismo Dios, pasan las abominaciones y maldades que hacemos los pecadores» (n. 3).

Esta visión cósmica de la verdad de Dios había sido para Teresa «una atalaya» desde la que «se ven verdades», manantial de libertad y de felicidad profunda: «Bienaventurada alma que trae el Señor a entender verdades. Oh qué estado este para reyes...» (Vida 21, 1). Ahora, en las moradas, Teresa vuelve a refrendar la eficacia liberadora de esa llegada a la Verdad: «Es de gran provecho, porque aunque pasa en un momento (pasa en un instante esa fulgurante experiencia del Dios-Verdad), queda esculpida (en la memoria) y hace grandísima confusión, y vese más claro la maldad de cuando ofendemos a Dios, porque en el mismo Dios –digo, estando dentro en él– hacemos grandes maldades» (n. 2).

Es decir, que la llegada a la Verdad no solo nos libera de nuestras mentiras e ilumina nuestras maldades, sino que nos introduce en el espacio focal de la verdad divina. Mentira y males nuestros deben quedar aniquilados por esa luz de la Verdad que es él.

Andar en verdad

Ya desde las primeras moradas, el ingreso en el castillo interior pone en marcha una imperiosa tarea de propio conocimiento. Base de la internada, moradas adentro, es la consigna de «conocerse a sí mismo»: conocer la propia dignidad, la hermosura del alma, en el contraluz de las propias miserias y frente a las zonas sombrías del pecado.

Pero ya entonces esa especie de «socratismo teresiano» añadía a la clásica consigna del «conócete a ti mismo» una nota especial, típicamente cristiana: conócete a ti, pero a la luz de Dios, que te conoce más y mejor que tú mismo y te ama. Que «es muy bueno y muy rebueno tratar de entrar primero en el aposento adonde se trata de este propio conocimiento... Y a mi parecer, jamás nos acabamos de conocer si no procuramos conocer a Dios: mirando su grandeza, acudamos a nuestra bajeza...» (1M 2, 9).

Ahora, en el umbral de la jornada definitiva, esa consigna se vuelve perentoria e iluminadora. Instalados en la verdad de Dios, se impone la necesidad de «conformarnos y configurarnos» con ella a base de una actitud que remodele nuestra condición creatural ante la Verdad y Majestad del Creador. Esa actitud tiene para Teresa un nombre elemental, común y corriente: es la humildad.

Ella la presenta vinculada de nuevo a su propia vivencia: «Una vez estaba yo pensando por qué nuestro Señor es tan amigo de esta virtud de la humildad, y púsoseme delante... esto: que es porque Dios es la suma verdad, y la humildad es andar en verdad, que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende, anda en mentira. Y quien más lo entiende, más agrada a la suma Verdad, porque anda en ella» (n. 7).

Así, la experiencia radical de la verdad de Dios, que hace libre al hombre, culmina en esta derivación aparentemente modestísima de la humildad. Pero humildad tal como la ve ella a través de su experien cia mística. No un degradante gesto de «deiectio animi», repliegue hacia el apocamiento, reflejado en la estampa corporal de quien abaja la cabeza y se retrae del consorcio social. Para Teresa, esa concreción de la «humildad evangélica» en el axioma de «andar en verdad», se articula en dos o tres componentes:

– Ante todo, la humildad es la profesión de la verdad, no en vocablos sino en hechos de vida. Es el gesto existencial de «caminar» en la verdad, delante de Dios y de los otros, no queriendo que nos tengan en lo que no somos.

– El andar en verdad exige en primer lugar el conocimiento y reconocimiento de los propios valores. Pero bien registrados: valores que «poseemos», pero que por lo general hemos recibido de mano ajena. De ahí la consigna de atribuir a Dios lo que de él hemos recibido, y a nosotros lo que de nosotros ha nacido...

– Y por fin, en el tejido de nuestra verdad hay una franja negativa: son los contravalores. Hay que reconocerlos. Teresa los designa en términos fuertes: «nuestra miseria y ser nada». Miseria es la presencia de lo pecaminoso en nosotros. Ser nada es nuestra radical condición de origen: no somos obra de nuestras manos. Nuestro ser es pura deuda: lo hemos recibido. De ahí la consigna fuerte: «En nuestras obras, dar (=atribuir) a Dios lo que es suyo y a nosotros lo que es nuestro» (n. 6).

La transparencia de la mirada del místico –de Teresa– es luminosa. En positivo, son muchos e ingentes los valores que «tenemos». Pero de esa suma de valores, es poco o casi nada lo que no hayamos recibido. Lo recibido de la mano de Dios es incalculable.

Por eso Dios está tan implicado en el verdadero conocimiento de uno mismo. Por eso la luz de su verdad es indispensable para librarnos de la mentira y «andar en verdad».





[1] Cf. Vida c. 40, n. 9.
[2] Sobre el origen místico de esta comparación, cf. Vida c. 40, n. 10.
[3] Esta visión: la referida en el n. 2; o quizá se refiera al «símbolo del palacio», propuesto en el n. 3 como simple recurso literario («hagamos cuenta que...»), pero que en realidad proviene de una visión mística.
[4] También esta experiencia es personal de la Santa: Vida c. 40, nn. 1-4.
[5] Salmo 115, 11.
[6] Juan 18, 36-38.
[7] Alusiones veladas a Juan 14, 6.
[8] Sobre el origen místico de esta noción, insinuado veladamente en el «púsoseme delante», véase la Rel. 28 y Vida c. 40.

Santa Teresa de Jesús, 15 de Octubre

Santa Teresa de Jesús
Virgen y Doctora de la Iglesia, Madre nuestra.
Celebración: 15 de Octubre.


Nace en Avila el 28 de marzo de 1515. Entra en el Monasterio de la Encarnación de Avila, el 2 de noviembre de 1535. Funda en Avila el primer monasterio de carmelitas descalzas con el título de San José el 24 de agosto de 1562.

Inaugura el primer convento de frailes contemplativos en Duruelo el 28 de noviembre de 1568. Llegará a fundar 32 casas. Hija de la Iglesia, muere en Alba de Tormes el 4 de octubre de 1582.

La primera edición de sus obras fue el 1588 en Salamanca, preparadas por Fr. Luis de león. El 24 de abril de 1614 fue beatificada por el Papa Pablo V, y el 12 de marzo de 1622 era canonizada en San Pedro por el Papa Gregorio XV. El 10 de septiembre de 1965, Pablo VI la proclama Patrona de los Escritores Españoles.


Gracias a sus obras -entre las que destacan el Libro de la Vida, el Camino de Perfección, Las Moradas y las Fundaciones- ha ejercido en el pueblo de Dios un luminoso y fecundo magisterio, que Pablo VI iba a reconocer solemnemente, declarándola Doctora de la Iglesia Universal el 27 de septiembre de 1970.

Teresa es maestra de oración en el pueblo de Dios y fundadora del Carmelo Teresiano.

¿Qué significa la oración para Santa Teresa?
"Procuraba, lo más que podía, traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor, dentro de mí presente. Y ésta era mi manera de oración. Si pensaba en algún paso, le representaba en lo interior; aunque lo más gastaba en leer buenos libros, que era toda mi recreación; porque no me dio Dios talento de discurrir con elentendimiento ni de aprovecharme con la imaginación; que la tengo tan torpe, que, aun para pensar y representar en mí (como lo procuraba traer) la humanidad del Señor, nunca acababa. Y, aunque por esta vía de no poder obrar con el entendimiento llegan más presto a la contemplación si perseveran, es muy trabajoso y penoso. Porque, si falta la ocupación de la voluntad y el haber en qué se ocupe en cosa presente el amor, queda el alma como sin arrimo ni ejercicio, y da gran pena la soledad y sequedad, y grandísimo combate los pensamientos" (Vida 4,7).

"En la oración pasaba gran trabajo, porque no andaba el espíritu señor sino esclavo; y así no me podía encerrar dentro de mí (que era todo el modo de proceder que llevaba en la oración), sin encerrar conmigo mil vanidades. Pasé así muchos años; que ahora me espanto qué sujeto bastó a sufrir que no dejase lo uno o lo otro. Bien sé que dejar la oración ya no era en mi mano, porque me tenía con las suyas el que me quería para hacerme mayores mercedes" (Vida 7, 17).

"Gran mal es un alma sola entre tantos peligros. Paréceme a mí que, si yo tuviera con quién tratar todo esto, que me ayudara a no tornar a caer, siquiera por vergüenza, ya que no la tenía de Dios. Por eso, aconsejaría yo a los que tienen oración, en especial al principio, procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo. Es cosa importantísima, aunque no sea sino ayudarse unos a otros con su oración. ¡Cuánto más, que hay muchas más ganancias! Yo no sé por qué (pues de conversa ciones y voluntades humanas, aunque no sean muy buenas, se procuran amigos con quien descansar y para más gozar de contar aquellos placeres vanos) no se ha de permitir que quien comenzare de veras a amar a Dios y a servirle, deje de tratar con algunas personas sus placeres y trabajos; que de todo tienen los que tienen oración" (Vida 7, 20).

Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por mí..., se me ofreció lo que ahora diré... que es: considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal adonde hay muchos aposentos así como en el cielo hay muchas moradas... Pues ¿qué tal os parece que será el aposento adonde un rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes se deleita?... no hay para qué nos cansar en querer comprender la hermosura de este castillo... ¿No es pequeña lástima y confusión que por nuestra culpa no (nos) entendamos a nosotros mismos ni sepamos quién somos? ¿No sería qran ignorancia, hijas mías, que preguntasen a uno quién es y no se conociese ni supiese quién fue su padre ni su madre ni de qué tierra?.... (1 Moradas 1,1-2)